En Octubre del año 2015 el magnate mexicano Carlos Slim, dueño de la compañía de telecomunicaciones Claro, propuso que los ciudadanos deberían trabajar sólo tres días a la semana, en jornadas de 11 horas. Desde luego, el anuncio fue polémico porque buscaba dar una solución al problema del desempleo. Slim suponía que trabajando sólo tres días quedaba el resto de la semana para que las empresas vincularan más trabajadores y así aminorar la gran cifra de desempleo. El problema del argumento de Slim es que supuso que en los días restantes esa misma persona podía conseguir otro empleo si quería, con lo cual, de hecho, lo que sucede es que le quitaría opciones de trabajo a otras personas. Por lo demás, Slim no proponía esta medida para realizar mejores índices de justicia social y de dignidad de los trabajadores, sino que lo pensaba para aliviar y sostener la economía en crisis. Su falta de sentido de justicia quedó claro cuando propuso aumentar la edad para pensionarse, “porque retirarse a los 62 años hace insostenible el sistema”.
Lo que Slim pasa por alto es que el desempleo es un problema estructural de las actuales sociedades, y que este problema no se soluciona con medidas superficiales para generar más empleo. El desempleo es estructural y seguirá creciendo en el mundo que se avecina, en las futuras sociedades. Argumentos no faltan para así afirmarlo.
Tecnociencia y fuerzas productivas
Desde el mal llamado hombre primitivo cada vez que la techné se desarrolla más, cada vez que se introducen nuevos medios de producción más eficientes, cada vez que hay una innovación tecnológica o una mejora de software, correlativamente se ahorra energía humana aplicada al trabajo fatigoso. Es decir, el desarrollo de las fuerzas productivas soportado por la tecno-ciencia cada día produce más desempleados. Cuando apareció la imprenta, por allá en 1451, ¿cuántos escribientes fueron liberados del trabajo? Cuando aparecieron los correos electrónicos a finales del siglo XX: ¿cuántos carteros y cuántos empleos se suprimieron en las empresas de mensajería? ¿Cuántos profesores se van ahorrar las universidades con la educación virtual? No sobra recordar que este fenómeno de liberación del trabajo material y embrutecedor aumentó con el inicio de la era industrial cuyo símbolo fue la máquina de vapor. Esto evidencia que, a medida que crece el desarrollo tecnológico, es decir, a medida que las sociedades van materializando el sueño técnico-científico de la modernidad, inaugurado a finales del siglo XVI y comienzos del XVII, se libera más al ser humano del trabajo. Sin embargo, conocemos la historia. En lugar de liberar al sujeto humano de su fatiga, esfuerzo y penosas labores, los empresarios han aprovechado el exceso de oferta de fuerza de trabajo para pagar salarios de miseria en desmedro del bienestar de las personas.
Es decir, el capitalismo ha sobre-explotado al asalariado. Todo esto fue hecho y continúa haciendose a favor de una mayor acumulación de ganancia por parte de los propietarios de los medios de producción. Desde luego, esto permitió una mayor acumulación, primero en Europa, luego en todo el globo, basada en la desposesión. Pero, ¿qué es lo que se despoja con esta “acumulación por desposesión”? Pues acumulan unos a costa de la vida indigna de otros. Marx lo sabía muy bien: la vida misma de las personas, su subjetividad viviente, su corporalidad, convertidas por las fábricas, las empresas –hoy las maquilas–, en meras mercancías, en cosas que “trabajan”. Eso ocasionó –y sigue ocasionando– que las personas se empobrezcan más, material y espiritualmente.
Precisamente, este emprobrecimiento fue lo que no tuvo en cuenta Carlos Slim. Tampoco se percató que la automatización produce un tiempo libre, y que las personas se ven cada vez más imposibilitadas de encontrar un trabajo. El sociólogo Jeremy Rifkin en su libro El fin del trabajo dice: “las máquinas son el nuevo proletariado […] a la clase trabajadora se le está dando el pasaporte”. Desde luego, este problema ya lo había advertido Marx en La ideología alemana cuando decía que cada vez que había una mejora en los medios de producción, quedaba gente desempleada en otras partes del planeta.
