Home Ediciones Anteriores Edición impresa N°121 Poder y Gobierno. La política de la Historia

Poder y Gobierno. La política de la Historia

Poder y Gobierno. La política de la Historia

La voluntad política ha demostrado que un apoyo decidido a investigadores, artistas y escritores es capaz de generar vanguardias que logran luego un impacto positivo en la sociedad más allá de las fronteras geográficas e históricas.

 

Colombia se encuentra tocando las puertas de la OCDE (Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico). Las cinco locomotoras del gobierno avanzan a pasos desiguales, y por caminos perfectamente distintos. La innovación pasó con este gobierno de Colciencias a Planeación Nacional y Proexport, lo cual es altamente diciente. A pesar de la ley de regalías y de algunos pocos desembolsos muy generosos, la ciencia y la tecnología no son prioridad del gobierno o del Estado. Y aunque nunca ha sido confirmado de manera oficial es públicamente conocido que el presidente Santos desea pasar a la historia – por cualquier motivo. Oportunidades no faltan, pero para ser realistas y gobernar con mentalidad de estadista, hay que reparar la historia, y el presente. No hay que olvidar que Colombia es el segundo país en inequidad social en el mundo, el segundo en desplazamiento forzado, uno de los peores países en términos de impunidad jurídica, en fin, uno de los más destacados en corrupción y ausencia de transparencia.

 

Sin olvidar tales realidades, con un presente siempre a la mano, y un pasado revisado de manera juiciosa, cabe tomar en cuenta que, dicho genéricamente, existen tres clases de políticos o gobernantes: de un lado están los que se acercan el poder o lo usan en beneficio propio. Las prácticas del nepotismo, la mentira, el enriquecimiento rápido (que es, por definición, generalmente ilícito) y hasta la connivencia con el crimen caracterizan a este primer grupo. Esta clase de políticos pasan a la historia como simples anécdotas o con la lección moral de lo que no se debe ni se puede hacer. De otro lado, con seguridad los minoritarios, están los que tienen vocación de servicio, ualtruismo, espíritu crítico e independiente, y carecen de las llamadas maquinarias. Sin embargo, al cabo, puede resultar que estos pueden ser factores de liderazgo y cambios importantes a mediano o largo plazo. Finalmente, el tercer grupo son aquellos que hacen contribuciones significativas a la historia de la cultura y de la civilización humana y que logran trascender las fronteras de lo local, lo regional o lo nacional. Sin dificultad, numerosos presidentes y gobiernos en América Latina pueden situarse en esta tipología.

 

En un pasaje puntual, el famoso matemático Henri Poincaré (1854-1912) afirmó que los grandes políticos, gobiernos y sistemas logran pasar a la historia por sus contribuciones en dos campos: según la ciencias y las artes que han hecho posibles con sus acciones y decisiones. Siendo francés, el desarrollo de las artes y las ciencias implica necesariamente el reconocimiento de las humanidades y la cultura en el sentido más sublime de la palabra, esto es, civilizatorio. Pues bien, son esta clase de políticos los que puede decirse que contribuyen a, o configuran la, política de la historia.

 

Presento a continuación seis ejemplos conspicuos de políticos del tercer tipo, todos diferentes entre sí tanto como en su importancia frente a la historia. Otros ejemplos pueden ser considerados pero éstos son, con seguridad, los más evidentes para ilustrar el propósito de estas consideraciones.

 

Desde luego que no hay gobierno ni sistema político perfectos. En efecto, sin buscar mucho, detrás de estos cinco referentes pueden encontrarse numerosos motivos de rechazo. Varios de ellos, por ejemplo, como muchas veces en la historia, han emprendido guerras en nombre de la paz (¡?). Ese ha sido llamado en numerosas ocasiones con el nombre de “guerras justas” (un oxímoron, particularmente cuando se lo mira desde el ángulo de los derechos humanos).

 

El punto es que dada la escasa o nula densidad temporal de la política y de los políticos –un argumento que se debe a I. Wallerstein- (“la política es una ciencia del presente”), no son las obras de tipo faraónico, por ejemplo, –esto es, grandes construcciones civiles y de edificios- los que son importantes cuando se piensa en la historia, e incluso, más radicalmente, tampoco son las victorias militares las que son decisivas frente al peso de la historia. Con Poincaré, se trata de la forma como la política logra enriquecer gracias a la ciencia, las artes y la cultura en general, la vida cotidiana de los individuos de tal manera que emerge una nueva forma de vida que se erige como ejemplo o paradigma para otras naciones o pueblos. Lo contrario es llano imperialismo y vasallaje, los cuales, a los ojos de Poincaré, terminan por ser simplemente episódicos. La política de la historia consiste, en suma, en las acciones y decisiones políticas –por ejemplo gubernamentales, económicas, sociales o militares- que constituyen claramente elementos civilizatorios.

