Durante el vacío editorial de las vacaciones, los medios de comunicación estuvieron en vilo por la terrorífica historia del Journal du dimanche (JDD). Biblia semanal de la burguesía liberal, el semanario es famoso por sus entrevistas ministeriales complacientes, sus reportajes de Bernard-Henri Lévy y su odio a los movimientos sociales. En junio pasado, el multimillonario Vincent Bolloré impuso un director cercano a la extrema derecha a la cabeza de este periódico. Tras cuarenta días de huelga, la redacción descubrió repentinamente la crudeza del combate social al que calificaba como “descontento” cuando otros se implicaban. Ello no impidió que el 6 de agosto se publicara un semanario conforme a las ideas de su nuevo propietario, quien había aplicado la misma receta al canal i-Télé, rebautizado C-News.
Mientras tanto, se desató una tormenta de peticiones y de artículos para expresar la adhesión sin límites “a ese periódico, a su independencia, a su afición por el relato. […] A sus valores republicanos, totalmente opuestos a los de la extrema derecha” (dixit un artículo publicado por Libération). En Le Monde, al menos cuatrocientas “personalidades del mundo político, económico, social, cultural, comunitario o deportivo” se reunieron para denunciar una “vulneración a las libertades democráticas”. Entre ellas, el ex primer ministro socialista Lionel Jospin, la alcaldesa de París Anne Hidalgo, el eurodiputado macronista Pascal Canfin, pero también el rapero Joey Starr, la actriz Sandrine Kiberlain, el cocinero Yves Camdeborde…
Humor divino
Se dice que Dios se ríe de los hombres que se lamentan por los efectos de las causas que defienden. Así pues, al verano no le faltó diversión divina. Durante mucho tiempo, las elites francesas alentaron el control de los grandes medios de información por parte de los intereses económicos, fustigando como “populista” toda crítica a esas relaciones peligrosas. Desde hace unos diez años, el tono cambió. Debilitada por las industrias digitales y sus nuevos medios de comunicación, desconcertada por el desmembramiento del pensamiento dominante entre el centrismo liberal y la extrema derecha conservadora, la prensa tradicional casi parece una especie a proteger. Frente a la fuerza potencialmente desestabilizadora de francotiradores como Bolloré, Daniel Kretinsky o, en Estados Unidos, Elon Musk, conviene denunciar el control por parte de ciertos multimillonarios sobre la prensa y a la vez descartar toda solución susceptible de remediarlo. Sin embargo, o bien la información constituye un servicio de utilidad colectiva y su producción debe escapar al mercado, o bien es una mercancía y entonces nadie puede impedir que se compre y se venda como un manojo de puerros (1). Ni que el propietario de un diario determine su dirección editorial.
Hostil al giro del semanario dominical, la ministra de Cultura Rima Abdul Malak resumió con una involuntaria pizca de humor la cuadratura de la razón mediática: “No podemos ni restringir la libertad de la prensa, ni restringir la libertad de emprender” (2) –aun cuando la segunda conlleve una amenaza mortal para la primera–. En el fondo, los indignados de la clase dirigente no lamentan que la libertad de la prensa se reduzca a una propiedad; se preocupan por que un diario que les sirve pueda escapar a su control. ¿Los habría perturbado que lo compre Bernard Arnault?
- Véase Pierre Rimbert, “Projet pour une presse libre”, Le Monde diplomatique, París, diciembre de 2014.
- Citado por La Correspondance de la presse, París, 16-8-23.
*Director de Le Monde diplomatique.
Traducción: Micaela Houston
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