En Venezuela toma forma un nuevo pulso entre gobierno y oposición. La ocupación de calles y el copamiento mediático da continuidad al acaparamiento de alimentos y la especulación económica que conmovió al país durante el segundo semestre de 2013, y que desnudó las falencias de un proceso de cambio iniciado hace 15 años en el mayor productor de hidrocarburos de la región, pero que, a pesar de autonombrarse como Revolución, aún no rompe la matriz económica heredada, ni la cultura de consumo y trabajo cimentada por la renta petrolera.
Es ésta una continuidad de un modelo económico que la lleva a incrementar su dependencia de las exportaciones del ‘oro negro’ (96% del total), en un círculo vicioso a través del cual el Estado, contrario a lo que pretende todo tránsito revolucionario de corte socialista, es cada vez más grande y deforme, incapacitándose por su ideologismo mismo y el presidencialismo para cimentar, desarrollar y consolidar nuevos renglones de producción propios, a la vez que estimular y liberar la energía creadora de su sociedad, con lo cual queda en cuestión su capacidad de planeación de largo plazo y la de ejecución cotidiana de la dirigencia de este proceso, lo cual alimenta un círculo económico que resulta vicioso y termina en mayor inflación y más burocracia.
La inconformidad de la población por esta realidad es creciente en todo el país, mientras la oposición recoge el malestar social, ya palpable en la fuerte tensión que vive una sociedad en que la distancia entre el bloque vencedor y el vencido se redujo en las últimas presidenciales a un estrecho 2 por ciento. De acuerdo a su análisis y de las fuerzas externas en que se apoya, es hora de la iniciativa. Febrero es el tiempo para su actuar.
El intento de alzamiento social (1), estimulado en Caracas y otras pocas ciudades del país, sucede a escasas semanas de las elecciones municipales –diciembre de 2013–, cuando el oficialismo conservó la mayoría de la opinión nacional a pesar de los avances que denotan sus opositores, al triunfar en varias capitales de estado (2). Más de 17 comicios de diverso carácter refrendan el espíritu democrático liberal que tanto ensalzan quienes controlan el poder político y amasan la riqueza por doquier, pese a lo cual algunos de ellos no cejan en el estímulo al golpismo y los complots de distinto orden en la patria de Bolívar.
El intento desestabilizador o de golpe de estado, según las fuentes del Palacio de Miraflores, con el que miden fuerzas en los comienzos de 2014, tomó forma en el emblemático mes de febrero. Un 27-28 del segundo mes del año, pero de 1989, el pueblo se volcó sobre el centro de la ciudad de Caracas para rechazar el paquetazo neoliberal. Los centenares de muertos sellaron con sangre el caracazo y con él la suerte de Carlos Andrés Pérez, presidente. La inconformidad no desapareció. La respuesta contra el nuevo modelo económico y la sucedida masacre de 1989 fueron evidentes en 1992, un día 4 de este mismo mes, cuando salieron de los cuarteles los militares, a cuya cabeza se desenvolvió el teniente coronel Hugo Chávez Frías. Que ahora la contradicción entre tradición y cambio se encone en esta calenda no es casual, pero tampoco la manera como proceden a ello.
La disputa también es por los referentes simbólicos. Algunos de los principales voceros de la Mesa de Unidad Democrática, entre ellos Leopoldo López, intentan arrebatarle a la Revolución Bolivariana su origen y su esencia: la democracia. La decisión del vocero de Voluntad Popular de someterse ante la justicia bolivariana, para confrontarla desde sus propios parámetros, buscando convertirse en símbolo de una protesta social que, según sus cálculos –y las estrategias desestabilizadoras o golpistas que parece seguir–, si no cumple de inmediato con sus objetivos, debe prolongarse durante los próximos dos o tres años.
