Pese a la escandalosa magnitud del espionaje estadounidense, puesto de manifiesto por Edward Snowden, los líderes europeos apenas se quejaron. Además, ante las sospechas de que el avión de Evo Morales llevaba a bordo al espía fugitivo, le negaron permiso de sobrevuelo. Este artículo es un testimonio directo del presidente boliviano.
El 2 de julio pasado se produjo uno de los hechos más insólitos en la historia del derecho internacional: la prohibición al avión presidencial del Estado Plurinacional de Bolivia de sobrevolar los territorios francés, español, italiano y portugués, y mi consiguiente secuestro durante 14 horas en el aeropuerto de Viena (Austria). Varias semanas después, este atentado contra la vida de los miembros de una delegación oficial, cometido por Estados supuestamente democráticos y respetuosos de las leyes, continúa despertando indignación y la condena de millones de ciudadanos, cientos de organizaciones sociales, organismos internacionales y gobiernos de todo el mundo.
¿Qué sucedió realmente? Estaba en Moscú, poco antes de reunirme con el presidente Vladimir Putin, cuando un asistente me alertó que, por razones técnicas, no podíamos llegar a Portugal como estaba inicialmente previsto. Cuando finalizó mi reunión con el presidente ruso, era más que evidente que no se trataba de ningún modo de un problema técnico.
Desde La Paz, nuestro ministro de Relaciones Exteriores, David Choquehuanca, logró organizar una escala en Las Palmas de Gran Canaria, en España, y consiguió que se aprobara un nuevo plan de vuelo. Todo parecía en orden… Pero, mientras estábamos en el aire, se me acercó el coronel de aviación Celiar Arispe, comandante del Grupo Aéreo Presidencial y piloto de nuestro avión ese día: “¡París nos canceló la autorización de sobrevolar su territorio! No podemos ingresar al espacio aéreo francés”, me dijo. Su sorpresa fue tan grande como su preocupación: estábamos a minutos de llegar a ese territorio.
La primera opción era intentar volver a Rusia pero corríamos el riesgo de quedarnos sin combustible. El coronel Arispe contactó a la torre de control del aeropuerto de Viena para solicitar la autorización para realizar un aterrizaje de emergencia. Agradecemos aquí a las autoridades austríacas la luz verde para hacerlo.
Instalado en una pequeña oficina puesta a mi disposición, estaba en plena conversación con mi vicepresidente, Álvaro García Linera, y con Choquehuanca para decidir cómo proseguir y, sobre todo, para intentar comprender las razones de la decisión francesa, cuando el piloto me informó que Italia también rechazaba nuestro ingreso a su espacio aéreo.
En ese momento recibí la visita del embajador español en Austria, Alberto Carnero, quien me anunció que se acababa de aprobar un nuevo plan de vuelo para que pudiera encaminarme hacia España. Me explicó que sólo había que revisar el avión presidencial. Se trataba, en realidad, de una condición sine qua non para nuestro aterrizaje en Las Palmas.
Mientras lo consultaba sobre las razones de esa exigencia, Carnero evocó el nombre de Edward Snowden, este empleado de una sociedad estadounidense ante la cual Washington subcontrata algunas de sus actividades de espionaje. Le respondí que sólo lo conocía a través de la prensa. Le recordé al diplomático español que mi país respetaba los convenios internacionales: de ninguna manera buscaría llevar a alguien a Bolivia.
Carnero estaba en contacto permanente con el subsecretario de Asuntos Exteriores de España, Rafael Mendívil Peydro, quien, evidentemente, le pedía que insistiera. “Usted no puede revisar el avión –debí recalcar–. Si no cree lo que le he dicho, usted está tratando de mentiroso al presidente del Estado soberano de Bolivia”. El diplomático volvió a salir para recibir las consignas de su superior, antes de volver a entrar. Y me pidió entonces que lo invitara a “tomar un cafecito” en el avión. “¿Está usted tratándome de delincuente? –le pregunté–. Si usted intenta ingresar en ese avión, deberá hacerlo por la fuerza. Y yo no voy a resistir una operación militar o policial: no tengo los medios para hacerlo”.
