Sobre la Paz Total: ni paz, ni total

Empecemos dejando algo claro, porque con los tiempos que corren toca andar subrayando todo: estoy de acuerdo con el propósito de la paz total, y creo que la paz “por pedazos” ya está agotada. Dicho lo anterior, el problema no es el objetivo último de la Paz Total, loable, sino el camino transitado desde el comienzo y que se podría resumir en una frase: ausencia de realismo y falta de estrategia.

El problema de la Paz Total es que en el camino se le perdió su objetivo fundamental de buscar la Paz (como la debería entender un gobierno de izquierda) y no solo la desmovilización; y se le perdió también su carácter de Total. 

Empecemos. Esta estrategia parte de no reconocer el conflicto armado con todas sus complejidades, así de simple; la guerra en Colombia es algo más que grupos de delincuentes y la construcción de paz algo más que la realización de una cadena de formalidades. 

Es cierto que el conflicto está degradado, que los medios de financiación pervirtieron los fines, que el camino iniciado con el triunfo de Petro refuerza otras posibilidades de cambio; pero nada de lo anterior borra que hay un conflicto armado que no se cerró con la negociación con las Farc, y que hay agendas de ese conflicto (como el problema de la tenencia de la tierra) que siguen a la espera.

La tendencia de sugerir que el M-19 fue la última guerrilla que puede ser llamada así no es una novedad. Desde los años 1980, en la vida universitaria, el sectarismo y la descalificación del otro ha sido una constante. Así que esa postura de Petro y de su alto comisionado de paz, Otty Patiño, no es una novedad.

La estrategia inicial

Antes, mucho antes de salir a hablar de Paz Total, el gobierno de Petro debió responderse de manera sincera algunas preguntas. La primera, si reconoce los elementos políticos que subyacen a la acción de algunos grupos. Y la segunda, si está dispuesto a negociar con todos o solo con los que les reconozca una agenda política.

En Colombia, negociar con “bandidos” no es ninguna novedad. Alfonso López Michelsen propuso negociar con el narcotráfico y el establecimiento negoció con Pablo Escobar. ¿Es eso recomendable, útil y aún posible? 

El error está en creer que se puede negociar con narco-paramilitares y ofrecerles un curso en el Sena como compensación; es decir, no ser realistas. Ese mismo error se repite con las disidencias: les ofrecen lo mismo que se ofreció a las Farc, cuando precisamente por esas y otras cosas (como la forma de entender la paz) se volvieron disidencias.

Si el Gobierno decide negociar con, digamos, actores no políticos, debió tenerlo claro desde el principio y calcular a qué estaba dispuesto. Eso no puede improvisarse. Y eso necesariamente requiere conversaciones directas con la derecha y con la extrema derecha del país, antes de llamar a la paz.

Igualmente, se ha debido explorar voluntad de las Fuerzas Armadas, qué se piensa en sus filas. Decir que son un ente pasivo que se debe a las normas es un acto de ingenuidad muy costoso; sobre todo cuando persiste la relación de los militares con los paramilitares en varias zonas del país.

La tendencia a decir que las Fuerzas Armadas son “del cambio”, simplemente porque Petro es el comandante es ingenuo. Sin que haya una reingeniería en las Fuerzas Armadas y un cambio radical de su doctrina, no habrá fuerzas armadas del cambio. Y esto aplica para el resto de la institucionalidad no pensada para la paz.

Una vez lanzadas las mesas, el Gobierno no logró coordinar entre lo que quería específicamente hacer (una estrategia) y lo que hacían los delegados en las mesas (unas prácticas de negociación). Es más, no se ve una coordinación entre los diferentes negociadores oficiales, lo que significa la ausencia de una estrategia clara.

El “ahí miramos a ver qué hacemos”, fue el mayor error de las negociaciones entre el gobierno de Santos y el Eln. Mientras que la negociación con las Farc dio sus resultados (perversos, a mi juicio, pero resultados, al fin y al cabo) porque hubo un planteo inicial bastante claro.

