Uno de los problemas fundamentales de todas las ciencias sociales y humanas –y al que pueden contribuir también activamente las ciencias básicas y las artes– es, en nuestro país, elucidar qué es eso de ser colombiano. Un tema que se encuentra lejos de obtener una respuesta satisfactoria; una única respuesta razonable. O una respuesta plural pero argumentada. Un tema y un problema que, históricamente, nada tiene de chovinista y que fue el motivo de preocupaciones en el contexto del surgimiento del estado nacional en la mayoría de los países del orbe, alrededor de las discusiones sobre centralismo y federalismo, sobre republicanismo, unificación nacional, y otros próximos y semejantes.
Definir qué es Colombia, qué son los colombianos –para lo cual caben el concepto de colombianidad, o el de colombianía– es simple y llanamente definir las condiciones de posibilidad para, de una vez por todas, plantear y desarrollar un proyecto país – algo que no ha existido en la historia desde 1810-1819. Esto es, a pesar de los numerosos gobiernos y avatares, nunca. En la historia nacional máximo ha habido planes de gobierno. Recientemente, a lo sumo, documentos “Compes”, o también planes de desarrollo. Pero nunca algo así como un proyecto país. En otras palabras, la historia nacional ha sido, en este aspecto, literalmente, una colcha de retazos de acciones de gobiernos, individuales o de partido.
En Estados Unidos, la discusión acerca del carácter nacional pivota alrededor de los FederalistPapers, redactados por Hamilton, Madison y Jay (1787-88). En Alemania fue toda la discusión entorno al triple problema de la cuestión agraria, la cuestión judía y los discursos a la nación alemana (Fichte) en la que participan todas las mejores mentes entre comienzos y avanzados los mediados del siglo XIX. En Italia, pasa por las revoluciones de 1820 y 1830 y que desemboca en el papel protagónico de Garibaldi. Para no mencionar, por ejemplo, esos procesos desde arriba, por tanto artificiales, de países como Bélgica o Bangladesh, con profundas repercusiones de orden social, lingüístico o étnico.
En nuestra América, se trató del papel destacado de las burguesías nacionales en México, Argentina y Brasil, como los casos, de lejos, más destacados. Y las discusiones sobre la nacionalidad y la identidad nacional.
El problema difícil de la identidad
El referente teórico de los problemas de identidad es, sin duda alguna, la lógica formal clásica. Más radicalmente, en términos al mismo tiempo epistemológicos, culturales y ontológicos, ser occidentales significa creer en la identidad:
A A
Identidad nacional, identidad cultural, identidad personal, identidad sexual, por ejemplo. Pensar la identidad consiste exactamente en (pre)ocuparse de lo mismo, por lo mismo, en contraste con la diferencia, la alteridad– o la pluralidad.
Pues bien, el principio de identidad se reafirma, en el marco de la lógica formal clásica, por vía de contraste, con el principio de contradicción, también conocido en ocasiones como principio de no-contradicción:
Si A ∼ A
Es decir, no es posible asumir lo contrario (u opuesto) de lo que previamente se ha asumido o afirmado. Una vez que se ha optado por A –lo que quiera que A sea–, no es posible afirmar su contrario u opuesto. La identidad solo se quiere y se sabe a sí misma. Por esta razón, a todo lo largo de la historia, en cualquier plano o contexto, los defensores de la identidad han sido partidarios del statu quo.
Asimismo, el principio de identidad es igualmente reafirmado por vía del principio de tercero excluido:
Si A ∼ B
y que quiere decir que una vez que se ha afirmado una cosa, no es posible adoptar o afirmar otra distinta cualquiera. Llamémosla B, o C, o D…
Así las cosas, los occidentales creen en la identidad, y le tienen pánico a la contradicción. Incluso en alguien como Hegel o Marx (y sus seguidores) lo que quieren es resolver las contradicciones. La consecuencia de estos razonamientos se expresa entonces en la siguiente expresión:
A V B
que se lee como A ó B, y que significa exactamente eso: o bien una cosa, o bien la otra. Pero nunca ambas a la vez, puesto que, por definición, son distintas, diferentes. De esta manera, el modo de pensar y de vivir de Occidente ha sido el de la identidad, cuya contracara es el dualismo, o incluso, como lo sostiene en otro contexto Foucault, el “pensamiento del afuera”: un pensamiento disyuntivo que, como en otro contexto lo ha puesto de manifiesto J. Muguerza se traduce como unanimismo y consenso; mayorías y exclusión formalizada.
