Escrito por Serge Halimi
Adriana Gómez, Descalza de la serie “Asambrados”, técnica mixta sobre lienzo, 150 x 150 cm (Cortesía de la autora)
Tres días antes de la llegada de Donald Trump a la Casa Blanca, el presidente chino, Xi Jinping, estuvo en Davos. Allí advirtió a Estados Unidos del peligro del proteccionismo. Hoy, es la política de estímulo impulsada por Joseph Biden la que alarma a los dirigentes chinos. Ven allí un “riesgo sistémico” para el orden económico actual.
En todo caso, Estados Unidos acaba de aprobar una de las leyes de apoyo social más fuertes de su historia. Esta se aparta de las estrategias económicas puestas en práctica durante las últimas décadas, que favorecieron los ingresos del capital –“emprendedores” y rentistas mezclados–, e incrementaron el desacople de las clases populares. Esta ley rompe con las políticas públicas obsesionadas por el temor a un rebote de la inflación y al auge del endeudamiento. Ya no intenta apaciguar a los neoliberales y sus prestamistas con reducciones de impuestos que suelen terminar en la Bolsa inflando la burbuja financiera.
Con su plan de urgencia de 1,9 billones de dólares (casi el 10% de la producción anual de riqueza de Estados Unidos), el cual debería estar seguido de un programa de inversiones en materia de infraestructura, energías limpias y educación (3 billones de dólares en diez años), el ex vicepresidente de Barack Obama parece finalmente haber aprendido las lecciones de esta historia. Y del fracaso de su ex “jefe”, quien, demasiado cauto, demasiado centrista, no había querido aprovechar la crisis financiera de 2007-2008 para impulsar un nuevo New Deal. “Con una economía mundial en caída libre –se justifica Obama–, mi prioridad no era reconstruir el orden económico, sino evitar un desastre ulterior” (1). Obsesionada por la deuda, Europa se sometía, al mismo tiempo, a una década de purga presupuestaria, eliminando en consecuencia camas de hospitales…
Sin condiciones
Uno de los elementos más prometedores del plan Biden es su universalidad. Más de cien millones de estadounidenses cuyos ingresos anuales son inferiores a 75.000 dólares ya recibieron un nuevo cheque del Tesoro, de 1.400 dólares. Ahora bien, durante el último cuarto de siglo, la mayoría de los Estados occidentales han condicionado sus políticas sociales a límites de recursos cada vez más bajos, a dispositivos de vigilancia permanente, a “políticas de activación” de empleo punitivas y humillantes (2). El resultado es que aquellos que ya no reciben nada a pesar de necesitarlo, son incitados a detestar las políticas públicas que les implican un costo pero ayudan a otros. Además, agitados por los medios de comunicación, terminan suponiendo que están pagando por estafadores y parásitos.
La crisis del covid-19 interrumpió esta clase de calumnias. En efecto, no puede atribuirse error o torpeza alguna a todos los asalariados o trabajadores independientes cuya actividad se vio repentinamente suspendida. En algunos países, el 60% de aquellos que recibieron una ayuda de urgencia ligada a la pandemia nunca antes habían obtenido una (3). El Estado les prestó asistencia rápidamente, “a cualquier precio” y sin hacer una selección. Por ahora, pocos son los que se oponen; con excepción de la prensa financiera… y de la China popular.
1. Barack Obama, Una tierra prometida, Debate, Buenos Aires, 2020.
2. Véase Anne Daguerre, “Emplois forcés pour les bénéficiaires de l’aide sociale”, Le Monde diplomatique, París, junio de 2005.
3. Según la compañía de consultoría BCG, citado por The Economist, Londres, 6-3-21.
*Director de Le Monde diplomatique.
Traducción: Rocío Gatti