¿Cuáles son las características y causas del suicidio? ¿Cómo ha evolucionado este fenómeno en Colombia, y su comparativo a nivel global? son algunos de los interrogantes tratados en este artículo con foco en el país para el período postconstitucional 1991-2021. Es una realidad fundamental de revisar en tiempo electoral, cuando pululan promesas de unos y otras de mejor vida, que deben llegar a garantizarla en dignidad, condición para que las cifras acá relacionadas no continúen en creciente.
En enero de 2022, según el balance de Medicina Legal, en Colombia las muertes violentas subieron 17 por ciento y los suicidios 3,4 frente a enero de 2021. Mientras que en enero de 2021 se documentaron 176 suicidios, en el primer mes de este 2022 fueron 182 casos, de los cuales seis corresponden a niños entre los 10 y los 14 años y otros 9 a menores entre los 15 y los 17 años. El rango etario con más casos es el de los jóvenes de 20 a 29 años (49 suicidios).
Un fenómeno desbordado. Entre los años 1991-2021 los suicidios en Colombia pasaron de 605 a 2.595 por año, con una velocidad 3 veces superior al crecimiento de la población que en igual periodo se elevó de 33,8 a 51,0 millones. El total de suicidios durante estos últimos treinta años suma 58.414; la tasa por cada 100.000 personas pasó de 1,8 en 1991 a 5,1 en 2021, si bien en 2018 alcanzó la cifra de 5,6 (gráfico 1). En paralelo, en sólo la última década, la tasa de intento de suicidio se disparó de 0,9 por 100.000 habitantes, registrada en 2009, a una tasa cercana a 60 en la actualidad.
Los factores de riesgo asociados al suicidio, como la pérdida laboral o financiera, la pobreza y la exclusión, las violencias, el trauma o el abuso, los trastornos mentales, el uso de sustancias psicoactivas o el alcoholismo y las barreras para acceder a la atención médica, se han ampliado aún más con el covid-19. Al año de iniciada la pandemia, alrededor del 50 por ciento de las personas ya expresaban que su salud mental había empeorado.
Más allá de la frontera. Anualmente se quitan la vida cerca de un millón de personas en el mundo. Fenómeno creciente: las tasas de suicidio se han incrementado un 60 por ciento entre la década de 1960 y el segundo decenio del siglo XXI. Los fallecimientos por esta causa superan en cifras a otras como el VIH, el paludismo o el cáncer de mama.
A nivel global, el suicidio es la décima causa de muerte más importante; además, por cada uno de ellos hay entre 10 y 40 intentos. Los suicidios y los intentos de consumarlo tienen un efecto dominó que afecta no solo a las personas, sino también a las familias, las comunidades y las sociedades. Los hombres fallecen por esta causa cuatro veces más que las mujeres, aunque ellas lo intentan cuatro veces más que ellos (los hombres utilizan métodos más letales). Esta diferencia es incluso más pronunciada en personas de 65 años o más, en los que un décuplo de hombres comete suicidio por cada mujer.
Las tasas de suicidio son mayores en la mediana y tercera edades; no obstante, su número absoluto más alto se encuentra entre los 15 y 29 años, dada la cantidad de personas pertenecientes a este grupo de edad. Las personas más jóvenes lo intentan frecuentemente, es la segunda causa de muerte más común en adolescentes. En hombres jóvenes del mundo capitalista central el suicidio es causa de aproximadamente el 30 por ciento de las muertes; en contraste, en los países periféricos, como Colombia, las tasas de suicidios registran una menor proporción del total de muertes debido a que otros tipos de traumatismos tienen mayores tasas de mortalidad como los homicidios. Para el caso nacional, en los adolescentes y jóvenes (12 a 28 años de edad) las causas externas (homicidios, suicidios, accidentes y otros factores agresivos) son los principales motivos de las defunciones, en particular los homicidios de hombres. En general, desde mediados de la década de 1980, el contexto de la sociedad colombiana representa un mayor riesgo, agresividad y violencia para la seguridad, vida y bienestar de los adolescentes y jóvenes.
