El modelo de ciencia y tecnología es fundamental para el desarrollo de un país. Sin embargo, hay que observar que tal cual se lo entiende –como política pública– es un modelo eminentemente centrado en el Norte Global. Colombia es una potencia en saberes originarios, en diversidad cultural, además, desde luego, de la diversidad biológica y genética. Este artículo plantea que a las políticas de CyT les hace falta mucha historia y antropología.
Ciencia y Tecnología como políticas públicas
En 1991 Colombia decide crear a Colciencias como Departamento Administrativo, con la ciencia, la tecnología y la innovación como eje central entre sus razones de ser. En el marco de la Constitución de 1991 se trataba, evidentemente, de un avance fundamental. Hay que decir, sin embargo, que las propuestas de la primera Misión de Sabios, con múltiples recomendaciones para avanzar hacia un mejor país, no se cumplieron, a pesar de los gobiernos habidos. Peor aún, el presupuesto de la nación al rubro de CT+I jamás alcanzó los mínimos deseables para que Colombia pudiera por fin saber efectivamente de ciencia y tecnología. Por el contrario, con los años, hasta el gobierno actual de Petro, el presupuesto ha disminuido sensiblemente.
En el año 2019, mediante la Ley 1951, Colciencias es transformado en un Ministerio. Sin embargo, de entrada, abiertamente se planteó como un Ministerio de presupuesto cero; es decir, el rubro asignado sería esencialmente para labores administrativas.
En diversas ocasiones se ha planteado, incluso, la conjunción de CT+I con emprendimiento conformando el acrónimo de CTI+E. Nada de lo anterior corresponde con certeza a la realidad social, cultural e histórica del país.
Las tensiones entre la ciencia, la educación y la cultura
Las políticas públicas son por definición sectoriales, lo que traducido en el lenguaje científico significa: disciplinarias. En otras palabras: fragmentarias.
La Constitución de 1991 logró explícitamente un reconocimiento de las etnias, minorías culturales, el pluralismo lingüístico y la interculturalidad; palabra más, palabra menos.
A la ciencia y la tecnología le hace falta en Colombia, y de hecho en buena parte de América Latina, antropología e historia. Específicamente, los saberes originarios –por ejemplo, las literaturas orales– quedan completamente olvidadas en las comprensiones y discusiones de CyT. Por defecto, se las relega a los ámbitos de la educación o de la cultura. Y así, el fraccionamiento del Estado se agudiza; y con el Estado, del país político.
Los saberes originarios no tienen a la fecha ningún lugar en el escenario de la ciencia y la tecnología, lo cual supone un problema en la comprensión misma de “ciencia” y de “tecnología”, a la vez que, por consiguiente, un perjuicio delicado. En el mejor de los casos, los saberes originarios: a) no son ciencia, y entonces b) quedan relegados, en el mejor de los casos, a los ministerios de educación o de cultura.
Así las cosas, la historia y la antropología, por decir lo menos, tienen la palabra y pueden aportar luces importantes.
Papel de la Antropología y la Historia con respecto a las políticas de ciencia y tecnología
Cuando los españoles invadieron estas tierras introdujeron una idea errónea: puntualmente dicho, que los templos eran lugares de culto de los dioses de los pueblos mesoamericanos. En realidad, los templos eran auténticas universidades. Allí se estudiaban matemáticas, astronomía, agricultura, desde luego cosmología o cosmogonías, y tantas cosas más. Pero todo fue destruido a sangre y fuego. Y se impuso un relato falso, y así, buena parte de su historia les fue robada a los pueblos originarios.
En ese ser y saber, por ejemplo, las medicinas ancestrales constituyen una sólida unidad con el estudio de los mares, los vientos, los ríos y las montañas; esto es, con la geografía física y la ecología; por decirlo de manera rápida. Las medicinas ancestrales son inseparables de los conocimientos sobre botánica o sobre veterinaria; sobre ecología o sobre geografía física, por ejemplo.
Otra particularidad. Un tema de una antropología de la ciencia alude al estudio de la clase de seres humanos que hacen ciencia; esto es, investigación, descubrimiento, invención. Claramente, el modo occidental de hacer ciencia está lejos de ser evidente o necesario en ninguna acepción (1). La ciencia no es una finalidad en sí misma, sino uno idóneo camino –¡uno!– para que la sociedad y la vida sean posibles.
La idea de una historia universal hizo agua hace mucho tiempo. La comprensión de la historia es imposible sin la microhistoria, la gran historia, y las historias particulares. La historia ha sido reconocida como un asunto propio del estudio de los sistemas, fenómenos y comportamientos de complejidad creciente (2).