López entraña una disputa por la democracia para la cual acudió a un icono fundamental de la lucha por la soberanía nacional, el antiimperialismo y la democracia en la región: José Martí, la estatua del prócer cubano a la cual subió y desde la cual arengó a sus seguidores. Por qué los medios de comunicación, que tanto eco le brindan a este intento de alzamiento social, no enfatizaron en esta simbología, es motivo de inquietud pero igualmente de temor a una democracia real y no sólo de sufragio, lo que pudiera explicar el hecho de que hayan decidido eclipsar este intento de unir democracia profunda, soberanía y resistencia social.
Antes, en las últimas elecciones presidenciales, fue visible la decisión de disputa del principal símbolo de la Revolución Bolivariana: Simón Bolívar. Es decir, la llamada oposición se ubica en el mismo plano del régimen bolivariano, enviándole un mensaje claro a la sociedad en pleno: si éste cae, no perderán sus conquistas y se corregirán sus fallas. Es un mensaje que, por la catadura de quienes lo envían, no logra permear a las mayorías de la sociedad venezolana.
Eco ensordecedor
Uno de los aspectos que más llaman la atención en el curso de esta coyuntura de febrero es el inmenso eco brindado por los medios internacionales de comunicación, y, para el caso de Colombia, por los mass media tradicionales. Sin descanso, y en no pocas ocasiones con mal disimulado odio, rabia y rencor, los creadores de opinión iniciaron sus programas matutinos o escribieron en sus columnas, lanzando diatribas contra Nicolás Maduro y lo representado por el presidente de los venezolanos. Un mensaje cotidiano que parece tener a los venezolanos como destinatarios, cuyos televisores, como lo indican los estudios, están enlazados a la televisión paga a razón de 41 por cada 100.
Día a día, sin descanso, entre el 4 y el 24 de este mes, engrandecieron las protestas, tildaron como “asesino” al régimen bolivariano, demandaron la libertad de los estudiantes detenidos durante las confrontaciones callejeras, llevaron al extremo las dificultades económicas y de otro orden que atraviesan a este país, a la par que reclamaron un diálogo con quienes lideran las jornadas. Por ninguna parte, ellos, que siempre alardean de demócratas, aludieron a las repetidas jornadas electorales celebradas en el país vecino, y mucho menos a las recientes de diciembre, y, por tanto, en ningún momento reconocieron que el actual gobierno fue elegido en franca lid por las mayorías sociales de aquel país. El calificativo de fascista para el régimen tampoco escapó de sus labios.
A propósito de lo que parece estar en curso, en días recientes (3) recordó Ignacio Ramonet las características de un “golpe de Estado suave”, destacando en su primera fase: “1) crear descontento mediante el acaparamiento masivo de productos de primera necesidad; 2) hacer creer en la incompetencia del gobierno; 3) fomentar manifestaciones de descontento, y 4) intensificar el acoso mediático”.
Bien. Cada una de estas fases está cumplida, la última de las cuales desdice de la imparcialidad y el manejo profesional que hace del oficio la mayor parte de los creadores de opinión criollos. Ofrecer a lectores, televidentes o radioescuchas las dos caras de un suceso; permitir el acceso a los logros y errores de los protagonistas de una noticia; soportarse en fuentes verificadas, etcétera, todos y cada uno de estos principios fueron negados en el manejo de propaganda, no de información, con que cubrieron los sucesos que aquí nos ocupan. Y todo parece indicar que así procedieron, pues estaban intensificando “[…] el acoso mediático”.
Otras fases de este tipo de golpe están en curso o ya se ejecutaron (4), sin lograr de manera plena su propósito –por ahora–, como también lo repitió Leopoldo López en el momento de aceptar a la justicia de su país. Con la frase emula lo dicho por Hugo Chávez al aceptar su liderazgo y su derrota en el golpe del 4 de febrero de 1992.
