“Ya no hay tiempo”

“Ya no hay tiempo”

La decadencia de la prensa escrita se acentúa, producto de la crisis económica mundial, de la competencia de los diarios ‘gratuitos’ y del avance de nuevas tecnologías mal explotadas. En Francia, Le Monde diplomatique no escapa a este escenario, por lo que su director, Serge Halimi, llama a los lectores a defender la independencia del periódico.


Los que se lamentan por la falta de atención a su causa, a su actividad, se encuentran a menudo con la misma respuesta: “Ya no hay tiempo”. No hay tiempo para sumergirse en un libro “demasiado largo”, para vagar por las calles o en un museo, para mirar una película de más de noventa minutos. Ni para leer un artículo que aborde un tema que no sea familiar. Ni para militar o hacer lo que sea sin ser interrumpido enseguida, en cualquier parte, por un llamado que requiere atención urgente sobre otro asunto.

 

De alguna manera, esta falta de tiempo es consecuencia de la aparición de tecnologías que han permitido… ganar tiempo: la velocidad de los desplazamientos aumentó, la de las investigaciones, la de la transmisión de información y de correspondencia también, a menudo a un costo modesto o irrisorio. Pero, simultáneamente, la exigencia de velocidad no ha dejado de hipotecar el empleo del tiempo de cada uno, y la cantidad de tareas a realizar se disparó. Siempre conectado, prohibido perder el tiempo. Ya no hay tiempo (1).

 

A veces también falta el dinero: ya no alcanza. Un periódico como Le Monde diplomatique, si bien es más barato que un paquete de cigarrillos, implica un gasto que para muchos empleados, desocupados, precarizados o jubilados no es despreciable.

 

La trampa de la “gratuidad”

 

Estas razones, entre otras, explican la pérdida de interés por la prensa paga. Una fracción de antiguos lectores la abandona a medida que la ventana de papel abierta al mundo, la espera del cartero o del kiosquero se convierten en una obligación de lectura adicional en un calendario ya sobrecargado, más aun si hay que pagar. Uno de los dueños de Free y de Le Monde, Xavier Niel, anticipa que, en una generación, los diarios habrán desaparecido.

 

Si el financiamiento proviniera de la pantalla o de las tabletas, no habría quizás motivo para alarmarse: una cosa reemplazaría a la otra. Mejor aun, la ciencia, la cultura, el ocio, la información se difundirían más rápido incluso en los lugares más apartados. Por otra parte, muchos periódicos concebidos sin otro proyecto de redacción más que el de redondear las ganancias (o la influencia) de sus propietarios pueden perfectamente sucumbir sin que la democracia sufra su pérdida. Pero las nuevas tecnologías de la información no aseguran al periodismo ni los empleos ni los recursos que proveía la antigua tecnología. A menos de trabajar a título voluntario, es decir, obteniendo sus ingresos de otra parte, como la mayoría de los blogueros, la profesión enfrenta la peor de las amenazas: un futuro incierto.

 

Un tren, un subte, un café, un congreso político: antes, en estos espacios, reinaba la prensa. Hoy, ¿cuántas personas despliegan allí un diario que no sea “gratuito”? ¿Es sólo una impresión? Las cifras se imponen y confirman la realidad del abandono. En Europa Occidental y en Estados Unidos, la difusión de los diarios bajó un 17% en el transcurso de los últimos cinco años. Y el retroceso va en aumento. En Francia, ni siquiera un período de fiebre electoral provoca el regreso a los kioscos; entre enero y agosto de 2012, los diarios generalistas acusaron un retroceso promedio de sus ventas del 7,6% en relación con el año precedente. Aun durante los Juegos Olímpicos, el pasado verano boreal, las ventas de L’Équipe, un diario deportivo en situación de monopolio, siguieron bajando.

