Escrito por Carlos Gutiérrez Márquez
Oscar Pinto, Máscara , 40 x 60 cm (Cortesía del autor)
¿Es ficción o es realidad? Salgo de los minutos del duermevela, ese interregno entre el sopor profundo de la noche y el aprestamiento para el día y logro el tránsito al baño. Me miro en el espejo y veo cómo mis ojos se abren hasta un tamaño descomunal, como nunca los había visto: parecen salidos de órbita. No es para menos. Mi rostro está transformado, ya no es el mismo que apreciaba cada día a la hora del aseo; ahora, cubierto de erupciones –por momentos similares a las de la viruela aunque más grandes, en ocasiones como ganchos–, parece no pertenecerme y sí a otra persona.
No puede ser, me digo. ¿Qué me ocurre? Acerco mi rostro al espejo, esperando detallar con claridad estas erupciones y me asombro al ver los contornos que ahora forman mi cara; entonces muevo la luz de una bombilla y la dirijo hacia lo que quiero apreciar con más claridad: descifro lo sucedido, tomo aire y, sin que me abandone la sorpresa murmuro: pareces el covid-19, sin duda; ahora tienes su rostro.
Sin dejar de mirarme al espejo, me palpo el semblante, siento sus ondulaciones y me doy ánimo, al mismo tiempo pienso: tanto aluden al virus por todos los medios, que he terminado por hacerme parte del mismo; sin duda, una reacción defensiva, mental y corporal, para neutralizar la insensatez que nos aturde a toda hora: “guarde la distancia”, “no salga”, mensajes con la clara intención de generar pánico, de hacer sentir la muerte cada vez más cerca en caso de salir, en caso de no guardar los dos metros de distancia –imposible en el transporte en que voy al trabajo–, de no mantener un grifo al lado del escritorio para lavarme las manos regularmente o de no cumplir el mandato de la bioseguridad.
Respiro hondamente, como queriendo reunir fuerza; impido que la desazón me gane, que los pensamientos dantescos sobre la evolución de la pandemia se impongan, y una nueva inquietud me asalta: ¿será que de tanto escuchar sobre el covid-19, de tanto sentir que nos acecha en uno u otro lugar, con el dato de amigos y conocidos que no lo resistieron, como mecanismo defensivo terminé por infiltrarlo y asimilarme en su cuerpo? Y si así fuera, ¿será que ya estaré inmunizado? ¿Será que de tanto escuchar noticias nefastas he terminado por insensibilizarme ante su potencial riesgo? ¿Será esto o será una avistada ficción proyectada sobre el espejo en que se refleja mi rostro-covid?
¿Será el efecto de un año de martilleo mediático, de pánico, de anuncios mortuorios, o será el simple efecto del eco generado por la creciente del llamado tercer pico, propiciado por negociantes, comerciantes y gobernantes, todos azuzando para que no dejáramos pasar las vacaciones, bien de final de año, bien de la llamada semana santa, para que no dejáramos de viajar, de llenar hoteles, para que “se recupere la economía”? Su economía.
Vaya uno a saber a qué responde esta transformación corporal, pero la misma no me choca –¡paradoja de paradojas!– pues así puedo mirar desde el cuerpo del microbio la sociedad humana y apreciar la realidad que vive y los retos que la desafían.
Me complace esta posibilidad. Cargado por el agente patógeno –que no es el agente de alguna agencia de inteligencia–, mis ojos van y vienen. Es así como verifico la mansa ansiedad de cientos de miles a la espera de la vacuna que no es tal; unos haciendo cola en los sitios asignados para que los innoculen, en espera de retomar, con la falsa tranquilidad de estar inmunizados, una realidad que ya no tiene razón de ser, que es necesario romper, que es indispensable transformar en su totalidad para que este bicho desaparezca y para que otros de sus congéneres no lleguen a tomar cuerpo. Verifico el desasosiego en rostros que miran fijamente el número de su turno, pero también en cuerpos que no dejan de mover alguna de sus extremidades, nerviosos, intranquilos, que quieren escuchar o ver su nombre en alguna pantalla, o simplemente ver el número de turno que les entregaron al hacerse en la fila de convocados.
Entonces me llegan como en cascada varias premoniciones que prefiero vestirlas de interrogantes, ¿Y si en unos meses el efecto de la vacunación no es tal? ¿A qué pudiera llevar el descontento por tal posibilidad? ¿La insatisfacción que esto produzca atizará más los estallidos sociales que el FMI anuncia que sucederán en uno, dos o tres años? (3).