Dualismo, pensamiento y culturas y políticas binarias, y por derivación excluyentes: o una cosa o la otra. Que son las simientes de regímenes de exclusión y ulteriormente de violencia. Así, la consecuencia política de la identidad ha sido la puesta en práctica del ostracismo, la expatriación, el exilio, el asesinato, la conjura, el complot y todos los juegos de poder y contra-poder.
En contraste con esta lógica, han surgido recientemente otros sistemas lógicos alternativos (1) que permiten tomar distancia argumentada con respecto al principio de identidad o de (no-)contradicción. Se trata de las lógicas no-clásicas.
De manera sucinta, el tema es, en contextos de diversidad, de alteridad o pluralidad el de la posibilidad de pensar la contradicción y asumir la posibilidad de la coexistencia de cosas diferentes:
A B
y que se lee como A y B, siendo, por definición, A y B distintas. La traducción política del tema es la inclusión de lo diferente, la convivencia con lo distinto, el reconocimiento de la multiplicidad. En cualquier caso, el rechazo de la identidad y lo mismo; no en última instancia la interculturalidad y el multiculturalismo.
En términos políticos, de manera tradicional, es evidente que la identidad –por ejemplo la identidad nacional, la identidad cultural–, ha tenido dejos de posturas conservadoras y opuestas al avance de la humanidad. Puesto que, por definición, la identidad remite al pasado; esto es, la identidad es, ha llegado a ser, y no puede dejar de ser; incluso, llegó a ser en un momento dado, lo cual sirve como fundamento para toda clase de mitos fundacionales.
Pues bien, con los mitos fundacionales se funda el determinismo histórico. Esto es, la creencia de que supuesto un origen determinado, y el conocimiento de la línea de tiempo que del pasado conduce al presente, entonces es posible conocer, predecir o determinar el futuro. En otras palabras, el pasado y la línea de tiempo que del pasado conduce al presente, contienen (la semilla d)el futuro. El determinismo histórico es un tema que exige todavía de muchos y cuidadosos estudios, reflexiones y críticas (ver gráfico pág. 13).
Esta breve digresión permite sostener, consiguientemente, que el tema y problema de la colombianía no debe ser entendido en el sentido de (una búsqueda de la) identidad. Por el contrario, bien entendida, la colombianidad es la construcción de una identidad, que no se reduce al presente, sino que incorpora al pasado y al presente en la búsqueda de futuros, horizontes y posibilidades de vida hacia delante en el tiempo.
Geo y biopolítica
En un mundo globalizado como el nuestro, con múltiples inter y co-dependencias y sensibilidades a corto, mediano y largo alcance, la política local, regional y nacional se convierte, en realidad, en geopolítica. Y correspondientemente, los temas relativos a la ecología y la vida, la biología, el cuerpo, la naturaleza y el conocimiento transforman a la política en biopolítica. Este es el marco general en el que se inscribe el tema-problema de la colombianidad.
En efecto, en contraste con la mayoría de países que plantearon y resolvieron el problema en cada caso, en Colombia el tema jamás ha sido planteado de manera abierta y formal. Existe una prestigiosa red de estudios colombianistas con una producción sostenida en el tiempo muy destacada en varios planos (2). Sin embargo, el problema de la colombianidad o colombianía –dos maneras de llamar a un solo y mismo problema– no ha sido considerado de manera abierta y directa.
De cara la sociedad de la información y con vistas hacia la sociedad del conocimiento, el problema adquiere en el país una connotación diferente a la del pasado en estudios similares.
El problema es eminentemente político en el más fuerte y preciso de los sentidos y que sólo encuentra un parangón en la historia en la politeia, tal y como la entendían los griegos –a diferencia y en contraste con la politiké. Esta es la política como técnica, aquella hace referencia a toda una concepción del mundo y de la realidad. Esta es simple disciplina de gobierno, administración pública, políticas públicas y asuntos de régimen y sistema políticos. Aquella atañe a una comprensión acerca de las dimensiones del tiempo, la comprensión de lo que sean y puedan ser los seres humanos, en fin, el vínculo entre la acción política en relación con la economía del universo.
Así las cosas, el tema se convierte, propiamente, en la pregunta por la “identidad” relativo a los procesos de integración del país en el mundo, de cara a los principales retos y problemas políticos y existencias, en los que, justamente, la geopolítica y la biopolítica saltan a primer plano. En toda la acepción de la palabra.
¿De qué no se trata?
