Un testimonio del ex director del diario francés Le Monde sobre la erosión de la autonomía de la redacción describe el arduo combate por la independencia política y financiera.
No es habitual que el ex director de uno de los periódicos más importantes del país haya sido, al mismo tiempo, periodista económico y novelista exitoso, y sucesivamente, reportero destacado en África y gerente de un periódico atrapado en una ecuación financiera imposible. Una ecuación que resultará en su despido por los nuevos accionistas del grupo de prensa, sin que la redacción de Le Monde –por no querer o no poder– se opusiera: debió primero ratificar su desposesión de una empresa que controlaba desde la Liberación. Eric Fottorino concluye su relato con pluma elegíaca: “Había entrado a esta casa despreocupado, tan orgulloso, casi corriendo, ansioso por probarme como periodista, y me tocaba poner fin a esa utopía de sesenta y cinco años, a ese sueño de periodismo autogestionado, a la hermosa aventura de un periódico de periodistas. […] Iba a quedar como el director que vendió Le Monde” (1).
Durante unos diez años, Le Monde pareció prosperar bajo la batuta de un trío insólito pero cohesionado: Jean-Marie Colombani (“JMC”), elegido director en 1994; Edwy Plenel, jefe de redacción y luego director de redacción, y Alain Minc, presidente del consejo de supervisión.
El periódico fue progresivamente invadido por un “delirio de grandeza que llevaba a JMC a decir que un grupo de prensa se hacía inatacable si pesaba ‘1.000 millones de euros’”. Mientras la publicación se endeudaba, el director se afanó en destruir a aquellos que no pertenecían a un restringido círculo de elegidos entre los cuales se encontraba Edouard Balladur pero también Bernard-Henri Lévy (BHL). Fottorino admite: “Nunca me resultó fácil justificar ante la redacción que bajo la apremiante demanda de Edwy [Plenel], respaldado por Colombani, publiqué las interminables investigaciones de BHL en Argelia, Kosovo o en el teatro de conflictos olvidados de África o Asia”.
La admiración de Le Monde por BHL y el comportamiento connivente o vengativo de Le Monde des livres hasta la partida del trío, colaboraron a que el diario adquiriera “una imagen belicosa y desagradable, que rematan a veces bochornosos desmentidos. El diario puso en marcha una cacería humana, distribuyendo premios y castigos, y administrando arbitrariamente indulgencias y estocadas”. En el registro de las “indulgencias”, el autor relata un desayuno más que amistoso al que Colombani lo llevó en 2006, en el Ministerio del Interior, encabezado en ese momento por Nicolas Sarkozy. Ambos periodistas se reunieron allí con Minc, quien, aparentemente como en su casa, releía las pruebas de un libro del futuro Presidente de la República…
En 2003, el libro de Pierre Péan y Philippe Cohen La Face cachée du “Monde” (La cara oculta de Le Monde) vapuleó el prestigio del “periódico de referencia”. Fottorino lo admite: “Pese a sus increíbles defectos, el libro acertó el golpe al reafirmar a los fieles del diario, cada vez más disgustados con la arrogancia de Le Monde, con la tendencia política ‘balladurista’ introducida de contrabando, con sus agresiones dirigidas, cuya ilustración más triste y también más perjudicial fue el caso Baudis”.
A medida que corren las páginas, algunos retratos se describen con pluma ácida. Colombani, que en 2007 hace campaña por Sarkozy al mismo tiempo que llama a votar por Ségolène Royal; Plenel y “su fanfarronería de creerse un mito viviente del periodismo. […] Excluir era su manera de dirigir, la humillación colectiva su detestable técnica”; y sobre todo, Minc: “No se le podía decir nada que él ya no supiera, todo lo que pensábamos él ya lo había pensado. Él sabía, y eso era todo. […] Nadie se hace amigo de Alain Minc. En el mejor de los casos, uno se transforma en el fiel servidor de un marionetista”.
Represalias
Si bien el autor cuenta vívidamente su experiencia como periodista que conoció las buenas épocas –las de la influencia de los medios, de las investigaciones de largo aliento, de los colegas algo cultivados aún y capaces de documentarse sin recurrir a Google–, es sobre todo la narración de su experiencia al mando, de la redacción y luego de la industria, de un periódico endeudado, desesperado, la que llama la atención. Y muchas veces cautiva.
Dos episodios resultan instructivos. En mayo de 2009, en un editorial, el director de Le Monde recrimina al presidente Sarkozy su exaltación y jactancia. Entonces uno tras otro, Vincent Bolloré, amigo del jefe de Estado, anuncia que interrumpirá la impresión de su diario gratuito Direct Matin en las rotativas de Le Monde; el Journal du dimanche, que pertenece a Arnaud Lagardère, otro amigo de Sarkozy, informa que cambiará de imprenta, y por último Les Echos, propiedad de Bernard Arnault, también amigo personal del Presidente, denuncia el contrato firmado con la sobredimensionada imprenta que es propiedad de Le Monde. Fottorino resume: “El poder trataba de asfixiarnos por la vía industrial”.
Los banqueros pueden mostrarse tan vengativos como los presidentes. Cuando Le Monde, con la soga al cuello, busca el apoyo de sus accionistas, BNP Paribas, histórico banco del diario, lo traiciona. Fottorino se entera de la noticia por un llamado telefónico, cuando hace una hora que está conversando con Michel Pébereau, dueño del banco. Este último, pese a haber tomado personalmente la decisión, funesta para su interlocutor, prefiere bromear con él sobre cualquier otra cosa…
Más tarde explicará los motivos de su rechazo: le disgustó una investigación de Le Monde que señalaba el papel central de la BNP Paribas en “el capitalismo de amigos” a la francesa. Allí se citaba a Pébereau, miembro de varios consejos administrativos de empresas del CAC 40.
Fottorino reflexiona a posteriori sobre el riesgo periodístico tomado: “Sin duda no era oportuno, en momentos en que nuestro futuro estaba en discusión, irritar a aquel que tenía una parte de la solución en sus manos. […] ¿Causar disgusto nos condenaba a perecer? Como fuera, era demasiado tarde para dar marcha atrás”.
Demasiado tarde… A falta de nuevos “mecenas”, Le Monde fue vendido (2). Y poco después, Fottorino fue destituido por los nuevos accionistas que él mismo entronizó. Si bien mantiene gran reserva sobre este último episodio, extrae no obstante esta lección: “Le Monde se unió a la cohorte de periódicos renombrados cuya suerte ya está ligada al capital y a la buena voluntad de los jeques de la industria o las finanzas”. Defensor de la “globalización feliz”, Le Monde se convirtió en su presa.
1 Eric Fottorino, Mon tour du “Monde”, Gallimard, París, 2012.
2 Pierre Rimbert, “Comment ‘Le Monde’ fut vendu”, Le Monde diplomatique, París, junio de 2011.
*Director de Le Monde diplomatique.
Traducción: Patricia Minarrieta