Bañar el hacha en la noche

Philip Potdevin

Un mito tukano cuenta que un indio desana quiso viajar del río Papuri al Vaupés. En el camino le cogió la noche. Se trepó en un árbol alto y grueso. Cuando ya estaba por dormirse, llegó una fiera en forma de persona y sacudió el árbol. Luego siguió su camino. Llegaron otras fieras-personas, iban a tumbar el árbol. Traían como armas las tortugas. Con sus conchas comenzaron a cortar el árbol, pero no pudieron tumbarlo. Ya a la madrugada llegó un hombrecito, un toré-uáxti. Comenzó con su piedra a cortar el árbol. Llevaba más de la mitad cuando amaneció; pero con la luz ya la piedra no cortaba. El hombre bajó, asustado. De ahí sacaron que el hacha de piedra, para que corte, hay que bañarla durante la noche


Todo mito admite múltiples interpretaciones. Esa es precisamente la intención pues en su lenguaje cifrado, encierra, por debajo de la anécdota, ideas profundas que habitan en el ser humano y permite a cada cual derivar distintas respuestas. Hoy parecemos querer entonar en un nuevo registro: “Cesó la horrible noche”, como la que sufrió aquel hombre que trepó al Árbol de la Vida para escapar de la fiera-hombre que lo ha perseguido durante doscientos años. Sin embargo, por más que intentaron talar el árbol las fieras-personas o el hombre con su hacha de piedra, no lo consiguieron.

El país, igual al desana que, amanecido, bajó asustado para reencontrarse con la vida, no termina de restregarse los ojos para asimilar los resultados de las elecciones presidenciales y lo que significan. La realidad que emerge parecía improbable o fantástica hace unas semanas. Aquellos que albergaban la esperanza del triunfo se preguntaban de qué manera el nuevo gobierno podría sacar adelante las reformas necesarias para crear una nueva estructura social, política y económica. El fantasma de “todos contra Petro” no solo no operó en la segunda vuelta, sino que tampoco parece ser el escenario en el nuevo Congreso a partir del próximo 20 de julio. Los que gritaban “¡lobo!” y advertían que era un peligro para la democracia se quedan sin argumentos.

En apenas unos días, el nuevo gobierno ha conseguido apoyos insospechados en torno a un Gran Acuerdo Nacional. Aun así, hay que observar el acontecer con mesura, sin caer en el exceso de confianza, en el triunfalismo o en la ingenuidad; el nuevo gobierno tendrá un margen de maniobra para gobernar, pero por supuesto con las concesiones, negociaciones y malabares en la cuerda floja que exige el juego político de cualquier democracia.

El “otro país”, de la noche a la mañana, como el desana que bajó asustado del árbol, pasa de ser una minoritaria oposición en el tradicional juego de la democracia formal, a una fuerza de gobierno con aliados que hasta ayer eran adversarios, por no decir enemigos. Aliados, que no es extraño suponerlo, lo serán bajo circunstancias precisas y por tiempo determinado. El nuevo gobierno sacará beneficios de ello.

El primer escollo parece estar en vía de resolverse. Salvado ese, surgen decenas más, todos a cuál más de espinoso. El país de todas y todos uno de ellos.


Veamos. Mientras que el mundo ve con sorpresa, pero, a la vez, con naturalidad que en Colombia se dé la alternancia de poder, los que aún no terminan de «tragarse el sapo», como dicen algunos revanchistas, al ver a un exmilitante del M-19 en la presidencia, son muchos de los que votaron por el otro candidato, y, entre ellos, también las decenas de columnistas que afirmaban que Petro jamás llegaría al poder y, que ya había tocado techo en las elecciones de hace cuatro años con ocho millones de votos.


En ese propósito del país de todas y todos, la pregunta que inquieta es ¿cómo atraer a estos diez millones de colombianos a que, en lugar de intentar tumbar en la noche el árbol donde se refugió el desana, puedan en su lugar contribuir a regar, abonar y admirar el Árbol de la Vida? Basta con revisitar el Acuerdo de Paz de La Habana, refrendado en el Teatro Colón, para encontrar, en sus raíces conceptuales, una invitación a la interculturalidad que reconoce no solo esas dos Colombias sino muchas más para que nos guíe bajo una luminosa luz de luna llena a renunciar a tumbar el Árbol de la Vida. Una postura intercultural crea, primero, las condiciones para que los pueblos hablen con voz propia, luego funda una nueva dinámica de inclusión del otro, con el reconocimiento, respeto y solidaridad y, tercero, pasa de un modelo de «totalidad» y que fija cierta «verdad» a una verdad como proceso, no como condición ni situación.


Tras la puesta en paréntesis la implementación del Tratado de Paz por el gobierno que termina y, con lo sucedido recientemente en la JEP, las escalofriantes revelaciones por parte de víctimas y victimarios de los delitos sufridos y cometidos, y del informe final de la Comisión de la Verdad, el nuevo gobierno no puede dejar pasar la oportunidad de hacer realidad lo que parecía iba a quedarse como letra muerta.


El Gran Acuerdo Nacional que se avizora se abre a la revisión, a la reinterpretación, al contraste y al debate, a la convocación y discusión de racionalidades culturalmente determinadas, como también al intercambio intercultural donde toda cultura determinada es tránsito, y no punto final. Este acercamiento intercultural está centrado en buscar una propuesta histórica-social que trascienda y se adentre en buscar posibilidades con asidero en lo histórico-social y con miras a abrir ventanas de esperanza para la transformación del mundo en sí que vivimos, no solo dentro del país, sino también en su relación con el mundo más allá de nuestras fronteras.


Tenemos por parte del Presidente electo una invitación al diálogo entre culturas, entre perspectivas y visiones del mundo. Hay que reconocer, como lo han observado muchos, que el Estado colombiano se ha caracterizado no por constituir una realidad homogénea sino por ser uno que nunca ha tenido el control total del territorio; somos un país fragmentado con una sociedad dividida que adolece de “fallas geológicas” en la construcción de la nación colombiana; un país caracterizado por múltiples regiones relativamente autónomas, un mercado interno poco integrado, un campesinado en los márgenes de la frontera agrícola débilmente representado y una construcción estatal muy frágil.


Es el momento de propiciar y presenciar consensos, disensos y pluralidad, también de permanecer, por parte de la prensa independiente en su actitud crítica y vigilante, sin doblegarse ni convertirse en turiferaria. Es el momento de bañar el hacha en la noche, pero no para tumbar el Árbol de la Vida al que trepó el hombre desana –que representa a tantos colombianos llenos de esperanza–, sino otro árbol, caduco y fétido pero muy enraizado, el árbol que se nutre del odio y la intolerancia, del asesinato, la violencia y la venganza, del clasismo y el racismo, de homofobia y misoginia, de xenofobia y señalamientos a todo lo que sea diferente a lo que conocemos. De ser así, el desana, que será toda la nación, podrá continuar su camino hacia el destino que lo impulsa.

*Escritor, integrante del consejo de redacción de Le Monde diplomatique, edición Colombia

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