Cambian los escenarios, también los nombres de los criminales de masa, pero la gran enfermedad de la humanidad es la que determina que se continúe respondiendo con sumiso silencio, o desde la complicidad, a quienes saben ejercer la brutalidad.
Palestina
El colonialismo no solo es una contienda por el territorio, sino por el significado de la vida misma.
John Trudell, poeta Dakota.
Está la masacre de niños, de familias, de todo un pueblo. Está la masacre con hambre planificado. El asesinato se ha impuesto como un ejercicio normal de las sociedades más fuertes en recursos sobre los más débiles. Netanyahu, el líder de Israel, quien más tiempo ha ocupado el cargo de Primer Ministro en la historia de esa colonización, afirmándose en el discurso de que la guerra es necesaria para neutralizar a quienes ponen en peligro la existencia de Israel. Una política que ha resultado en decenas de miles de personas asesinadas y millones condenados al hambre, más la destrucción de toda la infraestructura de un país, incluidos hospitales y escuelas, con el apoyo del 70 por ciento de la población israelí en las encuestas.
Se puede decir que solo abarcará lugar comentar mucho más.
Noticias de la guerra.
El objetivo de la guerra no es morir por tu país, sino hacer que otro hijo de puta se muera por el suyo.
George Patton
Estados Unidos sostiene su economía en la industria de la muerte. La muerte de otros humanos, al tiempo que de los propios marginales con fentanilo; la muerte de la vida de todos, en todos los sentidos.
En el plano de la guerra, Estados Unidos embarcó a la sumisa Europa en una nueva carrera armamentista para sostener las utilidades de su complejo industrial militar, al tiempo que aumentó su presencia en Filipinas de cinco a nueve bases militares, amplió su base en Okinawa, etcétera. Y las decadencias asociadas hacen otro tanto, encabezadas por Alemania que se rearma, Reino Unido que duplica su stock de bombas atómicas, etcétera.
La historia muestra en múltiples momentos que cuando la hegemonía de un Estado está en crisis, incrementar las guerras es un recurso de manual.
La responsabilidad.
De tiempo en tiempo, desde hace unos treinta años en que nos convocaba la SPD alemana en la Evangelische Akademie Bad Boll, en el estado de Baden-Württemberg, no muy lejos de Stuttgart, participo de algunos grupos de pensamiento de gente de distintos países “periféricos”. Nos reunimos, compartimos información, analizamos situaciones, y tratamos de predecir el curso de las tendencias en desarrollo. En general, el punto de partida es cierta idea compartida sobre la producción y reproducción de la vida, del ser, como idea del bien común, lo que unas veces nos conecta con la multitud de dramas que está produciendo el neoliberalismo tecnocientífico, y otras nos remonta a aquella consigna de Lenin para los revolucionarios, en 1917, de “tierra y paz”, propiedad de la tierra para el campesino, y punto final a la guerra. Y otras, el reto parte de un aporte, como en 2021 cuando nos centramos en el tema de la responsabilidad, y su ausencia, como explicación del curso de las cosas.
En esa ocasión la reflexión partió de la lectura de una columna de Ilán Semo en La Jornada de México, 30 octubre 2021, sobre la implosión ecológica que genera el antropocentrismo: “Las investigaciones de los últimos cinco años han mostrado que el bióxido de carbono, el plomo (y, en general, las derivas de los combustibles fósiles) representan tan sólo uno de los elementos contaminantes. El otro más relevante es el metano, que resulta de los gases que expide el excremento de más de 80 mil millones de vacas, cerdos y aves que son prácticamente torturados en granjas, establos y rastros y acaban (“domesticados” es el término neutral que se emplea para ocultar ese devastador mundo) en las mesas de una parte sustancial de la humanidad. […]. Uno no puede sino pensar en la lógica de la valorización y la acumulación de capital para explicar las razones de esta suerte de delirio alimentario. Finalmente, desde el siglo XIX la acumulación de capiyal consistió en la acumulación de los cuerpos (en fábricas, hacinamientos, ciudades), y ésta en la acumulación de los cuerpos animales que deberían sostener a la valorización en su conjunto”.
En aquella misma edición de La Jornada, otro artículo, este de Armando Tejeda, explica que “El meollo de la problemática del sistema alimentario actual es el monocultivo -sólo nueve especies concentran 66 por ciento de la producción anual, al tiempo que se calcula que 75 por ciento de las semillas que existían hace 100 años han desaparecido por completo. Es decir, que estamos perdiendo semillas a un ritmo altísimo, 10 por día. […]. Algunos tipos de chiles han dejado de existir por unificar las semillas, dictado por las corporaciones o por las políticas gubernamentales. Evidentemente el sabor y el guardar estos ingredientes es ahora una tarea colectiva, en la que todos debemos asumir una responsabilidad”.
En esa ocasión concluimos que es tiempo de dejar de premasticar la información, y estimular el ejercicio de pensar, como única posibilidad de despertar el sentido de responsabilidad.