El suicidio en Colombia, 1991-2021
De acuerdo con los estudios poblacionales realizados en Colombia a partir de la “Encuesta Nacional de Salud Mental” el evento más frecuente dentro de la conducta suicida es la ideación, con una frecuencia de 6,6 por ciento, seguido del intento de suicidio, con 2,6 y del plan suicida, con 1,8. El 37,6 por ciento de quienes intentan suicidarse, antes lo habían planeado. En los adolescentes es más frecuente el intento de suicidio que el plan, lo que llama la atención sobre la incidencia de la impulsividad en este grupo poblacional.
Según el Sistema Integral de Información de la Protección Social –Sispro–, la tasa de intento de suicidio va al alza en lo corrido del siglo XXI. En 2009 la tasa por 100.000 habitantes era de 0,9 y recientemente se aproxima a 60. En la población de 15 a 19 años de edad actualmente supera el valor de 115, seguido por el grupo de 20 a 24 años cuya tasa se acerca aceleradamente a 100.
El índice de suicidios, tomando como base el año de 1991, según cifras del Instituto Nacional de Medicina Legal y Ciencias Forenses –Inmlcf/ Grupo Centro de Referencia Nacional sobre Violencia-Gcrnv–, alcanza un valor de 284,2 en 2021. Este índice superó el valor de 300 en los años 1998, 1999, 2017 y 2018. El comportamiento del índice sigue de cerca la evolución de factores de riesgo a que está expuesta la población colombiana como la violencia generalizada, la pobreza por bajos ingresos y el desempleo. El Estado y la sociedad no generan bienestar ni garantizan un mínimo de dignidad a la mayoría de la población colombiana (gráfico 2).
Es una realidad potenciada por el cambio de modelo de desarrollo, concretado a la par de la promulgación de la Constitución de 1991, que anuncia el fomento de la dignidad humana. Sin embargo, los efectos del nuevo modelo, que también prometía abundancia y felicidad para las mayorías va en contravía de lo anunciado: precarizó al trabajo, aupó la concentración del ingreso y la riqueza, privatizó los bienes y servicios públicos en medio de una fiesta de corrupción desvergonzada, violó los derechos humanos, atizó la guerra e indujo al individualismo y la competencia desalmada, promovió la consigna del “todo vale”, la anomía social y el consumismo desaforado, además de profundizar la pobreza, la desesperanza y la exclusión social, política y económica. El hiperindividualismo llegó para quedarse, vive en la epidermis de la colectividad, se alimenta de ella, se fortalece con sus miedos, vive gracias al narcisismo consumista de las personas, que sin darse cuenta únicamente quieren huir de la angustia y zozobra que les concede la superficialidad de su presente.
Los efectos sociales y mentales de la ‘bienvenida al futuro’ que anunció el entonces presidente César Gaviria (1990-94), desnudan una sociedad pesimista, exasperada y desolada: consideración negativa del mundo, escepticismo, anomia, consideración negativa del futuro, sentimiento de derrota, pérdida de autoestima, deshumanización, aumento de los trastornos mentales y, consecuencia lógica, el aumento de la ideación, los planes y los intentos de suicidio.
Tres décadas después de aquella promesa, la pandemia por covid-19, la crisis del sistema de salud, las medidas arbitrarias tomadas por las autoridades públicas y los impactos de la recesión económica sobre los grupos más vulnerables ha elevado el número de suicidios y entre 2020-2021 la tasa de crecimiento de las muertes autoinfligidas intencionalmente aumentó en 9,4 por ciento en los hombres y en 7,9 en las mujeres (gráfico 3).
Cerrando el foco. Las tasas, contribuciones relativas y causas de los suicidios por ciclo vital (proceso de crecimiento y desarrollo que atraviesan las personas desde el nacimiento hasta su muerte) refleja condicionantes y determinantes sociales e individuales diferenciales. La participación mayoritaria en el total de suicidios corresponde al intervalo de 29 a 59 años de edad (adultez) con el 42 por ciento seguido del grupo etario joven (18 a 28 años) que aporta el 29,2 por ciento (gráfico 4).
