Mes a mes, siendo este el noveno de este año, un puñado amplio y no tan amplio de ciudadanos se encuentra en tres momentos diferentes alrededor de temas diversos de la vida cotidiana, citas que se dan con la palabra, con el pensamiento, con los unos, con los otros, todos en franca dubitación y reflexión que les permita abandonar los aposentos del dogmatismo y los lugares comunes; este artículo recoge, en su decir, varios pronunciamientos que en estos encuentros ocurrieron.
Apuestas y aspiraciones humanistica
La apuesta fundamental del pensamiento humanista en todas sus versiones históricas apunta a la reivindicación de la dignidad esencial del ser humano, lo que se traduce en una valoración del individuo y en una visión optimista sobre las posibilidades de esta criatura para hacer una buena vida personal y colectiva.
El humanismo representa la confianza en las dotes, el valor y la excelencia del ser humano, y lo asume como artista de sí mismo en tanto no depende del solo designio divino. En esta misma línea se halla Sartre al decir: “Por humanismo se puede entender una teoría que toma al hombre como fin y como valor superior […] El existencialismo no tomará jamás al hombre como fin, porque siempre está por realizarse”. El humanismo hace de todo lo concerniente a lo humano objeto de su atención y de su estudio, resaltando en el individuo su libertad como condición para la creación y la autocreación. De ahí que tenga como ideal el proveer una educación que permita avanzar hacia la perfectibilidad, educación que debe desarrollar, en consecuencia, la potencialidad humana para crear el mundo en el que habita y para automoldearse, de donde deriva el propósito básico que debe regir todo proceso formativo que haga de la vida lo esencial: me refiero al que alude a mejorar los vínculos interhumanos y asimismo a cualificar nuestra condición individual y social.
Recorrido histórico del humanismo
Han existido tres grandes bloques históricos del humanismo: el Antiguo, el Renacentista y el Moderno, precisando, eso sí, que para los dos primeros la dignidad humana es un asunto de élites privilegiadas, mientras que para el último es algo universal y que integra, sin excepción, a todo ser humano. Así, pues, se reconoce que el ser humano ha sido enaltecido por la visión humanista, y entonces cabe preguntarse: ¿Qué determinaciones se le han asignado a lo largo del tiempo para dar cuenta de esa condición especial que lo constituye; es decir, a qué se le atribuye que no sea simplemente una forma más de la vida animal? Básicamente son cinco las respuestas, que también tienen su asiento en un momento determinado del devenir histórico del hombre, y que permanecen en el presente: la primera lo asume como ser especial a partir de disponer de la razón como rasgo connatural suyo; la segunda lo denota en su especificidad gracias al designio divino: Dios habría distinguido al ser humano y le habría asignado calidades exclusivas, en tanto fue privilegiada como su criatura elegida; la tercera, promovida en la modernidad, busca en la naturaleza (configuración genética, disposición neurológica, etcétera) lo que por excelencia marca singularmente al ser humano; la cuarta resalta, como determinación fundamental de lo que somos, los términos histórico-sociales en que se forja cada existencia concreta; y la quinta señala como característica estipuladora de lo humano su condición de ser-del-lenguaje, con lo cual se reconoce como tal a todo aquel ser que habla, que está destinado a hablar o que desciende de hablantes. Registro en el lenguaje que lo estructura como sujeto, contexto histórico-social y vicisitudes de la historia personal, articulan la doble faz que cada uno de nosotros posee: la de ser singulares y la de reconocernos en una universalidad; la de ser semejantes a los otros humanos y la de ser diferentes de los demás. Doble rostro que debemos saber integrar para realizar nuestra propia existencia contando, al mismo tiempo, con la de nuestros congéneres.
El humanismo y nuestro tiempo
¿Aún tiene el humanismo lugar en nuestro tiempo y en el futuro? ¿Qué puede ser el humanismo después de las barbaries a las que hemos asistido en el siglo XX y en lo que va corrido del XXI? ¿Ha caído en lo iluso la esperanza puesta en una humanidad libre, justa, digna, razonable y benévola? ¿Y, si todavía es tiempo para el humanismo, cómo definir éste hoy por hoy?
