De lejos, el principal problema político, económico, social, cultural y científico que hoy por hoy enfrenta la humanidad es la profunda crisis climática que afecta al planeta como un todo armónico. Todo lo demás es subsidiario, pues lo que está en juego es la vida misma.
Parece cosa de complotistas, o acaso incluso alarmismo, pero no es así: mientras no se atienda a la crisis climática y la posibilidad de la catástrofe climática, todos los planos y acciones en el marco que se quiera, son culpables por omisión de la posible extinción de la especie humana. El Instituto Stockohlm ha identificado que seis de los nueve limites planetarios ya han sido sobrepasados. Sin alarmismos, hay tiempo aún para cambiar este estado de cosas; pero la verdad, no mucho.
Los límites planetarios
El Instituto Stockohlm –Stockohlm Resilience Center: Centro Estocolmo para la Resiliencia, una prestigiosa institución científica con sede en Suecia, pero con capítulos en numerosos países–, formuló en el año 2008 nueve límites planetarios que, si se cruzan, ponen en peligro de extinción a la especie humana; con ella, verosímilmente, a numerosas otras especies. Seis de los nueve límites han sido sobrepasados (1). A nivel político y económico, nadie dice ni hace nada; ni aquí, ni allá.
Los límites planetarios se refieren a los sistemas y procesos biofísicos y bioquímicos que regulan la homeostasis del planeta que permiten la estabilidad de la vida, que en el caso de la biosfera es un fantástico sistema no-lineal. Los límites planetarios hacen referencia al impacto de las actividades antropogénicas (= humanas) sobre el tejido de la vida. Tal conjunto de actividades –económicas, de formas de existencia, y otras– resultaron poniendo en peligro el tejido de la vida; en primer lugar, de los propios seres humanos; y con ellos, de la biodiversidad entera de la biosfera.
Simple y llanamente, los límites planetarios quieren poner límites al impacto de las actividades humanas sobre la Tierra que ponen en peligro la estabilidad de la vida y los equilibrios homestáticos y homeorréticos de los sistemas naturales.
Siempre que se registra una crisis social, económica y política de gran envergadura, ha estado acompañada de una profunda crisis ambiental. Los estudios al respecto son abundantes. Vivimos una crisis sistémica y sistemática.
A finales de los años 1970 surgió con fuerza la idea del calentamiento global, a raíz de los primeros informes al Club de Roma. En los años 1990 el calentamiento global se agravó como cambio climático. A comienzos de los años 2010, el cambio climático fue identificado como crisis climática, que es lo que actualmente estamos viviendo. El futuro inmediato, previsiblemente, es la catástrofe climática, que significaría que ya no hay marcha atrás en el manejo del medio ambiente. Ese punto de inflexión significará la desaparición de la especie humana. Punto.
Sin ambages, dicho en general, los seres humanos son los peores depredadores que jamás ha habido en la Tierra. La razón es que no solamente depredan organismos –digamos: osos, venados, tigres, elefantes y demás–, sino además especies enteras y ecosistemas. Los demás depredadores en la naturaleza máximo depredaron o depredan organismos, pero jamás una especie entera. Y definitivamente, nunca, ecosistemas.
El manejo de la ciencia y la tecnología, de las técnicas y los sistemas económicos es la principal herramienta de depredación.
A partir del Neolítico –esto es, hace alrededor de nueve mil años– hasta la fecha, se impuso la creencia errónea de que la naturaleza existe como un medio o recurso para los intereses, necesidades y gustos de los seres humanos. Así, la relación entre nuestra especie y la naturaleza fue crecientemente productivista; y al final del día, extractivista. En algún momento del siglo XVI los padres del liberalismo –Hobbes y Locke, entre ellos–, afirmaron que la tierra es del que la trabaja, como un argumento para arrancar las tierras de los indígenas en Norteamérica, dado que ellos no tenían un régimen productivista. Lo demás fue la justificación de la economía, ya a partir de A. Smith, en adelante, hasta el día de hoy.
Los nueve límites planetarios son: i) el cambio climático, ii) la integridad de la biosfera –que comprende la diversidad genética y la diversidad funcional–, iii) el cambio del uso del suelo, iv) los nuevos materiales, que se refieren específicamente a los nuevos contaminantes, v) los ciclos biogeoquímicos, vi) el uso del agua dulce, vii) la acidificación de los océanos, viii) la carga de aerosoles atmosféricos, y ix) la reducción del ozono estratosférico. Estos son los grandes ejes, al interior de los cuales cabría identificar varios otros problemas tales como la desertificación y la tala de árboles y bosques.