El tema de la colombianía no es, en absoluto, cuestión de reacciones ante situaciones políticas, nacionales o internacionales, ni tampoco asunto de coyuntura en cualquier sentido. En otras palabras, es imperativo distinguir los temas y el significado relativos a la colombianíade aquellos vinculados con nacionalismo, chauvinismo o patrioterismo (“dolor de patria”) que son siempre esgrimidos por los sectores más retardatarios y fundamentalistas.
Por tanto, en el mismo sentido, el tema no tiene nada que ver con nostalgia y el llamado, abierto o tácito, a pasados mejores; que son, en realidad, el llamado a cuidados pre-cautelativos hacia futuros mejores y distintos a la historia sida hasta el momento. En el sentido cotidiano, se trata del rechazo a cualquier cosa semejante a “cualquier tiempo pasado siempre fue mejor”. Tanto más en un país en el que la historia ha sido tergiversada y se la han robado a los ciudadanos y comunidades (3). Exactamente en contraste con esta idea, se trata de recuperar lo que ha sido robado: recuperarlo hacia delante en el tiempo.
Colombianidad-colombianía
País de regiones –seis lo integran: atlántica, andina, pacífico, orinoquía, amazonía y la región insular–, Colombia es un país en el que la geografía define los comportamientos, el temperamento e incluso el carácter de sus habitantes. Sin ambages, en Colombia la geografía, para bien o para mal, define la historia. Para lo cual, entonces, hay que meterle mucha antropología y etnografía y mucha fenomenología e investigación acción-participativa (IAP), desde abajo, antes que derecho y administración pública, economía y finanzas, desde arriba. Y también a la ecología –natural y humana– tanto como a la biología (biología del paisaje, biología de poblaciones, por ejemplo). Pues desde arriba se crea, como ha sido efectivamente el caso, mucha violencia.
En Colombia hablar de Estado, o de nación, son abstracciones. Abstracciones o doctrina teórica foránea, importada acríticamente por académicos que fungen como embajadores ad hoc de autores y cosmovisiones que, ellos sí, pensaron su realidad, sin tener que importarla. En Colombia, en el mejor de los casos, existen formas estatales.
Esto es cierto, tanto más, en un país controlado, hasta la fecha, tradicionalmente por Bogotá, gestionado desde Bogotá. El tema centralismo-descentralización es una constante en las tensiones entre “la capital” y “provincia”, como se ha hablado siempre desde la antes fría Bogotá, y ahora más caliente por efecto del calentamiento del planeta. Caliente el clima, fría y, más distante, indiferente la gente. “Las regiones”, como se las llama eufemísticamente. “Tierra caliente” se dice en Bogotá, cuando se quiere salir de ella; hasta la fecha.
La geografía determina en Colombia los estados de ánimo, y los comportamientos. Geográficamente, tres cordilleras, llanos y selva, dos mares, muchos ríos, y la región insular. En muchos lugares, el mundo llega hasta donde llega la mirada, cortada por las montañas, majestuosas, dominantes. O bien, en los valles, la mirada alcanza hasta donde se encuentra el pie de monte. Con la excepción notable y hermosa de las zonas costeras, en donde la mirada se pierde, más allá del horizonte, allá donde se encuentran el mar y el cielo.
Y siempre, y cada vez más, el territorio. Con lo cual el entendimiento debe llenarse de mucha antropología y sociología, de mucha biología y ecología, antes que de derecho y política formal. Aquellas deben y pueden ser, en un país como Colombia, el nutriente de éstas. Pero no: en la historia nacional, el formalismo de la ley y la administración pública han imperado. Y con ello, con total seguridad, han sido generadoras de violencia. Supuesta, desde luego, la sempiterna inequidad y pésima distribución de la riqueza. Que Colombia sea uno de los países más inequitativos del planeta es la consecuencia, no la causa, del desconocimiento de temas y problemas fundamentales como: territorio, geografía. Y por definición, el territorio es una realidad siempre cambiante, que no se reduce a, ni se agota en, el espacio.
La historia ha sido aquella que dicta Bogotá. Y las demás se las llama aún “historia(s) regional(es)”. Es lo que se enseña en los colegios, y lo que se aprende, artificiosamente acerca de la nación colombiana. Con todo acierto, como lo señala con otro enfoque D. Brushnell: “Colombia, una nación a pesar de sí misma” (4). Es decir, de su gente.
