Elecciones sin sorpresas. En el partidor para la segunda vuelta quedaron los dos candidatos más opcionados de los partidos del establecimiento, ambos, aupados a través de técnicas y medios con los cuales la NSA tiene en vilo al conjunto de la humanidad.
La campaña, como en otras ocasiones, no concitó el interés ciudadano, la alta abstención –60 por ciento– récord en las últimas cuatro décadas para iguales certámenes así lo reconfirma, aunque sí logró desnudar características viles del poder, como siempre, cuando quienes lo concentran tratan de mantenerlo bajo su control, dispuestos a todo, sin reparos éticos, morales ni humanos.
Bastaron unas pocas semanas de campaña para que ante los desorbitados ojos del país saltarán mañas y artimañas jurídicas, la manipulación de los medios de comunicación, y de los creadores de opinión, enfatizando sin pudor sus preferencias, y proyectando luz sobre las frágiles fronteras que separan a los tres pilares del Estado, con un Ejecutivo que pese a todas las reformas continúa amasando poderes y decisiones y un legislativo cada vez más empalagado de mermelada.
Pero también saltaron ante los ojos del país las “coincidencias” entre quienes hasta pocos días antes eran enconados contradictores –Gustavo Petro y Juan Manuel Santos–, recordando de nuevo a propios y ajenos que en política nada está escrito para siempre, que por sobre el país o sus mayorías están los intereses particulares, bien de grupo bien de futuros candidatos.
Lo que más llama la atención de estas “coincidencias”, que llevaron a silenciar la Plaza de Bolívar desde el retorno del alcalde capitalino a sus funciones, es por qué éste no consultó ni socializó en masiva concentración de sus seguidores la decisión tomada y por medio de la cual termina apoyando a quien hasta días antes denunciaba como enconado enemigo. ¿Es posible cimentar una política de nuevo tipo por esta vía o de esta manera? ¿Es posible una política desde arriba para los de abajo?
Decisión con consecuencias prolongadas y con otro afectado: la Alianza Verde, la cual quedó desnudada hasta en su más profunda textura como un acuerdo electoral de dirigentes, sin funcionamiento democrático y, por lo tanto, sin posibilidades reales para constituirse como alternativa de cambio para un país donde sus mayorías esperan el nacimiento de una opción real y definitiva que abra canales de acción y participación para la ruptura con dos siglos de continuidad.
Estos son algunos de los aspectos más relevantes de una campaña con veneno pero sin azúcar, sal, pimienta ni ají, que recuerdan a eruditos y neófitos que la crisis de la democracia no es ni circunstancial ni ocasional, es estructural, y demanda de toda la ciudadanía un ejercicio consciente, constante, para refundarla.
Un reto inmenso
Dicen los expertos que la democracia es un bien de la humanidad, es la más perfecta forma de gobierno, a la cual ascendió la sociedad toda tras un largo recorrido de ejercicios despóticos del poder, bien a través de dictadores abiertos o disimulados, monarcas supuestamente encarnación divina, y otros similares, con y en los cuales uno(s) mandaba(n) y la mayoría obedecía.
Las consecuencias padecidas y sufridas por los gobernados durante siglos no fueron de poca monta, con expresiones dolorosas para su vida cotidiana, dominada por la pobreza, por toda clase de carencias. Hasta que llegó el día de expresar masivamente el cansancio con esa realidad. Desde aquel momento, cuando al pueblo no le tembló la mano para descabezar a quien lo sometía, hasta hoy, han pasado dos siglos y varios años más, tiempo suficiente para perfeccionar aquel sueño que despertó tantas energías. Con luchas de distinto orden e intensidad el sueño ganó profundidad, satisfaciendo por momentos las aspiraciones de los muchos. Pero no ha sido suficiente, lo ganado en unas batallas pasa al recuerdo con otras, hasta el punto que hoy el reto es cómo darle una forma más contundente, integral, donde el texto no quede muerto en la tinta sino que tome vida en la sangre de todos y cada uno de quienes integran un cuerpo social.
Y esa integralidad pasa, entre otros aspectos, por garantizar, precisamente, que los partidos efectivamente representen a esas mayorías que tanto citan, para lo cual es indispensable que en vez de mandar obedezcan, lo que hace indispensable que abran consultas constantes por medio de las cuales estructuren y reestructuren sus programas, sobre cuya concreción deberán dar explicación permanente a la sociedad, informando al mismo tiempo –en caso de estar en alguna instancia oficial– su gestión cotidiana, de manera que llegue a su final ese ritual hecho norma por medio del cual en campaña dicen y ofrecen una cosa y al llegar al Gobierno proceden por vía totalmente diferente.
Para así funcionar, los partidos (y movimientos sociales) tienen que hacer de su vida cotidiana una constante campaña a través de la cual todos sus “libros” estén abiertos para que aquellos a quienes dicen representar les pidan cuentas y puedan, ante cualquier incumplimiento o manipulación, revocar y destituir.