El debate de la condición
de actor político

Si se decide negociar con todo el mundo, eso es lo plausible, lo indispensable, pero lo más riesgoso, hay que dar el paso sin miedo. La paz fragmentada fracasó. Lo que no se puede es abrir la puerta a la Paz Total y luego meterle palos en la rueda. A mi juicio, el mayor palo es el afán de categorizar los grupos armados y de creer que la paz es un asunto esencialmente jurídico.

Lo hecho por el Gobierno esencialmente podía haberlo hecho sin necesidad de desgastar el legislativo en una nueva norma (me refiero a la ley de Paz Total). Y esa norma tiene un grave error: crear categorías de grupos, lo que en vez de facilitar que fluyan las conversaciones cae en el desafío innecesario de calificar a cada grupo armado.

Esa clasificación es perversa e innecesaria, porque desvía el debate real de la paz y se convierte en una talanquera, porque este es un país de leguleyos, y porque la semántica se priorizó sobre la realidad.

Un actor armado lo es (así de simple) en cuanto tiene capacidad militar, un mando y un mínimo de control territorial. Eso es DIH elemental. El grave error es hacer lecturas exegéticas de quién tiene una agenda política y quién no, en la que lo político depende de quién interpreta el caso. Es decir, se renuncia a la objetividad del poder militar y se opta por la valoración político-moral de las banderas del otro.

Esto demuestra, de nuevo, que el DIH no sirve para construir la paz. Entonces, si de crear categorías se trata, no se puede hacer esto por fuera de la realidad. Doloroso, pero hay que negociar con grupos que han cometido crímenes de guerra y que tienen fuentes de financiación ilegales. Lo otro es querer negociar con ángeles.

A la gente la siguen matando y en los territorios las decisiones sociales, económicas y políticas están siendo tomadas por personas armadas que, en este sentido, son actores políticos, tienen una propuesta (equivocada o no) sobre cómo administrar la “polis”. La tensión está en si la acción política de los actores armados es suficiente o necesitamos más criterios para incluir o excluir un grupo de la negociación.

De la paz territorial a la negociación fragmentada

La propuesta de “total” era la convicción de que los procesos de paz parciales tienen un límite. Eso ya lo enseñó Filipinas y Sudán. Se desmovilizó el M-19, pero las Farc siguieron en la guerra; lo hizo el Epl y el Quintín Lame, pero siguió el Eln, y las disidencias de las Farc.

El problema es que una vez se entendió que la paz debería ser total, volvimos a caer en la trampa de la paz “por pedazos”. Esto en varios sentidos:

1) creer que el conflicto se resuelve solo con políticas para los municipios Pdet, como si el conflicto no tuviera una agenda nacional: la llamada “paz territorial” (1).

2) considerar que la mejor manera de negociar es fracturando a las disidencias y al Eln y, 

3) no generar un diálogo permanente entre las diferentes mesas, sino cada una funcionando por su cuenta. Las delegaciones de diálogo del Gobierno no interactúan entre ellas.

La “paz por pedazos” es la tendencia a fragmentar el conflicto entre regiones aparentemente inconexas y creer que solo obedece a dinámicas simplemente criminales, con un alcance regional o local, pero nunca nacional.

La paz territorial (la idea de que Colombia va a resolver la paz por pedacitos) es la que ha llevado a que ahora se imponga la “violencia territorial”; es decir, a que se desconozcan las agendas nacionales y se quiera presentar la violencia sin contexto político, sin historia y sin causas. 

Con el Eln

Los problemas de avanzar en la negociación con el Eln son múltiples y algunos de ellos son responsabilidad directa del Estado; lo que no puede excusarse con la tesis de que “el Eln no quiere negociar”, como si eso fuera un mantra. El problema es que ya eran públicos los errores que cometió Santos con el Eln y que ahora el gobierno Petro sigue cometiendo. (2) 

Una gran equivocación fue seguir percibiendo que el modelo de negociación adelantado con las Farc había sido exitoso, que no había que hacerle ninguna crítica y seguía siendo exactamente el camino por recorrer para construir la paz con los demás actores armados. (3).