Radiografía social. La violencia autoinfligida y otras formas de autolesión son problemas graves que afectan a los niños, los jóvenes y las familias. Estas van desde las lesiones (cortarse) hasta el suicidio. La causa no son únicamente la depresión u otras enfermedades mentales como las discapacidades del desarrollo y los trastornos límite de la personalidad, de ansiedad, conductual y bipolar. La existencia cada vez es más estresante desde la temprana infancia y afectada por pérdidas continuas (duelo y melancolía). La soledad, el desamparo, la comunicación deficiente y la violencia intrafamiliar son inherente a la vida en las grandes ciudades.
Como parte de esa radiografía, la pobreza, la violencia y la exclusión, la explotación y la opresión, la soledad, el fracaso en los planes de vida y las limitantes a la emancipación humana marchitan las posibilidades del florecimiento de las capacidades y esencia humana. En general, el número de suicidios se concentra en la población a la que crónicamente se le violan sus derechos sociales, económicos y culturales, como las iniquidades, barreras de acceso y la temprana expulsión del sistema educativo (gráfico 5).
Una realidad que puede mitigar en algo la vida en pareja permanente. Las parejas estables tienen menos de probabilidades de morir de forma prematura y tienden a ser más felices, lo cual se debe a que una relación de pareja representa una fuente de apoyo en los momentos más difíciles, mantiene alejada la soledad y, por supuesto, genera muchas satisfacciones. No obstante, cuando la relación se convierte en una cárcel o deja de ser satisfactoria, provoca daños a nivel psicosomático en ambos miembros. En Colombia, el mayor número de suicidas son solteros (47,8%) seguidos de quienes están casados o viven en unión libre (36,7%) (Gráfico 6).
Ya que, en tanto no dejen testimonio de lo decidido, nunca podemos saber a ciencia cierta por qué una persona decide voluntariamente quitarse la vida. Debemos respetar a todos los que voluntariamente escogieron una muerte apresurada. En el 58 por ciento de los casos no se cuenta con información. Las enfermedades físicas o mentales sólo explican el 15,3 por ciento de las muertes autoinfligidas intencionalmente. El resto de los suicidios tiende a concentrarse en conflictos sentimentales y en problemas económicos o laborales (gráfico 7).
Premeditación. Tres de cada cuatro suicidios ocurren en la vivienda o en lugares en los que se tiene privacidad como hoteles (gráfico 8). Algunos de estos sucesos presentan ribetes teatrales o espectaculares, si bien tienen un sentido de protesta, denuncia o castigo social. Podemos evocar el suicidio de uno de los más grandes escritores de Japón del siglo XX, Yukio Mishima (1925-1970); frente a una indignidad moral, porque no admitía el nuevo régimen de vida y la cultura en Japón después de la Guerra, Mishima se corta el bajo vientre con una daga (harakiri) e incluso exige a uno de sus lugartenientes que después lo decapite. También hay ejemplos de suicidios trágicos como el ejecutado por el filósofo y crítico literario Walter Benjamin (1892-1940) que se suicida en Portbou, en la frontera entre España y Francia, cuando pretendía pasar a España y de ahí a Estados Unidos, huyendo de los nazis: al instante en que debía cruzar la frontera cortaron las visas, y se encontró con que no le quedó otra alternativa, tristemente, que el suicidio. La escuela francesa de los años 1970 también tuvo un trágico final: el gran filósofo heterodoxo Deleuze, a la edad de 70 años y gravemente enfermo, se arrojó al vacío desde su piso parisiense en 1995; el sociólogo político marxista greco-francés Nicos Poulantzas, también se suicidó en 1979, lanzándose del vigesimosegundo piso de la Torre de Montparnasse de París –por entonces el rascacielos más alto de la ciudad– abrazado a sus libros.
El análisis territorial del fenómeno, su distribución urbano-rural de la población no muestra diferencias significativas en relación con las muertes autoinfligidas intencionalmente. Las participaciones relativas del número de casos de suicidios sigue de manera similar la estructura de las zonas en que viven las personas: el 73,1 por ciento de los hechos ocurre en las cabeceras municipales (gráfico 9).
