En 250.000 personas calculó el presidente Petro la participación en las pasadas marchas opositoras. Pero más importante aún es reflexionar sobre la condición social de los participantes. Una discusión vivida en toda latinoamérica.
Hace quince años la historiadora venezolana Margarita López Maya escribió: El concepto de capas medias en una sociedad es variable y no fácil de precisar. Sin embargo, es una realidad social que cuando una la ve la reconoce”. En cierto modo una versión académica del viejo refrán: “¡No creo en las brujas, pero que las hay las hay!”. Pero da en el clavo: pese a las dificultades empíricas, en la mayoría de los estudios y descripciones aparece como una constatación obvia que no necesita demostración.
Y añadía: “pueden ser sectores importantes para la convivencia pacífica y democrática, al introducir un colchón entre ricos y pobres” (1). Por desgracia, son más las veces en que juega un papel claramente opuesto. La historiadora debió ver con sus propios ojos –cuando Chávez todavía gozaba de innegable y enorme popularidad– las movilizaciones de la oposición derechizada, que eran, en ese entonces, tan enceguecidas y fanáticas como teatrales: como desfiles de carnaval, con sus carrozas, sus aprendices de “playboy” y sus candidatas a reinas de belleza, muy en el estilo de la “clase media”. Muchos comentamos entonces que no había lugar a sorprenderse, que no había ningún “patrimonio de la izquierda y el pueblo” y era mejor reconocer que las clases medias habían aprendido también a tomarse las calles (2). Años después, esa oposición, ya masiva, mejor estructurada y menos escrupulosa, pondría de moda la expresión: “¡vamos a calentar la calle!”.
El estado natural de la clase media no es pues, como se cree, el “centro”, sino la oscilación. Es, como se verá enseguida, parte de su definición, al igual que la heterogeneidad. En todo caso, esta “clase” está presente en muchas de las interacciones sociales. Suele ser importante en las contiendas electorales; muchas veces factor decisivo, especialmente por la abstención que acompaña siempre a las democracias formales. Y también, como acabamos de subrayarlo, en las demostraciones callejeras que es lo que ahora nos interesa. Un fenómeno propiamente urbano. Decenas o centenares de miles de manifestantes (de acuerdo con la magnitud de la ciudad) serán siempre de por sí un hecho político mayúsculo, aunque no constituyan mayoría política ni electoral, y como se suele repetir, son millones los que se quedan en casa.
Desde luego, no quiere decir que la llamada derecha carezca de influencia y capacidad de convocatoria en los sectores populares –la historia del nazi-fascismo lo demuestra–, pero la clase media es, por excelencia, su lugar de anidamiento y el recurso de movilización que tiene a la mano. Llama la atención cuando estas gentes, de suyo individualistas y concentradas en su aislado quehacer diario, hacen pública gala de sus convicciones, cargadas no pocas veces de agresividad. ¿Cuál es la explicación? Es lo que en Colombia se vienen preguntando analistas y líderes sociales en lo que va corrido del siglo, particularmente a propósito de las recientes manifestaciones contra el actual gobierno.
Los usos de la sociología
El elogio de la clase media como el fiel de la balanza, como la reserva moral de la democracia, tiene una larga historia. Su ampliación ha sido, además, el publicitado, aunque no tan sincero, objetivo de las políticas económicas y cuando ocurre, la comprobación de las bondades del capitalismo. Pero fue recientemente, en tiempos del neoliberalismo, cuando este relato recibió un renovado impulso. Especialmente en Latinoamérica. Una burla, cabe decirlo, porque el crecimiento redistributivo de las primeras dos décadas del siglo, se dio en buena parte gracias al abandono de la ortodoxia neoliberal. El liderazgo en este discurso lo tuvo, como suele suceder, el Banco Mundial (3). En principio se trató de una simple medición. Al paso que disminuía la población en condiciones de pobreza, aumentaba la franja considerada intermedia, hasta el punto de dar lugar a lo que se llamó “nueva clase media” (4). Un hecho histórico que, de acuerdo con sus profetas, anunciaba una nueva época, esta vez de bienestar.