Antes solo los hombres comían pollo en Uganda.
Un tema en una de las últimas reuniones fue el próximo proceso electoral de Uganda, en el que tratará de continuar en el poder el actual mandatario, Yoweri Museveni, que gobierna el país desde 1986, cuando liderando su National Resistance Army se impuso en la guerra civil que sucedió al derrocamiento del dictador Idi Amin Dada. Y la proyección en su hijo, comandante de las fuerzas militares, garantiza que el apellido seguirá gobernando, de llegar a su final el tiempo al padre octogenario.
Colonia británica hasta los años sesenta, similar a Colombia en cantidad de habitantes, la mitad de la población de Uganda es menor de 15 años, la esperanza de vida no supera los 50 años, hay un médico cada 300.000 habitantes, y los hospitales son edificios sin contenido, sin medicinas, que la gente intenta visitar cuando ya su deterioro en salud es muy grave. En Uganda los dientes se caen y ya. Para prevenir el sarampión pones un camaleón en un fuentón y te bañas en esa agua. Y así todo.
En el partido de Musenevi saben que ganarán las elecciones, porque la estructura burocrática está anudada como una alfombra persa: un funcionario del gobierno cada 600 ugandeses. Los jóvenes trabajan de mototaxis, un lujo para los que pueden pagarlo, porque no hay otro transporte entre los pueblos. Las mujeres trabajan el campo, y se mueven por los caminos llevando hasta troncos sobre la cabeza, la columna vertebral recta. En los últimos años ha aumentado la igualdad entre hombres y mujeres en Kampala, la capital: “Antes solo los hombres comían pollo”, explica un funcionario público, dentro de un edificio donde un gran letrero publicitario ofrece “Feel like Chicken Tonight”.
En los pueblos no hay cementerios. Cuando alguien muere se le sepulta en su propia casa, 5 pies abajo. Años atrás a los adultos los velaban 7 días, a los niños 4, pero ya no hay dinero para atender a quienes vienen a velarlos. En Kampala los cementerios son para los extranjeros, que pueden pagarlos. A la gente de Uganda que fallece en la capital la llevan a los pueblos de donde son y ahí los entierran en sus casas.
El gobierno chino ayuda haciendo caminos, y la gente se pregunta qué esperan a cambio. El petróleo que se ha descubierto tal vez, especulan. Algunos intelectuales de la oposición al gobierno piensan que Estados Unidos está llevando adelante una campaña firme en contra de los chinos, sembrando la creencia de que los ingenieros que envía aquel país embarazan a las campesinas ugandesas y las abandonan. Y también se comen los monos babuinos que vagan al borde de los caminos.
Además de petróleo, el país tiene cobre, oro, y existe la posibilidad de que existan bajo el suelo otros minerales nuevos, de los que hoy explotan en la vecina República Democrática del Congo. Mientras se esperan milagros de la tierra, Uganda es un país bananero: bananas y más bananas se ven por todo el país. Y aparte de bananas, tabaco, yuca, maíz.
En Uganda no existe la idea de las vacaciones. Y la gente no entiende por qué los blancos van a sus parques nacionales a ver elefantes, chimpancés o gorilas. Aquí los perros no son mascotas: en la noche los sueltan como guardianes, por seguridad. Los gatos para cazar ratones. Solo los blancos en Kampala tienen mascotas.
En las mejores colinas de Kampala y en la antigua capital, Entebbe, están quienes tienen: los arrogantes ganadores de la vida. Y en el resto están los que no tienen, los perdedores de la vida, los humillados, los que necesitan y no saben cómo conseguir eso que necesitan, o no tienen cómo. Y están algunos pocos que piensan, por ejemplo, en la desmercantilización del mundo, que no todo sea comercio.
Extrapolamos los datos, giramos la observación 180 grados, evaluamos el retroceso de lo que, confiando en lo bueno del capitalismo, se había pensado era un proceso de desarrollo civilizatorio imparable en nuestros países, y la conclusión que aparece es que no era para tanto. Y, mirando a Uganda, es difícil no pensar que, poco más o menos, hacia allá vamos. La observación más espantosa es que la línea que se ha impuesto en el mundo que habitamos, nos está llevando a retroceder en dirección a ese estado de realidad.
Y si no vamos hacia esto, vamos hacia Palestina, que podríamos calificar como la nueva versión de aquel Vietnam de los años sesenta, donde el ejército de Israel comparte la conducta criminal de quienes sembraron de napalm aquel país, pero en el que Hamas no es el Vietcong. Y vamos hacia allá porque los que están al frente de las grandes decisiones de este mundo, son enfermos mentales. Y enfermas mentales. Aunque nadie les ha diagnosticado. Enfermos mentales que solo piensan en seguir multiplicando sus ganancias sobre la destrucción del planeta, de los demás humanos, de la vida.
El problema de la expansión de las enfermedades mentales en la clase dominante.