Al tiempo que así procedían, el gobierno de los Estados Unidos, en actitud manipuladora e inconsecuente, demanda la libertad de Leopoldo López. Con su exigencia se esfuerza por mostrar al gobierno de Maduro como irrespetuoso de las garantías democráticas, creando ambiente para una necesaria transición política o una intervención ‘humanitaria’. Al mismo tiempo, gobiernos como los de Colombia, Chile y Panamá brindaban eco a esta iniciativa. ¡Vergüenza! Mientras para quienes protestaron en ciudades como Caracas había reclamo de excarcelación, una monja y dos acompañantes eran condenados en Estados Unidos a 62 meses de prisión por protestar de manera pacífica, contra el arsenal nuclear de la mayor potencia del mundo en el Complejo de Seguridad Nacional Y-12, instalación de armas nucleares en Oak Ridge, Tennessee. En su protesta de resistencia civil, rociaron sangre humana y pintaron frases bíblicas sobre la paz en el búnker “superseguro” (5).
Se configura entonces una exigencia de democracia, justicia y demás principios liberales que nunca emplazaron en casos como los de Colombia (cuya oficialidad formaron y forman en los cuarteles del ejército de la potencia del norte), donde por años no pararon las masacres ni la violación hasta de los más elementales derechos humanos, pese a lo cual el gobierno de los Estados Unidos y otros de la región no demandaron el cambio de régimen político ni del gobierno de turno. ¿Existe comparación entre lo sucedido por estos días en Venezuela en materia de derechos humanos –en caso de que la culpa de los muertos y heridos recaiga en las fuerzas oficiales– y lo ocurrido por años en Colombia, donde, por lo demás, en las protestas agrarias del segundo semestre de 2013 fueron asesinados 15 manifestantes y heridos 331? (6).
Escenarios
Los golpes de Estado suaves pueden concretar sus logros en el corto plazo, pero con mayor seguridad los obtienen en el mediano. Y este parece ser el caso de Venezuela, donde las acciones en curso pueden también pretender: 1) el debilitamiento, en el alto gobierno, del liderazgo de Nicolás Maduro (bastante inferior al de Chávez), poniéndolo a prueba, provocando las ambiciones de mando de otros dirigentes nacionales, todo lo cual atenuaría el proceso que lideran, haciéndolo cada día más frágil ante la acción de la oposición y ante la presión internacional misma; 2) llevar al gobierno que lidera Maduro a la defensiva, obligándolo a ceder en los programas fundamentales que caracterizan su gestión, es decir, “que el gato parezca tigre pero no sea más que un felino casero”. De esta manera, no es extraño ver al gobierno, más que construyendo otra sociedad, defendiendo algo de lo construido hasta ahora. 3) Debilitar al gobierno para que llegue en condiciones precarias a los próximos comicios para la Asamblea Nacional (Senado, diciembre 2015), logrando un cogobierno hasta las elecciones presidenciales de 2019, cuando serían derrotados mediante el voto.
Estos escenarios pertenecen al campo interno. Pero en el contexto de la subregión también se pretenden logros vía el golpe de Estado suave, que, más allá de las debilidades y las incapacidades de la Revolución Bolivariana, todo parece indicar que está en curso: 1) debilitar la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (Celac), foro que excluyó a Estados Unidos y Canadá, y por medio de esta acción obstruir el avance de Brasil como potencia subregional; 2. En esta misma dirección, impedir la consolidación de la alianza Venezuela-Brasil, con potencial para cambiar la geopolítica regional en materia de hidrocarburos y trastocar el comercio regional vía Atlántico y Pacífico; 3) quebrar la Alianza Bolivariana para los Pueblos de América (Alba), impidiendo que la solidaridad y el intercambio entre iguales prosigan, obstaculizando que lleguen a Cuba recursos frescos; y, 4) Romper el liderazgo de izquierda en Latinoamérica, de manera que las pretensiones de autonomía frente a Estados Unidos colapsen y el multilateralismo que domina en la geopolítica regional no se consolide, cerrándoles por este conducto espacio a China, Rusia e Irán.