El proceso con las Farc tuvo no solo problemas de implementación sino de formulación (que aquí no alcanzo a desarrollar): desde la entrega de armas hasta la JEP, pasando por la falta de financiación para hacerlo realidad.

Poner la paz de Santos como paradigma es desconocer la historia reciente y, a la vez, tratar de imponer una lectura que no corresponde con la realidad. Las paz de Santos no puede seguirse viendo como lo firmado, cuando hay que ver es lo implementado. Lo demás son papelitos. Esa confusión (entre lo firmado y lo implementado) explica el retorno a la guerra en Mali o, recientemente, en el Congo.

Incluso, un sector de la izquierda en el gobierno renunció a los requisitos que exigíamos a gobiernos anteriores para construir paz: insistir en que no es desarme, sino justicia social; escuchar de verdad a las regiones (lo que explica parte de la crisis del Catatumbo); romper la connivencia entre las Fuerzas Armadas y los paramilitares, distinguir la política de paz de la política de seguridad, etcétera.

La decisión del Gobierno sobre la división del Eln en Nariño es exactamente todo lo contrario a la búsqueda de la Paz Total. Y ahora buscan repetir el mismo error con el Eln en la zona del Sur de Bolívar. En ese camino, no solo no habrá Paz Total, sino que ni siquiera habrá paz con un grupo completo.

Con el Eln se quedaron estancados en las formas, evadiendo los debates de fondo, como fue el caso del Comité Nacional de Participación: en vez de retomar los acumulados previos (caso los documentos de Tocancipá) desgastaron al movimiento social discutiendo por meses algo que bien podría ser resuelto en un par de semanas.

No estoy excusando al Eln en la responsabilidad que le corresponde, pero no fueron ellos los que propusieron y formularon la Paz Total, sino el gobierno del cambio. Creo sinceramente que los “elenos”, durante los primeros meses de este Gobierno sí se tomaron en serio la oferta de paz, pero no así en 2023. El Eln lleva décadas negociando, pero si este Gobierno usa las mismas tácticas de los anteriores, difícilmente obtendrá resultados diferentes.

La burocracia de la paz

Digamos la verdad: Danilo Rueda lo hizo mal, pero Otty Patiño lo superó. Con muy honrosas excepciones, la propuesta de paz de Gustavo Petro se descafeinó entre sus funcionarios, se redujo al desarme, repitió errores ya identificados de procesos anteriores y se creyó el cuento de que bastaba decir que, como Petro ganó, entonces había que entregar las armas. 

Lo anterior no es argumento: sigue el paramilitarismo, el asesinato de líderes sociales, muchas agendas ni siquiera han sido mencionadas. Es cierto que Petro no puede cambiar en un par de años lo hecho por la derecha en 200, pero eso no justifica que cometa los mismos errores.

La Paz Total, al igual que otras políticas de Estado, se han reducido a un problema de cómo convencer de su valía a intelectuales urbanos, se habla para un sector pequeño de la sociedad y para la comunidad internacional, y así no se conecta la propuesta de Paz Total con la necesidad de información del país real. 

Por esto mismo se cometió uno de los más grandes errores de Santos: no hablarle al país, no tenerlo informado, no hacerlo parte de los avances y de los retrocesos que implica la complejidad de un proceso de paz. Seguimos sin estrategia de comunicación.

Mientras se habla de un abordaje integral, los representantes del Gobierno están haciendo negociaciones por pedacitos y por frentes; es decir, a lo máximo que suena la Paz Total hoy en día es a una paz fragmentada y por tanto llamada al fracaso. Ni siquiera hubo reuniones entre las mesas que buscaban la paz en Nariño, con diferentes grupos, pero en un mismo departamento.

La configuración de las mesas del Gobierno estuvo basada en la lógica woke: alguien de las negritudes, otro de los indígenas, alguien más de otra minoría, dejando de lado los dos más importantes criterios: que conozcan a los actores armados con los que se van a sentar y que sepan algo de negociación de conflictos. Lo demás es populismo.

Un gobierno, el que sea, no puede confundir a los arquitectos que diseñan y hacen edificios, con los bomberos que apagan los incendios de esos edificios. Para lo primero se necesita planeación, estrategia. Como dice el refrán, cuando uno en la mano tiene un martillo, todo le parece una puntilla.