Y ese pronóstico no ha fallado. Por ejemplo, entre 1979 y 1992 la productividad en Estados Unidos aumentó en un 35 por ciento, pero correlativamente se empleó un 15 por ciento menos de trabajadores; en Alemania entre 1993 y 1994, es decir, en solo un año, las fábricas eliminaron 500 mil empleos, eliminación posibilitada por los nuevos programas de Software, mejoras de redes de ordenadores, lo que permitió producir más y emplear menos gente. Preocupa, también, que según información de la Organización Mundial del Trabajo (OIT) el desempleo aumentará este año a cerca de 200 millones de personas en el mundo. Y aumentará también en los próximos años no sólo porque las innovaciones tecnológicas producen más desempleo, sino porque la población mundial crece día a día, especialmente, en los países periféricos y dependientes. No olvidemos que ya rondamos los 8 mil millones de personas en el planeta.
Las preguntas que surgen de la problemática expuesta son: ¿qué va a suceder cuando más millones de personas no tengan empleo? ¿Qué va a suceder cuando esos desempleados sean arrojados al no-futuro? ¿Qué va a suceder cuando cada vez más desocupados (el nuevo pobretariado) sea desechado porque no puede consumir y no pueda hacer parte de la fiesta de la globalización? ¿Qué sucederá en términos sociales con el aumento de la pobreza derivada del desempleo y de la anomia social, la violencia y la desechabilización de los cuerpos por parte del capitalismo? ¿Qué podemos hacer ante esta realidad? Un reto es evidente: para avanzar tras una solución para las generaciones futuras es indispensable subvertir la mirada y la manera como concebimos el problema. Las soluciones que pueden bosquejarse son, por lo pronto, cuatro:
1º. Como la sociedad actual cuenta con suficiente riqueza para todos, alimentos para todos, etcétera, una solución sería un proceso general de redistribución de la riqueza, la cual está, como se sabe, altamente concentrada en unas pocas manos. Esta redistribución implica crear mecanismos que permitan suplir las necesidades mínimas y básicas de la población, la cual no morirá de hambre y tendrá un poder adquisitivo que le permita vivir con dignidad. Esta solución no es descabellada, pues vivimos en un mundo rico, donde incluso: “conseguir la satisfacción universal de las necesidades sanitarias y nutricionales esenciales sólo costaría 13.000 millones de euros, es decir, lo que los habitantes de Estados Unidos y la Unión Europea gastan al año en perfumes”, según nos cuenta Ignacio Ramonet. Por lo demás, vivimos en una sociedad de la desechabilidad imbécil, donde a un celular le sigue otro mejor en un corto tiempo, y donde cada producto está programado para ser inservible en poco tiempo, potenciando así un consumo de recursos y daños ambientales. Sin embargo, el problema es, precisamente, que esa riqueza se quiera re-distribuir. Es fácil suponer que las pocas manos que atesoran, por medios lícitos e ilícitos, el 80 por ciento de la riqueza mundial no quieran despojarse de parte de ella.
2º. Una segunda solución implica medidas económicas relacionadas con imponer impuestos a las transacciones financieras internacionales y a las operaciones de las multinacionales, destinando ese dinero para la reinversión social, construyendo más equidad social. (ver, “La eterna postergación de la tasa Tobin”, p.22)
3º. Una tercera solución sería instaurar una “renta básica mensual” en cada Estado, donde cada persona reciba un salario fijo, independiente de si tiene o no trabajo, con lo cual cada persona de la sociedad tendría recursos con qué vivir. Es decir, cada ciudadano recibiría de su Estado un salario mensual básico, sin que esto obste para que cada quien pueda obtener otros recursos por determinados trabajos y labores. Esta propuesta fue hecha por el filósofo Erich Fromm en 1957, y hoy en día es sostenida por el filósofo y economista holandés Phillipe Van Parijs. El principal inconveniente es que es una medida que tal vez puedan realizar Estados ricos, y no países pobres.
