En un cuarto de siglo el precio del oro se multiplicó por diez. Si bien la naturaleza errática de los mercados no descarta una caída, las compras masivas de bancos centrales, sobre todo en el Sur global, lo sostienen. El trasfondo es un cambio de era: la sustitución del dólar y la apuesta de los BRICS+ por el metal amarillo como moneda global.
A mediados de febrero, el mercado mundial del oro estaba sumido en la incertidumbre. ¿Bajaría bruscamente el precio de la onza de oro (31,104 gramos), que entonces rondaba los 2.800 dólares, o cruzaría por fin el umbral simbólico de los 3.000 dólares? Para quienes deseen especular o proteger sus ahorros, formular una respuesta significa, como siempre, invocar los mismos factores de evaluación. ¿Se deteriora la situación geopolítica desde el regreso de Donald Trump a la Presidencia de Estados Unidos (factor alcista)? ¿Está subiendo el valor del dólar (factor bajista)? ¿Se dispone el presidente de la Reserva Federal, Jerome Powell, a subir los tipos de interés (factor bajista)? Las preguntas son pertinentes si se recuerda que el metal amarillo valía apenas 1.947 dólares la onza un año antes, lo que supone un aumento del 44 por ciento. En realidad, más allá de las previsiones del mercado, lo que ahora hay que tener en cuenta son las apuestas mundiales que representa esta “reliquia bárbara”, como la denominó en su momento el economista John Maynard Keynes.

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