Quizás el ejemplo más deslumbrante fue el de Brasil. Entre 2004 y 2013 el ingreso familiar registró un crecimiento anual mayor que el del PIB, lo cual, sumado al crecimiento del poder adquisitivo del salario mínimo y la notable caída del desempleo, propició una disminución de la desigualdad. El índice de Gini en 2012 era ya el más bajo desde 1960. Contingentes cada vez mayores de hogares superaban el nivel de pobreza contribuyendo a engrosar, por simple estadística, la clase media que según algunas mediciones llegó a ser el 50 por ciento de la población (5). Brasil, al parecer, comenzaba a exhibir ante el mundo una imagen que ya no era la del contraste entre la extrema pobreza y la ostentosa riqueza. Implicaba un nuevo mundo social que, partiendo de renovadas cadenas productivas, ofrecía nuevos mercados con un nivel y estilo de consumo transnacional, para una nueva subjetividad (6).
Como lo señala Kopper, lo singular de todo esto es la insistencia de todo un grupo transnacional de sociólogos y economistas (formados en Estados Unidos en la línea de la economía “experimental”) interesados en recuperar la categoría de clase media para fundamentar la magnitud y relevancia de la pretendida transformación. En Brasil se destacó Marcelo Neri quien publicó en 2008, a instancias de la Fundación Getúlio Vargas, un estudio titulado A nova classe media: o lado brilhante dos pobres. Su enfoque, centrado mucho más en los efectos redistributivos de la política pública que en el crecimiento, cautivó al gobierno de Lula quien lo vinculó posteriormente con un cargo equivalente al de Ministro. La tesis de la «nueva clase media» se expandió con fuerza en los circuitos mediático, político y científico. Era la comprobación de la posibilidad efectiva de combinar las virtudes del mercado con las virtudes del Estado para un capitalismo con rostro humano. Esa clase social del “centro” encarnaba el nuevo sueño. Sin embargo, luego del agotamiento del modelo de desarrollo hacia 2015 el discurso perdió adeptos y Neri desapareció de la escena.
Vino el derrumbe del progresismo y en las elecciones triunfa con Bolsonaro la derecha más brutal y embrutecida. Los militantes y simpatizantes se dedicaron entonces a elaborar los mejores argumentos para explicarlo, más allá del simple desengaño frente a “un pueblo desagradecido”. Tal vez la paradoja de que entre más se consume más se quiere y más se exige. Algunos señalaron que el error había estado en centrar el énfasis en lo material sin cualificar al mismo tiempo su conciencia social.
En Colombia, por supuesto, no ha cabido ninguna disquisición sobre la emergencia de una nueva clase media. Hubo condiciones económicas pero no gobierno progresista. Si acaso se ha intentado resaltar la recuperación después de la pandemia. El Dane hizo en 2022 el cálculo del porcentaje de población de “clase media”, según la recomendación internacional o sea “quienes viven con entre 13 USD y 70 USD per cápita al día”. La evolución entre 2012 y 2021 en el total nacional no ofrece muchas sorpresas, salvo el enorme incremento de los pobres en el año de la pandemia (42,5%) del todo congruente con la disminución en la clase media que pasó en 2019 de 30.1 por ciento a 25.4, para recuperarse luego al año siguiente (27.8%). Es decir que estaríamos ahora nuevamente alrededor del porcentaje “normal”. Para darnos una idea de la magnitud, téngase en cuenta que en 2019 la población así clasificada, en las 23 grandes ciudades con sus áreas metropolitanas, fue de 14.7 millones de personas (7).
Una denominación en busca de contenido
La caracterización de este escurridizo conjunto social continúa siendo de todas maneras un enigma. Para el marxismo inclusive, pues siempre dejó claro que el modo de producción capitalista ubicaba en rigor dos clases, la burguesía y el proletariado y solamente para completar la “fórmula trinitaria” del origen de los ingresos, los terratenientes, que actuarían en el necesario proceso de transición. Es en ese mismo sentido que se contemplan capas intermedias. El Manifiesto Comunista lo señala: “Los estamentos medios –el pequeño industrial, el pequeño comerciante, el artesano, el campesino”. Pero no se crea que se trata de una expresión todavía inmadura. Para Marx cuando se trataba del análisis político concreto en una época precisa, no se descartaba categorías con un valor descriptivo. En el 18 Brumario de Luis Bonaparte de 1871, dice: “La gran masa de la clase media parisina –tenderos, artesanos, comerciantes– con la sola excepción de los capitalistas ricos”.
