Desde Brasil llegaron en el curso de 2017 los primeros ecos de lo que parece ser una nueva ola neoliberal en contra de los trabajadores, sus salarios, sus ahorros y la seguridad social, ofensiva bajo el paraguas protector del establecimiento y su disposición de todo tipo de recursos (Congreso, policía y ejército, medios de comunicación) para hacer efectivas estas (contra)reformas: incremento de la jornada laboral en cuatro horas diarias, posibilidad de contratar mano de obra hasta por algunas horas cada día, reducción del tiempo a que tenían derecho los obreros para su alimentación –de una hora a 30 minutos–, definición de los 65 años como edad mínima para acceder a la jubilación, legalización de la tercerización con la imposición de contratos laborales basura, arrasando con derechos estipulados desde hace décadas.
La contracción del gasto público, llevándolo al mínimo posible, también hace parte del paquete regresivo, así como la privatización de bienes públicos de todo orden. Sin duda, todo ello un reajuste de leyes y lógicas sociales y políticas en pro de una mayor ganancia por parte del capital. Quienes pagan la receta, como en anteriores ocasiones, son quienes venden su fuerza de trabajo, a la par de las mayorías sociales, llevadas al límite de su supervivencia.
Unos meses después, ecos de este tipo de reformas también llegaron desde Argentina, con el gobierno Macri, empecinado en ampliarle el espacio al sector financiero e industrial del campo y la ciudad, para que pueda disputar con sus pares de otros países en mejores condiciones de oferta. Pretenden, tras ese propósito, reajustar el marco legal para poder despedir a los trabajadores sin las restricciones que hoy estipula la ley; reducir las cargas sociales y de previsión social que les favorecen, a la par de otorgarle más ventajas tributarias al capital por medio de una reducción de los impuestos a las ganancias; incrementar la edad de jubilación para hombres (70 años) y mujeres (65). Bajo el objetivo de confundir incautos, por no decir que para ironizar, el ministro del ramo, Jorge Triaca, sustenta esta parte de la reforma diciendo que “trabajar hasta los 70 años es un derecho”.
Esto para el caso de nuestra subregión, pero tales resonancias también cubren espacios a través de reformas laborales y financieras, decididas en Francia y los Estados Unidos. En el primero de estos países, flexibilizando la legislación laboral, ampliando el margen para los despidos sin causa justa y sus respectivas indemnizaciones, de suerte que en el país galo se avanza de manera lenta hacia una desregulación del mundo laboral. Y en los Estados Unidos, Trump pretende una reforma en el régimen impositivo que reduzca de manera notable los porcentajes que deben pagar los empresarios por ganancias y similares. En ambas partes del mundo, reducir costos a favor del empresariado es el plan central de las reformas. Las rebajas las pagan, claro está, quienes menos tienen, que deberán cancelar, bien con el desempleo, bien con nuevas cargas tributarias, los beneficios del capital y la menor recaudación estatal.
Los mercados
Para el caso de algunos países del llamado ‘centro’, en la pretendida protección de sus mercados y/o ganar algunos nuevos, las reformas van mucho más allá. Es el caso del Reino Unido y de los propios Estados Unidos. El viejo imperio inglés, oteando sobre el mediano y el largo plazo, vislumbra la reducción cada vez mayor de espacios y mercados ante el avance chino; su valoración de la unión que mantiene con sus vecinos europeos es que en las condiciones en que están no podrán aguantar ni plantar basa para contener al que se proyecta como nuevo imperio global. ¿Permanecer pasivos y asumir un papel totalmente secundario en la geopolítica global? Su decisión es contraria, y se apresta a disputar un espacio en el entramado universal, mucho más allá de su territorio inmediato y mediato. Esta parece ser la razón del Brexit, una decisión animada en el proteccionismo extremo de intereses de diverso tipo, que no rompe con el neoliberalismo, pues su esencia se conserva, pero sí replantea el sentido y la forma de la globalización –“mientras me convenga”, parece pensar.
