Escrito por Carlos Eduardo Maldonado

Walter Tello

El covid-19 recordó algo que no puede olvidarse: no es prudente permitir que las cosas sucedan, sin intentar predecirlas y neutralizarlas. A propósito de ello, vale la pena observar un acontecimiento “invisible”: los temblores y terremotos. La historia, la cultura y la vida cotidiana es lo que acontece cuando la naturaleza lo permite.

Con la crisis pandemica en curso quedó en evidencia, una vez más, que existen fenómenos sorpresivos, y que estos no pueden ni deben ser desatendidos. A todos, Tirios y Troyanos tomó por sorpresa el covid-19. Ni las mejores mentes del mundo lo vieron venir, ni tampoco existen, con certeza, a pesar de las decenas y decenas de vacunas disponibles, una solución para la crisis, del orden sistémico y sistemático.

Atendiendo a este llamado no es ilógico mirar hacia la geología, una ciencia fundamental, ampliamente ignorada. Varios de sus capítulos se ocupan de fenómenos apasionantes, aunque dramáticos, como la sismología y la vulcanología. La geología es un componente central de las Ciencias de la Tierra. Pues bien, la Tierra no es un sistema físico sin más; es un organismo vivo. Nos habla: y debemos poder escucharla. Al cabo, la Tierra, cuyo verdadero nombre es la biosfera, somos nosotros mismos. Una relación sutil y para nada inmediata o directa, sino, es el resultado de elaboraciones que son objeto de otras consideraciones aparte.

Primero: los hechos

Según el sitio earthquaketrack.com, al día de ayer tuvieron lugar 124 temblores en el mundo en las últimas veinticuatro horas, 1.089 en la última semana, 4.784 el último mes, y 63.415 el último año. Estas cifras se actualizan día a día. De estos temblores o terremotos, los más graves tuvieron la siguiente intensidad: 5.9 hoy, 6.3 esta semana, 8.1 este mes, y 8.1 el año. Estos datos se actualizan diariamente; incluso, cada hora.

Hay que decir que un temblor o terremoto tiene consecuencias a partir de 5.0, y que por encima de 6.0 se empieza a considerar de consecuencias desastrosas (muertes, derrumbe de edificaciones, generación de tifones en el mar que llegan devastadoras a las orillas, etcétera).

Las noticias cotidianas difícilmente dan cuenta de estas dinámicas; y cuando lo hacen tratan cada acontecimiento de manera aislada y local. Pero la verdad es que la biosfera es un organismo vivo, y que todas las dinámicas se encuentran perfectamente entrelazadas, en gran escala, entre sí. Para la percepción común –esto es, tomadores de decisión, medios de comunicación, y muchos otros–, la ocurrencia de temblores y terremotos es algo que se da por dado, y no existe una visión orgánica de los acontecimientos. Prevalece el análisis y hace falta elaborar síntesis.

Naturalmente que los temblores y terremotos son, ampliamente, impredecibles. El que se espera que sea el más catastrófico en la historia de la humanidad desde hace un tiempo, a raíz de la falla de San Andrés en California, se espera que suceda entre una escala de 9 a 10, cuyos efectos son simple y llanamente impredecibles. Pues bien: se sabe que sucederá, se sabe de cuánta magnitud será, pero no se tiene conocimiento alguno de cuándo podría acontecer.

La aleatoriedad procede de la naturaleza, y es la naturaleza. Los seres humanos en la tradición occidental han tenido enormes dificultades –epistemológicas, psicológicas y emocionales– para tratar (= “lidiar”) con la aleatoriedad, la contingencia, el azar. Trata de reducirla, de controlarla, de descartarla incluso. A ello están dedicadas herramientas –la verdad infructuosas– como la teoría clásica de probabilidades, la teoría del riesgo, la prospectiva y otras empresas semejantes. La complejidad en el mundo y en la naturaleza consiste exactamente en el papel del azar en la economía de la realidad. Las cosas no son aleatorias, en manera alguna; pero sí existe un componente de contingencia perfectamente indescartable. El reto estriba en el peso o la magnitud del azar. La ciencia normal y la cultura normal, en toda la acepción de la palabra, nada pueden hacer al respecto. Entonces suceden las tragedias.