En Colombia, desde abajo, se es santandereano antes que colombiano; o paisa antes que colombiano, o valluno, antes que colombiano, por ejemplo. Desde la comida y el temple de ánimo, hasta la vestimenta y la biografía. Pero luego se superpone la formalidad, que quiere cubrir y desplazar al territorio.
Peor aún, en el país existe, como dictado por la riqueza de la geografía física y humana, una perfecta asimetría entre las regiones. Y por consiguiente, un desconocimiento perfecto de la importancia del territorio. En contraste, los raizales y los campesinos, los indígenas y las comunidades locales saben más de la región y el territorio que lo que la mirada impersonal desde Bogotá lo pretende.
Una solución básica sería ir directamente a las comunidades y preguntarles. Conocer sus historias y prácticas, sus intereses y sus necesidades, y ante todo, sí: sus capacidades, que son infinitas, pues se enraízan en la fuerza misma de la vida. Etnografía e investigación acción-participativa (IAP), aquella que crea entre nosotros el Maestro O. Fals-Borda. Aquel sobre quien se echa un sonoro manto de silencio. Como, por lo demás, dicho de pasada, sobre Alfredo Molano, cuya obra es aleccionadora sobre el tema que nos ocupa.
En Colombia, el derecho –que es la gramática de la política– está artificiosamente construido ignorando la geografía y el territorio, y a expensas de ésta. Geografía humana y física, geografía social y sí: geografía política, entre varias otras.
¿El resultado? Un diagnóstico parcial puede expresarse en estos términos: Colombia como la ecuación que se resuelve en las relaciones entre gramática y poder, para pensar en la clásica fórmula de M. Deas (5). En otros términos: la imposición de las palabras sobre la realidad, de la forma sobre el contenido, de la apariencia sobre la realidad. Que son las raíces epistemológicas para una historia de violencia. Que no es historia ni es nada, sino exclusión, dolor, martirio. En nuestra América, Colombia es un ejemplo conspicuo de la violencia simbólica de la palabra.
Violencia que se expresa en la historia del siglo XX hasta la fecha como la cotidianeidad del estado de excepción. O estado de emergencia. Otro eufemismo. Y todo ello, al costo de que el Estado y la nación se superponen como realidades abstractas y abstrusas sobre las regiones y el territorio. Términos que para las “buenas conciencias” suenan a alternatividad y subversión teórica y conceptual. Cuando en verdad son la realidad misma del ser humano en el país.
Como auténtica y originariamente se expresa la gente: “mi barrio”, “mi pueblo”, “mi vereda”, “el vecino o la vecina”. El punto de vista local, o fontanal, desde donde se lee la biografía y los tejidos sociales en la mayoría del país. El mismo que funciona con base en relaciones informales, que son las que sostienen verdaderamente nuestra historia. La amistad, la solidaridad, el vecindazgo, la fidelidad, la lealtad, el amor. Esas que el derecho y la política formal no conocen. Y a pesar de las cuales se habla, se enseña y se implementan políticas públicas. “Políticas públicas”, horribiledictu en la historia de Colombia.
Desde abajo, por consiguiente, de cara a la comprensión o explicación de la colombianía, los lazos débiles son fundamentales antes que los lazos fuertes. Se denominan, en el contexto de la ciencia de redes complejas (una de las ciencias de la complejidad) como “lazos débiles” a la amistad y el vecindazgo, la solidaridad y el amor, la lealtad y la fidelidad; y como “lazos fuertes”, aquellos establecidos y/o garantizados por el derecho, la normatividad en general, la educación y los lazos militares y de policía. Como se aprecia sin dificultad, los lazos “débiles” son los verdaderamente robustos a la hora de construir aquello que genéricamente se denomina capital humano, capital social y capital intelectual. En una palabra, confianza, o conocimiento.
¡Debemos hablar de colombianía!
La colombianidad, por consiguiente, es más un aspecto cultural que formal y normativo. Enraíza en el folclor que es la verdadera esfera desde donde se nutren las artes y el pensamiento, y donde se arraiga la ciencia. El folclor, tan despreciado (en ocasiones) por las posturas (pseudo) intelectuales.
La colombianidad es el título de un problema, a saber: cómo el país ingresa a la historia, y en primer lugar, a la suya propia. Pero entrar a la historia no es, en absoluto, adentrarse en el pasado y ni siquiera volver (la mirada) al pasado. Por el contrario, entrar a la historia es lograr que generaciones futuras hablen de uno, de nosotros –incluido el presente y el pasado.
