“La experiencia es una escuela dura, pero no hay otra que instruya a los imbéciles” (1). Muerto en 1790, Benjamin Franklin inventó el pararrayos, pero no podía prever la existencia de la Unión Europea… En la que la experiencia no tiene ningún efecto sobre la instrucción.
Consultados de manera directa, los pueblos rechazan el libre comercio; el Parlamento europeo sin embargo acaba de votar un nuevo tratado –esta vez con Canadá–. Sus principales disposiciones se van a aplicar sin esperar la eventual ratificación de los Parlamentos nacionales. Una segunda experiencia habría instruido imbéciles, incluso endurecidos. Desangrada desde mayo de 2010 por los “remedios” para caballos del Eurogrupo, del Banco Central Europeo (BCE) y del Fondo Monetario Internacional, Grecia vuelve a estar cerca de un default. Sin embargo en su cuerpo tapado de equimosis se siguen aplicando jeringas mal esterilizadas, a la espera de que la derecha alemana decida expulsar a Atenas del hospital-cuartel de la zona euro. ¿Un último ejemplo? Los presupuestos sociales están bajo tensión en varios Estados de la Unión, que ya rivalizan en imaginación para pagarles menos a los desempleados y dejar de curar a los extranjeros. Al mismo tiempo, todos parecen ponerse de acuerdo para aumentar los créditos militares, para responder a… la “amenaza rusa”, aunque el presupuesto de defensa de Moscú represente menos de un décimo del de Estados Unidos.
La lección de la experiencia
El presidente de la Comisión Europea, Jean-Claude Juncker, ¿terminó midiendo el carácter indefendible de semejantes prioridades? Inspirado en la sabiduría de su amigo François Hollande, anunció que no pediría un segundo mandato. Al momento de entrar en funciones, hace tres años, había advertido que su comisión sería “la de la última oportunidad”. Ahora bien, en este momento dedica “varias horas por día a planificar la salida de un Estado miembro”. Se entiende que el 11 de febrero pasado haya suspirado: “No es un oficio con futuro”.
En 2014, Juncker, candidato de la derecha europea hasta entonces conocido por su defensa del paraíso fiscal luxemburgués, llegó a presidente de la Comisión gracias al apoyo de una mayoría de parlamentarios socialistas europeos. “No sé qué es lo que nos diferencia”, confesaba en aquel entonces su competidor socialdemócrata Martin Schulz. “Schulz adhiere ampliamente a mis ideas”, admitía como respuesta Juncker. Una misma proximidad ideológica explica el voto, el 15 de febrero pasado, del tratado de libre comercio con Canadá: la mayoría de los eurodiputados socialdemócratas formó bloque con los liberales. Y cuando se trató de Grecia, uno de los errores de mayor responsabilidad de sesenta años de política europea, el rechazo alemán de discutir el monto –sin embargo insostenible– de la deuda de Atenas fue apoyado por el gobierno socialista francés. Y sostenido con una arrogancia que rozaba con el fanatismo por el presidente del Eurogrupo, Jeroen Dijsselbloem, un laborista holandés (2).
En período electoral suele plantearse el tema de “reorientar” a la Unión Europea. La intención es loable, pero más vale ser instruido por la experiencia… Ella permite identificar a aquellos con los que sería mejor no contar. Con el fin de ahorrarse una nueva desilusión en un frente del que casi todo el resto depende.
1. Benjamin Franklin, Almanaque del Pobre Richard, 1732.
2. Véase Yanis Varoufakis “Para humillar a Grecia”, Le Monde diplomatique, edición Cono Sur, Buenos Aires, agosto de 2015.
*Director de Le Monde diplomatique.
Traducción: Aldo Giacometti