Walter Benjamin: un filósofo Flâneur

Hace ochenta y cinco años, en la noche del 26 al 27 septiembre de 1940 en una sencilla fonda en Port Bou en la provincia de Girona, España, murió el filósofo alemán Walter Benjamin mientras intentaba pasar la frontera franco española. Recordamos algunos de sus aportes teóricos.

El fragmento como unidad 

“El buen escritor nunca dice más de lo que pensó. Así su escritura no redunda en provecho de sí mismo sino exclusivamente de lo que quiere decir”.  Estas palabras de Walter Benjamin sintetizan el duro y difícil, a veces, ingrato, oficio y destino del filósofo y escritor. Las concretó en su gran obra y definió su marcha escritural como un ensayo de experiencia y experimentación como son los instantes de la existencia que se vuelven totalidad en la pluralidad, unidad en la heterogeneidad. El fragmento era su “modo de ver” la complejidad de lo real, lo que muta permaneciendo y permanece mientras cambia; el fragmento como unidad y no como un sistema cerrado que contiene la certeza absoluta. Su escritura propone el fragmento no solo como técnica narrativa, sino como destino, forma de ser, estar y transcribir las correspondencias múltiples, las conexiones y redes de lo existente.

El fragmento es imagen que reflexiona; síntesis que piensa y crea, ensayo, poesía en acción y revelación, próximo a la actitud del vidente, tal como lo insinuara Arthur Rimbaud en su momento. Desde esta postura, Benjamin asume las propuestas del romanticismo alemán, el cual, a finales del siglo XVIII, en una época de sistemas filosóficos, propugnaba por la fragmentación en contra de la sistematización de la realidad. Por ejemplo, el fragmento para Friedrich Schlegel es ya una totalidad y no un esbozo o boceto que debe ampliarse en el futuro; no está concebido como un pensamiento incompleto. El fragmento se asume, en Schlegel, como un centro de pensamiento, un poder de reflexión, múltiple y heterogéneo; se opone a todo sistema filosófico cerrado, a los fundamentalismos ontológicos y teológicos hegemónicos, y propende por establecer un proceso de conocimiento donde la intuición, la conversación, la rapsodia romántica, las pinceladas rápidas, las lecciones de filosofía, los modos fraccionados e inacabados, se constituyen en géneros románticos por antonomasia. 

Errante y detectivesco a la vez, interroga, piensa, observa, compara y escribe los sucesos que pasan en la urbe. Para Ernst Bloch, Benjamin instaura en sus libros “una forma de revista en la filosofía”, un nuevo modelo de filosofar. No otros intentos son su Calle de dirección única y su Libro de los pasajes, donde explora las calles, los lugares para el asombro, los milagros de la ciudad. Allí los cerrados sistemas, las pretensiones de verdades selladas y las sentencias totalitarias desaparecen. Es lo transitorio, el movimiento, lo efímero y fugaz lo que a este filósofo flâneur, detectivesco de sucesos, le interesan, pues, como coleccionista de imágenes y espacios, se lanza a la calle igual a un hermeneuta, arqueólogo de eventos, como un poeta.  La calle es su gran biblioteca, miscelánea mágica y misteriosa de donde extrae los tesoros escriturales reflexivos inesperados. Descubre en lo oculto secretos; visibiliza lo cubierto y lo trae a la superficie. Mira y lee el mundo exterior sacando a flote lo que está ausente de nuestro asombro. 

Benjamin extrae de las realidades, minerales resplandecientes; de lo común y cotidiano, de lo conocido y de la mudez de las cosas, obtiene fascinación y milagro. Visión de explorador. Bloch llamó “micrología” a esta forma de indagar y cifrar lo real. Con ello se une a la sensibilidad y pulsión de un poeta como Baudelaire que pintaba la vida moderna, sus atracciones y contradicciones, sus ambigüedades y seductoras fisonomías urbanas. También dialoga con los poetas vanguardistas, exploradores y aventureros, sacudiendo normas e instituciones tradicionales.