(Ya en los orígenes de la civilización Occidental la diosa griega Tyché, y posteriormente su traducción y expresión romana Fortuna, encuentran innumerables problemas en el ecosistema de mitos, relatos y explicaciones, y terminan sencillamente por desaparecer. Se impone el determinismo).

Los supervolcanes

Los volcanes, no solamente han acompañado a la existencia de los sistemas vivos desde los orígenes, sino, mucho más importante, se encuentran sin ningún lugar a dudas en las fuentes de los orígenes de la vida. Se trata de fenómenos prácticamente ubicuos, en los océanos tanto como en tierra.

Pues bien, existe una categoría importante, que son los supervolcanes, que pueden desprender erupciones de proporciones ampliamente geográficas e incluso mundiales. Existen, en un primer estudio, dieciséis volcanes mayores que son los siguientes: Rainier (E.U.), Mauna Loa (Filipinas), Colima (México), Santa María (Guatemala-Nicaragua), Galeras (Colombia), Teide (Islas Canarias), Nyiragongo (República Democrática del Congo), Vesuvio y Etna (Italia), Santorini (en el mar Egeo), Merapi (Indonesia), Ulawun (Paúa Nueva Guinea), Taal (Filipinas), Unzen y Sakurajima (Japón), y Avachinsky-Koriasky (Rusia oriental). Y a estos los denominan “los volcanes de la década”, un proyecto que se inició en los años 1990 dedicado al estudio de este tipo de formaciones geológicas que, por su situación geográfica e historia pueden ocasionar enormes desastres.

Al lado de los “volcanes de la década” los verdaderas importantes (= preocupantes) son los llamados supervolcanes, que se caracterizan porque tienen una carga de magma mil veces más grande que los demás identificados en el mundo; esto es, expulsan más de 1000 km3 de magma. Un fenómeno que no cabe en la mentalidad del día a día de los ciudadanos. Estos son: el Lago Toba (Indonesia), la caldera de Yellowstone (E.U.), la caldera La Garita en Colorado (E.U.), el volcán Taupo (Nueva Zelandia), y varios más situados en Japón, Ecuador, Chile, Italia, Alemania, E.U. y Panamá. Cabe destacar al Monte Fuji (Japón) y el Popocatepetl (México).

El marco exacto en el que se sitúan estos fenómenos está compuesto por dos elementos adicionales de enorme importancia desde numerosos puntos de vista, ambos, estrechamente entrelazados. De un lado, se trata del Cinturón de Fuego, que está conformado por la Cordillera de los Andes, desde Chile hasta Colombia, que se prolonga por Centroamérica sube por la costa oeste de los Estados Unidos y continua, ininterrumpidamente con toda la costa oriental de Asia, desde Japón hasta el sudeste asiático, abarcando también a Australia y Nueva Zelanda. En otras palabras, es el cinturón del Océano Pacífico. Una verdadera bomba de tiempo, literalmente.

De otra parte, al mismo tiempo, es la dinámica que subyace a la geografía política –esto es, la existencia de los países– constituida por la deriva continental y la tectónica de placas. El gráfico Nº 1 integra ambos aspectos:

Las placas geológicas –placas tectónicas, en rigor– están en movimiento constante. Se calcula que sus movimientos oscilan entre 2 y 6 pulgadas de desplazamientos al año. El mismo ritmo en el que crecen los océanos, al mismo tiempo que se derrite el polo norte. Por ejemplo, Chile está siendo devorado por el mar, al mismo tiempo que los Andes se hunden en el país austral, a una velocidad de 3.5 pulgadas por año.