De igual manera, abrir canales, crear condiciones económicas, sociales y políticas, para que todas las personas que integran un tejido social dado estén politizadas, y desde el manejo oportuno de información sobre el Estado y la cosa pública en general, estén interesadas por controlar a los gobernantes. Es decir, trastocar el cuerpo social para que la mayoría no sólo delegue sino que controle, y por esa vía gobierne.
Democracia actuante. No es sólo para lo político (lo formal) sino también para lo económico. Debe elevarse a consulta popular el modelo económico por aplicarse. Tal vez digan que al momento de elegir un candidato también se hace lo propio con su programa, pero ¿dónde motivan para que las comunidades debatan de manera real y profunda los programas económicos que les enuncian? ¿Dónde desarrollan, con consecuencias de revocabilidad efectiva, aquello del voto programático? Así proceder es condición esencial para la politización del ciudadano común y corriente y fuente para el debate ciudadano de ideas, que vaya mucho más allá de la simple prevención ideológica o de los preconceptos.
De así proceder, la discusión y participación ciudadana, el funcionamiento activo de los partidos, superará en mucho las coyunturas electorales, transformando el método en ejercicios de vida cotidiana, convocantes e integradores, de los cuales no podrían ausentarse los llamados políticos profesionales, especialización que con el paso del tiempo desaparecerá pues la política estaría interiorizada en todo el tejido social.
No hay duda. La democracia formal, la realmente existente, está perforada, hace agua por todos sus costados, y las medidas para recuperar su halito original, radical, del gobierno efectivamente de las mayorías, son de diversa complejidad. Si el conjunto social no las encara y garantiza su evidente transformación, será imposible reducir, sino acabar, con la apatía social por la cosa pública, manifestada en la imbatible abstención –que de manera mecánica algunos creen posible superar con el voto obligatorio– o la indiferencia por el destino de cada uno y de todos como conjunto, reflejado en frases tan comunes como: “Así ha sido y así será”, pero también con la corrupción, con los abusos de la fuerza, con la militarización de la vida cotidiana, con la concentración de la riqueza y la multiplicación de la pobreza, entre otras viejas y nuevas aspiraciones y necesidades que bullen en nuestra sociedad.
Romper la apatía. El desinterés de las mayorías por la democracia formal proviene de su apropiación por parte de las minorías. Y quebrar esta realidad es el reto de aquí y ahora, que pasa también por la paz real, pero no queda sujetada a la misma, y que para garantizar la movilización mayoritaria por tal reto demanda que los movimientos y partidos alternativos construyan una agenda no sometida a la lógica estatal hoy dominante. Sólo así tendrán capacidad para que su vida diaria sea una campaña y no simplemente cuando necesitan el voto de algún desprevenido.
El reto, intenso y complejo, más sencillo –aunque no simple– de concreción por parte de los movimientos sociales, sobre todo aquellos abiertos a una vida cotidiana en debate horizontal, con sus integrantes y poblaciones afines. Cómo lograr que en la estructuración cotidiana de sus agendas no queden sometidos a las dinámicas oficiales es uno de sus grandes y cotidianos retos que enfrentan, donde el calendario electoral es uno de los constantes interrogantes, pudiendo en algunas ocasiones ser parte de su quehacer, no así en otros, pero entre una y otra coyuntura sabiendo estructurar y proyectar el mandar obedeciendo que les garantiza horizontalidad, reflexión cotidiana, autonomía, rotación de dirigentes, etcétera.
Proceder de cambio y vida democrática más difícil de operar por parte de los partidos, sometidos a las rigideces y procederes formales de la institucionalidad, al afán de ser gobierno –aunque no poder– que termina por someterlos ante las mieles de la burocracia, que endulzan y terminan por imponer lógicas e intereses particulares por sobre los generales.
En este devenir, es reto para los movimientos sociales, los nuevos y los de viejo tipo (si logran renovarse), trazar puentes de acción y unidad entre ellos y con los partidos políticos que consideren más afines, para darle forma a frentes sociales que logren reunir la fuerza de una sociedad, para como un solo cuerpo plantearle a la misma el reto de ser y refundarse. Este reto, está a la orden del día en Colombia: variedad de movimientos sociales, con asiento territorial, toman forma por todo el país, al tiempo que algunos partidos decididos por la justicia y la redistribución de la riqueza, se afincan en sus quehaceres. Lo indispensable, para no repetir experiencias ya conocidas, es el diseño de un plan de acción que los pegue a las necesidades y aspiraciones sociales impidiendo que lo oficial y formal quede como lo determinante.
Los debates generados por la coyuntura electoral en curso, los resultados obtenidos por algunos de estos partidos y movimientos, la disparidad de acciones que propició la misma, el potencial que puede deducirse de la acción atomizada de unos y otros, permite deducir que esta acción común demanda un primer reto: decidir una campaña o iniciativa simultánea con la cual movilizar al país y emplazar al gobierno, una concentración de fuerzas tras un propósito único: lograr que la democracia formal quede sitiada, y la radical, profunda, directa, ¡otra democracia! gane contornos reales. Esta puede ser la primera de esas campañas.
El devenir entre unos y otros, dirá si esto es factible en nuestro país. n