Con una poderosa organización de millones de personas, el supremacismo hindú del primer ministro Narendra Modi gobierna escuelas, barrios y espacios culturales. Este movimiento centenario cultiva un discurso que busca devolverle la grandeza a una India históricamente humillada y construye como enemigo a los musulmanes.
Estamos en Shankar Nagar, un barrio residencial de Nagpur, ciudad de un poco más de tres millones de almas en el Estado de Maharashtra, en el centro de India. Cada mañana, alrededor de las seis, antes de que los primeros rayos del sol hagan subir el termómetro, unas veinte personas se encuentran en el césped del parque Shivaji. Hay representantes de todas las generaciones: adolescentes, padres jóvenes, abuelos. Pero son solamente hombres. El tráfico todavía está tranquilo y el pequeño grupo, reunido para izar la bandera azafrán, puede escuchar a los pájaros cantando entre las ramas. La bandera es anaranjada, el color fetiche de los nacionalistas hindúes. Pertenece a la Rashtriya Swayamsevak Sangh (RSS), la Asociación de Voluntarios Nacionales, una organización nacionalista hindú tentacular que teje su red en el subcontinente desde septiembre de 1925. Todo un siglo de existencia al servicio de una causa: la promoción de la supremacía hindú en un país donde esta confesión religiosa cuenta con el 80 por ciento de la población.

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