Universidad y misoginia: poder autoritario y patriarcal

Los más leídos en el 2022.

Constatando que las funciones universitarias altas

les estaban insistentemente vedadas a las mujeres,

las filósofas Vinciane Despret e Isabelle Stengers alientan

a sus colegas a “traer problemas” en todo el sentido del término: es decir, a hacer olas, a negarse a entrar en el molde- Mona Chollet

Mi nombre es María Cristina López Bolívar. Soy egresada del instituto de filosofía de la Universidad de Antioquia. También realicé mis estudios de maestría en filosofía en esta unidad académica. Durante 2013 y 2017 fui profesora cátedra ocasionalmente allí. Al instituto de filosofía le agradezco mucho pues básicamente el inicio de mi amor por la filosofía y la enseñanza se gestaron en ese espacio.

Por lo anterior, cuando pensé en hacer un estudio doctoral en filosofía vi a mi alma mater como el lugar perfecto para empezarlo, sobre todo teniendo en cuenta las pocas oportunidades de becas y los altos costos de hacer un doctorado en Colombia. Durante casi un año estuve preparando junto con un profesor, que luego sería mi asesor, un proyecto que pudiera ser filosófico y significativo en su desarrollo para nuestro contexto social inmediato, porque la filosofía puede ayudar a tender puentes de entendimiento sobre nuestra sociedad y la vida tan difícil en nuestro territorio.

Luego de presentarle al profesor más de tres proyectos, por fin acordamos haber encontrado un tema delimitado y que permitía conjugar los estudios de género, el feminismo, la filosofía política y la ética. Este proyecto lo titulé El útero en disputa. El dolor como instrumento para la constitución de la subjetividad femenina en el patriarcado. El proyecto describe cómo el útero es un órgano atravesado por estructuras económicas, religiosas y políticas que lo violentan y no lo reconocen en su complejidad. El útero requiere de cuidados y de unas condiciones materiales que ayuden a potenciar su bienestar y reconozcan su vulnerabilidad ante instituciones violentas como el Estado, la medicina y el capitalismo.

El proyecto fue aceptado por el asesor. Continué entonces con mis aspiraciones al doctorado y me inscribí al proceso de admisión del mismo. La hoja de vida me daría 20%, la aceptación del proyecto por parte del asesor 60% y la presentación del proyecto ante los directores de la línea de filosofía política y ética 20%. Se ingresaba al doctorado con una calificación mínima de 80.

Mi promedio total de calificación fue de 77,4. El instituto de filosofía de la UdeA, mi alma mater me cerró las puertas para el ingreso a su doctorado. En la calificación hay varias incongruencias que señalaré a continuación:

En la hoja de vida académica, en el ítem de la investigación lo calificaron en 0 porque según ellos no tengo experiencia en investigación. Cuando ingresé en su maestría tuve un seminario de investigación y, recuerdo muy bien que nos enseñaron a hacer un trabajo de grado de maestría porque “el trabajo de grado de maestría es un producto de una investigación”.

Pero ellos evaluaron que yo no tenía carrera en investigación ¿acaso porque no he estado en un grupo de investigación? Pertenecí al grupo de investigación “Filosofías de la alteridad” que coordinaba el profesor Carlos Enrique Restrepo cuando yo era estudiante. Pero no adjunté este dato al presentarme a la admisión del doctorado por respetar la memoria de Carlos Enrique y no exponerlo ante quienes dijeron que después de su ausencia, “no se debía contratar gente con ese perfil académico” (tengo una carta firmada por Carlos Enrique Restrepo donde se da cuenta de mi paso por su grupo de investigación).

En la presentación del proyecto ante los directores de la línea de ética y filosofía, trámite que me daría la calificación del 20% y que el director del posgrado en filosofía me había dicho en una reunión de aspirantes que sería algo “muy tranquilo”, me sentí muy mal pues el trámite fue violento epistemológicamente (de hecho, días después de esta reunión le escribí al director de posgrado para comunicarle mi descontento con el tema, pero él respondió diciendo que los jurados eran muy competentes en su campo y agregó que “lamentaba mucho que el procedimiento me hubiera dolido”. El procedimiento me dolió emocional, psicológica y uterinamente, pues mi útero estuvo hinchado los días siguientes a la presentación como si hubiera pasado por un procedimiento ginecológico doloroso).
Para empezar, en la presentación del proyecto ante los directores de la línea de filosofía política y ética no hubo un acta, no hubo grabación, aunque yo la pedí para fines pedagógicos y me respondieron que era una “reunión privada” y no se podía grabar. El meet virtual empezó tres minutos tarde de lo acordado. Me dieron exactamente 20 minutos para exponer de los cuales perdí dos porque se fue la luz en casa y mientras cambiaba la señal de internet de wifi a datos se llevó este tiempo, pero al volver a conectar un jurado dijo que solo me quedaba un minuto para concluir mi presentación. Me otorgaron poco tiempo para responder a sus muchas preguntas, mientras sí me sometieron a escuchar críticas hostiles por parte de los jurados sin límite de tiempo en sus intervenciones.

