Un dilema ético

A veces llegan cartas con sabor amargo
con sabor a lágrimas
A veces llegan cartas con olor a espinas
que no son románticas

Julio Iglesias

Uno de los conflictos que tenemos cuando recibimos carta de un amigo es, dada la importancia de su contenido, decidir si es legítimo o no, si es ético o no, violar la intimidad que une a quien escribe con el destinatario para hacer público el texto, aún sin autorización del emisor. Es el dilema que tenemos en esta ocasión y después de mucho meditarlo hemos decidido ceder la carta recibida a los amigos de Le Monde diplomatique para que la hagan pública en esta columna que tan generosamente, de tanto en tanto me ceden, conocedores ellos de la amistad profunda y antigua que me une con quien la escribe. Sin más preámbulos, paso aquí a transcribirla, con algunas omisiones que no interesan más que al destinatario y que prudentemente he suprimido. Por supuesto, no faltará el lector que diga que es apócrifa. Allá él.

«Apreciado Karlmarx: ¡Compañero! Amigo entrañable, compañero de antiguas luchas y apoyo de mis cuitas en los momentos más difíciles de mi trasegar. Garrapateo estas líneas al dorso de un borrador de decreto que me han traído para revisión –acudiré a un propio para que la entregue de manera segura, sin acudir a esos odiosos textos electrónicos que son tan impersonales y vulnerables al hackeo–. Al menos tengo la confianza de que esta cuartilla llegará a tus manos y sabrás disponer de ella, arrojándola al fuego una vez la hayas leído. No es necesario que me respondas, lo hago más por desatorar más de una piedra atravesada que tengo en la garganta. No imaginas lo que me ha afectado la partida abrupta de la compañera Piedad. Pobre, murió en su ley, pero no me cabe duda, como lo expresé en un trino en X, que fue víctima del odio, del racismo, del clasismo y de la persecución desenfrenada de los mismos que a mí tampoco me dejan respirar. Terminarán por hacerme reventar. Desde que me enteré de su deceso he caído en un sopor del que me cuesta salir, sabes que esto me ocurre con más frecuencia de lo que yo deseara, e infortunadamente estos estados anímicos han trascendido a la opinión pública, en parte por culpa de la arpía de la Ingrid que no pierde oportunidad de enrostrarme públicamente que tengo un temperamento depresivo. Qué lo voy a hacer, al final logro recuperarme para volver al espectáculo y dar la cara. El espectáculo debe continuar. Confieso que cada día odio más esta sociedad del espectáculo. Eres testigo, compañero, de mi resiliencia, de mi espíritu de Ave Fénix.  También te he hablado de mi insomnio. Me paso las noches recorriendo los pasillos desolados de esta Casa que fue del precursor y traductor de los Derechos del Hombre. Qué largos y fríos son estos corredores que mido paso a paso, una y otra vez. A veces, en las noches estrelladas, me escabullo por el jardín hasta el observatorio astronómico de Mutis y Caldas y me encaramo allá hasta que clarea el alba y retomo mis funciones, que confieso, cada día me agobian más. ¿Cuál es mi refugio? Los libros, siempre los libros, te lo he comentado. Ahora me ha dado por releer diversos autores, sobre la mesa de noche tengo a Broch, su maravillosa La muerte de Virgilio, Mientras agonizo de Faulkner, La muerte de Artemio Cruz de Fuentes y las Meditaciones de Marco Aurelio. Este último lo tengo todo subrayado y anotado; jamás me abandona y siempre reconforta. Es curioso, ¿no? Yo, que soy el impulsor del programa de Colombia potencia mundial de la vida ande leyendo tanto sobre la muerte y el balance que hace todo hombre al final de la vida. Pero la marcha de la compañera hacia la trascendencia me ha puesto en trance reflexivo y por eso recurro a estos textos que siempre dan luces sobre el misterio de la vida.

Lo que te diré a continuación sé que sabrás comprenderlo, y te pido que lo mantengas en el mayor sigilo pues si trascendiera sería nefasto para mí y todo el proyecto que ahora sostengo sobre mis hombros, como un Atlas flacuchento. Por ningún motivo vayas a cometer la imprudencia de mostrarle esta carta a tus amigos de desdeabajo y Le Monde diplomatique que te la raparán de la mano. Son mis amigos, pero la verdad los tengo bastante olvidados en medio de tanta obligación que me agobia. Bueno, aquí te lo suelto: ¡No sabes cuánto extraño nuestros años de lucha con el movimiento que llevaba por nombre el día de mi cumpleaños! ¡Ah!, ¡qué románticos éramos, qué ilusos, pero qué valientes y decididos para ir hasta el final en el propósito bolivariano, nacionalista y popular! La espada de Bolívar, nuestro símbolo, sabes de sobra que la hice traer para que presida mi trabajo a cada momento. Es un símbolo, pero ahora no preciso de símbolos sino de hechos, de logros, de cambios verdaderos y veo con rabia y con tristeza, con desconcierto y estupefacción cómo estos se escapan y se alejan cada día más. ¿Ay, Karlmarx, te lo digo sin tapujos: erré el camino, no era por este, lo digo con inmenso dolor, ¡era otro el camino luminoso que debíamos trasegar! Era aquel de Toledo y Bateman y del primer Pizarro. Me sabe a fango el Congreso y su politiquería, me sabe a cieno la ineficiencia del Estado, corrupto y paquidérmico, me sabe mal la desidia e inoperancia de mis funcionarios que no tienen el sentido de urgencia de un periodo que se nos escapa cada día entre las manos. El camino era otro, aquel que nos inspiró a los compañeros de entonces, a los viejos líderes, pues yo era apenas un mocetón, pero ellos también se fueron equivocando hasta entregar todo, todo aquello que nos iba a acercar al poder para lograr el verdadero cambio social. Ahora es tarde. Todo se consume ante nuestros ojos y no es posible volver atras y reemprender el camino primordial del gran cambio social que este establecimiento no nos quiere permitir que se haga. Es tarde. ¿O será que no? Tu amigo incondicional y leal, (firmado) Gustavo».

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Información adicional

Autor/a: Karlmarx Otálora
País: Colombia
Región: Suramérica
Fuente: Periódico Le Monde diplomatique, edición Colombia, Nº240, febrero 2024
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