Los seis límites superados
Seis de nueve es una proporción muy alta, en cualquier plano o contexto que se quiera considerar. Seis límites ya han sido sobrepasados; estos son:
• La integridad de la biosfera. La vida consiste en biodiveridad. Esta es de tres tipos: genética, natural o biológica y cultural. Los países que tienen los tres tipos de diversidad se dicen megadiversos. Pues bien, la base de toda la diversidad de la vida es la variedad genética. Se calcula que el 10 por ciento de toda la diversidad genética ha desaparecido en los últimos 150 años, como resultado de la urbanización de la vida, la tala de árboles, la contaminación de ríos y mares, la disminución de insectos, en fin, la agroindustria. Este es el límite que más ampliamente ha sido superado. Las causas son numerosas, incluyendo el hiperconsumo y la sobrepoblación.
• El cambio climático. Los gases de efecto invernadero, el uso de toda clase de aerosoles y la reflexión de la luz solar sobre la superficie de la tierra constituyen muy serios indicadores de calentamiento global, un fenómeno de complejidad creciente identificado con ritmos de aumento imparables hasta la fecha. Ello acarrea la alteración de vientos, lluvias, sequías e incendios alrededor del planeta y el agotamiento del agua potable. El cambio climático es evidente en el día a día; los límites han sido superados ampliamente y no parece haber acciones reversibles; apenas procesos atenuantes.
• Nuevas entidades. La industria, la tecnología y numerosas ciencias han introducido nuevas entidades en la biosfera. Por ejemplo, disruptores endocrinos, microplásticos, productos orgánicos polucionantes, y otras sustancias químicas sintéticas, incluyendo todo tipo de materiales radiactivos, desechos nucleares y biológicos, organismos modificados genéticamente y todos los procesos que transforman el decurso natural de la evolución (insecticidas, productos de efectos de clorofluorocarbonos).
• Destrucción de la capa de ozono. La destrucción de la capa estratosférica de ozono es un hecho ya suficientemente reconocido. Sin embargo, hay que decir que, en propiedad, la capa de ozono avanza y retrocede sin que sea enteramente claro cómo y por qué. Lo cierto es que aumentan los casos de cáncer de todo tipo, principalmente de piel, problemas oculares, alteraciones en el sistema inmunológico, la contaminación fotoquímica es evidente, y numerosas otras afectaciones, para humanos y sistemas naturales y biológicos.
• Cambios en los ciclos de las aguas naturales. El agua se acaba, se mal usa, se seca y es objeto de apropiación privada y contaminación, al mismo tiempo. Las alteraciones de sus ciclos son evidentes. Ya hay ciudades enteras que están, literalmente secas –en África y en América Latina–; los principales ríos de Europa están contaminados; las sequías son ubicuas, mientras que, al mismo tiempo, las inundaciones son crecientes en numerosos lugares. Nadie tiene la clave para el manejo de este problema, aunque los diagnósticos son abundantes.
• La carga de aerosoles atmosféricos. Su uso tiene enormes impactos biológicos, físicos y biogeoquímicos en el medioambiente. Los procesos de desertificación están directamente ligados a este problema. Hay que atender al hecho de que el medioambiente es un fenómeno de largo alcance y con numerosas relaciones de corto, mediano y largo plazo. El uso de aerosoles comprende toda clase de productos usados en la agroindustria, y en numerosas otros sectores económicos.
• La acidificación de los océanos. El exceso de dióxido de carbono en la atmósfera genera una acidificación de los océanos, que son, por lo demás, la principal fuente para la producción de óxido en la biosfera (fotosíntesis). La destrucción de corales es el síntoma más grave de la afectación de los mares y oceános. Numerosos crustáceos están desapareciendo, esenciales para la cadena de vida, marina, tanto como global.
• Cambios en los manejos de sistemas de tierra. Selvas y bosques están desapareciendo a ritmos alarmantes alrededor del mundo, lo cual afecta todos los planos, contextos, regiones y actividades en el planeta. La tala de árboles incrementa el cambio climático, e incide negativamente en los demás límites. Jamás la Tierra había conocido una situación semejante. Las infecciones víricas y las enfermedades de origen zoonótico abundan y tienden a crecer y dispararse sin control, alguno.
• Los ciclos biogeoquímicos. Los ciclos biogeoquímicos fundamentales que hacen posible la vida son seis: el ciclo del carbono, el del hidrógeno, el del nitrógeno, el del oxígeno, el del fósforo y el del azufre (Chnops). (Son seis, por lo demás los elementos principales de la vida; estos mismos). Pues bien, los ciclos del nitrógeno y del fósforo son los que más radicalmente han sido alterados, y sobrepasados como resultado de los procesos agropecuarios y agroindustriales. Dicho sin más ni más, los seres humanos se están envenenando de manera lenta, pero sostenida (superando cualquier posibilidad de hormesis).