Al parecer, el “proceso de transición” no es algo destinado a terminar y la caracterización más compleja y detallada de la sociedad siempre será indispensable. Todos los desarrollos posteriores de la sociología marxista lo han contemplado. Aunque el enfoque de las clases sociales se ha pretendido abandonar en esta época de posmodernismo filosófico, lo cierto es que se encuentran actualmente en el ámbito internacional interesantes desarrollos teóricos (y empíricos) que apuntan más bien en dirección a complementarlo.
En ese sentido lo mejor que se puede decir es que la categoría “clase media” encubre una realidad heterogénea de diversos agrupamientos y clivajes. No sólo aquellos que se mencionaban en los debates del siglo pasado –profesiones liberales y otros “independientes”; empleados, asalariados de ”cuello blanco”– sino el nuevo proletariado generado por la tecnología, así como sus nuevos independientes. Pero además las intersecciones que resultan por determinantes de género, etnia y todo tipo de diversidades. Los “rasgos comunes” que permitirían entonces la categorización sólo pueden resultar de la incorporación de criterios subjetivos. Desde el interior como desde afuera. Incluso en una tan global como la que estamos considerando. Tan significativo –y pertinente– es ser de clase media como sentirse de clase media.
En nuestro patio
Desde el último punto de vista puede considerarse que en Latinoamérica, si bien en la época antes mencionada la categoría clase media fue construida culturalmente al impulso de una necesidad y un interés político, hoy se nos presenta como un conjunto astillado, fragmentado. Es cierto que pueden fácilmente invocarse varios rasgos comunes en el ámbito cultural. Por ejemplo, se identifican en normas de consumo y por tanto en las aspiraciones del arribismo. Una noción de status que ya no es sólo la escolaridad sino el haber egresado de ciertas universidades privadas. Una idea del “éxito” pero sobre todo de su exhibición, falsa o genuina, hoy en día facilitada por redes como Facebook. No olvidemos que existen ahora nuevos espacios de habitación y socialización: condominios, centros comerciales. El propio neoliberalismo con su individualismo y su espíritu de competencia es ya una cultura común. En algunos países habrá que tener en cuenta el impacto de la narco-cultura que es un subconjunto de la anterior. Pero, depende, para su redefinición, fundamentalmente, del resultado de los conflictos políticos.
En Colombia dos son las vertientes que se disputan la clase media. O tres si tenemos en cuenta las múltiples facetas de la indiferencia. La primera, la del “centrismo” que también acompañó en la región todo el período del Progresismo. Esa es la que, con dificultades, parece sustentar hasta el momento al gobierno del cambio. La segunda es la que, según se sospecha, combina el terror, más imaginario que real, de perder lo que se tiene con el odio hacia lo que, estimulado por las corrientes de derecha, considera todavía el enemigo, es decir, el “comunismo”. Esta mezcla explosiva hace desear una mano fuerte mesiánica que brinde protección. El futuro estará determinado por el rumbo de la primera, si se desgrana hacia la segunda o si logra configurar una alternativa propia.
La respuesta
El presidente Gustavo Petro decidió responder al desafío de la clase media poniendo en juego la única clase que, según se conoce, podría desempeñar, con la manifestación de su fuerza, un liderazgo social alternativo, esto es, la clase obrera. Convertir, para el efecto, este Primero de Mayo, en un masivo pronunciamiento de respaldo a las reformas sociales que, con pobres alcances, ha emprendido hasta ahora. En cierta forma un respaldo a su gobierno. Y qué mejor que esta fecha, emblema histórico e internacional; una apuesta, al parecer, segura.