Coleccionista de punzantes aforismos que van construyendo misceláneas textuales y visuales de espacios diversos; escritura también como acción cinematográfica que revela y muestra la ciudad, sus pasajes, los escondrijos, los sucesos cotidianos, pero, además, escritura que sintetiza y toca la profundidad de la superficie y los abismos inconmensurables. Aforismos como chispazos de lucidez, muy a la manera del witz romántico alemán, esa facultad del ingenio y asociación de ideas o chispa genial, en las que convergen la inteligencia, la crítica, la imaginación libre imprevisible, muy por la vía de Friedrich Schlegel y de Nietzsche, cercano a las búsquedas de la poesía alemana y francesa. Aforismos también unidos a su gran amor por el coleccionismo y a los catálogos de libros, tanto que llega a pensar en escribir libros como si fueran catálogos. Coleccionista que trabaja a través de metáforas y de síntesis con un “lenguaje rápido y directo”, como él lo llama en el relato “Estación de servicio” de su Calle de mano única: “La eficacia literaria trascendente solo puede consumarse en la estricta alternancia entre hacer y escribir; debe cultivar los discretos formatos al volante, el folleto, el artículo de revista y el cartel publicitario, que se corresponde mejor con su influencia en las comunidades activas que el pretenciosos gesto universal del  libro” (1).  

El aforismo para Benjamin construye cuadros de experiencia que van surgiendo a medida que habita la ciudad en su contingencia; cuando percibe y experimenta ese “caos en movimiento” como lo llama Baudelaire. Vivir ese tejido de experiencias espacio-temporales y ordenarlas en la escritura con imágenes que piensan, imagos-conceptos como instantáneas reflexivas y sensitivas sobre el mundo capitalista es lo que se propuso Benjamin, lo que podría entenderse como una sociología de la vida cotidiana, o estudio de la cultura.

El Benjamin flâneur

En sus ensayos sobre Baudelaire” analiza las transformaciones de París en la segunda mitad del siglo XIX, la cual fue el modelo de la ciudad moderna o “ciudad Monumental”, denominada por él la “capital del siglo XIX”(2). La arquitectura adquirió en ella la práctica del monumento llevado a su máxima expresión por el barón Georges-Eugène Haussmann. Y es en esta ciudad donde Baudelaire se convierte en un observador de sus transformaciones, configurándose en flâneur, un paseante que escudriña las “fisiologías” de la ciudad burguesa, y como un cartógrafo va por las tipologías tanto físicas como espirituales de las imágenes urbanas. Su “domicilio” son los parajes, los bulevares, los kioscos de periódicos, las terrazas de los cafés, los almacenes, las calles llenas de hombres anónimos. El ocio es su forma de asumir la existencia múltiple, diversa e inagotable. En palabras de Benjamin: “El bulevar es la vivienda del flâneur que está como en su casa entre fachadas, igual que el burgués en sus cuatro paredes. Las placas deslumbrantes y esmaltadas de los comercios son para él un adorno de pared tan bueno y mejor que para el burgués una pintura al óleo en el salón. Los muros son el pupitre en el que apoya su cuadernillo de notas. Sus bibliotecas son los kioscos de periódicos, y las terrazas de los cafés balcones desde los que, hecho su trabajo, contempla su negocio” (3). El movimiento y la fluidez de la máquina urbana es lo que embriaga al flâneur. Con estas alternativas entra a formar parte de esa realidad de sobresaltos, rescatando las imágenes de los cafés, de la vida nocturna y bohemia, de los sitios para el diálogo, el goce y el amor, de aquellos bulevares y tiendas que el alcalde Haussmann había construido. El flâneur se transforma en un vigía, atento a todo cuanto pasa en la urbe en movimiento (4). 

Entre la soledad y lo colectivo; entre la privacidad y lo público de la multitud, se da el vagabundeo del flâneur, para el cual, como lo expresa Benjamin, “la multitud no es sólo el asilo más reciente para el desterrado […]. El flâneur es un abandonado en la multitud”. Y prosigue, “La aspiración más íntima del flâneur es prestar un alma a esa multitud. Los encuentros con ella son la vivencia a la que incansablemente se entrega en cuerpo y alma” (5). En un momento se separa de la multitud, pero enseguida se une con mayor entusiasmo. Repulsión y atracción; rechazo e identidad, he allí las paradojas en la poesía moderna. 

