Home Ediciones Anteriores Artículo publicado N°133 ¿Por qué el Llano está en llamas?

¿Por qué el Llano está en llamas?

¿Por qué el Llano está en llamas?

La sequía que desde hace algunos meses afecta al departamento del Casanare, con la muerte, por miles, de variedad de especies que tienen estas tierras como su hábitat natural, recuerda a quienes habitan Colombia que después de la India, el nuestro es el segundo país en todo el mundo con más conflictos ambientales –72–, los que afectan a 7,9 millones de personas.

Lo más terrible se aprende enseguida y lo hermoso nos cuesta la vida.
(Silvio Rodríguez, “Canción del elegido”).

 

Retratos versus realidades

 

En El retrato de Dorian Gray, la popular novela de Oscar Wilde, los continuos y repetidos actos perversos del villano se van plasmando, en forma de horrendo deterioro estético, en el retrato que un pintor ha hecho del infame personaje; al final de largas décadas, el malestar queda trasladado al cuerpo del malévolo, quien acaba de un tajo con su vida.
Literatura y realidad. Hoy los mal llamados desastres naturales (que no son otra cosa que los errores humanos en materia de ocupación y uso de la naturaleza), son tan plenos y abundantes que contrastan con cuadros fantasiosos (ficciones de crecimiento, desarrollo y prosperidad), desnudando la mentalidad árida de moral y sensibilidad que ostentan tanto tecnócratas como los dirigentes políticos.

En el mundo en que vivimos, en particular en ese trozo de geografía privilegiada por la naturaleza llamada Colombia, podemos constatar –y padecer– un conjunto de horrendos deterioros y desastres ambientales: paisajes degradados hasta la casi destrucción en virtud de su extrema aridez, en departamentos norteños como Guajira, Córdoba y Cesar, gracias a la megaminería del carbón y del níquel allí practicada desde hace varias décadas; parajes dantescos, con aire y agua fétida y envenenada, en municipios que como Segovia y Marmato, cargan con varias generaciones de gente consagrada a la inclemente explotación aurífera; cauces acuáticos abortados para la construcción de represas como El Quimbo e Hidrosogamoso, destinadas para la generación de energía eléctrica; ríos y selvas transformados en enormes cloacas, gracias a la masiva extracción de oro por parte de mineros ilegales, informales y barequeros en el Chocó, y así, sucesivamente, hasta culminar esta corta lista con el ultra-contaminado río Bogotá, los nevados del Tolima y del Ruiz con declinantes porciones de nieves perpetuas, y el daño ambiental de la última temporada: la sequía del Casanare.

De acuerdo con el ambientalista Manuel Rodríguez (1), la temporada seca del Casanare no es inusual, y son dos las causas principales del desastre: i) la deforestación de bosques y páramos en donde nacen los ríos del Casanare y de la Orinoquia; y el drenaje irresponsable de humedales en los llanos, al igual que la destrucción de morichales en aras de la agroindustria (cultivos de palma africana y teca) y ganadería; ii) la extracción y transporte de petróleo.

Ocasionalmente sectores sociales, caracterizados por llevar vidas más sanas, austeras, sencillas, aferradas al ritmo de la naturaleza (quienes expresan el denominado ecologismo de los pobres), deciden protestar y expresar sus voces de alerta, advertencia e inconformidad ante estas circunstancias que afectan en primera instancia a la naturaleza y en segunda instancia a quienes conviven con ella. Por desfortuna no todos los desastres ambientales son objeto de protesta ciudadana, y muchas veces la movilización social llega una vez el daño ambiental está consumado.
La información disponible procesada por académicos colombianos de la Universidad del Valle, y la organización Environmental Justice Atlas (http://www.ejatlas.org/) muestra que, después de la India, Colombia ocupa el segundo lugar en el mundo con más conflictos ambientales: reportando 72 conflictos ambientales que afectan a unas 7.9 millones de personas; conflictos ocasionados por la reprimarización económica del país (política extractivista), principalmente en sectores como minería de carbón, petróleo, oro, y agroindustria (palma aceitera y caña de azúcar).

 

El engañoso retrato del crecimiento y progreso ilimitados

 

El pensamiento moderno, cuyos cimientos fueron colocados por Bacon, Descartes, Galileo, Newton, Turgot, Smith y Locke, está basado en una fe en el progreso y crecimiento ilimitados, lo que contradice visiones del mundo proféticas de futuros decadentes (como las expectativas de griegos y cristianos), y en contravía de la evidencia empírica que encuentran los estudiosos y observadores de la naturaleza. Las advertencias de Ricardo sobre la finitud de la tierra (al menos en su extensión) y de Malthus (sobre el crecimiento exponencial de la población en relación con el incremento aritmético de los recursos naturales), rápidamente fueron olvidadas por legiones de economistas que profesan la fe del progreso ilimitado.

