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Quiénes somos

En Colombia- “Una voz clara en medio del ruido”

“Nunca había existido tanta información como en estos tiempos, pero así mismo nunca habíamos estado tan desinformados”. Esta frase de Ignacio Ramonet resume lo que es la comunicación en nuestro tiempo y marca un derrotero para quienes nos interesamos en el periodismo y en especial hacemos parte de proyectos integrales de comunicación no adscritos al pensamiento dominante.

Un mundo cada vez más pequeño

Una característica, especialmente de la prensa escrita, es el localismo con que registra los sucesos de cada día. Imágenes, lenguajes y formas de abordar la problemática de educación, salud, servicios públicos y otros, que se ven ajenas o cuando menos distantes de las manifestaciones que asumen en casi todo el mundo. Para un lector habitual de la prensa colombiana es extraña la relación dinámica entre lo global y lo local, lo mismo que la incidencia cada vez mayor que toma lo mundial, sobre todo lo financiero, con respecto a lo nacional y la manera como esa incidencia afecta su vida cotidiana.

Se observa en ello un agudo divorcio, evidente a la hora de tomar decisiones. Para el gran público, por tanto, las características de su vida cotidiana siguen dependiendo de la buena o mala voluntad del funcionario de turno, de la Providencia, del favor del gamonal o del protector de su región o su ciudad.

Así transcurre la vida en esta parte de Suramérica, muy a pesar del paso de los años y a despecho de la automatización de muchos de los procesos productivos, de la informática y la telemática, del cable y las redes sociales, de la cada vez más inocultable automatización de diversidad de procesos productivos, así como de artefactos producidos para el hogar. Estos son los imaginarios que contribuyen a formar los medios masivos de comunicación y que, no obstante las evidencias históricas, siguen fortaleciendo como un eco lo conocido como pensamiento único.

En medio de esta realidad y como contraposición es que encuentra sentido que exista una edición del mensuario Le Monde diplomatique en Colombia, una propuesta de comunicación con arraigo y prestigio en todo el mundo, y que aún con sus aparentes desventajas (formato, extensión de artículos, escasas imágenes, precio) es requerida por estudiosos y especialistas de todo orden, como documento esencial para referenciar los análisis, luchas, contradicciones, poderes, opresiones, sueños, controles, etcétera, que ocurren en todo el orbe. Es un ejercicio que desarrolla, oponiendo calidad, profundidad y argumentaciones al facilismo que domina por doquier el tratamiento de la información en diversidad de medios, dejando a un lado el afán de la noticia o el protagonismo anhelante de figuración. Es, en fin, una tarea periodística que se plantea sin alianzas con el poder pero que no oculta su esperanza en que algún día primen la justicia, la dignidad y la hermandad, para propiciar la felicidad de todas y todos.

Es así como tenemos, con las 40 páginas que integran la edición de este mensuario, una inmensa ventana para otear el mundo. Estamos, por tanto, ante una propuesta comunicativa constituida, de esta manera, en un referente esencial para comprender lo que sucede allende los mares, pero también para relacionar su territorio y sus vivencias con el mundo y sus acontecimientos.

 

Informarse cuesta

Tenemos con Le Monde diplomatique, y así lo corroboramos a lo largo de las 204 ediciones producidas hasta octubre de 2020, una permanente oportunidad de acceso al mundo, con lecturas de plena actualidad, escritas por periodistas que habitan en el lugar del suceso abordado, o que viajan a él para recoger la necesaria información que les permita cruzar datos y sacar conclusiones, sin silenciarse ante el ejercicio autoritario del poder, en cualquiera de sus modalidades.

Por la lectura de contexto que aborda, la misma no está exenta del necesario esfuerzo que ahora niega el prurito de “informarse” a través de mensajes de no más de 280 caracteres, o por medio de una cascada de repeticiones ligeras, sin fuentes seguras, sin referencias para el análisis, sin contexto histórico. Nada más dañino para la construcción de una comunidad ciertamente informada y con posibilidades de tomar partido con pleno conocimiento de causa.

Sin duda, informarse cuesta. Mucho más cuando la desinformación nos rodea y la apariencia de información domina todos los ambientes. Es urgente superar los lugares comunes y el inmediatismo. Hay que mirar y considerar diversos y valiosos puntos de vista que no son retomados por grandes cadenas de información. Hay que penetrar en la nuez de cada conflicto o de cada verdad aparente.

La experiencia de Le Monde diplomatique, con varias décadas a su favor y con el beneficio de la experiencia desarrollada en decenas de países, ha permitido a sus fundadores y continuadores entender que informarse exige una lectura con “los datos fundamentales de un problema, sus antecedentes históricos, su trama social y cultura, su espesor económico, para entender así toda su complejidad”.

De esta manera, para comprender lo que sucede en el mundo hay que ir más allá del ‘ruido’ imperante. En momentos en que la información sufre –al igual que el ambiente– de contaminación, hay que ganar la voluntad de optar por una documentación distinta, tanto en calidad como en cantidad. Le Monde diplomatique edición Colombia, es un aporte en esa dirección, constituido sin duda en “una voz clara en medio del ruido”.

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