Pues bien, se conoce la dinámica de la tectónica de placas, pero se ignora las consecuencias de los choques, vacíos y hundimientos. Y todo, es un fenómeno que está teniendo lugar simultáneamente alrededor del globo. Volcanes, supervolcanes y tectónica de placas constituyen una sola unidad. Son ellos los que hacen a la historia, no las acciones humanas, las que tienen lugar, literalmente, cuando y como la naturaleza lo permite. Debemos poder pensar como la naturaleza.

Digámoslo sin ambages: se sabe que habrá una erupción del volcán de Yellowstone, incluso a pesar de que la última suya tuvo lugar hace cerca de 800.000 años; actualmente el Etna y el Vesubio están activos y se sabe que habrá una enorme erupción semejante a la que destruyó a Pompeya en la actual Palermo. Se sabe que los temblores y terremotos alrededor del planeta están aumentando en frecuencia y en magnitud.

Las consecuencias son sencillamente impredecibles. En esto consiste la ciencia del caos: en el aprendizaje de la impredecibilidad. Pues bien, la impredecibilidad de la naturaleza debe poder traducirse en planes y programa de prevención de desastres por parte de cada país, gobierno y localidad. Lo que es cierto es que, al día de hoy, nadie está preparado para que sucedan fenómenos semejantes, simultáneos.

Si el covid-19 puso de manifiesto el egoísmo y la total ausencia de altruismo en la producción y distribución de las vacunas, sin duda, una cadena de terremotos y desastres naturales pondrá a plena luz del día el: “sálvese el que pueda”; si se mira con los ojos del pasado y del presente. Pero no es necesarios que así suceda con los ojos del futuro.

Los cambios civilizatorios son también cambios naturales

No hay dos cosas: cultura y naturaleza. Esta idea que ya se sedimenta cada vez mejor en el plano de la biología gracias a la epigenética** permanece sin embargo ajena cuando se la ve desde el punto de vista de las ciencias de la tierra y su cruce con la historia, la sociología y la antropología, por ejemplo.
De su vista no puede quedar ajena que de tanto en tanto suceden cambios de enorme envergadura, a saber: cambios civilizatorios, no simplemente sociales o culturales. Asistimos a la muerte de Occidente, algo sobre lo cual existen diagnósticos cada vez más amplios y variados.

Desde las ciencias de la tierra puede asegurarse que actualmente hay cuarenta y cinco volcanes activos alrededor del planeta, de acuerdo con el sitio volcano.si.edu. La gran mayoría de estos volcanes actualmente activos están en el Cinturón de Fuego. A partir de 1994 se han observado entre 56 y 88 erupciones por año. De ellos, hay diez volcanes en cuyo perímetro inmediato de cinco kilómetros hay por lo menos un millón de habitantes.

Estas y otras dinámicas internas de la naturaleza le han permitido a la humanidad aprender, a nivel científico, dinámicas y procesos importantes. Sin embargo: a) los gobiernos y los medios de comunicación; b) la propia ciudadanía, permanecen ampliamente al margen de estos logros científicos. La impredecibilidad se traduce en la irresponsabilidad y la corrupción. Son el hambre y las crisis los que generan revoluciones sociales, mucho más que las ideas.

Este panorama puede complejizarse sin ninguna dificultad. Aquí, las limitaciones de espacio impiden un cuadro más amplio. En cualquier caso, lo cierto es que asistimos al hundimiento de la civilización occidental en toda la palabra, y simultáneamente hay una nueva civilización que está emergiendo. Las grandes transformaciones civilizatorias han estado siempre acompañadas de profundos fenómenos naturales. Incluso aunque los seres humanos no sean plenamente conscientes de ello.

Un cambio de enorme envergadura tuvo lugar hace alrededor de 35.000 años cuando la especie Homo Neardenthalis fue eliminada por parte de la especie Homo Sapiens. Esa catástrofe estuvo acompañada (= correlaciones) por profundos cambios climáticos, naturales y otros. En escalas más pequeñas, otros ejemplos semejantes pueden mencionarse, entre los cuales se sitúa el tránsito del paleolítico al neolítico, y con éste, el nacimiento de la agricultura y la escritura y, al cabo, el nacimiento de la civilización occidental. La Gran Historia es un descubrimiento reciente, pero no termina de escribirse.