Por su parte, Estados Unidos hace lo propio. Con la reducción de impuestos para quienes allí inviertan, creen o conserven industria, y con la renuncia y/o renegociación de todo tipo de tratados comerciales que tenían con diversidad de países, así como con la comunidad internacional (cambio climático, Unesco), intenta mantener o ampliar los márgenes de ganancia garantizados por años para los sectores industrial y financiero, al tiempo que conservar o recuperar los mercados perdidos ante la ‘desleal’ competencia china. Y para también ser desleales (recuerden que ellos mismos dicen que no tienen amigos sino intereses), necesita quebrar precios en la producción y así hacerlos más competitivos en la arena interna e internacional: subsidian por ello al capital al reducir los impuestos que deben pagar por sus tasas de ganancia, crean estímulos para el consumo interno y mejoran sus condiciones de diverso orden para la competencia en el mercado global.
Reformas en una y otra parte del Sistema Mundo Capitalista, y de diverso calibre, que indican que como sociedad global hemos ingresado en una etapa de disputa comercial por conservar mercados y tasas de ganancia, como nítida manifestación de que el mercado mundial ya está copado, de que ya dio lo que podía dar y lo que viene ahora es una rapiña, en primera instancia legal y diplomática y, si las circunstancias lo obligan, bélica. Estamos, según las enseñanzas legadas por el capitalismo, en los preámbulos de nuevas confrontaciones armadas, y, con las tecnologías desarrolladas hasta ahora, y las por desarrollar en los años que vienen, entramos en riesgo de supervivencia como especie humana; por el momento, las contradicciones entre los titanes se están surtiendo a través de terceros países y en territorios ajenos a sus sociedades: Oriente Medio es la mejor estampa al respecto.
La tecnología
“Los cambios técnicos siempre han conducido a una nueva reestructuración de las instituciones” (1); es decir, la base productiva sufre transformaciones, surgen nuevas formas de trabajo y nuevos patrones de acumulación, las reglamentaciones existentes se tornan corsé, la economía gana nuevos espacios y ritmos, y quien controla el poder político y económico trata de neutralizar el avance de sus contrarios o de profundizar su dominio; los poderes emergentes hacen lo propio; los escenarios nacionales e internacionales se crispan. Como ayer, hoy, en plena revolución científica como industrial (ver Carlos Maldonado pág. 34) tenemos signos similares y la geopolítica internacional, como ya lo anotamos, así lo constata.
La particularidad de los tiempos que corren es que el escenario internacional está dominado por ideas conservadoras (ultra, en muchos casos), sin un contrario que propugne por un cambio de matriz, sin una utopía que movilice mayorías pretendiendo favorecerse de los avances científicos y tecnológicos de diverso orden que están llevando al mundo hacia una situación hasta ahora no conocida.
Por el contrario, lo que ahora se impone es una ofensiva mediática y cultural sin precedentes, liderada por minorías que dominan por doquier, que utilizan las nuevas tecnologías para la comunicación y la información con evidente manipulación de la realidad que sobrellevamos, al tiempo que despiertan una ambición incontrolable de consumo que obliga a vivir al debe a grandes segmentos sociales y, por ese conducto, los fuerza a un exceso de trabajo, a fin de reunir lo necesario para no romper la burbuja de la falsa ilusión de haber dejado atrás a las clases populares y ahora registrar en la gelatinosa clase media. Por esta vía se cosecha la desmovilización social, la competencia entre pares, la desunión, el conformismo, e, incluso ideas y propuestas de gobierno y de sociedad contrarias a su propio interés y necesidad (ver Anne Vigna, pág. 8).
Tal realidad es contraria a la vivida en tiempos de la primera y la segunda revoluciones industriales, cuando amplios segmentos sociales soñaban y se batían por un sustancial cambio social. De esas luchas, además de cambios políticos y económicos significativos, surgieron cartas de derechos universales, retribuciones inalienables que todo parecía indicar que jamás serían desmembradas. Pero así como en otros tiempos sobresalía el sueño del cambio, ahora el espacio es para la pesadilla de la regresión, de manera que ante nuestros ojos está sucediendo lo impensable: por doble vía, el capital logra quebrar derechos como el de ocho horas de trabajo y descanso (2): a través de las nuevas tecnologías, flexibilizando en la práctica el sentido del trabajo, extendiéndolo hasta la casa y por los siete días de cada semana, multiplicando por esos mismos conductos productividad y plusvalía, lo que incrementa la propia acumulación del capital; y a través de nuevas normativas, regresando a jornadas de 10, 12 e incluso más horas diarias de trabajo. Y no son horas extras.
