El retorno de Donald Trump parecía traer una severa purga en las agencias de inteligencia, acusadas de haberlo perjudicado con el “Russiagate”. Pero, en período de tensiones internacionales, el rol creciente de las operaciones secretas y de las nuevas tecnologías no le permite al Presidente apartar a la CIA en beneficio del Pentágono.
Desde su creación una vez concluida la Segunda Guerra Mundial, la Central Intelligence Agency (CIA), con sede en Langley, Virginia, se impuso sacándoles competencias a sus vecinos: primero al FBI, al que le quitó la responsabilidad del espionaje en América Latina, y después a la Oficina de Inteligencia del Departamento de Estado, debilitada por las purgas macartistas de la década de 1950. Sin embargo, su antagonismo más marcado la enfrentó con el Pentágono, sede del Departamento de Defensa. En los papeles, la línea divisoria fue clara desde la creación, en 1952, de la National Security Agency (NSA), dependiente del Pentágono: inteligencia humana para la CIA, inteligencia electromagnética y operaciones convencionales para los militares.