A los progresismos, que tan buen augurio tuvieron al despuntar el siglo, ahora ya iniciado el tercer decenio, los ha tomado por sorpresa el inusitado resurgimiento de las derechas en todo el mundo, y en especial en Latinoamérica. Lo sucedido recientemente en Argentina no es más que un síntoma, pero de una enfermedad más grave de lo que muchos quisieran imaginar.
Un nuevo fantasma recorre las calles del planeta, y no es el del comunismo sino su espectro contrario. Tanto en Europa como en nuestro continente han tomado un nuevo aire las propuestas hasta hace poco inimaginables en una sociedad que se ufana de ser “civilizada” y “desarrollada”. Las propuestas vacías y el discurso enfurecido de los nuevos antisistema han encontrado un terreno político fértil para encaramarse en el poder –o acercarse peligrosamente a él– en diversos y disimiles lugares del mundo. Desde potencias como Estados Unidos y Reino Unido hasta países pequeños y poco desarrollados como El Salvador. Los países de la antigua esfera de injerencia de la URSS ahora son bastiones de la derecha extrema: Polonia, Hungría y varios países eslavos. La derecha tiene nuevos rostros que responden, como girasoles al movimiento solar, a las frecuentes y lábiles fluctuaciones de la opinión pública. Los populismos de derecha conquistan los electorados con una facilidad pasmosa gracias a una insolente irreverencia y una bien interpretada furia contra las élites políticas y las incoherencias de los gobiernos progresistas, inconsecuentes con sus ofertas de mejor futuro y tibios en su relación con sus sociedades con las cuales mantienen una relación de mando y no de obediencia, de potenciar imaginación, creatividad y autonomía.
Paradoja de paradojas: ahora la derecha es la revolucionaria, la que pretende subvertir el orden del establecimiento y acabar con las instituciones que una izquierda “ingenua” ayudó a construir. La rebeldía se volvió de derecha.
En este giro de 180 grados, hay un nuevo sentido común que se está construyendo a partir del antiprogresismo y de la anticorrupción política, giro y ofertas políticas ante las cuales la izquierda no reacciona con atino, no rompe moldes políticos ni económicos mandados a recoger, no disputa con audacia la opinión pública y sí refuerza lo que prometió superar.
Es una realidad que le deja el camino abierto a su contraria, que sí le oferta a sus sociedades “cambiar” el mundo y, para su regocijo, está logrando convencer a mucha gente que eso que propone es lo que el mundo requiere. ¿De qué argumentos y tesis se apropia esta Derecha 2.0, como algunos la denominan para diferenciarla de las derechas del siglo XX?
Este nuevo discurso utiliza una combinación de elementos como la exaltación del individualismo, la reacción a los avances del progresismo en materia de igualdad de género y de derechos de minorías, el proyecto de reconstrucción del patriarcado, un anti-comunismo renovado y la propagación del discurso del odio como un sistema capilar que llega a todos los ámbitos, unido a los conocidos discursos nacionalistas, a la xenofobia, al racismo, a la misoginia, la anticorrupción y la antipolítica tradicional, etcétera. La llegada al poder de un Trump, y su cercanía a repetir en el poder, son prueba más que suficiente para que quienes alientan el pensamiento crítico los convoque el análisis serio de este fenómeno que erosiona las bases de los movimientos sociales y populares de todo el mundo.
Las derechas del siglo XXI han conquistado el trofeo del uso y manipulación de las redes sociales, el meme como arma e instrumento político, los foros en Internet y los videos en You Tube y plataformas como X y 4chan, para propagar su discurso incendiario, tergiversado, lleno de fake news y teorías conspirativas para convencer a una población que ha caído en la desazón del “no se puede”, del “no hay futuro”, del “todos son iguales”, y que en la despolitización más evidente optan por apoyar discursos supuestamente antisistema. Y mientras tanto, las izquierdas apenas parecen darse por enteradas de lo que movilizan las redes sociales en manos de líderes políticos como Trump, Uribe, Bukele, Bolsonaro, Milei, y muchos más.
Es un fenómeno por comprender a cabalidad para poderle contraponer alternativas. En esa ruta, y como parte de una disputa políticocultural, hay que entender el porqué del resurgimiento con tanta potencia de discursos nacionalistas, individualistas, contrarios a igualdad y justicia, que niegan la realidad histórica y rechazan la realización plena de los derechos humanos, al tiempo que le dan validez al uso de la violencia, a la mano dura como fórmula suprema para contrarrestar la delincuencia.
Como parte de este reto y propósito, es urgente abrir los debates en todos los centros de pensamiento en el país y en el continente. Las izquierdas, así como los movimientos anarquistas que se deslindan del eje derecha-izquierda, deben estimular la reflexión, como una de sus prioridades. Por nuestra parte, convocaremos en el primer trimestre del nuevo año a espacios y foros para que este fenómeno sea debatido ampliamente y desde muchas perspectivas.
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