Entonces el embajador se asustó y descartó la opción de la fuerza, no sin antes precisar que, en esas condiciones, no podría autorizar nuestro plan de vuelo. “A las nueve de la mañana le vamos a informar si puede partir o no. Vamos a discutirlo con nuestros amigos”, me explicó. “¿Amigos?”, “¿Quiénes son esos ‘amigos’ de España a los que usted hace referencia? Francia e Italia, sin duda…” Pero no me respondió, y se retiró.
Aproveché ese momento para discutir el tema con la presidenta Cristina Fernández, una excelente abogada que me orientó en los temas jurídicos, y también con los presidentes ecuatoriano y venezolano, Rafael Correa y Nicolás Maduro, que estaban muy preocupados. El presidente Correa me llamó varias veces ese día para conocer las novedades. Esa solidaridad me dio fuerzas: “Evo, ¡no tienen por qué controlar tu avión!”, me repitieron. Yo ya sabía que un avión presidencial tiene el mismo estatus que una embajada. Pero esos consejos y la llegada de los embajadores de la Alianza Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América (ALBA) (1) reafirmaron mi determinación. No, no le daríamos ni a España ni a ningún otro país –y menos aun a Estados Unidos– la satisfacción de inspeccionar nuestro avión. Defendemos nuestra dignidad, nuestra soberanía y el honor de nuestra patria, nuestra patria grande. Jamás aceptaremos ese chantaje.
El embajador español volvió a aparecer. Preocupado, inquieto y nervioso, me indicó que ya disponía de las autorizaciones necesarias y que podría retirarme. Finalmente, partimos…
El “castigo ejemplar”
La prohibición de sobrevolar, aplicada simultánea y coordinadamente por cuatro países bajo el mando único de la Central Intelligence Agency (CIA) contra un país soberano, bajo el único pretexto de que pudiéramos estar trasladando a Snowden, ha dejado al descubierto el peso político de la principal potencia imperial: Estados Unidos.
Hasta el 2 de julio (la fecha de mi secuestro) resultaba comprensible que los Estados contaran con agencias de seguridad para proteger su territorio y su población. Sin embargo, Washington sobrepasó los límites de lo concebible. Al violar todo principio de buena fe y los convenios internacionales, convirtió a una parte del continente europeo en un territorio colonizado. Una injuria a los Derechos del Hombre, una de las conquistas de la Revolución Francesa.
El espíritu colonial que condujo a someter de esa manera a diferentes países demuestra una vez más que para el imperio no existen límites ni legales, ni morales, ni territoriales para imponer sus designios. De ahora en adelante, está claro a los ojos del mundo entero que para una potencia así toda ley puede ser transgredida, toda soberanía violada, todo derecho humano ignorado.
El poder de Estados Unidos está encarnado en sus fuerzas armadas, implicadas en diversas guerras de invasión y sostenidas por su descomunal complejo militar-industrial. Las etapas de sus intervenciones son bien conocidas: tras las conquistas militares, llega la imposición del librecambio, de una concepción singular de la democracia y, finalmente, la sumisión de las poblaciones a la voracidad de las multinacionales. Las huellas indelebles del imperialismo –sea militar o económico– desfiguraron Irak, Afganistán, Libia, Siria. Países a los cuales se invadió porque se sospechaba que tenían armas de destrucción masiva o se pensaba que albergaban organizaciones terroristas. Países donde se mató a millones de seres humanos sin que la Corte Penal Internacional iniciara ningún juicio.
Por otra parte, el poder estadounidense emana igualmente de dispositivos subterráneos destinados a propagar el miedo, el chantaje y la intimidación. Washington utiliza habitualmente estas recetas para mantener su estatus: el “castigo ejemplar”, al estilo colonial que había conducido a la represión de los indios del Abya Ayala (2). Esta política se aplicó contra los pueblos que han decidido liberarse y contra sus dirigentes políticos que han decidido gobernar para los humildes. La memoria de esta política del castigo ejemplar todavía está viva en América Latina: puede pensarse en los golpes de Estado contra Hugo Chávez en Venezuela en 2002, el presidente hondureño Manuel Zelaya en 2009, Rafael Correa en 2010 (3), el presidente paraguayo Fernando Lugo en 2012 (4) y, por cierto, contra nuestro gobierno en el año 2008, bajo la conducción directa del embajador estadounidense en Bolivia, Philipp Goldberg (5). Un “ejemplo”, para que los indígenas, los obreros, los campesinos y los movimientos sociales no se atrevan a levantar la cabeza contra las elites dominantes. Este ejemplo implica doblegar a aquellos que resisten y aterrorizar a los otros. Pero se trata de un ejemplo que conduce, sin embargo, a que los humildes del continente y del mundo entero redoblen sus esfuerzos de unidad para fortalecer sus luchas.