Ante esta constante, no puede olvidarse que vivimos en un mundo de apariencias y la tarea de conocer nos reta a despellejar la realidad misma, tal como hacen los fotógrafos honestos que captan las flagrantes imperfecciones de las divas tras bambalinas, o como hacen quienes enseñan anatomía con cadáveres disecados (la mundialmente publicitada exposición our body).

Dentro de estas lógica, no hay que olvidar que los economistas modernos suponen la existencia de crecimiento, producción y productividad porque enfocan, tramposamente, sus lentes en una dimensión del proceso económico –la cantidad de bienes y servicios, en forma de arsenales de mercancías–, que resultan de la arbitraria posesión –rentas y capital– y del trabajo humano, pero sin tomar en cuenta los insumos naturales usados y transformados (degradados).
Justamente, el lente de la economía ecológica cuestiona la existencia de crecimiento y productividad, pues permite examinar la cantidad de insumos (llamados recursos naturales renovables y no renovables) empleados y desgastados en el proceso productivo a lo largo del tiempo (2).

Los tecnócratas del llamado mundo desarrollado, con economías intensas en industria (sector secundario) y servicios (ciencia y tecnología más que todo en informática, robótica y biotecnología), cuentan como producción el arsenal de bienes y servicios que vomitan, con celeridad, sus industrias. Para el caso colombiano, la embotada tecnocracia local usa un ícono de la revolución industrial inglesa (la locomotora), y osa hablar de producción minero-energética para referirse al extractivismo (o reprimarización de la economía). Con torpeza interesada los técnicos, políticos y opinadores criollos llaman producción y crecimiento a lo que es su antítesis, esto es, al declive y deterioro ambiental causado por la extracción sistemática y acelerada de minerales y energías de los suelos nacionales.

 

Economía de vitrina e imperio de la abstracción

 

De esta manera, basados en la teoría neoclásica, los modernos tecnócrata ofrecen un modelo de valoración económica funcional y armónico con los intereses de sus codiciosos empleadores, en los sectores público y privado e, indirectamente, las hordas de consumidores ávidos de nuevos arsenales de mercancías. La totalidad de lo existente, sea artificial o natural, lo clasifican en conjuntos de bienes o servicios, claramente diferenciados (por ventaja competitiva), independientes y mutuamente excluyentes (abstrayendo los flujos e interacciones no internalizadas en el sistema de precios, y las llamadas externalidades). En este orden de ideas, el tomador de decisiones valora las mercancías (como si estas fuesen exhibidas, aisladamente en los anaqueles de gigantescas vitrinas), y su escogencia está programada por la infalible lógica de la utilidad marginal: altos valores para lo raro y escaso (aunque trate de mercaderías inútiles o con ínfimo valor de uso, como el oro) y bajos valores (si las mercancías en cuestión son en “extremo” abundantes ante sus ojos, aunque estas sean tan vitales como el agua y el aire).

De tan citadina, superficial y fatua valoración económica, existen tres ejemplos en nuestro medio:

Quienes diseñaron la actual Constitución nacional, suponían que la naturaleza se podría cortar en metros sin consecuencias dramáticas (como lo hacen los vendedores de telas) y, entonces, se podría separar el subsuelo (propiedad del Estado) del suelo (propiedad de los ciudadanos). Hoy, para efectos prácticos, tal diseño constitucional sirve a los intereses del gobierno de turno (que le apuesta a la minería) y a diversos gremios mineros, y deja los derechos ciudadanos al hábitat (y ordenamiento territorial autónomo) en el aire, como en la popular canción “Te voy a hacer una casa en el aire”. En los últimos meses toma forma un pulso entre gobernantes y ciudadanos sobre este tema, que el investigador César Rodríguez interpreta así: “Si se estudia lo que decidió la Corte, la conclusión es que, antes de autorizar un proyecto minero, el Gobierno Nacional debe llegar a un acuerdo con las autoridades de los municipios del proyecto. Y los ciudadanos pueden transmitir su opinión a esas autoridades mediante consultas populares como las que se han hecho en Tauramena (Casanare) y Piedras (Tolima) y se están planeando en otros lugares […].” (3).

