El marco de las próximas elecciones pre-navideñas

La democracia económica no llega. Gustavo Petro, ahora como Presidente, volverá a ser protagonista de las elecciones intermedias. El voto castigo a su gestión, o el afirmativo en espera, junto con la abstención, pondrán dibujo a la próxima coyuntura que tomará forma a partir del día 30. Dirá acerca de los estados de ánimo y la sinuosa marcha hacia las elecciones 2026.

El 29 de octubre será domingo y como cada fin de semana el alma de todos nosotros sabrá que es domingo y se pondrá a tono. Pero en esta ocasión será diferente, no porque solo faltarán 48 horas para el Halloween y los disfraces de horror asoman por todas partes, sino porque habrá puestos de votación para que quien guste o sea consciente pueda entretenerse jugando al destino de sus ciudades o regiones. Lugares para ir a expresar cómo queremos que se dibuje el futuro del territorio en que vivimos, con esa mezcla del pesimismo de la razón y el optimismo de la voluntad, que pedía Gramsci.

Ad portas de diciembre y su tradicional alegría, se presentarán al país las urnas con su invitación a llenarlas de ilusiones, convicciones, reproches, enojos en forma de voto, en una realidad circundante sin real satisfacción de las promesas de justicia e igualdad que ilusionaron a la mitad de la población votante con las promesas de cambio del hoy presidente Petro. Y no hay respuestas convincentes para calmar la incertidumbre que llena el lugar que ocupó la esperanza. En el sancocho del malestar social, la sensación de inseguridad que predomina según todas las encuestas, y las conversaciones de mercado, se amplía a todos los ámbitos, desde el de estar a merced de la delincuencia organizada o de emprendimiento individual, hasta el de estar a merced de tantas otras violencias, como la de la escalada de precios, o la del salario deprimido en quien aún vive de quincenas, deteriorándose la posibilidad de acceso a bienes materiales.

El salario ínfimo real que percibe la mayoría en la informalidad de una buena parte de los potenciales votantes en todas las regiones, no cubre la línea de indigencia para una familia de cuatro miembros, y el salario mínimo de los que viven en la formalidad apenas roza la línea de pobreza, perdiendo permanentemente participación de la renta nacional. Y a esto se suman el déficit de vivienda, el de atención en salud, y los de educación, pensiones, servicios públicos y un largo etcétera, todos los cuales generan inseguridad al tiempo que desinterés en lo público, alejando a la gente de la participación democrática en las decisiones que le afectarán. Es decir, en este país de electores sumergidos en agotantes penurias para sobrevivir, nuevamente la abstención será protagonista de los resultados que arrojará octubre 29, en tanto en el escenario autista de las sedes de campañas correrá la adrenalina y la ansiedad que generan las ilusiones, pese a que en el fondo todos conocen esa casi ley que dice que, como es costumbre, la mayoría elegirá la pizza Margarita recomendada por decenas de avales, aunque en la carta aparezcan más de 20 opciones. 

Las encuestas muestran que, también como es costumbre, algo así como la mitad del país se abstendrá de la posibilidad de decidir sobre esa parte de su futuro que tiene que ver con quienes ejercen de gobernantes. Unos porque piensan que la democracia económica no llegará nunca a través de los políticos. Otros porque prefieren evitar la indigestión que pueda derivar de esa experiencia. Y muchos, muchas, porque no saben lo grato que es compartir la fila para votar, ese estar juntos, cambiando ideas, sentimientos de comunidad, creencias, y también la resignación de que gane quien gane no va a ser tan pesado porque cuatro años no son nada, o dicho de otra forma, si nos equivocamos el error no va a durar tanto como para no poder soportarlo. Porque votar no es solo mirar hacia afuera, esa posibilidad de incidir en un cambio de entorno, conscientes de cómo nos afecta, ya que cada uno de nosotros, en gran medida, es entorno. Votar es también mirar hacia adentro, y tomar una posición respecto a qué nos pasa a nosotros con lo que está ocurriendo allá afuera.