 

Con la esperanza de frenar esta caída, un periodismo contante y sonante multiplica las “portadas” gancho que violan la intimidad de las personas, o los artículos alarmistas que comparan cualquier cosa (incluidas provocaciones aisladas de caricaturistas o manifestaciones minúsculas de integristas) con los “años más sombríos de nuestra historia”. Los canales de noticias en continuado siembran aun más confusión. Adivinar qué exceso va a movilizar la atención de los medios, ocultar una información que reclamaría del lector algo más que un “me gusta” al pie de un blog irritado se ha vuelto un juego de niños. Así, la mayoría de los propietarios de prensa piensan que aumentando la parte de vulgaridad y de catastrofismo alcanzarán repercusión durante algunas horas. Pero, en este sentido, ¿cómo lograr que el lector pague lo que puede encontrar gratuita y profusamente en otra parte?

 

En particular en la Red. Actualmente, a los treinta y cinco millones de franceses que leen un diario se agregan o superponen veinticinco millones de internautas que, todos los meses, consultan al menos un sitio de prensa. Pero los internautas están acostumbrados a creer que ha llegado el reino de la sociedad sin dinero –salvo cuando se precipitan a comprar (en este caso a precios muy caros) su computadora, su smartphone o su tableta, para consultar a menudo una prensa regalada. La audiencia en línea no aporta mucho a los que investigan, editan, corrigen, verifican la información. Así se edifica poco a poco una estructura económica parasitaria que concede a algunos todos los beneficios del comercio. Y que factura a los otros todos los costos de la “gratuidad”.

 

Un diario como The Guardian, por ejemplo, se convirtió, gracias a su sitio internet, en el número uno en audiencia en el Reino Unido y tercero en el mundo, sin que esto le haya impedido –al contrario, habría que decir– perder 57 millones de euros el año último, y despedir a un centenar de periodistas. Pues aunque requiera cada vez más inversiones, el aumento del tráfico digital de los diarios coincide en general con la reducción de sus ventas en kioscos. Seguramente, cerca de seis millones de británicos leen al menos un artículo del The Guardian por semana, pero sólo 211.00 lo compran cotidianamente. Esta pequeña población, declinante, es la que financia la lectura gratuita de los internautas. Un día, por fuerza, este viaje se acabará para todos por falta de combustible.

 

La apuesta perdida de los editores concierne también a la publicidad. Al principio, el modelo de la “gratuidad” en línea imitaba la lógica económica de la radio comercial, después la de esos diarios que los trabajadores precarizados distribuyen al alba a la entrada de las estaciones de subterráneo. Pero, en un caso, se sabe desde hace rato de qué se trata: radios privadas (RTL, Europe 1, NRJ, etc.) cuyos programas se filtran entre propagandas que martirizan los tímpanos. Y en el segundo, aun cuando Direct Matin o Metro –el primero propiedad de Vincent Bolloré, el otro de TF1–, tengan como proyecto una sociedad de la gratuidad, la condición es que ésta les devuelva mayores beneficios. Les basta para eso facturar directamente al anunciante ofreciéndole a cambio cantidades de lectores o de oyentes.

 

Con la información en línea, se volvió patente que el mismo cálculo es un fiasco. Por más que los sitios de prensa presenten éxitos de audiencia, la pauta publicitaria sólo les llega en cuentagotas. Su producto beneficia sobre todo a los motores de búsqueda, convertidos según Marc Feuillée, presidente del Sindicato de Prensa Cotidiana Nacional (SPQN, en francés) de Francia, en “los mega productores publicitarios, que absorben como esponjas la casi totalidad de los ingresos de nuestros anunciantes”. Feuillée precisa: “Entre 2000 y 2010, el volumen de negocios publicitarios de los motores de búsqueda pasó de 0 a 1.400 millones de euros, el de la prensa [en línea] de 0 a 250 millones de euros” (2). Informado en detalle de los gustos y de las lecturas de cada uno de nosotros, capacitado (al igual que Facebook) para vender en seguida esta avalancha de datos personales a los publicitarios que se servirán de ellos para “determinar” mejor a su presa, Google también domina el arte de alcanzar la “optimización fiscal” en Irlanda y en las islas Bermudas. Esta multinacional muy opulenta no paga, pues, casi nada de impuestos.