El mayor reto
Mientras la disputa prosigue en Venezuela, con escenarios de corto y mediano plazo, el reto que tiene su gobierno es inmediato: confrontar la corrupción, controlar la inseguridad cotidiana, neutralizar la inflación, alcanzar niveles de productividad internos que le pongan límite al desangre de sus divisas por la constante e ininterrumpida importación de alimentos y bienes básicos, reducir la burocracia, posicionar prácticas éticas y solidarias que cimienten un cambio cultural en los usos y los consumos cotidianos, de manera que la Revolución deje de ser una diatriba ideológica y se traduzca en acciones del día a día, visibles y constatables para amigos y enemigos del proceso en curso.
Como se puede deducir, se trata de retos de difícil realización pero que, si de alguna manera se llevaran a cabo, tendrían efectos de alto impacto en el tejido social, su cohesión y la defensa del gobierno que procura mejor y mayor calidad de vida. Llevar a cabo tales retos obliga a la negación de la propia Revolución. Como se sabe, todo proceso de cambio, para que de verdad sea efectivo, debe negarse a sí mismo, en este caso reduciendo el presidencialismo y el estatismo, y todo lo que éstos implican, al entregarle el poder a la sociedad para que lo ejerza de manera directa, a través de órganos territoriales de poder popular, con brazo para discutir, decidir y defender su destino.
¿Podrá dar este salto un proceso político, económico y social que mayoritariamente está en manos de militares, además de apegado a preceptos políticos e ideológicos superados por la dinámica y los efectos de la revolución tecno-científica en curso, y el cambio de época suscitado por la misma?
1 A partir de enero de 2014, el sector radical de la oposición decidió actuar. Leopoldo López, líder del partido Voluntad Popular y quien participó en el golpe de Estado de abril de 2002, lanzó un llamado a la insurrección a partir del 2 de enero de 2014: “Queremos lanzar un llamado a los venezolanos […] a que nos alcemos. Convocamos al pueblo venezolano a decir ‘basta ya’. […] Con una meta a discutir: ‘la salida’. ¿Cuál es la salida de este desastre?”. […] El 2 de febrero de 2014, Antonio Ledezma, figura de la oposición y alcalde de la capital, Caracas, también lanzó un llamado al cambio: “Este régimen que cumple hoy quince años continuos promoviendo la confrontación. Hoy comienza la unidad en la calle de toda Venezuela”. […] María Corina Machado, diputada de la oposición, lanzó un llamado a acabar con la “tiranía”: “El pueblo de Venezuela tiene una respuesta: ‘Rebeldía, rebeldía’. Hay algunos que dicen que debemos esperar a unas elecciones en unos cuantos años. ¿Pueden esperar los que no consiguen alimentos para sus hijos? ¿Pueden esperar los empleados públicos, los campesinos, los comerciantes, a quienes les arrebatan su derecho al trabajo y a la propiedad? Venezuela no puede esperar más”. Ver, Lamrani, Salim, “25 verdades sobre las manifestaciones en Venezuela”, www.rebelión.org.
2 La oposición venció en las capitales de los estados de Barinas, Carabobo, Lara, Mérida, Monagas, Nueva Esparta, Táchira, Zulia, así como en el Distrito metropolitano de Caracas.
3 Ramonet, Ignacio, “¿Está en riesgo la democracia en Venezuela?” www.jornada.unam.mx.
4 El golpe de estado blando implica además otras acciones, como: “1) utilizar el descontento de un grupo social […] para provocar protestas violentas y arrestos; 2) montar manifestaciones de solidaridad con los detenidos; 3) introducir entre los manifestantes a pistoleros con la misión de provocar víctimas en ambos bandos […] 4) incrementar las protestas y su nivel de violencia; 5) redoblar la acometida mediática, con apoyo de las redes sociales, contra la represión del gobierno; 6) obtener que las grandes instituciones humanitarias condenen al gobierno por uso desmedido de la violencia; 7) conseguir que gobiernos amigos lancen advertencias a las autoridades locales…”, Ramonet, Ignacio, op. cit.
5 “Tres años de cárcel contra monja que protestó contra arsenal nuclear”, www.desdeabajo.info.
6 Periódico desde abajo Nº 195, septiembre 2013, pp. 12-13.