De modo que, descubrir y describir los aspectos de la ciudad como un flâneur es, para Benjamin, una forma de conocimiento y de conquista, una manera de comprender el ritmo y los cambios de la sociedad para analizarlos, desde la crítica social, política y estética. Sobre todo, es una visión poética, explorando los aspectos simbólicos de los fenómenos múltiples de la modernidad y de la modernización. Para Benjamin ello incluía analizar diversas manifestaciones culturales, técnicas, tecnológicas y artísticas, con el fin de comprender las sensibilidades del capitalismo manifiestas en los pasajes comerciales, en cines, librerías de libros usados, en la publicidad, la prostitución, en medios de comunicación, en la mecanización y mercantilización de objetos, en las industrias culturales y del entretenimiento, modas y tecnologías de su época. Se trata de abordar y extraviarse en “lo concreto”, sacando a flote la magia, el encantamiento y el misterio, incluso lo onírico y fantástico, de un negocio de antigüedades, de sellos y estampillas de correos, de libros para niños, películas, fotografías, objetos y adornos, postales y recuerdos de viajes, mapas y guías de ciudades, juguetes, bebidas, pinturas al óleo, en fin, un sinnúmero de acciones cultuales que la modernidad puso en marcha. 

Así, de esta manera, Benjamin rescata también la memoria como forma de reivindicar la historia no solo de los objetos, sino de los espacios citadinos y actividades colectivas e individuales en la sociedad de las mercancías. Proceso experimental que se conjuga con exploraciones de índole metafísicas, teológicas, estéticas y económicas donde, respecto a estas últimas, ubica las reflexiones marxistas sobre el carácter fetichista de la mercancía que le sirvieron en sus análisis del carácter mercantil de los bienes culturales y productos industriales, comerciales, publicitarios. Benjamin aborda todas estas cuestiones, configurándolas en su eterna, inconclusa y trabajada obra El libro de los pasajes, donde como un flâneur explora las fisiologías de la ciudad, el gran “topos urbano”. 

Aura encontrada 

Se sabe que la pérdida del aura en la era de la reproductibilidad técnica era uno de los problemas que frecuentaba Benjamin en las investigaciones. Por su parte, Adorno y Horkheimer, de la Escuela de Fráncfort, llevaron a cabo una crítica al arte masivo, al “mal gusto” y al kitsch, dando origen a infinidad de posiciones teóricas e ideológicas al respecto. “Cultura de mercado” versus “cultura erudita”; “cultura de masas” versus “cultura culta”. En ellos se observa una fuerte crítica a las transformaciones sufridas en el arte debido a la racionalización instrumental de la modernización económica y tecno-científica. La discusión sobre cuál es el “verdadero” arte, si el promovido por las industrias culturales o el elaborado con la autenticidad de la individualidad creadora, es desde el siglo XIX una de las preocupaciones más trabajadas en las estéticas modernas. La Escuela de Fráncfort, con Theodor Adorno a la cabeza, es la clara muestra de la angustia sentida por el avance de las industrias culturales sobre la cultura culta y la popular, no obstante, la visión más abierta de Walter Benjamín al respecto (6).  

El acelerado crecimiento de la cultura de masas, fue provocando un “malestar cultural” sentido entre algunos intelectuales y artistas que no veían con buenos ojos aquel crecimiento mordaz y despiadado de la misma. Según ellos, el arte perdía la autonomía crítica y creativa ganada en la modernidad y se alistaba en las filas de la sociedad del consumo y la masificación, sumiso a las industrias culturales, mimetizándose con las estructuras económicas e ideológicas capitalistas. Fuerte preocupación. La autonomía del arte, su independencia de la religión, la moral, la metafísica tradicional lograda en la fragua del Iluminismo moderno, se relajaba, cayendo en otra dependencia más grave y astuta: el mercado y su mundialización. 

En el origen de estas posiciones, se encuentra la vieja distinción entre el arte y lo útil, la autonomía artística y la esfera de los objetos artísticos instrumentales que Benjamin analizó en sus ensayos. Arte funcional, arte decorativo, ornamental, arte de la publicidad versus arte monumental, crítico y sublime.Es a partir de la teoría kantiana sobre los juicios de reflexión estéticos que se generan estas discusiones donde el Formalismo se opone al Funcionalismo artístico.  De esta controversia se desprende la antigua y dura disputa entre “arte puro” (lo bello artístico) y arte adherente (las artes aplicadas y el diseño). Ya Goethe se plantea el mismo problema en 1797 en su texto “Arte y artesanía”, antecesor de las reflexiones de Walter Benjamin sobre la obra de arte y su pérdida de aura en la época de reproductibilidad industrial. 