Imperialismo y colonialismo
Este atentado del que fuimos víctimas revela las dos caras de la misma opresión, contra las cuales los pueblos del mundo han decidido rebelarse: el imperialismo y su gemelo político e ideológico, el colonialismo. El secuestro del avión presidencial y de su comitiva –que, en pleno siglo XXI, juzgábamos impensable– ilustra la supervivencia de una forma de racismo en el seno de algunos gobiernos europeos. Para ellos, los indios y los procesos democráticos o revolucionarios en los que están inmersos representan un obstáculo civilizatorio. Este racismo se refugia en la arrogancia y en las explicaciones técnicas de lo más ridículas cuando se trata de maquillar una decisión política surgida en los despachos de Washington. He aquí pues gobiernos que han perdido la capacidad de reconocer que son colonizados y que incluso intentan proteger la reputación de su colonizador.
Quien dice imperio dice colonias. Al haber optado por el acatamiento de las órdenes impartidas, algunos países europeos confirmaron su estatus de país sumiso. La naturaleza colonial de la relación entre Estados Unidos y Europa se reforzó desde los atentados del 11 de septiembre de 2001 y fue revelada a todos en 2004, cuando se descubrió la existencia de vuelos ilegales de aviones militares estadounidenses, que transportaban presuntos prisioneros de guerra hacia Guantánamo o hacia otras cárceles europeas. Todos conocen hoy en día la tortura aplicada a estos supuestos terroristas; una realidad que incluso las organizaciones de defensa de derechos humanos muy a menudo callan.
Al parecer, la guerra contra el terrorismo ha reducido a la vieja Europa al rango de colonia. Este acto poco amistoso, e incluso hostil, puede considerarse como una forma de terrorismo de Estado, en la medida que deja a millones de ciudadanos a merced de los caprichos del imperio.
Este desaire al derecho internacional que nuestro secuestro representa constituye tal vez un punto de quiebre. Europa dio nacimiento a las ideas más nobles de libertad, igualdad y fraternidad. Contribuyó al progreso científico y a la emergencia de la democracia. Pero hoy no es más que un espectro de sí misma: un neo-oscurantismo amenaza a los pueblos de un continente que, siglos atrás, iluminó al mundo con sus ideas revolucionarias y suscitó esperanzas.
Nuestro secuestro podría ofrecer una oportunidad única para todos los pueblos y gobiernos de América y el Caribe, de Europa, Asia, África y América del Norte para constituir un bloque solidario que condene la indigna actitud de los Estados implicados en esta violación del derecho internacional. Se trata igualmente de una oportunidad ideal para reforzar la capacidad de movilización de los movimientos sociales para forjar un mundo nuevo de hermandad y complementariedad. Es tarea de los pueblos construirlo.
Estamos seguros de que los pueblos del mundo, especialmente los de Europa, sienten la agresión que hemos padecido como algo que los afecta a ellos también, a ellos y a los suyos. Interpretamos su indignación como una forma indirecta de disculpa, que nos fue rechazada por los gobiernos responsables (6).
La Paz, 10 de julio de 2013
1 Son miembros Antigua y Barbuda, Bolivia, Cuba, República Dominicana, Ecuador, Nicaragua, San Vicente y Granadinas y Venezuela. (Las notas son todas de la redacción.)
2 Nombre dado por las etnias kunas de Panamá y Colombia al continente americano antes de la llegada de Cristobal Colón. En 1992, este nombre fue elegido por las naciones indígenas de América para designar al continente.
3 Véase Maurice Lemoine, “Etat d’exception en Equateur”, La valise diplomatique, 1-10-10, www.monde-diplomatique.fr
4 Véase Gustavo Zaracho, “Le Paraguay repris en main par l’oligarchie”, La valise diplomatique, 19-7-12, www.monde-diplomatique.fr
5 Hernando Calvo Ospina, “Petit précis de déstabilisation en Bolivie”, Le Monde diplomatique, París, junio de 2012.
6 El 10-7-13 Madrid presentó disculpas oficiales ante La Paz. Lo mismo hicieron París, Roma y Lisboa.