Rehacer Europa

Donald Tusk, presidente del Consejo Europeo, debe arrepentirse de haber asimilado un eventual voto negativo de los británicos a un “inicio de destrucción no sólo de la Unión Europea (UE) sino también de la civilización europea” (1). Sin embargo, la victoria del Brexit representa un fuerte golpe para todo el Viejo Continente.

Porque esta vez va a ser difícil ignorar el sufragio universal apoyándose en una clase política impugnada por el resultado del referéndum del 23 de junio para remendar un acuerdo rechazado por el pueblo. Nadie imagina en Londres una negación democrática tan flagrante como la que fue perpetrada en Francia y en los Países Bajos después del voto negativo de mayo y junio de 2005 sobre el Tratado Constitucional Europeo. También es dudoso que a los británicos se los pueda tratar con el desprecio que se trató a los griegos, que, como respuesta a su pedido de reorientación del rumbo de la UE, fueron asfixiados financieramente y obligados a aceptar una purga social con desastrosos efectos económicos (2).

 

 

Un gran mercado

 

En 1967, el general De Gaulle se opuso a que el Reino Unido ingresara en la Comunidad Europea porque rechazaba “la creación de una zona de libre comercio en Europa Occidental, en función de la zona atlántica, que le quitaría a nuestro continente su propia personalidad”. De todas maneras sería injusto imputarle sólo a Londres la responsabilidad de semejante supresión, dadas las complicidades que encontró en Berlín, París, Roma, Madrid… A punto tal de que no se entiende demasiado cuál es la “personalidad”, cuál es la especificidad que aún defiende la Unión Europea (Cassen, pág. 20). De hecho, resulta esclarecedor que, para intentar evitar la salida del Reino Unido, la UE haya aprobado sin mayores dificultades una disposición que hubiese suspendido las ayudas sociales para los trabajadores de otros países europeos, y otra que le hubiese otorgado una protección reforzada a los intereses del sector financiero.

Proyecto de elites intelectuales nacido en un mundo dividido por la Guerra Fría, la UE se perdió hace un cuarto de siglo una de las grandes bifurcaciones de la historia, otro proyecto posible. La caída de la URSS le ofrecía al Viejo Continente la oportunidad de volver a fundar un proyecto capaz de satisfacer la aspiración de los pueblos a la justicia social y a la paz. Pero hubiese sido necesario no tener miedo de deshacer y reconstruir la arquitectura burocrática erigida subrepticiamente por fuera de las naciones, cambiar el motor librecambista de esta máquina. La UE le habría opuesto entonces al triunfo de la competencia planetaria un modelo de cooperación regional, de protección social, de integración por lo alto de los pueblos del ex bloque del Este.

Pero en vez de una comunidad creó un gran mercado. Lleno de comisarios, de reglas para los Estados, de castigos para los pueblos, pero completamente abierto a la competencia desleal para los trabajadores. Sin alma y sin mayor voluntad que la de complacer a los más acomodados y a los mejor conectados de las plazas financieras y las grandes metrópolis (3). La UE ya sólo alimenta un imaginario de penitencias y austeridad, inevitablemente justificado por el argumento del mal menor.

No se tomará conciencia de la dimensión de la protesta que acaba de expresar el voto británico calificándolo de populismo o de xenofobia. Tampoco es recortando aun más las soberanías nacionales a favor de una Europa federal que casi nadie quiere que las elites políticas autistas y desacreditadas van a responder al enojo popular que acaba de liberarse en Reino Unido, y que crece en los demás países… 

 

1 “Brexit could threaten western political civilization, says EU’s Tusk”, BBC World, 13-6-16.
2 Véase “La Europa que ya no queremos”, Le Monde diplomatique, edición Cono Sur, agosto de 2015.
3 El voto de clase se confirma. Véase “EU referendum results in full”, www.theguardian.com

*Director de Le Monde diplomatique.
Traducción: Aldo Giacometti

 

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