Si la humana es la criatura que debe responder por su destino, una posición humanista, acorde con nuestro tiempo y nuestros logros, debe plantear un saber y un hacer del ser humano al servicio del ser humano mismo y de la vida en general; esto es, que nuestra práctica y nuestro conocimiento sirvan para cualificar nuestra propia existencia y para garantizar las condiciones de la vida, incluyendo en éstas las del planeta. El proyecto humanista, por consiguiente y en aras de la posibilidad de hacerse a un lugar en estas condiciones del hoy, tan apremiantes como complejas, debe pasar por la capacidad de construir una estructura económica, social, política y cultural que por lo menos permita consumar los siguientes logros:
- Llevar a su mínima expresión el ejercicio de la violencia, legal o ilegal.
- Propiciar el desarrollo y la realización de las posibilidades humanas, individuales y sociales.
- Favorecer en el sujeto la apuesta por su deseo, asumiendo y contando con el carácter inconsciente de éste.
- Asignarle un lugar decisivo a la racionalidad.
- Situar a cada persona a la altura del conocimiento alcanzado por la humanidad y alentar la función civilizadora del mismo.
- Garantizar para cada uno el derecho a ser un sujeto moral.
- Defender la dignidad integral de la persona humana.
- Reivindicar la dignidad de todo ser humano.
- Propender por una ciudadanía democrática en el seno de una sociedad que acate los principios de la justicia, la libertad, la igualdad y la solidaridad.
- Reconocer el carácter universal de la condición humana (principio de semejanza) y las formas singulares de su realización (principio de la diferencia).
- En tanto proyecto perpetuamente inacabado, habituar a una actitud permanente de revisión crítica y alentar la capacidad para encarar las transformaciones pertinentes.
- Enarbolar como bandera indeclinable de acción la defensa irrestricta de los derechos humanos.
Hay que enfatizar en que este ideario, que traza un horizonte de perfectibilidad para los seres humanos y su sociedad, requiere cambios de mentalidad y procesos formativos que permitan reconocer la urgente necesidad de cerrar la brecha entre las dos culturas intelectuales –que hoy no quieren saber la una de la otra–, la científico-técnica y la humanístico-social. Sólo tendiendo puentes y rehaciendo la comunicación entre tales saberes podemos sostener la vigencia del humanismo para nuestro tiempo y el futuro, reiterando que se trata de un humanismo que toma al ser humano concreto, de carne y hueso, en el uno por uno de una singularidad que a nadie exceptúa, en la dimensión integral de su existencia, y que no se entrega al narcisismo arrogante de creerse amo de nada, pues se sabe reconocer y aceptar como criatura fortuita, vulnerable y efímera.
* Este artículo es una síntesis de “La conversación del miércoles”, proyecto de formación ciudadana organizado en Medellín, desde hace cinco años, por la Corporación Estanislao Zuleta y otras entidades que lo respaldan, como Comfama, Confiar y Haylibros.com. Ciclo 2012: De la cultura que tenemos a la cultura que queremos. Equipo del proyecto: Carlos Mario González, Diana Suárez, Vincent Restrepo, Álvaro Estrada, Eduardo Cano, Santiago Gutiérrez, Alejandro López, Isabel Salazar y Sandra Jaramillo. Más información: www.corpozuleta.org o en
Palabra desatada
El humanismo es una hechura del ser humano y por eso tiene una historia. En esa historia, ¿cuáles son los rasgos que han permanecido, permitiendo visibilizar la continuidad? Uno de ellos es la esperanza fundada en la idea de hombre –dirán hasta el siglo XVIII–, humanidad, incluso humanidades –diríamos hoy–; otro, una visualización de horizontes para la humanidad, horizontes de perfectibilidad como esos ideales que son el motor que nos impulsa hacia el futuro que concebimos como el más deseable para quienes vienen detrás (hay una bella conciencia en esto que se dice, de reconocer que el mundo no se acaba cuando ya no estemos en él). Así iban las primeras participaciones hasta la emergencia de esta necesidad: hay que llenar ese significante ‘humanidad’, cómo es que se va cargando de todas esas aspiraciones que se tienen, que orientan nuestra lucha por el porvenir de ella. No se trata de una lucha de ella por ella misma, pues muy fácil se hace la constatación que nos refrendaría lo capaz que es de horrorosas acciones.