Observemos el escenario-país. Una primera figura que irradia ideas de fondo y tuitazos de superficie como pocas veces en la reciente historia patria se ha dado, mientras siguen sin aparecer las acciones concretas que esperaban quienes le votaron y quienes no le votaron temían. En un ejercicio híbrido del gobierno, Petro propuso cambios que presentó luego como reformas, quizás asumiendo no tener capacidad para confrontar a fondo con el capital, y ajustándose a la idea de no alterar demasiado el orden.

“La política es economía concentrada”, afirmó Lenin, y esto debe observarse al analizar la situación emocional actual del país de cara al proceso electoral en desarrollo. La gente que votó Petro esperaba de su gobierno una mejoría en el nivel de vida, y no una ausencia de medidas concretas al tiempo que un mensaje de radicalización política pidiendo movilización de masas. Dejando a un lado al sector intelectual de izquierda, fue la precarización del país la que explica el voto que se denominó “petrista” en pos de las promesas del Presidente, así como la realidad de hoy no es producto exclusivo de los “discursos de odio” fogoneados desde la revista Semana y otras fuentes que hacen conexión con los segmentos medios que ven crecer su malestar. En un país donde brilla el vacío de un gran esfuerzo industrializador, y la poca industria de agregar valor a lo básico no ha gozado de transformación desde hace años, golpeada en gran parte por la apertura a la importación de bienes básicos, acentuando la pérdida de participación relativa de los sectores locales en la renta nacional, y eso cada mes es más grave. Pero permanece la consigna de preservar el orden de las cosas, tanto en los gremios como en cada uno de los sectores de poder tradicionales.

La elección del actual presidente colombiano no fue producto de un diseño de laboratorio hecho por un grupo de estrategas y un equipo disciplinado. A ese electorado que votó por Petro lo construyeron miles y miles de jóvenes, de trabajadores, de indignados por esto o por lo otro, que desde antes de 2018 comenzaron a ver en él una posibilidad diferente, y que ocuparon las calles recibiendo golpes, llorando por los gases, amputados en sus vistas, dejando algunos de ellos incluso la vida en el asfalto. A ese electorado lo construyeron mingas indígenas y la sangre de cientos de líderes asesinados pero no extinguidos en la memoria de quienes siguieron sintiendo que la lucha por los derechos era necesaria, porque los derechos solos no significan nada más que letra. A ese electorado lo construyeron los millones que tuvieron que dejar sus tierras desplazados por las sierras eléctricas paramilitares y que, aunque quizás no entendían todo el significado de lo que decía ese hombre que mostraba una interpretación del mundo que daba cauce a los sentimientos de los jóvenes, sintieron que era lo único diferente en el escenario de las mentiras de siempre. Y todos esos componentes fueron juntos hacia una posibilidad identificada una vez más con la mil veces repetida palabra “cambio”. Una palabra en que cada uno encontraba lo que buscaba: tierras, derechos, acceso, igualdad, conciencia medioambiental, dignidad, porque Petro condensaba en ideas la posibilidad de satisfacción de todas esas demandas y la esperanza de una redistribución de parte del excedente económico generado por la burguesía industrial y el casi feudalismo agrícola ganadero, por decirlo de esta forma ajena al contexto de los sentimientos que movilizaron el voto.

