Con las políticas antiinmigratorias de Trump la migración deja de ser tratada como un fenómeno social para convertirse en una cuestión de seguridad. Esta violencia derrama hacia el resto de América Latina, que no sólo debe endurecer sus fronteras sino también asumir roles de contención para los que no está preparada.
En las décadas siguientes al fin de la Guerra Fría se consolidó a nivel global un ideario liberal que, al menos en la retórica, proponía como valores fundamentales la integración regional, la democracia y el capitalismo económico, pero también la diversidad y la tolerancia cultural. Eran tiempos en los que desde la academia se pensaban mecanismos para asegurar la ciudadanía multicultural o incluso la perspectiva de un orden mundial supraestatal que pudiera apuntalar la paz mundial. Es cierto que ese consenso liberal, con la excepción de la Unión Europea, nunca llegó a abrazar por completo la libertad de personas con el mismo énfasis que defendió la libre circulación de bienes y de capital. Pero la diversidad cultural y la movilidad internacional habían ganado legitimidad como valores centrales del cosmopolitismo.