Escrito por Serge Halimi
Wilber Ortega Aldaya,La isla semilla, 130 x 90 cm, acrílico sobre lienzo (Cortesía del autor)
En los últimos quince años, Gaza sufrió cinco expediciones punitivas: 2006 (“Lluvia de verano”); 2008-2009 (“Plomo fundido”); 2012 (“Pilar defensivo”); 2014 (“Margen protector”); 2021 (“Guardián del Muro”). Israel eligió estos nombres para camuflar mejor a los asaltantes en asediados. Y, desde hace quince años, los mismos personajes repiten los mismos eslogans para legitimar los mismos castigos. Porque el desequilibrio de los medios utilizados hace que resulte inapropiado hablar de “guerra”. Por un lado, uno de los ejércitos más poderosos y mejor equipados del mundo, que dispone del apoyo ilimitado de Estados Unidos, que somete a sus adversarios a un bloqueo terrestre y marítimo constante (1). Enfrente, ni un carro de combate, ni un avión, ni un buque, ningún apoyo (más que verbal) de ninguna capital. Era necesario por lo tanto todo el aplomo de un embajador israelí en Francia para recriminarles a los palestinos “uno de los crímenes de guerra más abyectos del siglo XXI” (2). El número de víctimas respectivo a lo largo de estos cinco conflictos es respuesta suficiente.
Desde hace quince años, como todos saben, los israelíes “responden” o “replican” las agresiones de las que son objeto. Porque la historia que cuentan nunca arranca un segundo antes del secuestro de uno de sus soldados o del disparo de un cohete en su contra. La cronología de los enfrentamientos omite así las vejaciones cotidianas infligidas a los palestinos, los controles permanentes, la ocupación militar, el bloqueo de un territorio que no cuenta con ningún aeropuerto, el muro de separación, la voladura de sus casas, la colonización de sus tierras.
Cuanto peor, mejor
Ahora bien, suponiendo que Hamas desaparezca mañana, todo ello subsistiría. Israel, que ayudó a este movimiento a tomar vuelo y que contribuye a su financiamiento, lo sabe. Pero darle importancia a semejante adversario le sirve. Y le permite presentar la lucha de un pueblo para disponer de un Estado como la agresión terrorista de una organización religiosa mesiánica. Al intervenir brutalmente en Jerusalén contra los fieles en la Explanada de las Mezquitas, las autoridades israelíes no podían ignorar que le darían pie al movimiento islamista.
Por más cínica y transparente que fuera, la operación del primer ministro Benjamin Netanyahu prosiguió sin trabas. Ni una resolución de las Naciones Unidas (que Israel habría podido ignorar una vez más), ni medidas de sanción, ni llamados de consulta a embajadores, ni suspensión de entregas de armas. Al igual que Washington, la Unión Europea repite los elementos semánticos de la derecha israelí; el gobierno francés –apoyado por Marine Le Pen, por Bernard-Henri Lévy y por la alcadesa socialista de París Anne Hidalgo– sólo se despabiló para prohibir una manifestación en solidaridad con el pueblo palestino. Pareciera que cuanto más poderoso y dominante es Israel, cuanto menos democrático, más el mundo entero está a sus pies.
No obstante, como cinco “guerras” lo demuestran, esta “Cúpula de Hierro” diplomática no garantizará su tranquilidad. La violencia de la resistencia siempre responde a la violencia de la opresión, salvo cuando un pueblo es aplastado y sometido. Y el pueblo palestino está de pie.
1. Olivier Pironet, “En el caldero de Gaza”, Le Monde diplomatique, edición Colombia, septiembre de 2019.
2. Daniel Saada, por Europe 1, 12-5-21.
*Director de Le Monde diplomatique.
Traducción: Micaela Houston