¿A dónde irían a parar, de sucederse, tales estallidos? ¿Qué camino cojerán cuando en la sociedad no hay referentes colectivos que conciten fuertes convicciones y aglutinen esperanzas? ¿Qué sucederá con ellas, con unas mayorías que –producto de más de treinta años de políticas y discursos económicos y sociales desarticuladores e individualizantes– no se sienten congregadas por fuerzas y proyectos de utopía? ¿Qué sucederá con las energías desbordadas cuando los sujetos de la historia ya no son tan nítidos y la desconfianza y el pragmatismo es la norma?
¿Vendrá el caos? ¿Cuánto durará? ¿Serán dos, tres, serán más días? ¿Sálvese quien pueda? ¿Cómo proceder para construir de nuevo un referente colectivo que logre animar la acción inconforme y desobediente con aliento común? Hay que recordar lo que ya dijo el poeta: “O todos o ninguno”.
Es un mayúsculo reto, imposible de satisfacer en tan poco tiempo, y más aún cuando el neoliberalismo logró encauzar a su favor el efecto mismo de la pandemia, convirtiendo la crisis en su oportunidad para el llamado “Gran Reinicio”, evadiendo la superación de las causas estructurales que dieron origen al virus, logrando minimizar o esconder el significado y el impacto del cambio climático, los efectos del extractivismo, las consecuencias de la cría de aves, porcinos y otros animales en espacios donde son reproducidos en hacinamiento criminal, y otros tantos factores estructurales que llaman a superar el actual sistema económico y social si no queremos perecer como especie.
¿Cómo actuar, en tan poco tiempo, para suplir el menosprecio hoy reinante por la importancia y la potencia de lo común? ¿Cómo volver a generar confianza en lo público, como baluarte estratégico y de soberanía en diversidad de campos, claro, bajo participación y control social mayoritario? ¿Cómo proceder para que el derecho a vida digna, sin resignación ante la sobrevivencia, sea rescatada como referente de vitalidad y centro de devenir humano? ¿Cómo tender luces sobre el entramado desinformante construido durante años y bajo el cual el modelo social actual, en fase de revalorización individualista, aparece como la máxima y única opción política y económica?
La manipulación neoliberal, haciendo culto a la sinrazón de la razón dominante como espíritu nodal de la sociedad occidental, emplazado por la irrupción del covid-19, enfocó todo su poder económico y su acción política en numerosos laboratorios para producir en tiempo récord una vacuna para reducir la fiebre pero no para eliminar el virus. Afanados por “salvar la economía”, su economía, sin reconocer que el problema está en el propio sistema dominante, maniobran para ‘demostrar’ que lo controlan todo. Una pretensión que no es de ahora sino que los ha acompañado siempre y expresada en su afán por someter a la naturaleza y las “bestias”, “creadas para que nos sirvieran”, como reza un libro por ahí. A su paso van dejando devastación. Y la naturaleza envía el mensaje contrario. ¿La escuchamos o seguimos actuando como el peor ciego, el que no quiere ver?
Los interrogantes no me abandonan y no alcanzo a darles respuesta. Mientras intento despejar uno u otro, mi nuevo rostro, con un ardor y una piquiña que no me dejan tranquilo, logra de nuevo mi atención. Inclino el cuerpo hasta el grifo del lavamanos y me refresco para ver si así cesa el desespero que ahora me cubre en la parte superior del cuerpo y algo consigo. Pero lo que siento son sensaciones poco comunes, quiero revisar con mejor tino lo que me ocurre y para ello acudo a un espejo de mayor tamaño que está en otra habitación.
Camino hacia allá y siento que el resto del cuerpo es normal: ni me pesa más ni me pesa menos; ligero, como siempre, voy dando pasos hasta estar al frente del gran espejo, que no es el de ninguna diva de esas de los cuentos de fantasía que a través de ellos ven el pasado, el presente y el futuro. Con este no solo alcanzo a ver mi rostro, y ahora aprecio mi cuerpo hasta la cintura.
Mientras aguzo la mirada, reviso mentalmente el proceder dualista de la cultura dominante, con su actuar impositivo del “está conmigo o contra mí”, por la cual la infección producida por el virus no admite otro tratamiento que los autorizados por un sistema de salud medicalizado que desconoce, no ahora sino siempre, los saberes consetudinarios. Es un sistema de salud ahora hipotecado a las farmacéuticas, que, con su monopolio de patentes y gran poder político, someten Estados al imponer su lógica y sus reglas invariablemente bajo “confidencialidad”.