La magnitud en la tasa de suicidios varía de región a región, dependiendo de la cultura, la estructura económico-laboral, las creencias y el peso de la religión, la tradición, el patriarcalismo, las ideas y motivaciones de lo que significa el éxito en la vida y los tipos de conflictos. De acuerdo con la tabla 1, el análisis de la tasa de suicidios según departamentos registra una media de 5,6 por cada 100.000 habitantes con una tasa de variación (DS/media) de 37,1 por ciento; el rango de la tasa de suicidios es de 7,3 con un mínimo de 2,1 (Chocó) y un máximo de 9,4 (Tolima). En general, la tasa de suicidios registra diferencias en cuatro regiones: Bogotá D. C. y Cundinamarca registran valores cercanos al valor promedio; los departamentos andinos están por encima de la media, tendiendo al máximo en los pertenecientes a la cultura “paisa” (Antioquia y eje cafetero), Tolima y Huila; también se encuentran por encima de la media las regiones de la Orinoquia y Amazonía; por debajo de la media tienden a estar los departamentos de la región Caribe y Chocó (gráfico 10).
Realidades como la cultura, la tradición, violencia, pobreza y otras expresiones de la vida y la sociedad, pesan en el comportamiento final de ciertos grupos humanos, algo que no puede ser desconocido por quienes pretenden estar a la cabeza de un país. Pese a ello, ninguna de las candidaturas en pugna en este 2022 expresan algo sobre el particular. De prevalecer ese silencio, y por tanto no prever políticas de choque y de largo plazo sobre el particular, los indicadores acá relacionados mantendrán su constante o se ahondarán.
Incongruente
Platon defiende que el suicidio es reprobable ya que el alma humana pertenece a los dioses, y querer huir de esta dependencia no es propio de una persona sabia y cuerda. Aristóteles considera que el suicidio es un acto que va en contra de la recta razón, y por tanto no los considera un acto de libre elección. Algunos de los máximos representantes de la filosofía estoica como Séneca, Epicteto, Cicerón y Marco Aurelio, sostuvieron que la muerte por su propia mano es a menudo una opción más honorable que una vida de miseria prolongada, siendo uno mismo el que puede juzgar si su vida merece la pena ser vivida. La argumentación filosófica separa el suicidio patológico, es decir, de una persona psíquicamente perturbada, de aquel como actitud filosófica, es decir, la decisión de abandonar el mundo por su sinsentido o por otros motivos, pero razonados. El argumento de los estoicos sobre el suicidio es racional: el ser humano debe ser dueño de su muerte, decidir libremente el momento, sobre todo por un tema de dignidad.
El ser humano persigue constantemente el principio de razón. Nada es porque sí. Todo debe tener una causa o motivo que lo justifique. El absurdo es el conflicto entre la búsqueda de un sentido y significado intrínseco y objetivo a la vida humana y la inexistencia aparente de ese sentido. Se suelen ofrecer tres soluciones al absurdo: el suicidio, la religión o la simple aceptación del absurdo. Sin embargo, el novelista, dramaturgo y ensayista Albert Camus resalta que la tercera opción debe priorizarse sobre las otras dos, dado que el absurdo habrá de seguir incluso si las dos primeras alternativas son llevadas a cabo.
En ética y otras ramas de la filosofía, el suicidio plantea preguntas difíciles respondidas de manera diferente por varios filósofos. Un ejemplo representativo es Albert Camus, quien utilizó el suicidio para reflexionar sobre el sentido de la vida desde una posición existencial en su ensayo filosófico “El mito de Sísifo”, a menudo representado con la famosa frase “No hay más que un problema filosófico verdaderamente serio: es el suicidio”. Teniendo en cuenta que el ser humano puede plantearse el dilema del suicidio incluso en las mejores condiciones que la vida le pueda brindar, surge la pregunta de si el mismo es una solución al problema de la vida, y no solo una respuesta perversa a una vida que ha salido mal.