Significativamente, todos y cada uno de estos seis límites se encuentran en estrecha relación entre sí, y con los otros tres identificados (2). Es imposible atender a uno cualquier de ellos sin considerar al mismo tiempo los demás. El problema, mucho más que sistémico, es literalmente complejo, en el sentido preciso de las ciencias de la complejidad.
La enorme dificultad es que las interacciones entre los límites planetarios son no-lineales; y absolutamente todas las políticas gubernamentales y estatales –eufemísticamente llamadas políticas públicas– son lineales. Así las cosas, los gobiernos, Estados, corporaciones, empresas y sistemas educativos que permanezcan con estructuras –mentales y de acción– típicamente lineales no podrán entender jamás la crisis en marcha. Y conducirán a ciudadanos y empleados, a estudiantes y miembros y colaboradores a la muerte; muerte inevitable por temprana.
Ecología y economía (o al revés)
Todos los sistemas económicos desde la irrupción de la agricultura hasta el presente –y de consuno, todas las teorías económicas dieron a la naturaleza por sentada. Abierta o tácitamente, fueron sistemas productivistas; a la postre, extractivitas. El crecimiento económico fue, asimismo, la bandera del desarrollo económico y del desarrollo social y humano. La economía fue siempre una traición a la naturaleza.
Pues bien, la naturaleza –que en todas las lenguas es mujer– viene revelándose contra las políticas, planes, acciones y estilos de vida humanos. Los fenómenos del Niño y de la Niña, los ciclones maremotos, tifones y huracanes son cada vez más fuertes e impredecibles. Sutiles como lo son, los volcanes y la tectónica de placas hacen lo suyo, pues no están separados, para nada, de las demás dinámicas naturales, en sentido amplio.
Cualquier pelea que el ser humano entabla con la naturaleza la lleva perdida. Algo que parece ignorarse dado que el manejo del mundo ha sido, clásicamente, ceñido a los tiempos humanos; que son cortos e inmediatos –comparativamente con los tiempos y ciclos de la naturaleza.
Sin ambages, el error de la humanidad fue el antropocentrismo, el antropomorfismo y el antropologismo; con cualesquiera justificaciones o matices.
Perspectiva evolucionista
Los cefalópodos dominaron los mares durante quinientos millones de años. Los saurios dominaron la Tierra durante doscientos cincuenta millones de años. Si no hubiera sido por el meteorito que cayó en Yucatán hace doscientos cincuenta millones de años y que condujo a la desaparición de los saurios, los mamíferos sencillamente jamás habrían podido destacarse en la trama de la vida.
Los homínidos –que aparecen, una vez que evolutivamente se separa de los chimpancés y otros primates–, tienen una historia de alrededor de doscientos mil años. El homo sapiens tiene apenas unos cuarenta mil años.
El término “antropoceno” se acuñó para designar sencillamente la fuerza geológica que los seres humanos tienen en los procesos de la biosfera y la crisis producida por el modo humano de pensar y de vivir; dicho genéricamente. Sólo que el término mismo es científicamente muy malo, pues quiere trasponer a la escala histórica dimensiones geológicas. La geología comienza a contar –períodos, eras– a partir del millón de años. La historia de los homínidos –el homo ergaster, el homo habilis, el hombre de Cromañón, el hombre de Neandertal, Lucy, y hasta los denisovanos, entre muchos otros– en general se encuentra muy lejos de esas dimensione temporales. Pero el término “antropoceno” sirve para alertar a la sociedad. Un mecanismo de advertencia y reacción, mucho más que reflexivo.
Análogamente a como la naturaleza dejó de considerar a los saurios como (absolutamente) necesarios, así mismo podría hacerlo con los seres humanos. Al fin y al cabo, la naturaleza ha experimentado muy poco tiempo con ellos. Y estos, según todo parece indicarlo, jamás aprendieron a vivir; esto es, a vivir bien, que es vivir acorde a la naturaleza.
Si desaparecen los seres humanos –para escándalo de todos los humanismos y las visiones antropológicas de todo orden– no pasaría nada con la historia de la vida. Ya han ocurrido cinco extinciones, una de las cuales alcanzó una tasa del 95 por ciento de todas las formas de vida extinguidas. Y la vida tuvo siempre la capacidad de recuperarse.
La idea de los límites planetarios es el mejor basamento científico para condensar el hecho de que vivimos una sexta extinción, identificada por primera vez hacia los años 1990 (3).