Dijeron que mi proyecto era “para una conversación de cafetería”, que no está “a la altura de un doctorado”. Esto me dolió mucho, tenía tantas ganas de llorar, de volverme pequeñita y desaparecer de ese espacio de tanta violencia contra mi proyecto y mi persona. Ambos jurados dijeron que no había una tesis filosófica y que tenía que puntualizar qué era lo que quería tratar. No realizaron ninguna observación constructiva.

Debo confesar que a los jurados los conocía de antemano. Con ambos tuve clases en la maestría y con uno de ellos incluso en el pregrado. Este último me había cortejado durante mis estudios de posgrado y fue una época muy incómoda que me llevó varias veces a irme de clases antes de la hora de terminarlas para no tener que rechazar sus invitaciones. Este jurado me había dejado de hablar después de no acceder a sus propuestas. Me lo encontraba en los pasillos de la universidad y no me saludaba. Era como si no me hubiera conocido, como si me hubiera “borrado”. No presté atención a esto porque terminé mis materias de maestría en esa época y del instituto de filosofía no me volvieron a llamar para dar clases. Entonces regresé a Pereira a la casa de mi familia. Con este antecedente no me sentía nada cómoda ante ese jurado, ante la hostilidad que preguntaba por qué yo hablaba de un útero, de un órgano y no de “la mujer”. Yo le expliqué que era importante hablar de cuerpos uterinos porque también había hombres trans que tenían problemas con sus úteros, y el silencio incómodo reinó en la reunión después de mi respuesta. Siguieron preguntas y más preguntas y más…esas preguntas no eran simples cuestionamientos, sino juicios de valor que exponían el prejuicio de que el útero no es un tema filosófico, de que para ellos no vale la pena hablar de este órgano social en filosofía. Pero yo sabía que sí era un tema filosófico, que yo misma en mi condición de paciente había sentido la necesidad de tener categorías para hablar de mi útero, de mi dolor, del cambio de mi vida al reconocer que el útero es el centro de violencias médicas y económicas, y que tienen lugar en medio de la suspensión de derechos que el Estado hace sobre los cuerpos con úteros (por ejemplo, en el Plan Obligatorio de Salud no hay atención para una enfermedad uterina como la endometriosis porque no la reconocen como enfermedad crónica e incapacitante). Expliqué entonces a los jurados que hay un proyecto de ley que está llevando la Asociación Colombiana de Endometriosis para que esta sea reconocida como enfermedad crónica al menos mediante la legislación. También hay políticos que están hablando de la necesidad de cambiar la cultura en torno al periodo menstrual y la manera en la que la sociedad descuida la salud menstrual.

Sentía que todas estas explicaciones las estaba dando contra unas paredes. Ellos ya habían hecho su juicio antes de escucharme. Un jurado secundaba al otro, eran un bloque común contra el útero como tema filosófico. Lo único que yo podía entender es que ellos no tenían voluntad para entenderme.

Esa nota del 20% quedó en 7,4. Al pedir el acta de dicho meet me dijeron que solo había una tabla de Excel que los jurados diligenciaron y revisaron en la coordinación del posgrado. En la tabla hay una calificación de 1 a 10 por casilla. Son 7 casillas con notas que oscilan de 3 a 7. En definitiva, esta calificación, más mi falta de distinciones académicas y mi “falta en investigación”, me cierran las puertas del doctorado.

Entiendo que la filosofía no se puede reducir a una mirada de un filósofo o a la mera historicidad de la misma. Yo pretendo seguir el ejemplo de Butler, de Preciado, de Silvia Rivera Cusicanqui, de Bell Hooks, que empezaron a hablar filosóficamente de la vida desde problemas puntuales que nos atraviesan en esta sociedad del rendimiento, y a mí me atraviesa la violencia que he padecido al tener un útero enfermo y no tener categorías para comunicarlo. También el rastreo histórico sobre el útero me ha ayudado a entender mi enfermedad y la nuda vida que hay en una paciente con endometriosis, que tiene que exponerse a tratamientos experimentales porque la ciencia no ha dado una respuesta efectiva a un útero enfermo. ¿Por qué no? Porque no hay estudios suficientes sobre enfermedades uterinas como la endometriosis. Y mucho menor son los estudios realizados por mujeres sobre nuestros cuerpos. La misoginia tiene como síntoma estructural que las mujeres no tengamos un lugar protagónico en la ciencia y en los estudios filosóficos que, a su vez, impide la posibilidad de estudios de mujeres sobre problemas uterinos.