Llevado por el cuerpo del virus, paso por cientos de hogares donde veo a mujeres y hombres de diversas edades, desde las más tiernas hasta las más maduras, anclados ante pantallas de computador, unos en pleno teletrabajo y otros en función educativa. Allí permanecen por horas, aislados, sin gran posibilidad creativa, ensimismados, escuchando –en el caso de quienes estudian– y cumpliendo con mandatos quienes laboran. Es una rutina extenuante que, con el paso de los meses, parece agotada; una cotidianidad que, con mayor carga para las mujeres, las tiene al límite, respondiendo por trabajo, educación –propia o de los hijos menores de edad–, procesamiento de los alimentos diarios y, en no pocos casos, atendiendo familiares enfermos o con limitaciones físicas y/o mentales.
En este recorrido a lomo del invisible bicho, también alcanzó a ver la aceptación pasiva del espionaje y el control del que son –somos, ¡ay!– objeto hoy los seres humanos, producto del cual muchos hace un año y más que no cruzan el umbral de la puerta de su casa de habitación, y otros han restringido al máximo sus movimientos, bien como acatamiento al “no salgas”, que una y otra vez repiten los medios de comunicación, bien por el temor al contagio con el que también aterrorizan esos mismos medios, pagados en no pocas ocasiones por las alcaldías o por el gobierno central.
Todas estas imágenes me llevan a pensar en la reconfiguración que está viviendo el capitalismo, con su inmensa capacidad de reconstitución evidenciada en esta y en todas las crisis, las que muchos una y otra vez han tildado de “terminales”, soñadas más que reales, pues, como se sabe, mientras no haya sepultureros el enfermo no va por cuenta propia a la tumba o al horno crematorio.
No estamos ante su muerte, pienso cuando veo y analizo todo lo comentado; más bien asistimos al final de una época y al comienzo de otra de sus fases, con un reforzamiento totalitario del neoliberalismo, un sistema que hace un maridaje de lo peor de dos mundos: el del capital y el de la coacción sobre las libertades y la conciencia para la autodeterminación, y en la cual el mundo del trabajo transitará por nuevas y desconocidas sendas, con menos derechos para quienes venden su fuerza de trabajo, en un mundo impactado por novedosas tecnologías que facilitan el incremento de la productividad, al tiempo que el ejercicio de un constante y ampliado control social, con revisión incluso del uso puntual del tiempo que lleva a cabo cada uno en su hogar, ahora para muchas personas también su lugar de trabajo.
Recobrando mi atención, fijándome en cada uno de los brotes que son parte de mi rostro, ahora sin el calor ni la piquiña que me atormentaba por ratos, comprendo que en el Sistema Mundo que habitamos todo está en cuestión, y también todo puede ser posible. ¿Cómo aprovechar la crisis pandémica en curso para que los cambios por venir favorezcan a los negados de siempre y así poder pasar a un proyecto de humanidad con sentido potenciado de lo colectivo, en el cual el bien común sea la norma?
Ya ves, me digo: el bicho, a pesar de toda su carga inmediata, que es negativa por la multiplicada muerte que sometió y sigue sometiendo a duelo a cientos de miles de familias, también tiene su lado positivo, ya que nos obliga a mirarnos ante el espejo de la vida para ver en el pasado y el presente lo que somos, y así imaginar lo que debiéramos ser, permitiéndonos ver el deseado futuro como imagen proyectada. Ahora el reto es cómo concitar fuerzas hasta lograr la identidad y la movilización del nuevo sujeto histórico, que no es uno, como antes, sino múltiple.
Un reto inmenso, por afrontar y lograr, con covid-19 o sin él.
1. Una vacuna es una preparación destinada a generar inmunidad adquirida contra una enfermedad estimulando la producción de anticuerpos. https://es.wikipedia.org/wiki/Vacuna.
2. Pfizer reconoce que puede ser necesaria una tercera dosis de su vacuna a los 12 meses. https://www.antena3.com/noticias/mundo/pfizer-reconoce-que-puede-ser-necesaria-tercera-dosis-vacuna-12-meses_202104156078806db652d0000121e4c9.html.
3. Un estudio del FMI prevé una oleada de estallidos sociales tras la pandemia, https://www.lavanguardia.com/internacional/20210221/6256996/protestas-paises-impacto-social-pandemia.html.