Colombia, esa gran desconocida para la población misma. En América Latina, la gran ausente en las políticas oficiales y sociales en la historia del país. Colombia, economía en vías de desarrollo, o emergente, cuyos análogos son ampliamente ignorados por la población. Para no mencionar el desconocimiento que del mundo y de la historia de las regiones del mundo se tiene en el país: la historia de África, como de Asia, de Oriente Medio o de la propia América Latina, por ejemplo. Debido al colonialismo cultural de corte anglosajón y eurocentrista, que si bien son importantes, no son los únicos, y hoy por hoy y hacia futuro, ni siquiera los centrales.
Hablar de colombianidad, o colombianía, significa poner claramente sobre la mesa, a plena luz del día, la idea de un proyecto-país. No ya únicamente un proyecto de una clase social, y ni siquiera de un sector económico preferencial. En términos de complejidad, se trata de plantear un problema-eje de tipo no jerárquico rígido, ni centralizado. Por el contrario, multinivel y multiescalar. Recuperar la riqueza de la cultura para afirmarla proyectándola en el escenario continental y mundial: las costumbres tanto como la idiosincrasia, el humor y la comida, las tradiciones y las historias, la música y las costumbres, la chispa y la “verraquera”, conjuntamente con las subculturas. Y todas alimentarlas en el diálogo con el mundo; de tú a tú. Eso: proyecto-país. Para lo cual, para mencionar un caso de manera puntual, Brasil es un verdadero ejemplo ante sí mismo y ante el mundo: ante el espionaje de que ha sido objeto por parte de la NSA y que abarca los gobiernos de Obama, los dos Bush y Clinton, ha pedido explicaciones y disculpas por escrito. Un gobierno que habla de tú a tú con el mundo. Y que se gana el respeto, la legitimidad y el orgullo nacional y del continente, por ejemplo.
O también, Brasil, un país que se encuentra en negociación con el mundo con respecto a su propio sistema de producción e impacto del conocimiento. Para no mencionar el proyecto-país “Prometeo” de Ecuador, que, ya implementado le permitirá tener en el 2017 10.000 (diez mil) doctores – Ph.D. Algo inimaginado en Colombia.
Un proyecto-país: un motivo para sentirse orgulloso de la propia historia y cultura, de toda nuestra gente, más allá de manipulaciones de orden mediático. Algo perfectamente distinto y en la orilla opuesta a esa veleidad que es la “marca país”, un asunto de puro mercado.
El orgullo: poder mirar de frente, de igual a igual a los otros como a sí mismos, y reconocer al mismo tiempo las falencias y las posibilidades. Sin tener que agachar nunca más la cabeza. Un asunto de dignidad.
Proyecto país. Existen dos formas de incorporar estas reflexiones a la agenda en curso. De un lado, de cara a las elecciones del próximo año, sería a todas luces conveniente que lo mejor y más destacado de los candidatos pudieran recoger el tema de la colombianidad como una bandera que pueda convertirse en política nacional, y no únicamente en un asunto de coyuntura. Y de otra parte, dependiendo del buen curso de las negociaciones en La Habana, el tema puede incorporarse como un horizonte en el futuro inmediato.
De cualquier manera, una cosa es clara: la construcción de la colombianía no es asunto de mirar al pasado y encontrar en éste los motivos para la identidad nacional. Por el contrario, la identidad nacional es un asunto de construcción hacia el futuro. No sin el pasado, pero, si llega a ser necesario, a pesar o en contra de éste. Al fin y al cabo, es el presente el que le otorga sentido al pasado, en el proceso de construcción y posibilitamiento de futuros. La colombianidad, pues, es el problema mismo de la construcción de una historia sin exclusiones, sin ventajas, y con un claro sentido social y cultural. La política se pone al servicio de la sociedad y la riqueza cultural del país. El tema está pendiente de resolución y nos concita a cuantos habitamos el territorio llamado Colombia.
1 Cfr. C. E. Maldonado, Significado e impacto social de las ciencias de la complejidad, ediciones Desde Abajo, Bogotá, 2013.
2 Cfr. http://www.colombianistas.org
3 J. Goody, The Theft of History, Cambridge University Press, 2007.
4 Bushnell, D., Colombia. Una nación a pesar de sí misma, Ed. Planeta, Bogotá, 1996.
5 Malcolm Deas, Del poder y la gramática. Y otros ensayos sobre historia, política y literatura colombiana. Tercer Mundo Editores. Bogotá, 1993.
*Profesor titular Facultad de Ciencia Política y Gobierno, Universidad del Rosario.