La huella ecológica, de la Inteligencia Artificial

El frenesí sobre la Inteligencia Artificial (IA) –creación de Facultades, políticas de promoción, debates y combates de geopolítica, tipos de IA cada vez más veloces y sofisticados, y muchos más– pasa por alto, tanto por parte de gobernantes, políticos y tomadores de decisión, notablemente, su muy elevada huella ecológica; esto es, un costo ambiental demasiado alto, cuyos cálculos nunca aparecen en público: ni ante la sociedad, la comunidad académica y ni siquiera ante la comunidad científica.

La huella ecológica

La profunda, sistémica y sistemática, crisis ambiental tiene analíticamente tres expresiones puntuales: la huella de carbono, la huella ecológica y la huella digital. La primera hace referencia a la cantidad de gases de efecto invernadero que generan productos, personas, empresas, actividades y tecnologías. La segunda es un indicador del impacto que, igualmente, las actividades humanas generan sobre el medio ambiente: consumo de agua, contaminación del aire, deforestación, desaparición de organismos y de especies, y muchos más. Por su parte, la huella digital es la cantidad y calidad de datos que generan los seres humanos al usar internet; esto es, al escribir correos electrónicos, buscar información, realizar reuniones virtuales y demás.

Estas tres huellas, sólo se distinguen analíticamente. Ecológica y económicamente constituyen una unidad indivisible en el marco de la sociedad de la información. Las tres pueden medirse empíricamente en el día a día. A las tres hay que agregar la huella hídrica.

Puntualmente, tal huella, marca o registro proviene de la alimentación, el transporte, la vivienda y/o el consumo de bienes y servicios, lo que nos indica, en una palabra, en ello queda establecido con toda claridad los estilos y formas de vida de cada individuo, de cada grupo, de cada actividad económica, en fin, de cada sociedad, pueblo o cultura.  De lo cual se deduce, socioeconómicamente, que quienes poseen mayores ingresos y propiedades –léase incluso: riqueza– generan una huella ecológica mayor que aquellas personas que están negados de ellos o los tienen en menor cantidad. He aquí un tema político sensible.

El enorme gasto de agua de la IA

Elogiada y criticada enormemente por razones tan diversas como el desempleo y la crisis económico que está propiciando, sus consecuencias éticas y políticas, su uso para plagio de distintos tipos en escritos, incluso científicos, por las alarmas acerca de los ritmos y ubicuidad, entre otros aspectos de mayor o menor impacto, valoraciones que dejan de lado lo advertido por varios tanques de pensamiento y algún que otro gobierno, llamado de atención que es de la mayor importancia ya que resalta que la IA podría ser una de las principales cinco amenazas para la humanidad, al lado de una pandemia, la caída de un meteorito, una conflagración mundial, o una profunda crisis ambiental de tipo sistémico.

Sin embargo, más allá de todo lo antes retomado, hay un fenómeno, el enorme costo ambiental por el gasto de agua, del cual la sociedad en general e incluso buena parte de las comunidades académicas y científicas no son plenamente conscientes.

Los consumidores de IA –uso de sistemas que utilizan ChatGPT o sus equivalentes, el empleo de la inteligencia artificial generativa en crecientes dominios, por ejemplo–, son ellos mismos, además de los centros tecnológicos de generación y control, consumidores de aguas dulces en proporciones inimaginables, una realidad que tiene lugar de dos maneras: 1) en los sistemas de enfriamiento de los servidores, 2) en la generación de electricidad de los centros de datos; por ejemplo, Chat GPT, Meta, AlphaGo o Bloom.

En efecto, los servidores de IA generan un consumo masivo de energía y por tanto demasiado calor, el cual es necesario disiparlo (científicamente el calor no se elimina, se disipa), algo que se logra enviando el calor hacia el exterior, de modo que lo servidores no se sobrecalienten. Para ello, los centros de datos tienen o bien torres de agua o de aire, pero ambos demandan ingentes cantidades de agua fresca, clara. Las torres de enfriamiento necesitan de la evaporación del agua para producir agua fría; adicionalmente, el aire exterior de las torres necesita agua a fin de controlar la humedad cuando están muy secas.

Ahora bien, de otra parte, la generación de electricidad demanda una gran cantidad de agua para el enfriamiento de las plantas térmicas y atómicas.

Se sabe positivamente que Google aumenta el consumo de agua en un 20 por ciento promedio anual y que en el caso de Microsoft corresponde al 34 por ciento, equivalente a 1.7 billones de galones (= 1.7 mil millones) y 5.56 billones de galones de agua (= 5.56 mil millones de galones), respectivamente.

Valga saber que cada vez que un usuario de IA hace una búsqueda (prompt) consume 16 onzas de agua; esto cerca de 450 gramos o medio kilo.

Un consumo en constante incremento. Sólo en Estados Unidos, para finales del 2025 el 90 por ciento de todas las empresas ya habrá adoptado a la IA en sus actividades. No existen datos confiables aún, pero la mayoría de las universidades están desarrollando cursos, conferencias y seminarios promoviendo y enseñando el aprovechamiento de la IA para sus administrativos, profesores y estudiantes.

En contraste, de acuerdo con el Foro Mundial para la Naturaleza (WWF, por sus siglas en inglés), para el final del año 2025, el 66 por ciento de la población mundial enfrentará serias consecuencias de escasez de agua.

Para dar una proporción adecuada vale un ejemplo como contraste: para el año 2022, cada habitante de Bogotá consumió en promedio 80 litros, aunque es sabido que este consumo varía con los estratos socioeconómicos y las localidades donde se vive, así como el tipo de actividad económica y el estilo de vida. En ella, el 58 por ciento del agua se usa para aseo personal. Para preparar alimentos y aseo en general, los bogotanos gastan 2.770 litros de agua por mes**.