4º. Por último, derivado del marxismo y la Escuela de Frankfurt se plantea una cuarta propuesta, tal vez la más compleja e integral, pero la más difícil. Y es la más difícil porque implica un vuelco fundamental de la manera como entendemos nuestra vida, nuestro estar cotidiano, la relación que tenemos con el tiempo, con nosotros mismos, con la naturaleza y con los otros. Esta propuesta parte de reconocer que el desarrollo tecnológico es la condición de posibilidad para la emancipación del individuo en la sociedad actual. Esto implica comprender que la ciencia y la tecnología aplicadas a la producción necesariamente seguirán en aumento y que, por lo tanto, cada vez los humanos se verán más libres del trabajo material. Y si estos están libres del trabajo forzado, desagradable, mecánico, despersonalizador, esto quiere decir que se genera cada vez más tiempo libre. Gracias a la tecno-ciencia aplicada a la producción de los bienes sociales, podremos construir la sociedad del tiempo libre y del ocio creativo. “Por primera vez en la historia moderna muchos seres humanos podrían quedar liberados de un gran número de horas de trabajo, y así adquirir una mayor libertad para llevar a cabo más actividades de tiempo libre”, sostiene Rifkin. Es la misma idea que está en Marcuse. En esa sociedad del tiempo libre el ser humano podrá trabajar solo unas pocas horas a la semana, es decir, 5, 10 o 15 horas, y con eso será suficiente. Si estas horas son bien pagadas deben permitirle lo necesario para vivir. Estas medidas se pueden complementar con la tasa Tobín mencionada, o con políticas concretas de redistribución o políticas públicas que busquen una mayor equidad social.
¿Y el tiempo libre?
Lo que tampoco tuvo en cuenta Carlos Slim en su declaración del año pasado es: ¿qué sucede con el tiempo libre? ¿Qué hacemos con el tiempo en una sociedad donde no necesitemos trabajar tanto? Estas preguntas son relevantes justamente porque, como sabemos hoy, muchos de los pensionados después de retirarse del trabajo sufren de depresión, aburrimiento, desesperación, desasosiego, falta de perspectivas vitales y cierre del horizonte existencial. No saben cómo aprovechar su tiempo, qué hacer con él. Entonces, pensar en una sociedad del tiempo libre, posible por la misma tecnología y por algunas otras medidas económicas, conlleva imaginar también la manera como viviremos en una sociedad que supera el trabajo alienado y lo reemplaza por el trabajo inmaterial, automatizado e informatizado. ¿Cómo viviremos, entonces, en una sociedad de gran ocio?
Lo primero que podemos decir es que una sociedad del tiempo libre requiere la superación de la represión a la que hemos sido sometidos por la civilización o por un determinado modelo de organización económica-social. La sociedad actual nos ha disciplinado toda la vida. Desde nuestros estudios primarios hasta el desempeño profesional. Es una vida reglada, que termina en la marginación cuando ya no es posible conseguir empleo. Así mismo, la sociedad del trabajo nos disciplina el día mismo. Desde que nos levantamos, las horas en las que almorzamos, comemos y descansamos para recuperar energía y así volver el otro día a trabajar. Es decir, la sociedad del trabajo mecánico conlleva una regulación y control de los cuerpos y las mentes. Nuestra sociedad es una escuela disciplinaria de control; es un encarcelamiento y una sumisión permanente a las instituciones sociales que ayudan a perpetuar el orden social existente.
Pero, ¿qué sucedería en una sociedad del tiempo libre? La respuesta es aparentemente simple: se trata de aprender a vivir de otro modo, de otra manera. Se trata de una deconstrucción y de una desintegración de las formas de vida imperantes que han reducido a los humanos a una cosa que trabaja, que se vende en el mercado laboral simplemente para reproducir una existencia miserable y sin sentido vital. Por eso la sociedad del tiempo libre debe convertirse en una sociedad del ocio creativo. Y aquí el ocio creativo requiere aprender a vivir de nuevas maneras, de nuevas formas. Entre ellas, se necesita aprender a utilizar el tiempo y a convertirlo en algo creador y gratificante, un tiempo que permita el afloramiento de la libertad y de la pluridimensionalidad humana. Una vez suprimidas la necesidades requeridas para la perpetuación de la existencia (ananké), el hombre en su tiempo de ocio creativo podrá dedicarse al arte, el deporte, la gestión cultural o pequeños proyectos productivos; también a la crítica, si así lo desea, tal como ya lo soñaba Marx hace más de 150 años.