Pero pasaron los meses, y ese Petro que en campaña logró convertirse en sentimiento, emociones, estética pop, desapareció en la soledad del palacio presidencial, o en la soledad de sus palacios internos. Y se debilitó la conexión entre dirigente y pueblo-rebeldía-indignación. La primera señal fue cuando, asumiendo el gobierno, pareció sacrificar la pureza en nombre de la realpolitik; la segunda cuando cambió el mantra del cambio tan deseado y esperado, por el de una “paz total” y paralelamente el de unas “reformas” a las que instaló en el altar de lo fundamental, pero fue incapaz de hacerlas avanzar luego de lograr la más difícil, esa reforma tributaria que cuando la pretendió hacer el gobierno anterior había detonado mil incendios y paralizado al país, y la aprobación de su Plan Nacional de Desarrollo. Luego, a la falta de logros percibidos como tales por la mayoría del país, se sumó la sucesión de escándalos relacionados con la forma como cuajó el triunfo electoral, tanto como con situaciones de abuso de poder. Y este es el marco en el que se desarrolla el proceso electoral, 29 de octubre próximo, cuando los colombianos elegirán 32 gobernadores, 418 diputados departamentales, 1.102 alcaldes, más de 12.000 concejales, además de Ediles de las juntas administradoras locales, con un aumento de casi 14 por ciento de candidatos en comparación con la elección anterior, según el Consejo Nacional Electoral, lo cual es posible atribuirlo en gran parte al incremento de partidos políticos otorgando avales.

La elección girará en torno al dilema clásico de continuidad o cambio, pero con esta última promesa saboteada por el desempeño de un gobierno del que se esperaba que no defraudara las expectativas enormes que puso en escena para ganar la elección. Pasado su primer año de gestión, el resultado se presenta predecible, porque Petro le habla ahora a un pueblo que cada vez parece menos interesado en oírle. Le llama a salir, a llenar las plazas, a hacer de alfombra para esconder debajo la falta de realidad detrás de sus discursos desde balcones. El problema es que no hay transmutación de las palabras en hechos. Y por eso se presenta difícil creer que el pueblo vote por los candidatos que se alinean con él, como votó por él. Hoy, para muchos, la motivación más potente es la de impedir que todo siga como está, y en esa medida votar por aquellos cercanos al gobierno es votar para seguir como ahora. Y hacerlo por otro es tanto castigar a quien defraudó, como intentar que algo pueda estar mejor. Así, lo fácilmente predecible es que el resultado será una suerte de referendo sobre el gobierno nacional, cuyo resultado beneficiará o castigará a los candidatos cercanos a su línea, o a esa etiqueta sin cuerpo que es el Pacto Histórico.

En otras palabras, el protagonista de octubre 29 será una vez más Petro, que llegó a la presidencia engarzado por un nuevo sujeto político, esto es por un pueblo afectado por una realidad cada vez más compleja, al que la política tradicional ya no interpela. Petro llegó expresando pasiones y sentimientos, detonando emociones, y luego se quedó en la enunciación de un enemigo con el cual antagonizar. Pero lo fundamental fue que captó a un sujeto político hecho de gente que no está en la ideología sino en los sentimientos, donde siente que el último en quien creyó le está demostrando que no resuelve sus necesidades ni realiza sus expectativas. Y esto pesará en lo que ocurra el 29 de octubre.

Todas las encuestas, independiente de las tendencias que supuestamente pretendan favorecer, coinciden en encontrar que los consultados piensan que la situación es “mala”. Si se escarba en la opinión se encuentran algunos señalamientos de responsables, por lo hecho o por lo no hecho, e intentar negar o rebatir eso en una primera instancia cierra cualquier posibilidad de escucha o conversación. Los datos “positivos” que hay sobre la gestión actual, para la mayoría están sepultados por las inconsistencias entre promesa y realidad. Una enorme parte de los colombianos sufre una suerte de hiper precarización, y no ve un horizonte claro en el que pueda proyectarse en sus querer vivir mejor. En medio de esto uno de los grandes déficits generales es el de la atención, la carencia de tiempo para fijar su atención en propuestas políticas. Y esto también pesará en los resultados de octubre, que obviamente afectarán el curso de los meses siguientes, no solo en las regiones sino también en lo nacional, anticipando la sinuosidad del camino hacia las elecciones de 2026.

*Periodista, escritor y asesor en comunicaciones.


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Información adicional

Autor/a: Ángel Beccassino
País: Colombia
Región: Suramérica
Fuente: Le Monde diplomatique, edición 237 octubre 2023
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