 

Pensar el mundo

 

Aunque a la prensa le vaya mal, la mayoría de los diarios lo disimulan recurriendo a indicadores adulterados. Así, una parte de la difusión que se dice paga –más del 20% en el caso de Les Echos, de Libération o de Le Figaro– es en realidad ofrecida a estaciones de tren, compañías aéreas, almacenes de lujo, hoteles, escuelas de comercio, playas de estacionamiento. En cuanto al número proclamado de suscriptores, se desplomaría sin las técnicas dignas del hard discount que difunde, por ejemplo, el jovial director de Le Nouvel Observateur cada vez que propone 13 números de su revista por 15 euros, con un “reloj de colección Lip Classic” de regalo. El dueño de L’Express con sus bufandas coloridas, sube la apuesta: en su caso, son 45 números por 45 euros, con un “reloj despertador luminoso y sonoro” de yapa.

 

Otras astucias permiten estimular la audiencia de los sitios internet. Así, cuando un diario que pertenece a Serge Dassault adquiere un sitio especializado en espectáculos o en servicios meteorológicos, es para poder pretender a la vez que cada internauta que compre en línea su entrada para el circo, o que se preocupe por el sol durante sus vacaciones sea ipso facto un lector de la “marca” Le Figaro…

 

Seamos, pues, únicos en nuestra franqueza: desde enero de este año, la difusión de Le Monde diplomatique bajó en un 7,2%. La falta de tiempo, de dinero también, cierto descorazonamiento frente a una crisis que se expande tal como lo habíamos anticipado, mucho antes que los otros, pero a la que no podemos aportar remedio solos, un rechazo del orden económico y social que no logra encontrar una salida política: todo esto ha contribuido a nuestro retroceso.

 

A la degradación de nuestra situación financiera a consecuencia de esto se suma una nueva reducción de nuestros ingresos publicitarios. A aquellos de nuestros lectores, numerosos, a quienes este tipo de ingresos indigna, les hemos prometido que no excedería jamás el 5% de nuestro volumen de negocios. En 2012, no alcanzará siquiera el 2%… Gracias a una política intransigente respecto de la tarifa de nuestras suscripciones –no liquidamos nuestras publicaciones y no ofrecemos nada más a nuestros abonados sino los diarios que solicitan–, gracias también a la campaña de donaciones que lanzamos cada año en la misma época y que ayuda a financiar nuestros proyectos de desarrollo, nuestra pérdidas serán modestas en 2012. Pero nada garantiza que la tendencia se invierta el año próximo.

 

Sin embargo, algunos rayos de luz iluminan nuestro paisaje. En los próximos meses se lanzará una nueva edición electrónica. Esto permitirá al lector pasar instantáneamente de un formato que reproduce el periódico de papel, su manera de desplegarse, su composición, a otro más adaptado a todas las pantallas. Una edición específica destinada a las tabletas y otro tipo de lectoras está también en preparación. Por otra parte, hemos observado que nuestros archivos suscitan un interés excepcional: las ventas de nuestro último DVD excedieron con creces nuestras expectativas. Por eso, vamos a proponer en breve a todos nuestros suscriptores el acceso instantáneo, por una módica suma, a cualquiera de nuestros artículos publicados entre el nacimiento de Le Monde diplomatique, en mayo de 1954, y el número en curso. Por último, pronto todos, suscriptores o no, podrán acceder durante algunos días mediante un abono a nuestro fondo de documentación. Estas nuevas prestaciones del sitio internet, que esperamos desplegar desde principios del año próximo, requirieron una muy larga y pesada inversión de nuestra parte. Esperamos que finalmente produzca ingresos regulares. Contribuirán a la defensa de nuestra independencia.

 

Pero nos hace falta también sostener las ventas del periódico. Esto implica en primer lugar que todos conozcan su existencia. Ahora bien, la visibilidad de Le Monde diplomatique disminuye en los kioscos y librerías a medida que se disgrega la red de distribución. Esclavos de la profesión, situados en el último eslabón de la cadena, sometidos a horarios y a condiciones de trabajo agotadores, en competencia con la prensa llamada “gratuita”, cientos de kiosqueros y de vendedores de diarios cerraron su negocio en el transcurso de los últimos años (918 sólo en 2011). Sin embargo, es gracias a ellos que se establece el primer contacto con nuestros lectores. ¿Cómo hacer de otra manera para que los que no están suscriptos aún a nuestras publicaciones sepan que hemos publicado tal investigación, análisis o reportaje?

