Hay momentos en que las sociedades se miran al espejo y no se reconocen. Chile vive uno de esos momentos. No porque haya estallado una revolución silenciosa ni porque un alud de cambios esté arrasando con las viejas certezas, sino por algo más inquietante: la normalización de un tipo de derecha que ya no necesita destruir la democracia para tensionarla hasta sus límites.