Inquietud formulada en la estética kantiana respecto a los juicios de reflexión, tomando el concepto de desinterés estético, cuya contemplación libre del sentido de posesión (propiedad privada), con intencionalidad sin intención, o bien, finalidad sin fin, se opone al de belleza adherente o “mal gusto”. Enfrentamiento entre un Formalismo estético de belleza vaga, formal, incorruptible, insobornable –arte de finalidad sólo formal– de un gusto sin más, con un Funcionalismo de artes aplicadas, lo cual genera las controversias entre arte, industria, comercio y mercado. Esteticismo formal versus Funcionalismo pragmático estético. Dichas confrontaciones entre forma y contenido se verán dinamizadas en las Vanguardias, sobre todo en la Bauhaus y el Constructivismo de los años veinte, las cuales unen la utopía artística y social ilustrada con el diseño, la construcción y lo funcional. 

Desde estas bases se han edificado y hecho posible grandes innovaciones, produciendo otras visiones, elaborando productos artísticos donde las prácticas y técnicas del arte dialogan con lo instrumental y útil, dando así origen a un funcionalismo artístico manifestó, hacia la época de Benjamin, en la publicidad, el cine, la fotografía, la decoración, la arquitectura… Aprovechamiento de lo técnico-funcional con desaparición de los límites entre la tecnología, los productos industriales del mercado y el arte, construyendo un objeto de múltiples estilos indiferenciados. Otro lenguaje, otra forma de comunicación, otros sentidos son los que adquieren las configuraciones técnicas y tecnológicas cuando forman parte de la obra artística, funcionalismo artístico que puede poseer la fuerza para generar un estremecimiento de la sensibilidad, expresar lo inexpresable, encontrarse con el aura secular que buscaba el filósofo flâneur.

Él sabía que esta mecanización del mundo con su racionalidad instrumental y técnica, impulsada por la modernización, había generado en la sociedad la pérdida del ánima, el aliento secreto y mágico en la obra de arte. Pérdida del Aura, le llama este filósofo alemán. En la era de la reproductibilidad técnica se vive en una “decadencia del Aura”, una cierta intrascendencia que nos ha lanzado a una nueva concepción estética. “Conviene ilustrar el concepto de Aura, escribe Benjamin. Definiremos ésta como la manifestación irrepetible de una lejanía (por cercana que pueda estar). Descansar en un atardecer de verano y seguir con la mirada una cordillera en el horizonte o una rama que arroja su sombra sobre el que reposa, eso es aspirar el Aura de esas montañas, de esa rama” (7).

Podemos interpretar el Aura como ese aliento, ese resplandor de luz que sentimos en las cosas con las cuales establecemos un diálogo perpetuo de sensibilidad; un estado psíquico de “comunión”. Y es desde esta mirada que construye Benjamin su obra. Él registra en sus textos esa sensualidad luminosa, la aparición en la superficie de una energía que nos sitúa en un “más allá” de la mera presencia material y la constituye en lenguaje. Encuentra el Aura en las nuevas imágenes que la época moderna produce. La descubre en el tiempo del aquí y el ahora que experimenta como una chispa, un resplandor. El Aura está en objetos, performances y pasajes de la ciudad, conocidos, desconocidos y recorridos.  Es una “iluminación profana”, que este filósofonarrador y flâneur eleva a ontología estética; una nueva manera de dotar al mundo deshumanizado de vibraciones sensibles.  

Víctimas de la barbarie 

En sus Tesis de filosofía de la historia Benjamin afirmaba: “No existe documento de cultura que no sea a la vez documento de barbarie. Y puesto que el documento de cultura no es en sí inmune a la barbarie, no lo es tampoco el proceso de la tradición, a través del cual se pasa de lo uno a lo otro” (8). La barbarie histórica sólo fomenta la ira ciega y la violencia encarnada en un espíritu fanático, severo y necrofílico. Es el mismo Angelus Novus de Paul Klee con su cara de espanto vuelta hacia un pasado de catástrofes y ruinas, la misma personificación de la historia, según Benjamin, arrastrado por las tormentas del futuro que se arremolina en sus alas, “mientras el cúmulo de ruinas sube ante él hacia el cielo”. 