Ante nuestros ojos están sucediendo cambios profundos, de gran envergadura, muchos de ellos entrelazados, con consecuencias perfectamente imprevisibles. Al mismo tiempo, existe en la sociedad global un profundo malestar, los movimientos sociales y políticos se multiplican, muchos de ellos están conectados y aprenden recíprocamente de sus experiencias, formas de acción y de organización.

Pues bien, lo que sucede en la naturaleza no es ajeno a lo que acontece en la sociedad, y viceversa. Algo que las ciencias sociales en general no han llegado plenamente a reconocer. Sólo que ahora, por primera vez en mucho tiempo podemos entender las conexiones y las correlaciones; no necesariamente hablar de causalidad. Lo que sí es verdad es que en la base de todas las acciones humanas está siempre la naturaleza. Hace apenas unas cuantas décadas que hemos comenzados a desarrollar un saber integrado acerca de la naturaleza, gracias a ámbitos como la biología de sistemas, la Gran Historia, la cosmología científica, las ciencias de la tierra, la epigenética, el enfoque eco-evo-devo y otros más. Se trata de desarrollos científicos que es imperativo que la sociedad conozca, pues, ulteriormente, de lo que se trata es de esperanzas, expectativas y calidad de la vida.

Dicho en una palabra: las más profundas revoluciones sociales no son ajenas a profundos procesos y dinámicas en la naturaleza. Es preciso saber acerca de estos enmarañamientos.

La naturaleza habla con precisión

Los seres humanos, centrados siempre en sí mismos no terminan de aprender acerca de la naturaleza: que ella habla y dice las cosas con claridad precisa. La crisis del covid-19 puso de manifiesto que uno de los lenguajes de la naturaleza es el de los virus, un lenguaje ampliamente ignorado hasta hace muy pocos años.

Atávicamente, los seres humanos han pensado tradicionalmente con el deseo (wishful thinking), o lo que es equivalente piensan en términos exclusivamente antropológicos y antropocéntricos. Por ello mismo, puede decirse que la cultura humana es un error. A fin de que no sea un error, la cultura humana debe aprender a observar a la naturaleza, a relacionar planos y contextos, en fin, a escuchar y aprender de la naturaleza. Con una observación final de tipo puntual: para cada quien, la experiencia más directa e inmediata de la naturaleza es su propio cuerpo. Ya Foucault elaboró una crítica robusta sobre las políticas sobre el cuerpo (biopolítica). Una gama amplia de temas y problemas emergen de un panorama cuyo hilo conductor, aquí es la existencia e importancia de los temblores y terremotos.

Debe ser posible pensar y atender a fenómenos altamente improbables. Porque, paradójicamente, los fenómenos altamente improbables suceden, y tienen lugar mucho antes de lo que cabía esperar.

** Dedicaremos un próximo artículo a este tema.

Referencias
Christian, D., (2019). La gran historia. Barcelona: Crítica
Maldonado, C. E., (2016). “Pensar como la naturaleza. Una idea radical”, en: Unipluriversidad, vol. 16, No. 2, pp. 41-51; disponible en: https://aprendeenlinea.udea.edu.co/revistas/index.php/unip/article/view/328311
Maldonado, C. E., (2020). (2020d) Teoría de la información y complejidad. La tercera revolución científica. Bogotá: Ed. Universidad El Bosque
Stokes, Brown, C., (2009). Gran historia. Del big bang a nuestros días. Barcelona: Alba

Páginas web:
https://www.volcanodiscovery.com/es/earthquakes/today.html
https://earthquaketrack.com/recent
https://volcano.si.edu/gvp_currenteruptions.cfm

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