En otras palabras, la escisión entre ciencias naturales y ciencias sociales y humanas no es para nada deseable en la comprensión, formulación, diseño e implementación de las políticas públicas. Que es lo que implicitamente sucede actualmente en el país.
Antropología, sociología rural, sistemas alternativos y complementarios de educación
América Latina es una potencia mundial en saberes originarios, algo que cabe decir asimismo de África, China, India y el sudeste asiático, notablemente.
Europa carece totalmente de saberes originarios pues estos fueron eliminados a través de la historia que comprende a los Sínodos, Encíclicas, Concilios, las diferentes inquisiciones, la cacería de brujas, las numerosas guerras europeas, entre ellas la guerra de los cien años, las llamadas guerras mundiales, la primera y la segunda. Si a Europa le va bien, en el mejor de los casos le quedan minorías étnicas. En el caso de Estados Unidos, la situación es altamente complicada.
En contraste, en América Latina –Abya-Yala, en realidad–, las lenguas aborígenes son numerosas, y muchas de ellas están vivas, a pesar de los peligros de extinción. En Abya-Yala, existen medicinas y saberes ancestrales, sistemas de educación complementarios, en fin, sistemas de valores y formas de vida que no se reducen al modelo de la sociedad de libre mercado. Existen incluso universidades indígenas, y la interculturalidad es de lejos bastante más que un discurso en la mayoría de los países.
Colombia ocupa un lugar altamente destacado en el cuidado de la diversidad cultural –en medio del narcotráfico y el paramilitarismo, notablemente–, y se encuentra bastante más avanzada en el convivio con los pueblos originarios. Así las cosas, es sorprendente que hasta la fecha no exista ni una sola palabra en el espacio de la ciencia y la tecnología sobre el sentido, la profundidad, la oportunidad, la historia, las posibilidades, de los saberes originarios.
El discurso de la ciencia ha sido hegemónico, y no es deseable que continúe siéndolo. Las consecuencias sociales, culturales y humanas, en general, son totalmente indeseables. Ya es hora que los saberes originarios tengan un espacio, además de la educación y la cultura en la discusión sobre el sentido de la ciencia. Con ello, es preciso descolonizar el concepto de ciencia. Ello no implica echar por la borda las lógicas, metodologías, temas y problema de la ciencia, en ningún sentido. Por el contrario, se trata de ampliar los espacios, por así decirlo, para darle cabida a auténticos conocimientos, sí, verificados, confirmados, testeados, falseados de tantas maneras. El argumento más elemental de esta verificación, conformación o falsificación es la existencia misma de pueblos, lenguas, culturas, saberes y costumbres; punto.
En buena ciencia, en sana ciencia, no hay nada evidente, nada que sea obvio; nada va de suyo. Pues bien, no es para nada evidente que exista una superioridad de la ciencia sobre los saberes originarios y ciertamente no a priori. Una muy amplia bibliografía en antropología soporta esta idea, desde Malinowsky hasta Mauss, desde Mead hasta Lévy-Strauss, y numerosos otros autores e investigadores, sin olvidar a Bateson y a P. Descola, por ejemplo.
Los saberes originarios son un patrimonio universal
Un colofón es necesario. Los saberes originarios no son, en absoluto, asuntos propios o específicos de los pueblos indígenas. Más radicalmente, no existe la subalternidad. Es lo que los poderes de facto quieren hacer creer al conjunto de la sociedad. Los saberes originarios pertenecen al acervo de la humanidad, sólo que los que no son indígenas puede y deben aprender de taitas, sabedores y sabedoras, chamanes y demás.
Los saberes originarios no son subalternos. Son auténticos protagonistas de lo mejor de la humanidad.
De manera fundamental, es imposible desconocer las literaturas orales. Pues bien, los saberes ancestrales existen fundamentalmente como literatura oral. Y eso no es simple y llanamente asunto de la “cultura” o de la “educación”. Es, en una comprensión no-prejuiciada, tema también de la “ciencia”.
En este devenir, la principal enseñanza de los saberes originarios es el carácter sintético del conocimiento. Dicho negativamente, se trata de todo lo contrario a la disciplinariedad. No es afortunado para nada, pero una manera de hacer entender lo anterior para los occidentales es: inter, trans o multidisciplinariedad, que son los términos que los sistemas normales de educación han permitido.
- F. Rochberg, “Anthropology of Science: The Cuneiform World”, en: Journal of Neareastern Studies, vol. 78, nr. 2, octubre, 2019; https://doi.org/10.1086/705165.
- Krakauer, D. C., Gaddis, J. L., Pommeranz, K., (Eds.). History, Big History, & Metahistory. The Santa Fe Press Institute, 2017.
*Filosofo y profesor universitario.