Tentativamente, podemos responder que “el ser humano ha llegado al conocimiento de que el sentido y el significado de la vida no lo encuentran delante de sí ya listo sino fundamentado primeramente mediante la praxis. La historia de la humanidad es su praxis. Este puede ser un conocimiento optimista solamente en cuanto que el homo sapiens vea confirmados con su praxis de transformación del mundos el sentido, el significado y la orientación que él mismo ha instituido”**.
**Sarmiento, L. Ontología humana crítica, Ediciones desde abajo, 2016, pp. 200-201.
*Economista y filósofo. Integrante del comité editorial de los periódicos Le Monde diplomatique, edición Colombia y desdeabajo.
Factores y enfoques
“Vivo únicamente porque puedo morir cuando quiera: sin la idea del suicidio, hace tiempo me hubiera matado”, así escribió en uno de sus aforismos Emil Cioran (1911-1995), el escritor y filósofo pesimista de origen rumano*.
Todas las personas, alguna vez, han pensado en el suicidio, afirmó el filósofo Albert Camus (1913-1960), escritor y premio Nobel de literatura en 1957, quien, sin embargo, apostó al no suicidio. Tanto en “El hombre rebelde” como en “El mito de Sísifo” explica que el ser humano tiene la libertad de escoger no apartarse de la vida, dándole sentido al sinsentido de la existencia, en contraposición a la vieja línea que arranca de los estoicos para quienes el suicidio es un acto voluntario, y el ser humano, en determinadas situaciones en que el vivir se le hace complejo e indigno, opta por quitarse la vida.
La gran pregunta que plantea Camus es esta: «Quiero saber si puedo vivir con lo que sé y solamente con eso». ¿Podemos, siendo conscientes del absurdo, mantener esa tensión indefinidamente hasta que, en efecto, acontezca nuestra muerte? Pues, como escribe el autor, «se trata de vivir en este estado de lo absurdo». La heroicidad del ser humano tiene su centro aquí, en vivir y pensar en y con esos desgarramientos inevitables, sabiendo que, a cada instante, somos nosotros los que debemos aceptar o rechazar. Y añade: «La honradez está en saber mantenerse en esa arista vertiginosa». Nuestra vida, a fin de cuentas, se nutre del vino de lo absurdo, de una ebriedad existencial que consiste en «obstinarse», en perseverar. Vivir no es más que hacer que viva lo absurdo en nosotros, y hacerlo vivir es, ante todo, contemplarlo: «Por eso una de las pocas posiciones filosóficas coherentes es la rebelión. Ésta es un enfrentamiento perpetuo del ser humano con su propia oscuridad». Una rebelión que, en definitiva, se convierte en nuestro ineludible destino y, sobre todo, da valor, sentido, significado y orientación a nuestra vida.
Más allá de ello, o como parte de ello, la conducta suicida es un conjunto de eventos complejos y contingentes, que pueden afectar a personas de cualquier edad, sexo, cultura, clase, condición o situación. Lo cierto es que nunca podremos saber a ciencia cierta por qué una persona decide voluntariamente quitarse la vida. Hay un misterio de la existencia y una complejidad de razones profundas, temores (al dolor y al castigo), sentimientos y creencias para optar por vivir o no vivir. Las causas concretas de suicidio son de difícil evaluación entre otros motivos porque sólo entre un 15 y 40 por ciento de los casos tienen una carta de despedida.
Estudios de lingüística computacional que trabajan con algoritmos para detectar patrones en el lenguaje de la persona que se han suicidado y ha dejado una nota o misiva permiten observar la existencia de un estado que invadía tanto el cuerpo como el pensamiento y el razonamiento, acompañado de un sentimiento de desesperación, puesto de manifiesto en una experiencia de absoluta aniquilación de sí misma, con una marcada ideación activa.