Tampoco estamos pensando en un único proyecto. Eso es imposible y nada deseable en estos tiempos de diversidad cultural. Más bien –se dijo en varias participaciones– debemos hablar en términos de potenciar a los sujetos, no de unas características que éste tenga que llegar a cumplir –como quien cumple con un perfil para un determinado cargo– sino más bien de disposiciones de esos seres para con ellos mismos, con la vida, con los otros; unas que valoramos y consideramos imprescindibles para esa humanidad con que soñamos.
De repente se eleva una voz que nos obliga a conceptualizar sobre el sentido o significado de humanismo ¿Cuál es o cuáles son? ¿Qué es eso de valores universales? ¿Qué eso de principios éticos universales para toda la humanidad? ¿Por qué no humanidades en lugar de humanismo? En todo caso, si las cosas son de una manera en cuanto a la configuración de humanidad que tenemos ahora, que no es una ni es homogénea, pero que se reconoce que hay líneas ineludibles de influencia para ella que se pronuncia con predominancia sobre el resto de humanidades existentes, y esta, la que se eleva de entre las otras no es otra que la propuesta, afirmada, creciente y devoradora ‘humanidad del capital’, no tiene por qué seguir siendo así.
Entonces, ¿cuáles son esos mínimos por los que luchamos para la configuración de otra humanidad, de esa que queremos construir? ¿Es posible pensar en un proyecto que no sea totalizante en su propuesta de humanidad, que sepa darle lugar al conflicto, las crisis y el sinsentido en que también se ve envuelto y abrazado el ser humano, ser frágil y vulnerable en su finitud?
Otra pregunta se sumó a las anteriores, con la firme intención así enunciada de ser más una dificultad potenciadora en esta indagación que traemos: ¿Quiénes son los sujetos que construyen esos mínimos? Porque, por ejemplo, los ilustrados propusieron humanidad y principios universales pero dejando a muchos por fuera, incluyendo en ella a una selecta minoría. Una cuestión más, con iguales intenciones, emergió: ¿Qué de político tienen la enunciación, el reconocimiento y la lucha por una humanidad no cualquiera, que les dé voces a las expresiones que de ella puedan emerger, siendo que se inscriban en esos mínimos comunes que se logren estatuir como comunes a toda comunidad humana –por ejemplo, la dignidad para todo ser humano–?
Esa humanidad, enredada entre lo particular que se expresa de cada cultura y la propuesta homogeneizante de la humanidad globalizada y capitalista, encaminada a la producción, se debate entre eso que se quiere y se debe conservar de cada ser/cultura/comunidad, y lo que se debe proponer en el orden de lo universal; esto, por ejemplo, es muy político, pues involucra una lucha en niveles estructurales de una propuesta de humanidad, la del capital; así como también lo es la relación que pueda tener la educación con los procesos de transformación y configuración de otra alternativa para nuestra especie humana. Así, entonces, ¿qué tiene que ver la educación en esta pregunta por la humanidad, las humanidades?
Subsistir es ahora lo que se impone, y en esa urgencia se olvidan preguntas esenciales para la comprensión de la existencia humana en su pluralidad de posibilidades para concretarse. La educación no parece estar interesada en pensarnos –filosóficamente hablando– sino en formarnos para engrosar la cadena productiva, dijo un asistente. La educación debe hacer parte de ese collage de asuntos dibujados en la bandera de la lucha por otra humanidad, pero no ella por ella misma. ¿De qué educación, pues, se estaría hablando? ¿Cuál es el futuro de todos esos saberes que nos encaminan hacia la reflexión que aquí estamos defendiendo, que nos aportan en la configuración del humanismo que queremos?
Entre ser afirmativos en la construcción de futuros posibles o declinar la lucha, optamos por la primera vía, la de inscribirnos como agentes de él, estando, pues, el reconocimiento de los determinantes y condiciones que conlleva pensar al ser humano en un contexto democrático y plural, y que no basta con hacer preguntas ni pensar sólo en el plano de lo individual sino además traducir a acciones, y que éstas sean colectivas.