No deja de ser pretencioso, naturalmente, en la medida en que supone que basta un gesto de su parte para que los movimientos sociales se levanten y anden como Lázaro. Pero lo más grave es que comporta un doble error. Por una parte sobreestima el papel actual del Primero de Mayo, que con el paso de los años se ha convertido simplemente en una parte de la liturgia de los sindicatos y los partidos obreros. Su potente significado como símbolo terminó por desplazar cualquier función como expresión de lucha directa que pudiera tener. Y por otra, desconoce que hoy en día en Colombia, como en la inmensa mayoría de los países, los protagonistas naturales del evento han desaparecido. Los partidos de “izquierda” son aquí puro recuerdo y las organizaciones propiamente obreras en extremo precarias. No sólo la tasa de sindicalización es ínfima sino que en donde ésta existe -empresas privadas pero sobre todo entidades estatales– se dispersa en cinco, diez o más sindicatos liliputienses.
En este país, por supuesto, tiene que ver con la desaforada violencia padecido desde hace más de un siglo, pero también es cierto que se trata de un fenómeno mundial tal como lo vienen señalando diversos analistas. Habría que recurrir, pues a un nuevo sujeto social, proveniente del trabajo reconfigurado. Pero ahora no se trata de ello, pese a que simultáneamente se habla de “poder constituyente”.
La actual coyuntura, sin embargo, es especial. El desafío mencionado, que por ahora es relativamente pequeño, tiene posibilidades de crecer, por lo menos en términos electorales. Aunque es absurdo (la defensa de un status quo injusto y corrupto), debe recordarse que hace pocos años una oferta de paz fue derrotada mediante un referendo. Esto puede suscitar una angustiada reacción popular. Y en esta fecha, modificándose un tanto el contenido del símbolo, se precipiten miles y miles de “nadies”, para escribir el primer capítulo de una gran resistencia social y política que, más allá de las afugias de un gobierno, busque autónomamente una verdadera alternativa.
Al momento de publicarse este artículo ya se sabrá el resultado. Durante los últimos meses, el presidente Petro ha repetido una y otra vez la oración con la que comienza La vorágine, novela colombiana que cumple este año su centenario. Ojalá no esté diciendo ahora, en una especie de sórdida parodia: ¡jugué mi futuro a la tradición y me lo ganó la inercia! n
- López M., Margarita, “Capas medias y revolución”. En Aporrea , 24-6-2007.
- En realidad no era, en absoluto, un fenómeno reciente. Muchos ejemplos hay, en la historia moderna, en todo el mundo. Esas capas sociales medias, por ejemplo, fueron, en Argentina, el corazón del levantamiento clerical, cívico-militar que derrocó a Perón en 1955.
- Ferreira, F. et al. La movilidad económica y el crecimiento de la clase media en América Latina, Banco Mundial, Washington, dc, 2013.
- Pese a las discusiones sobre la fragilidad conceptual de la categoría, son la sociología y la economía neoclásicas (neoliberales) las que más insisten en su identificación “objetiva”. De ahí clasificaciones como la del Banco Mundial basada en umbrales de ingresos de dólares percapita diarios la cual dio lugar a las “cuatro clases”, o sea pobres, vulnerables, clase media y clase alta, clasificación que se hizo popular gracias también a la Ocde y la Cepal
- Kopper, M, “Brasil: ¿cómo se «inventó» la nueva clase media?” Nueva Sociedad Nº 285, enero-febrero de 2020.
- Sin duda, datos similares se encuentran para el mismo periodo en otros periodos. En Bolivia, de modo sorprendente porque su gran transformación parecía tener que ver con lo plurinacional, Evo Morales afirmaba que la clase media se había incrementado en más de tres millones de personas desde el comienzo de su gestión en 2006, hasta llegar a 58% de la población en 2017. Informe a la Asamblea Legislativa. Ministerio de Comunicación, 22/1/2018.
- Dane, “Pobreza monetaria y grupos de ingreso en Colombia. Resultados 2021.” Abril 26 de 2022.
- Integrante del Consejo de redacción de Le Monde diplomatique, edición Colombia.
Suscríbase
https://libreria.desdeabajo.info/index.php?route=product/product&product_id=180&search=su