La Ministra de Ambiente, en pleno uso de sus facultades de pensamiento (utilitarista), no muestra preocupación por la muerte de unos 20.000 chigüiros en Casanare, pues tal especie “no está en vía de extinción”.

Ministros (no sólo de minas y energía) sino, además, políticos y opinadores, al abordar este tipo de problemáticas incurren en dos aberrantes falacias: suponer que producimos minerales y energías (como quien emite estampitas o billetes) y, además, que la extracción de tales recursos no afecta la tierra o el agua, como si se tratara de tomar, de manera inofensiva, un artículo de la estantería de un centro comercial.

 

Con la extracción minero energética regalamos el agua (4)

 

Más de un 70 por ciento del planeta está cubierto por agua, sin embargo 97.5 por ciento de esta es salada, y sólo un 2.5 es agua dulce. Un 70 por ciento del vital líquido se encuentra congelada en los polos, y en profundos pozos (gran parte de los cuales no pueden aprovecharse por parte de los seres humanos). Menos de un 1 por ciento del agua dulce (el equivalente a 0.007 por ciento del total de ésta en todo el planeta), es accesible para usos humanos: el agua de lagos, ríos, reservorios y algunos subterráneos (5).

La extracción de energías, al igual que la de minerales, depende de agua, sin tal líquido sería imposible la construcción y funcionamiento de hidroeléctricas; también sería imposible extraer, procesar y transportar combustibles fósiles (carbón y petróleo); y, obviamente, no se podría proceder al cultivo de biocombustibles.

En materia de extracción minero-energética (como de otras actividades humanas como la agricultura, la construcción y el uso doméstico), los flujos de agua sufren tres facetas: el flujo de agua retirada o extraída de su fuente (lago, río, pozo, etcétera); la cantidad de agua consumida (que no regresa más a su fuente y, por lo tanto, ya no está más disponible); y los retornos de agua que se devuelve a la fuente pero cargada de contaminación y venenos, lo que también la convierte en recurso no disponible para consumo humano y animal.

En términos agregados, para el 2010, la cantidad de agua retirada de su fuente para procesos de extracción energética se estimó en 583 billones de metros cúbicos (bcm), la cual es un 15 por ciento del total de agua retirada. De tal cantidad, el total de agua consumida fue de 66 (bcm).

En ciertas actividades extractivas, la casi totalidad de agua extraída es consumida –cuando no cargada con contaminantes y venenos. Así las cosas, para refinar y extraer petróleo se consumen 103 litros de agua por toe (medida equivalente a una tonelada convencional de petróleo).

Para cultivar biocombustibles basados en palma aceitera, soya, maíz, y caña de azúcar (los cuales se usan para mover motores y no para alimentar seres humanos), la cantidad de agua perdida oscila entre 104 y 107 litros por toe. Esto significa que los países perdidamente extractivistas, como Colombia, regalan decenas de litros de agua por cada gramo de oro, litro de petróleo, libra de carbón, o arroba de biocombustibles que exportan.

El mundo al revés. En el inverosímil relato de Oscar Wilde, el malévolo Dorian Gray tuvo éxito en su macabra empresa hasta cuando alguien descubrió la magia de su encubrimiento. En el mundo real corresponde a los intelectuales indignados correr el velo y permitir al conjunto social observar el verdadero cuadro de su territorio, salpicando las pulcras y asépticas páginas de sus farragosos informes con el fango de la terrible realidad, destruyendo de esta manera el embeleco urdido por tecnócratas, publicistas y políticos. 

 

1 Rodríguez, Manuel. 2014. “Tragedia ecológica en el Casanare”. El Tiempo. Marzo 29: http://www.eltiempo.com/opinion/columnistas/manuelrodriguezbecerra/ARTICULO-WEB-NEW_NOTA_INTERIOR-13750897.html
2 Mayumi, Kozo. 2012. The Origins of Ecological Economics: the Bioeconomics of Georgescu-Roegen. Routledge Paperbaks.
3 Rodríguez, César. 2014. “¿Quién decide sobre la minería?”. El Espectador. http://www.elespectador.com/opinion/quien-decide-sobre-mineria-columna-479969
4 Esta sección se fundamenta en el informe: International Agency Energy. 2012. Water for Energy: Is energy becoming a thirstier resource: http://www.worldenergyoutlook.org/resources/watenergynexus/
5 Ver: http://www.globalchange.umich.edu/globalchange2/current/lectures/freshwater_supply/freshwater.html

* Profesor principal, Facultad de Ciencias Políticas y Gobierno, Universidad del Rosario

 

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