 

Ahora bien, entrar a la historia no es entrar al pasado, sino lograr que generaciones futuras hablen de uno –tesis originaria del filósofo francés M. Merleau-Ponty. Con ello, es el diálogo intergeneracional y, principalmente, transgeneracional el que se revela como verdaderamente decisivo para determinar el valor de una política determinada. La historia no solamente da o quita razón, sino que termina por poner de manifiesto, gracias a la distancia del tiempo, los verdaderos hechos, decisiones y valores de un régimen político.

 

En este sentido, interrogado acerca de lo que pensaba acerca de la Revolución Francesa de 1789, el antiguo dirigente chino Zhou Enlai respondía: “es demasiado pronto para juzgar”.

 

Desde luego, no se trata de pensar aquí en términos causales; por ejemplo: la política causa la ciencia y las artes que contribuyen a civilizar a los seres humanos y a las sociedades. Se trata, más bien, de cómo la política contribuye a generar todas las condiciones propicias para el buen desarrollo de las artes y la ciencia.

 

Sin embargo, esto se dice fácilmente. En verdad, como es sabido, la ciencia implica, de un extremo a otro, un ejercicio de libertad y crítica sin límites. Así, en la Grecia antigua, la ciencia y la filosofía surgen siempre en la plaza pública, en la discusión de los asuntos más sensibles a la sociedad, pidiendo constantemente y aportando a su vez razones, argumentos, demostraciones (logos dídomai, en griego). Constantino El Grande, crea la paz en condiciones adversas –desplaza a un segundo plano la famosa pax romana: paz por medio de las armas- y permite una de las muy contadas veces en que las religiones más importantes han coexistido pacíficamente. Los Borgia simple y llanamente contribuyen a romper el peso del medioevo (= léase autoridad, autoritas) y dan lugar al humanismo renacentista en toda la línea de la palabra, sin el cual no será posible, en absoluto, la entrada a la Modernidad. Y por su parte, los Habsburgo propician activamente un sistema social y cultural de libertad de pensamiento, libertad de investigación, libertad de creación en la que lo verdaderamente definitivo era la calidad de las obras producidas, según el campo y el caso.

 

De esta suerte, de manera franca, la política de la historia es aquella que define a la política no de cara al poder y al Estado (la ciudad-estado Atenas, Constantinopla o Bizancio, Florencia o el imperio centrado en Viena, por ejemplo), sino hacia la sociedad. El disfrute de la belleza y la armonía, la inteligencia de la investigación, los buenos argumentos y las buenas obras es algo que va de la mano con espacios como la creación de los museos, salas de discusión, canales de información y conocimiento, en fin, más y mejores condiciones de vida. Al fin y al cabo, la ciencia y el arte aportan un prestigio que el simple dinero, las armas y el poder no pueden comprar y sobre todo garantizar. Se trata, en suma, del prestigio del conocimiento propiciado por condiciones económicas, políticas y sociales que permiten que la política adquiera una densidad temporal significativa. Pues bien, de acuerdo con Poincaré, el arte y la ciencia –en el sentido al mismo tiempo más amplio y fuerte de la palabra- le otorgan a la política densidad temporal. En una palabra: se trata de la humanización de la política, una práctica esencialmente permeada por intereses, traiciones, sospechas en la que, como es sabido desde hace tiempo, no hay amigos, sólo aliados.

 

Una política de la Historia encuentra, por tanto, en los artistas, pensadores, escritores, investigadores, filósofos y científicos, su mejor y más clara expresión. Esto, desde luego, no implica ni una intelectualización ni tampoco una elitización de la vida social. Todo lo contrario. La complejidad de la sociedad civil consiste, al fin y al cabo, en el carácter civil de la sociedad y, no en último término, esta civilidad apunta a la idea misma de civilización como alimento de la vida y creación de oportunidades y siempre mayores grados de libertad.

 

Desde luego que los políticos pueden aspirar a entrar a la historia, la ambición del presidente Santos no es excepcional, pero sí debe tomar nota que muy pocos lo han logrado. La mayoría, aquí y allá, termina como episodios, anécdotas y herramientas de decisiones que se han tomado en otros lugares desconociendo la vida social y cultural de los propios pueblos. O bien, lo que sucede es que son instrumentos de estructuras y fuerzas, por definición inhumanas y anónimas.

 

Una mirada a la historia siempre es conveniente y necesaria, a condición de que no se la entienda, como sostenía Nietzsche, con la historia monumental. La dificultad consiste en que, en los tiempos que corren, la historia es una disciplina políticamente incorrecta. Pero no hay que ser historiador para reconocer la inteligencia y sutileza de la historia. Un matemático como Poincaré podía tener una mirada sensible hacia esa relación difícil entre la política y la historia, por ejemplo.

 

Hoy por hoy la política es geopolítica, y así, en un mundo crecientemente globalizado e interdependiente la capacidad de los gobiernos y los Estados estriba, de cara a la política de la historia, en la creación de condiciones con siempre mayor y mejor calidad de vida y en el posibilitamiento y la exaltación de la vida, con dignidad como políticas sociales y de conocimiento: políticas educativas, de apoyo a las artes, de promoción de ciencia y tecnología, en fin, del reconocimiento de que hoy, por primera vez, la información y el conocimiento son libres. Pues bien, la dignidad y la calidad de la vida pasan por, y se fundan en, la cultura, las artes y la ciencia que los gobiernos y los estados hayan hecho posible como bienes al alcance de todos. Seis ejemplos o referentes –y varios más podrían mencionarse- son los gobiernos de Solón, Pericles, Constantino, Mansa Musa, los Borgia, el período Edo o los Habsburgo. 