Su ofensiva le permite, además, racionalizar la existencia de la desigualdad social, su inefable histórico, así como la continuidad de sociedades cada vez más clasistas, racistas y excluyentes (y no son los años 30 del siglo XX, ni ocurre solamente en uno, dos o unos pocos países). Todo esto, en contra de las evidencias fortalecidas por esas mismas transformaciones científicas y técnicas, que han potenciado la socialización de la producción, enlazando al mundo como un conglomerado cada vez más entretejido e interdependiente, en el cual las fronteras entre países dejan de tener sentido, y sin justificación alguna para que el hambre siga siendo una realidad, lo mismo que la desescolarización, la exclusión, que exista muerte por falta de atención médica, que persista y se multiplique el desempleo y, más que ello, que no exista una redistribución de la renta de cada país, ampliándose el piso de los excluidos y concentrándose el de los propietarios cada vez más acaudalados.
En la parroquia
Como parte de una región con amplios signos regresivos (Ver Federico Vázquez, pág. 6), en Colombia las políticas laborales y sociales profundizan la regresión y la desigualdad social. Y no sucede ahora sino que el nuestro ha sido ya elegido como país prototipo para explorar diversidad de medidas de hondo calado neoliberal. Por ejemplo, acá se les arrebató a los trabajadores cuatro horas de trabajo nocturno –que obligan al pago de un salario mayor–, extendiendo la labor diurna hasta las 10 de la noche (en reciente reforma la llevan hasta las 9); acá, sindicalizarse es un crimen que se paga con la vida; acá, el contrato laboral fue flexibilizado desde años atrás, imponiendo desde los años 80 del siglo XX los trabajadores temporales, el pago a destajo, todo lo cual tiene al país con un desempleo supuesto del 11 por ciento y una informalidad de más del 60; en este país, la salud y la seguridad social fueron privatizadas 20 años atrás, haciendo de los derechos simples mercancías. Todas estas medidas las impusieron mientras la guerra se agudizaba.
Y ahora se vuelve por lo mismo, con argumentos como que para ser más competitivos hay que recuperar la confianza inversionista en el país; por parte de candidatos a la presidencia como Germán Vargas Lleras se les promete a los grandes capitales más que el propio Trump: bajar impuestos a los patrones, no gravar más el patrimonio, establecer cero gravámenes a los dividendos y la participación en sociedades, lo mismo que a la utilidad en la venta de acciones; hacer deducible el ICA en lo que tiene que ver con renta: “[…] hacer del 4×1000 una retención en la fuente del 100% recuperable sobre el impuesto de renta, un incentivo a los extranjeros, el desgravamen total para las inversiones de portafolio de personas no residentes en el país […] (3).
Para el campo, seguridad jurídica: “[…] acelerar el proceso de licenciamiento ambiental para dar certeza sobre tiempos y condiciones […], una manera de anunciar que las consultas territoriales ya no irán más. En suma, reforma tributaria y pensional (4), regalías, consultas previas y otras ponen al país en la senda del reacomodo que está sufriendo el capital internacionalmente, con un doble agravante: 1. Que somos país periférico, con unas clases dominantes que son conformes como exportadoras de materias primas e importadoras de bienes de capital; y 2. Que acá, a diferencia de otros países, la pobreza y la desigualdad social son mayores, y, por tanto, los efectos de las medidas que tomen serán más nefastas.
Dice el refrán que “soldado avisado no muere en guerra”. El año 2018 lo confirmará o lo denegará.
1. Supiot, Alain, “Cuando el Derecho laboral es un ‘obstáculo’”, Le Monde diplomatique, edición Colombia, octubre 2017, p. 29.
2. Quiebra, incluso, logros alcanzados en algunas sociedades donde se aceptó que la jornada de trabajo de lunes a viernes sería de seis horas, con igual salario, todo ello porque las tecnologías permiten hoy producir en cuatro o menos horas lo que antes demandaba ocho o más horas de labor.
3. “País debe volver a crecer al 5%: Vargas Lleras”, El Nuevo Siglo, noviembre 14 de 2017.
4. En este ítem, las propuestas son diversas: todas presionan por incrementar la edad de pensión para hombres y mujeres, e igualmente el número de semanas por cotizar, y reducir la pensión a menos de un salario mínimo. Algunas, que la EPS del Estado deje de afiliar más trabajadores y que desde ese momento todos pasen al régimen privado. Además, en otros rubros, los patrones demandan reducción del salario mínimo, e incluso su eliminación a través de un salario regionalizado y decidido por productividad.