Como se aprecia sin ninguna dificultad, el gasto de agua de la IA es absolutamente desproporcionado. La Figura 1 ilustra los dos modos de consumo de aire de la IA.

IA, economía y política

Las políticas de ciencia y tecnología –eufemísticamente dicho: las políticas de ciencia, tecnología e innovación– tienen, en el marco de las políticas públicas en el mundo entero, la dificultad de que, como se dice en el lenguaje técnico: son políticas sectoriales; en el mejor de los casos, “intersectoriales”, que no es sino una palabra que quiere indicar a la posibilidad de o necesidad de encuentro y refuerzo con otros sectores; por ejemplo, las políticas públicas de educación, las industriales, y varias más.

Dicho sea de pasada, la genialidad del Estado moderno es exactamente su principal debilidad, a saber: su jerarquización y compartimentación, las cuales tanto se originan como se expresan en la política llamada como “políticas públicas”, resultado de lo cual los problemas del mundo no pueden ser resueltos por el Estado –más allá de las distinciones entre sistemas políticos, regímenes políticos y otras–; pero los problemas tampoco pueden ser resueltos sin el Estado. Una paradoja que debe ser el motivo de varias reflexiones en otro espacio.

De este modo, las políticas de ciencia y tecnología no pueden tener lugar a costa de las políticas sociales y ambientales, notablemente. El costo ambiental de la IA así lo pone suficientemente de manifiesto. No puede ser posible el ecocidio en nombre del conocimiento, desarrollo y aplicaciones de, ciertamente, de lejos, la mejor tecnología que jamás ha habido en la historia de la humanidad. Digámoslo de modo invertido: la crisis ambiental no se resuelve con tecnología, ni exclusiva, ni principalmente, por ejemplo, tecnologías verdes. La crisis ambiental es, por decir lo menos, una crisis sistémica. Y los problemas de tal naturaleza no pueden ser entendidos ni resueltos mediante mecanismos analíticos de ningún tipo. Lo que nos sitúa de frente ante la estupenda oportunidad evolutiva de la IA, la mayor alcanzada hasta ahora por la humanidad, la misma que nos coloca, por su alta huella hídrica, ante un acelerador de la crisis ambiental.  

Huella hídrica

Al lado, o si se quiere formando parte de las huellas de carbono, ecológica y digital que, queda dicho constituyen una sólida unidad, es indispensable atender a la huella hídrica, referida a la cantidad de agua dulce que se usa para producir bienes y servicios. Esta puede ser empíricamente medida en el día a día, en cada una de las actividades económica humanas. Con tanta mayor razón, en la producción de servicios y bienes. 

La huella hídrica se compone de varias capas, por así decirlo: el agua de lluvia, el agua superficial y subterránea, y el agua contaminada y en procesos de descontaminación. Conceptualmente, se trata de la huella hídrica azul, y la gris. (Sin ironías, existen también las aguas negras, que son las dos principales bebidas gaseosas, una de las cuales ha estado perfectamente vinculada en el apoyo al paramilitarismo, en Colombia).

La huella hídrica se cataloga como verde, azul o gris. La primera alude al agua de lluvia aprovechada y empleada en la producción; la segunda, es el objeto de la limnología –un campo importante en la ecología–. Se trata de las aguas dulces de los ríos, lagos, lagunas, embalses y acuíferos. Finalmente, la tercera define el agua limpia empleada para descontaminar las aguas empleadas en la producción.

Existe una fórmula técnica para medir, empírica y cotidianamente la huella hídrica:

WF (m3H20) = WFverde + WFazul + WFgris

que en términos elementales quiere decir que el consumo de agua por metro cúbico es igual a la sumatoria de la huella verde, más la huella azul más la huella gris.

Sin ambages: consumo significa gasto, y en la fórmula existente la producción de agua no depende directa o inmediatamente de los seres humanos, si bien está suficientemente establecido que por sistemas económicos productivistas y extractivistas el capitalismo poco y nada saben del cultivo del agua. (Los campesinos conocen hace tiempo cómo “sembrar agua”. Sin embargo, se trata del “sembrado de agua” en cantidades diferentes a las industriales. ¿Industria? Nuevamente, explotación de la naturaleza y conversión de la naturaleza en fuente de recursos).

La huella hídrica de la IA es el gran secreto económico, político y tecnológico. La sociedad tiene el derecho y también la obligación de conocer los costos: humanos o, como en este caso particularmente, ambientales, de la producción y uso de la IA. El nombre preciso para el ocultamiento o el desconocimiento de este secreto se llama: analfabetismo tecnológico. Es la principal forma de analfabetismo contemporáneo.  γ

 **Cfr. https://www.orarbo.gov.co/es/indicadores?s=l&id=856.

Referencia

 Li, P., Yang, J., Islam, M. A., Ren, S., (2023). “Making AI Less ‘Thirsty’: Uncovering and Undressing the Secret Water Footprint of AI Models”, en: arXiv:2304.03271

https://www.forbes.com/sites/cindygordon/2024/02/25/ai-is-accelerating-the-loss-of-our-scarcest-natural-resource-water/

https://www.watertechnologies.com/blog/artificial-intelligence-using-ton-water-heres-how-be-more-resourceful

* Filósofo, profesor e investigador.

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Información adicional

La cara oculta ambiental de la IA
Autor/a: Carlos Eduardo Maldonado
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Fuente: Le Monde diplomatique, edición 252 marzo 2024
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