¿Se ve la importancia académica de estudiar el útero? Se puede ayudar a procurar un mejor vivir, un buen vivir digno si hacemos conciencia del cuidado del útero desde muy temprana edad para evitar situaciones que comprometan la salud o hagan la vida un calvario de dolores crónicos.

La filosofía intenta responder a la pregunta por el buen vivir y yo pretendo responder a esa pregunta desde el devenir útero enfermo.

Es un cambio cultural que requiere que hablemos desde todas las disciplinas del conocimiento de la importancia del útero, de conocer la menstruación, nuestro ciclo menstrual y las enfermedades que puede padecer el útero. Hacer pedagogía sobre la importancia del útero es una tarea urgente, una deuda histórica que como humanidad tenemos con las personas que sufren en silencio el tener útero y padecer uterinamente la vida.
Yo quiero ayudar con mi investigación a abrir conversaciones sobre el útero, a hacer conciencia sobre la relevancia de cuidar e indagar por la salud del órgano originario de nuestra existencia. Pero al parecer a los doctos de la academia no les parece que este tema “esté a la altura de un trabajo doctoral en filosofía”.

No he querido hablar de mi enfermedad en espacios académicos porque han sido espacios muy violentos para mí en el trato con algunos/as colegas y superiores, muy diferente a la relación sentida y de sumo cuidado que comparto con lxs estudiantes. Y ante esos espacios de violencia impera el miedo de darles algún motivo por el que me puedan violentar o sacar de la universidad.

Yo tengo endometriosis y he podido ser testigo de cómo la enfermedad uterina hermana a muchas personas que luchamos todos los días por levantarnos de la cama pese al dolor de tener un útero enfermo. Las enfermedades del útero llaman a tantas personas que han ido donde un ginecólogo a probar que su dolor es real y, que su verdad sí debe ser tenida en cuenta como algo complejo y determinante para la vida.

Las personas que han escuchado sobre mi proyecto me alientan a continuar no solo por mí, sino porque vivimos en una sociedad antiuterina que no nos ha dado voz para hablar y exigir el cuidado de nuestros cuerpos uterinos.

Quiero que sepan que voy a seguir. Que si mi proyecto doctoral y yo no somos suficientes para un doctorado en filosofía en el instituto de filosofía de la UdeA, seguiré insistiendo en que el útero necesita ser estudiado, que la endometriosis debe ser reconocida en el plan de salud, que tenemos derecho a alimentar nuestro cuerpo sin enfermar el útero y que no podemos seguir reproduciendo la moral hipócrita que, escindida de la materialidad de la vida, es cosmética al pedir que hablemos de salud pero solo para reafirmar la positividad de “la buena salud” en una sociedad profundamente enferma y que nos enferma.

Ante la practica vital constante de tener que esconder que tenemos úteros enfermos para que no nos echen de los trabajos, no nos violenten en la academia y no faltemos a las clases, hay que resistir para hablar abiertamente de nuestros úteros en todos los espacios, para que aprendamos a cuidarlo en comunidad y que en el futuro todo útero en formación sea tratado con bondad y haya soluciones científicas ante un posible dolor que actualmente es para toda la vida: el dolor de un útero enfermo.

Señores jurados del doctorado en filosofía (en neutro, como prefieren ustedes para no caer en ese “lenguaje coloquial” que no es para un proyecto doctoral donde se nombran de antaño relaciones entre útero, medicina y filosofía): estoy completamente convencida de que su juicio es errado, pero no porque no “tenga una tesis clara”, lo que puede ser cierto porque hay todo un espacio de construcción de conocimiento en torno al útero que se está haciendo y que quiero contribuir a hacer pese a que a ustedes no les parezca. Su juicio es errado porque no dieron apertura en sus cosmovisiones epistémicas a pensar el útero, a abrazar un problema social por el que atraviesan muchos úteros. Erraron porque sentenciaron que yo no podía estar en el doctorado, no pudieron escucharme por el prejuicio sexista y violento de que el útero no es un tema filosófico. El útero es el origen de la vida y la vida en su origen es tema de grandes filósofos que seguramente ustedes conocen mejor que yo.

Que quede claro que me sentí violentada en todo este proceso de admisión. Más allá de impugnar el resultado de este angustiante y deprimente proceso, comparto mi historia para que las futuras filósofas que se quieran presentar al doctorado de filosofía de mi querida alma mater, sepan que será un proceso hostil y que van a pretender acallar su voz. Pero nosotras tenemos una voz fuerte, actual, poderosa que exige transformaciones sociales radicales en tiempos donde la academia pretende que la filosofía siga llegando tarde a los cambios más relevantes de la historia.

Información adicional

Autor/a: María Cristina López Bolívar
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