Todo el apoyo de la sociedad a favor de la paz, y que contribuyó a la elección de Petro, se ha desperdiciado porque los de la izquierda que llegaron al gobierno están atrapados en la burocracia, con prácticas de derecha y, cada vez más convencidos, que solo se trata de un problema de delincuencia.

Como si fuera poco, el centralismo de la llamada sociedad civil (léase las ONG con sede y visión centrada en Bogotá) es tan marcado que las quejas les llegan desde Ituango hasta Catatumbo, desde Cauca hasta Guaviare, diciendo que los que están en Bogotá hablando sobre paz a nombre de la sociedad, tampoco los representan.

En resumen, la falta de una estrategia clara se ha llenado con la voluntad de los negociadores, de cómo entiende cada uno de ellos la paz. Y esa sí es una responsabilidad del Presidente, quien debe ser más categórico y explícito con lo que busca en materia de paz.

Salidas en falso

Ahora, a pocos meses del cierre de una esperanza de paz, el Gobierno trata de mantener algo a flote con los mismos protagonistas que no han dado resultados y con la misma lógica de “garrote y zanahoria” que les fracasó a los gobiernos de derecha.

Por ejemplo, con una parte de las disidencias, la captura de un negociador le resta seriedad al Gobierno y seguridad jurídica al proceso. Un gobierno progresista no puede dejar la paz en manos de la Fiscalía y, menos aún, pedirle que detenga a sus interlocutores.

Claro que todo Estado es, por definición, violento; pero el uso de dicha violencia sí debe ser una marca de diferenciación entre un gobierno de derechas y uno progresista, o como se le llame. 

Lo anterior se ve en un reciente debate, a partir de las experiencias del Cauca y  Catatumbo, sobre el uso de la fuerza militar, la conmoción interior y otras medidas similares. Los gobiernos de izquierda también pueden hacer uso de estos recursos; el debate (que sobrepasa este artículo) es bajo qué criterios.

El error más cuestionado, conocido y repetido es ofrecer a los armados, un modelo de DDR (desarme, desmovilización y reinserción) cuando la historia del país demuestra que esto no funciona. Además de saber qué pasa en las regiones, vale preguntarse por qué pasa lo que pasa. Y así entenderemos el fracaso del DDR.

Si creemos que la paz es solamente un “asunto semántico”, eso puede resolverse con un discurso o con un “performance”. Lo que hoy se ve es que ni la norma, el discurso ni el abordaje fragmentado pueden dar respuesta a un problema que es real.

Si sabemos que el narcotráfico ha permeado todas las prácticas de poder en Colombia (las legales y las ilegales), si no hay un proyecto serio de sustitución de economías en las regiones (y no simplemente de sustitución de cultivos), no hay posibilidades de avanzar.

Si los armados, los que sean, siguen teniendo un puesto en las Fuerzas Armadas y en los clanes políticos regionales, entonces lo que se diga en las mesas de negociación va a tener un impacto limitado en la realidad de las regiones.

Tres reflexiones sueltas: a) puede sonar innecesario, pero es indispensable distinguir entre la Paz Total como mandato y como meta; b) no se puede ser ingenuo en una negociación con bandas criminales sin conjugar diferentes estrategias que le hagan más rentable la paz que la guerra, y c) la estrategia debería partir por reconocer los límites de tener el gobierno, pero no tener el poder, ni para hacer la paz, ni para hacer el resto de las tareas. γ

23 de abril de 2025

1. Ver,  https://victordecurrealugo.com/contra-la-paz-territorial/ 

2. Ver, https://victordecurrealugo.com/hablar-paz-eln/

3. Ver,  https://victordecurrealugo.com/paz-farc-segun-eln/

https://libreria.desdeabajo.info/index.php?route=product/search&search=A.%20suscripci%C3%B3n

Información adicional

Autor/a: Víctor de Currea-Lugo
País: Colombia
Región: Suramérica
Fuente: Periódico Le Monde diplomatique, edición Colombia Nº254, mayo 2025
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