Sócrates, el padre de la filosofía, y por derivación de la ciencia en Occidente, odiaba la democracia. Y razones no le faltaban.
Reconocido por sus permanentes cuestionamientos acerca de verdades que van de suyo, creencias no fundamentadas, lugares comunes, puntos de vista gratuitos, opiniones alegres y advenedizas, puntos de vista y argumentos basados en autoridad, entre muchos otros, este filósofo griego se deleitaba mostrándoles a sus oponentes –los sofistas–, la vacuidad de sus conocimientos, y entonces, de sus estilos de vida, y los valores y mundo que representaban.
El método Socrático es ese: la mayéutica, pero su estilo de vida era la ironía (eironeia, en griego) que denota a aquel que pasa por ignorante, se hace el que no sabe ni conoce, con la finalidad de destapar la verdadera ignorancia: la de los sofistas y todo su mundo, a saber: un mundo basado en opiniones, en apariencias, en exitismo, en fin, en el engaño a la sociedad. Los retóricos, en otras palabras.
En términos puntuales, es el libro VI de la República, en diálogo con Adamantio, en donde Sócrates cuestiona el sistema electoral de la democracia griega. Hacer que las personas voten sin bridarles una educación suficiente es totalmente irresponsable y carece de cualquier justificación. Hoy en día, el sistema electoral pasa por y se funda en el marketing político en toda la acepción de la palabra, cuyo epítome es la eficacia. Esto es, entre otras prácticas, la construcción de la imagen del partido y del político consistente en el diseño y construcción de todas las estrategias necesarias para obtener votos y disminuir la imagen de los oponentes.
El marketing político forma parte esencial de la sociedad del espectáculo y del mundo de la opinión. Se supone que el político debe ser altamente idóneo en retórica, facilidad de palabra, de suerte que llevan a que la sociedad erróneamente crea, que si alguien que tiene facilidad de palabra es inteligente. Sócrates se revela contra esta clase de afirmaciones. Sus consecuencias son totalmente indeseables. El resultado es la demagogia, la politiquería, los populismos de todo tipo, en fin, las dictaduras de las mayorías. Al fin y al cabo las muchedumbres siempre han sido manipuladas por palabrería y todo tipo de íconos.
(Nuca hay que olvidar que el nazismo, el fascismo, los Trump, los Uribe, los Fujimori o Macri o Rajoys, entre muchos otros, han sido siempre apoyados por amplios movimientos de masas, por ejemplo).
Sócrates tenia razón: al final de su vida (algo que aparece claramente en la Apología de Sócrates) el filósofo es llevado a juicio por parte de Anito y Melito, juzgado por impiedad y corromper a la juventud. En la defensa hecha por Platón de su maestro evidencia que las acusaciones se fundaban en el miedo a Sócrates quien mostraba que los sofistas eran ignorantes y por tanto manipuladores.
La lección de Sócrates es evidente: una democracia basada en sistemas representativos, o delegativos, por ejemplo, es una falsa democracia. Y entonces, claro, otra democracia es necesaria, otra democracia es posible, con el reconocimiento explícito de que la democracia es el gobierno de un pueblo libre e instruido, y no manipulado ni vendido, en este caso, a las estrategias del marketing político, en toda la acepción de la palabra.
¿Otra democracia es posible? Una idea subversiva y contestataria.