Sorpresivamente, después de cada extinción masiva, la historia ha emergido aún más robusta y diversa.
Límites planetarios y Objetivos del Desarrollo Sostenible (ODS)
Hay un hecho que nunca se ha puesto de manifiesto suficientemente. Todos los discursos, planes y acciones sobre los (ODS) están en realidad basados en los Límites Planetarios. Éstos constituyen el verdadero diagnóstico y el auténtico plan estratégico. Aquellos son solamente una serie de acciones y de imágenes desarticuladas y advenedizas. Por más que se los promuevan desde Naciones Unidas.
Es una realidad que impone como imperativo un estudio, a profundidad y de largo alcance sobre los Límites Planetarios. A nivel de la educación, el silencio sobre los mismos es atronador. En materia de cultura, la ignorancia es supina. Y a nivel de medioambiente, por decir lo menos, todo son simplemente buenas intenciones, flatus voccis.
Los (ODS) son tajantemente antropológicos, tanto como las políticas de salud y algunas de sus mejores expresiones –como Salud Global, One Health y Salud Planetaria–. No constituyen ni planes, ni acciones que atiendan satisfactoriamente el panorama anterior.
¿Y en Colombia?
La evolución sucede siempre a nivel local. Es, por tanto, a nivel local como cabe actuar si se quieren impactos y alcances de gran envergadura. Desde luego, como se ha dicho genéricamente, se puede pensar globalmente; pero la acción siempre es local. Cada quien desde su hogar y lugar de estudio y de trabajo; cada mandatorio desde su esfera de acción y de compromisos. Articulación de lo local, con lo regional y lo nacional; que es, siempre –¡siempre!–, lo único real.
No existe absolutamente ningún documento, ni por parte del gobierno, ni del Estado –ejemplo, documentos Compes–, del sector privado –los industriales o los comerciantes– que de manera directa y explícita se refiera a los diferentes informes del Instituto Stockohlm, y a los nueve límites planetarios. Mucho menos, no existe ningún documento de política pública que mencione la crisis climática y la catástrofe climática. Nada de reflexión; en el mejor de los casos, acciones y planes. Bla-bla-bla…
A lo sumo, se les impuso a los colegios, universidades, clínicas y hospitales –y ciertas empresas, particularmente medianas y grandes–, trabajar en los Objetivos del Desarrollo Sostenible (ODS), y las llamadas metas del milenio, y la agenda 2030. Curitas (o banditas) para tratar una hemorragia, un cáncer, una enfermedad compleja. Pero, claro, poniendo a medio mundo a trabajar en los (ODS) pueden dar cuenta de obediencia a los grandes organismos multilaterales.
Algo totalmente insuficiente. Se requiere de una reflexión de muy largo aliento para estudiar, entender e implementar políticas de vida en el sentido de los Límites Planetarios. Mientras no suceda, por acción o por omisión, todos serán culpables de la posible extinción de la forma humana de la vida.
Colofón
Todo parece indicar que los eufemísticamente llamados “tomadores de decisión” –políticos, financistas, militares, cuerpos y órganos directivos de todo tipo– son ciegos y sordos ante la ciencia.
La ciencia que está detrás de los Límites Planetarios es contundente. Pero para entenderla e interactuar con ella se requieren esfuerzos inter, trans y multidisciplinarios; jamás analíticos, y ni siquiera sistémicos.
La vieja metáfora de la rana en la olla es literalmente cierta: hay una rana que está en una olla y está siendo calentada; la rana se va acostumbrando al calor, hasta que la situación resulta inaguantable; y entonces salta, si puede, por fuera de la olla, o muere.
La estulticia de los tomadores de decisión es inconmensurable, en todos los niveles, planos y contextos. Hasta que, por decir lo menos, decidan escuchar a la comunidad científica, y actuar. Actuar con todos sus mecanismos, instancias, poderes, organizaciones e instituciones.
De lo contrario, sin pesimismo, la especie humana habrá sido un experimento evolutivamente fallido de la naturaleza. Amanecerá y veremos.
- Richardson, K., et al., (2023). “Earth beyond six of nine planetary boundaries”, en: Sci Adv.9,eadh2458(2023); doi:10.1126/sciadv.adh2458.
- Cfr. https://globaia.org/boundaries
- Leakey, R., y Lewin, R., (1997). La sexta extinción. El futuro de la vida y de la humanidad. Barcelona: Tusquets (publicado originalmente en 1995, en inglés).
https://libreria.desdeabajo.info/index.php?route=product/product&product_id=180&search=A.