Bajo este tejido de barbarie van desapareciendo las escasas formas de libertad existentes, la espontaneidad de la vida cotidiana, los símbolos de integración de la comunidad, hasta sentir la dignidad saqueada. La tradición de la barbarie incuba la censura a través de un sistema de poder eufórico, fundamentalista, fascista, nacionalista. Una ideología del progreso y del desarrollo histórico, con sus lógicas bárbaras y excluyentes, que ha generado una historia de terrores, pesadillas, catástrofes, ruinas y derrotas, con escenarios de poder e infinidad de víctimas, siendo el mismo Walter Benjamin una de ellas, a manos de la persecución de la maquinaria nazi-fascista, que lo arrincona y lo lleva al suicidio en la noche del 26 al 27 septiembre de 1940 en una sencilla fonda en Port Bou en la provincia de Girona, España (9). ν

1. Benjamin, Walter. 2014. Calle de mano única. Buenos Aires; El cuenco de plata. 

2. Marshall Berman, en su ensayo titulado Baudelaire: el modernismo en la calle, afirma que la transformación de París por el binomio Bonaparte III-Haussmann, modifica la visión para la poesía y es a partir de ese momento que se construye un cierto modernismo callejero, urbano: “Mientras Baudelaire trabajaba en París, las obras de modernización proseguían a su alrededor, sobre su cabeza y bajo sus pies. Baudelaire se veía no sólo como un espectador, sino también como un participante y protagonista en esta obra en marcha; su propia obra parisiense expresa este drama y este trauma”. (Berman, Marshall. 1991. Todo lo sólido se desvanece en el aire. La experiencia de la modernidad. España: Siglo XXI, 1988, p. 146). 

3. Benjamin, Walter. 1999. Imaginación y Sociedad. Iluminación I. Madrid: Taurus, p. 51.

4.  La tarea delartista,como lo dice Matei Calinescu hablando de Baudelaire, se parece a la del alquimista que extrae oro del barro –o si traducimos esta metáfora típicamente baudelaireana– descubre la poesía escondida tras los contrastes más horripilantes de la modernidad social:  Baudelaire es bastante explícito a este respecto cuando caracteriza el ‘heroísmo de la vida moderna’, con, entre otras cosas, ‘el espectáculo de la vida elegante y las mil existencias errantes -criminales y queridas- vagando por los subterráneos de una gran ciudad’ .(Calinescu, Matei.1991. Cinco caras de la Modernidad. Madrid: Tecnos, p. 62).

5. Benjamin, Walter. 1999. Imaginación y Sociedad. Iluminación I. Madrid: Taurus, pp. 11-135.

6. El debate, entonces, se centraba en aclarar si las industrias culturales masivas privaban a la sociedad de pulsiones críticas, generando la banalidad y la trivialidad de los gustos, o abrían fronteras a una cultura democrática y asequible a todo público. Para Benjamin se trataba más bien de superar la visión unilateral de códigos binarios e instalar una visión heterogénea con teorías adecuadas que no dejaran de lado la acción crítica, analizando los elementos que constituyen la cultura del mercado y sus impactos en las esferas del arte.  

7. Benjamin, Walter. 1994. Discursos interrumpidos. Buenos Aires: Planeta- Agostini, p. 24.

8. Benjamin, Walter. 2001. Ensayos escogidos. Méjico DF.: Ediciones Coyoacán, p. 46.

9.  En una nota que dirigió antes de morir a la señora Henny Gurland, una de sus acompañantes en el Hotel Francia de Portbou, escribió: “En una situación sin salida, no tengo otra elección que la de terminar. Es en un pequeño pueblo situado en los Pirineos, en el que nadie me conoce, donde mi vida va a acabarse. Le ruego que transmita mis pensamientos a mi amigo Adorno y que le explique la situación a la cual me he visto conducido. No dispongo de tiempo suficiente para escribir todas las cartas que habría deseado escribir”.

* Poeta y ensayista colombiano.

https://libreria.desdeabajo.info/index.php?route=product/search&search=A.%20suscripci%C3%B3n

Información adicional

Autor/a: Carlos Fajardo Fajardo
País: Colombia
Región: Suramérica
Fuente: Le monde diplomatique, edición Colombia Nº253, abril 2025
El Diplo We would like to show you notifications for the latest news and updates.
Dismiss
Allow Notifications