 

Porque, cuando se trata de Le Monde diplomatique, la promoción confraternal, por lo común tan locuaz, de pronto calla. Así, entre el 19 de marzo y el 20 de abril de 2012 (un período elegido al azar en función de la disponibilidad de uno de nuestros pasantes), las revistas de prensa de Europe 1, de RTL y de France Inter mencionaron 133 diarios, entre los cuales Le Figaro (124 veces), Libération (121 veces), sin olvidar France Football y Picsou Magazine. Le Monde diplomatique nunca fue citado. Resulta difícil hacer menos para el principal periódico francés publicado en el mundo (cincuenta y una ediciones en treinta lenguas)…

 

En el fondo, poco importa: nuestra red social, es usted. Es pues, a usted que le corresponde en primer lugar hacer conocer este mensual, sus valores, alentar su aventura intelectual, sus compromisos. Convencer a su alrededor que no es ni urgente ni necesario reaccionar a todas las “polémicas”, abarcar mucho para no apretar nada, recorrer todo para no retener nada. Y que es bueno –por ejemplo una vez por mes– dejar la habitación donde todos vociferan, decidir detenerse y reflexionar.

 

¿Para qué puede servir un periódico? Para aprender y comprender. Para otorgar un poco de coherencia al estrépito del mundo allí donde otros hacen acopio de información. Para pensar tranquilamente sus luchas, para identificar y hacer conocer a los que las emprenden. Para no permanecer solidario de un poder en nombre de las referencias que proclama, mientras sus acciones lo desmienten. Para rechazar el cerrojo identitario de un “choque de civilizaciones” olvidando que la herencia de “Occidente” es el saqueo del Palacio de Verano, la destrucción del medio ambiente, pero también el sindicalismo, la ecología, el feminismo; la guerra de Argelia y los “portadores de valijas” (3). Y que el “Sur”, los países emergentes que deshacen el orden colonial, encierra fuerzas medievales, oligarquías depredadoras y movimientos que las combaten; el gigante taiwanés Foxconn y los obreros de Shenzhen.

 

¿Para qué puede servir un periódico? En tiempos de retroceso y de resignaciones, para despejar el sendero hacia nuevas relaciones sociales, económicas, ecológicas (4). Para aguijonear o fustigar a los socialdemócratas sin aliento y sin vigor. Desde estas columnas, por ejemplo, fue lanzada la idea de un impuesto sobre las transacciones financieras (5), luego la de un techo para los ingresos (6). Un periódico puede recordar, pues, que la prensa no siempre está del lado de los industriales y los comerciantes contra los que luchan obstinadamente para salvar el planeta y para cambiar el mundo.

 

Evidentemente, la existencia de un periódico semejante no puede depender únicamente del trabajo del pequeño equipo que lo produce, por más entusiasta que sea. Pero sabemos que también podemos contar con ustedes. Juntos nos tomaremos el tiempo que haga falta.

 

1 Véase “La tyrannie de la vitesse”, Sciences Humaines, julio de 2012.

2 Correspondance de la presse, París, 17-9-12.

3 Véase El Atlas histórico de Le Monde diplomatique, Capital Intelectual, Buenos Aires, 2011.

4 Véase por ejemplo Bernard Friot, “La cotisation, levier d’émancipation”, Le Monde diplomatique, febrero de 2012; “Le temps des utopies”, Manière de voir Nº 112, agosto-septiembre de 2010.

5 Véase Ibrahim Warde, “Le projet de taxe Tobin, bête noire des spéculateurs, cible des censeurs”, e Ignacio Ramonet, “Désarmer les marchés”, Le Monde diplomatique, febrero y diciembre de 1997, respectivamente.

6 Véase Sam Pizzigati, “Tope a la desigualdad”, Le Monde diplomatique, edición Colombia, febrero de 2012.

*Director de Le Monde diplomatique.

Traducción: Florencia Giménez Zapiola

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