 

 


 

 

Solón y Pericles

Fueron los padres del concepto occidental de democracia, políticos liberales, diríamos hoy. Gobernaron Atenas y Grecia entre los siglos VI y V a.n.e., después de la caída de los eupátridas, que eran la nobleza griega, terratenientes. Solón era poeta y fue considerado como uno de los siete sabios de Grecia. Bajo el gobierno de Pericles se desarrollaron ampliamente las artes y la literatura, y algunos de los nombres destacados en sus gobiernos y que forman parte ya de la historia son: Hipodamo de Mileto (arquitectura), Protágoras (filosofía), Herodoto (historia), Sófocles y Eurípides, Aspasia de Mileto (quizás la primera mujer importante en el desarrollo de la vida cultural en Atenas). Inauguran el período de la Grecia Clásica, y con ella, lo mejor de la ciencia y la filosofía del mundo antiguo.

 

Constantino (272-337)

Fue el emperador que fundó Constantinopla, posteriormente Bizancio y actualmente Estambul. Gracias a él el cristianismo se expandió de manera magnífica en la geografía tanto como en la historia debido, particularmente, a su convocatoria del Concilio de Nicea. Sin su obra, todo el apogeo posterior de Bizancio no habrían sido posibles, y que constituye uno de los iconos de la cultura y la civilización humana occidental.

 

Mansa Musa (1280-1337)

Durante su gobierno, del imperio Malí (África), que cubría el imperio de Ghana, Mande y las áreas aledañas, existió la más grande e importante biblioteca de África después de la de Alejandría, ubicada en la Universidad de Sankoré. Timbuktú era el centro de una muy animada vida centrada en las artes, la ciencia y las religiones. La literatura era una de las áreas más cuidadas de la cultura. Sin ninguna duda, los científicos de Timbuktú sabían más y mejor ciencia que los contemporáneos en Europa y tenían conocimientos en astronomía que sólo alcanzaría 200 años después Galileo. Como muchas veces ha sucedido, esta historia de África ha sido ignorada y menospreciada.

 

Los Borgia

Familia de origen de clase media, es gracias a ella que se conoce en la historia el concepto mismo de mecenazgo, es decir, el apoyo liberal a las artes. Hicieron posible el Renacimiento, en toda la acepción de la palabra. Gracias a su apoyo fueron posibles Miguel Angel, Tiziano y el Bosco y, ante todo, Leonardo Da Vinci.

 

Marsilio Ficino fue el filósofo más destacado de este período. Surge el humanismo renacentista. Es imposible hablar de la familia de los Borgia sin tener en cuenta al mismo tiempo a la familia de los Medici.

 

Japón: Período Edo

El shogunato Tokugawa (1603-1868) constituye, con seguridad, un ejemplo claro del apoyo a las ciencias y las artes en Japón. El cristianismo es expulsado del país a favor del neo-confucionismo. Es un período largo de paz, desarrollo económico y prosperidad social en el que el dibujo Ukijo-e logra ocupar un lugar propio en la historia del arte universal. Las ciencias se ven altamente favorecidas: en particular la medicina, las ciencias naturales, la astronomía y la física. Las matemáticas logran un impulso fundamental (wasan) (Kowa Seki desarrolla claros elementos del cálculo infinitesimal). El bushido logra sólidas bases y desarrollos, y surge el más grande poeta japonés de todos los tiempos: Bashô. El teatro y la música son ampliamente acogidas y se proyectan en la historia: notablemente el kabuki y bunraku. El budismo y el sintoísmo conviven con el neo-confucionismo y sientan las bases de la fuerza espiritual de Japón hasta nuestros días.

 

Los Habsburgo

La rama de los Habsburgo que aquí nos interesa es que da lugar al imperio autro-húngaro (1867-1919). Durante esta monarquía surge la Escuela de Viena, la estética de Schönberg, Berg y Webern, esto es, el tránsito de la música tonal a la atonal. Se crea y se desarrolla el Círculo de Viena, fundado por M. Schlick con la participación activa de Wittgenstein, Popper, R. Carnap. O. Neurath (todos en filosofía), K. Gödel, A. Tarski (ambos en lógica), S. Freud (psicoanálisis), H. Reichenbach (filosofía de la ciencia), y que corresponde en realidad a la concepción científica del mundo. En arte se destacan principalmente G. Mahler (música), Schiller y Kokoshka (pintura), además de Lukacs (filósofo marxista), E. Husserl (fenomenología). Una de las fuentes culturales de este estallido científico y artístico fue J. Buckhardt, un autor destacado en la historia de la cultura y de las ideas. En un sentido más amplio, con anterioridad de allí habrían de surgir genios como Haydn, Mozart y Beethoven.

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