Los patrones encontrados tienden a extraer las siguientes consideraciones: i) Que la víctima presentaba una consideración negativa de sí misma, mostrando una marcada tendencia a considerarse como deficiente, inadecuada e inútil; ii) Manifestaba una tendencia a rechazarse a sí misma, creyendo que los demás la rechazaban; iii) Presentaba una consideración negativa del mundo; iv) Se sentía derrotada socialmente; v) Consideraba al mundo como muy exigente y presentándole obstáculos que se interferían con el logro de los objetivos de su vida; vi) Tenía una consideración negativa del futuro; vii) Preveía que sus problemas y experiencias comunes continuarían indefinidamente y que se le amontonarían otras muchas peores en su vida; viii) Presentaba una tendencia a deformar sus experiencias, malinterpretar acontecimientos concretos e irrelevantes tomándolos como fracasos, privaciones o rechazo personal; ix) Todo parecía siempre que iba en contra de sí misma, acentuando lo negativo hasta llegar a excluir los hechos positivos. Si bien en el siglo XXI, el suicidio se considera casi exclusivamente desde una perspectiva psiquiátrica, esto es, de trastorno mental y tratamiento farmacológico, indudablemente hay otras razones de orden cultural, crisis políticas, económicas, religiosas, morales, que llevan a esa determinación.
Es así como el suicidio consumado suele ser la consecuencia de la suma de diversos factores determinantes, precipitantes o predisponentes. La indagación por comprender el acto suicida conduce a distintos campos disciplinares: psiquiátrico (trastornos mentales-farmacología), psicológico (racional emotivo, conductual-cognitivo), psicoanálisis (la ambivalencia afectiva del melancólico es signo de la tensión que existe en su aparato psíquico, tensión entre el Superyó y el Yo que se conoce como sentimiento de culpa inconsciente, busca castigo para poder calmarlo), filosófico (afirmación de la última libertad existencial), análisis existencial-logoterapia (pérdida o menoscabo de la libertad de la voluntad, de la voluntad de sentido y del sentido de la vida), literario (Dostoievski, en varias de sus obras, habla de suicidio lógico, del suicidio como una instancia suprema, necesaria cuando no hay resortes para vivir), religioso (moral-teológico), sociológico (los suicidios son fenómenos individuales que responden a causas sociales) y psicosociales (articulación de las tesis sociológicas y psicológicas reconociendo causas sociales y motivaciones individuales, cuyo estudio corresponde, respectivamente, al sociólogo, el cual debe indagar en el ambiente social, y al psicólogo, el cual ha de ocuparse de la realidad psicofísica y biológica del individuo).
* Cioran, Emil, Silogismos de la amargura, 1997, Tusquets Editores, p. 71.
Diagramas de dispersión y las regresiones lineales en el estudio de la relación entre la tasa de suicidios por 100.000 habitantes según departamentos y las factores de riesgo territoriales.
En general, la tasa de suicidios tiende a no registrar ninguna relación con la densidad poblacional (población/Km²) ni con el peso relativo de la población joven (población de 14 a 28 años de edad/total población departamento). La relación entre las muertes autoinfligidas intencionalmente y la población departamental es positiva y creciente en función de los grandes núcleos económico-políticos y megaciudades, esto es, con la mayor participación política de sus ciudadanos (% participación en las elecciones presidenciales) y del ingreso per cápita (Ingreso en $/población). En contraste, la relación entre la tasa de suicidios en cada departamento tiende a ser negativa y decreciente en función del índice de pobreza multidimensional, del número de víctimas del conflicto armado (paradójicamente, los suicidios guardan una relación inversamente proporcional a los tiempos de guerra) y del grado de ruralidad (población rural/población departamental). n
** Los diagramas de dispersión ilustran sobre el tipo de relación existente entre dos variables. Pero además, un diagrama de dispersión también puede utilizarse como una forma de cuantificar el grado de relación lineal existente entre dos variables: basta con observar el grado en el que la nube de puntos se ajusta a una línea recta. El coeficiente de determinación, también llamado R cuadrado, refleja la bondad del ajuste de un modelo a la variable que pretender explicar. El resultado del coeficiente de determinación oscila entre 0 y 1. Cuanto más cerca de 1 se sitúe su valor, mayor será el ajuste del modelo a la variable que estamos intentando explicar. De forma inversa, cuanto más cerca de cero, menos ajustado estará el modelo y, por tanto, menos fiable será.