En el grupo de pensamiento donde compartimos experiencias y miradas sobre el mundo, también hemos observado la expansión de enfermedades mentales de la clase dominante detrás de los hechos. Evidentemente, son enfermos mentales quienes toman decisiones como la persecución de migrantes en Estados Unidos. Y son enfermos mentales quienes toman las decisiones que ha tomado el gobierno de Israel en Gaza; también lo son quienes aceptan ejecutarlas, son enfermos mentales quienes las apoyan. Enfermos mentales que no se reconocen como tales, y por tanto no dudan en esa enfermedad mental que es sentirse dueños de la verdad absoluta, esa que conduce al genocidio de Palestina, como hace menos de un siglo condujo al exterminio de homosexuales, gitanos y judíos en los campos de concentración del Reich alemán. Esto es, dueños de la verdad-dogma que excluye cualquier análisis.
Y son enfermos mentales aquellos que, desde lejos, en Europa, en Estados Unidos, cierran los ojos y colaboran con quienes exterminan niños, ancianos, un pueblo entero, porque tienen culpas heredadas de sus padres o abuelos que antes exterminaron a otros niños. A aquellos niños de aquellas familias que son los antepasados de estos enfermos que ahora exterminan a otros niños.
Matar al otro en nombre de una causa que se cree superior a la vida del otro, lamentablemente, es un virus exitoso desde el comienzo de los tiempos humanos. Además, creerse elegidos y destinados a extirpar a todo aquel, a toda aquella, todo niño, toda madre, todo otro, no es más que una forma de ocultar que el fin de todo el genocidio en curso es robar las tierras en que ha vivido esa gente, y en el caso de Gaza las riquezas del mar frente a esa franja de tierras. Lo mismo que está ocurriendo en Cisjordania, como ha ocurrido en toda Palestina desde hace décadas.
Todos estos enfermos mentales que practican el asesinato masivo, que lo apoyan, que lo exhiben, no por enfermos merecen recibir nuestra pasividad, es una conclusión. Y, es necesario decirlo, no sirven las palabras reprobatorias si no van acompañadas de acciones contundentes.
Para que tenga un efecto, es preciso que el rechazo se traduzca en hechos. Y los hechos que más duelen en este mundo mercantilizado, son los hechos que castigan el bolsillo de esas gentes. En esa dirección son más efectivas que las enormes movilizaciones de rechazo en casi todo el mundo a lo que está haciendo Israel, los llamados al boicot: nunca más comprar una fruta de Israel les va a doler, y puede que, por conveniencia, dejen de continuar en lo que están. Nunca más comprarles tecnología les va a doler. No comerciar con ellos les va a doler.
Y es preciso generarles ese dolor a todos aquellos que apoyan a estos enfermos. Que les duela que no se vuelva a consumir Coca Cola, ni a comprar café Starbucks, productos de L’Oreal, Colgate, Kellogs, Nestlé, Revlon, Kraft, Timberland, pizza Hut, jeans Levis, zapatillas Nike o Puma, hamburguesas McDonalds, empresas y productos que pertenecen a grupos empresarios que respaldan al gobierno criminal. Hay muchas alternativas para actuar en conciencia frente a la injusticia, así que no hay excusas: Tienes conciencia, luego actúa en consecuencia: no vuelvas a consumir productos alemanes ni de la Comunidad Europea, cuyo respaldo fortalece a este Israel genocida. No más made in USA, el principal respaldo de Israel. Nunca más ayudar a que los empresarios, los bancos, las industrias de Israel y sus aliados, sigan adelante con la suprema maldad que hoy encarnan.
La posibilidad de la gente común ante ese crimen contra la humanidad, y ante toda la irracionalidad de guerra y destrucción que predomina hasta hoy en el mundo, se llama boicot. Lo único que les dolerá a quienes deciden, será el dinero que dejen de ganar. Y la conclusión es que es hora de actuar y dar a esa enfermedad de maldad que se está imponiendo sobre toda la humanidad, el remedio de nuestra acción.
Pero también hay otras voces, otros lugares desde los cuales al observar se pueden ver otras cosas, que explican el que esa cura de la enfermedad por el boicot, no se haya implementado aun como se debería implementar. Y acá cito, para terminar, otro insumo que ocupó una reunión de uno de los grupos de reflexión que mencioné, y es el libro Post-arte: La obra de arte en la era de la comunicación digital, del colectivo ultraracionalista Homo Velamine, donde se observa, entre otras observaciones, que “El Pueblo quiere espectáculo, el capitalismo se lo da. El Pueblo quiere sentirse importante y diferente, y el capitalismo le da productos que imitan el modelo de consumo de las clases dominantes. El Pueblo quiere capitalismo, y no hay ninguna manera de evitarlo. No es el capitalismo el que embrutece al Pueblo: es el Pueblo el que embrutece al capitalismo. El gran degradador no es el capitalismo, sino el Pueblo”.
*Periodista, fotógrafo y estratega político.