Si el hombre y la mujer ya no tienen la existencia disciplinada por las instituciones, podrán dar rienda suelta a sus proyectos, a sus deseos, y la gratificación vital y el desarrollo personal serán el punto de partida de un nuevo orden social no represivo. El desarrollo de la persona se convertirá en el fin de la sociedad, del Estado, de la política y de la economía.
Por otro lado, hay que tener en cuenta que todo orden social es una forma de vida, un estilo de vivir, esto es, formas de entender el mundo, de actuar y de reproducir la vida social. Y un orden social libre, sustentado por una ética de la autorresponsabilidad social, solidaria, fraterna, no necesita de la represión de las instituciones, ni la del derecho penal. Entre más éticas sean las personas, entre más hayan interiorizado la necesidad de la convivencia y hayan aminorado y canalizado los conflictos, más libertad habrá y menos represión individual y social se requerirá. La autorregulación ética es inversamente proporcional a la coacción del derecho y de las instituciones políticas. Así se aquilata lo que Jürgen Habermas ha llamado juridificación del mundo de la vida. Y es así como podemos, a la vez, avanzar en la superación del malestar en la cultura que planteo Freud a comienzos del siglo XX. Es decir, los avances en la automatización e informatización de la producción, y la sociedad del tiempo libre derivada de esos avances, nos permitirá ir más allá del aumento dantesco y gradual de la represión que planteó el padre del psicoanálisis.
Hay que decir, también, que la vida en la sociedad del tiempo libre implica superar valores sociales tales como el exitismo, el egoísmo, el individualismo, el productivismo, el sentido de la competencia y el arribismo social. Todos estos valores fundamentan el modo de vivir de hoy. Entonces, superar esos valores es posible mediante una rebelión de los instintos vitales, una verdadera subversión de los faros orientadores de nuestra existencia en común.
En esta nueva sociedad habrá, igualmente, muchos modelos de familia y de convivencia cooperativa y comunal. La familia no tendrá como fin único la procreación; superar tal visión es un imperativo, pues plantear hoy que la familia se debe formar para posibilitar la procreación y la reproducción de la especie es un acto supremamente irresponsable frente al crecimiento demográfico. Es así porque el ser humano es el cáncer de la tierra, de este planeta viviente. La familia puede ser simplemente una asociación libre, solidaria, cooperativa, forjada por una red de singularidades afectivas, unidas por el deseo de la vida en común y de proyectos vitales. Si la familia no tiene como fin la procreación, ésta concepción implica una redefinición de la sexualidad, superando la genitalidad a la que fue sometida por la sociedad occidental cristiana con la institución matrimonial. La sexualidad, en un sentido amplio como la entendía Freud, debe ser también la erotización de todo el cuerpo y la redirección de la gratificación libidinal hacia múltiples objetos o satisfactores. No hay duda que, por ejemplo, la escritura es una descarga libidinal, sexual. Entonces, se trata de una erotización de la vida donde la sublimación juegue un rol central y permita el florecimiento de múltiples formas de vivir, de ser, de estar.
Finalmente hay que decir que hoy tenemos el gran reto de equilibrar tres variables: la producción, el crecimiento demográfico, y los llamados recursos naturales. Y sólo una redefinición del progreso, del desarrollo, del bienestar, permitirá conservar la fluidez vital en el planeta tierra. De ello depende la supervivencia de todas las especies, incluidas la nuestra.
Es claro que estamos ante un ejercicio filosófico de utopía, un faro fundamental para la praxis social, para la acción política y, ante todo, para nuestra escultura de sí. La utopía recoge funciones esenciales de la filosofía: la crítica, avizorar mundos y otear perspectivas. Queda, entonces, el reto de construir este tipo de sociedades, para lo cual debemos de-construirnos. Como dijo González Prada: “¡Los viejos a la tumba (sobre todo si lo están de espíritu, D.P) y los jóvenes a la obra!”. ν
* Discurso de presentación del libro Crítica, Psicoanálisis y emancipación. El pensamiento político de Herbert Marcuse, 2ª edición, Universidad Santo Tomás, 2016, en la Feria Internacional del libro de Bogotá. Se presenta aquí con algunos ajustes de forma.
** Profesor Facultad de Filosofía y Letras. Universidad Santo Tomás. damianpachon@gmail.com