La particularidad de la pandemia del covid-19 consistió en que es la primera de su tipo en la hora de la total globalización, facilitada por medios de transporte rápidos, una enorme migración, turismo y viajes prácticamente sin límites. Desde luego que existen otras pandemias: las más importantes son la del ébola, de origen viral, y la de la malaria (o paludismo), de origen parasitario (por contagio de la mosca Anopheles). La diferencia es que el ébola está confinado (con éxito) –por ahora al África– y la malaria a las regiones tropicales. No constituyen un motivo serio de preocupación para el llamado primer mundo. Por su parte, por lo demás, la gripa española de comienzos del siglo XX –otra seria pandemia– tuvo lugar cuando los viajes por barco, avión y automóvil estaban bastante restringidos o eran inexistentes en escala masiva. Vale siempre distinguir una pandemia de una epidemia. El tema de base es demográfico.
Ana Unhold, sin título (Cortesía de la autor)
En cualquier caso, la pandemia del covid-19 obligó a los ciudadanos del mundo a encerrarse. Y muchas veces fueron obligados a hacerlo. En muchos lugares durante cerca de dos años. En la mayoría de los países, dos, tres, cuatro, cinco olas de contagio. Y a la fecha el tema no se detiene. Hace rato ya se está hablando, con toda razón, acerca de la próxima pandemia.
En numerosas ocasiones, el encierro estuvo acompañado de medidas policivas y militares; se trató de toques de queda, correajes policiales, y otras medidas punitivas. Ciertamente que el distanciamiento social era necesario. Precisamente de eso se trata a propósito de contagios. Ciertamente que el encierro forzado permitió un aprendizaje inusitado: la incorporación cotidiana de las tecnologías de la información en las formas de teletrabajo, educación virtual, telemedicina y otras expresiones semejantes. La venta de computadores y tabletas, principalmente obedeció al uso de plataformas de conexión grupales. Si la tercera revolución industrial, formulada en el 2011, consistió en el reconocimiento público de internet, la red que ella significa e implica se convirtió en una realidad cotidiana para jóvenes, adultos y ancianos, lo que pasa, naturalmente, por un tema político y económico: la división o la brecha digital.
Una realidad sobre la que, valga decirlo, los gobiernos en general, y el colombiano en particular, han avanzado muy poco en dos frentes puntuales pero fundamentales. Uno, el incentivar a la industria para que los precios de los computadores y tabletas se reduzcan a la vez que aumentan su capacidad computacional. Sencillamente los gobiernos no han entrado para nada en el tema. Y el segundo frente es justamente el de los servicios de internet, que siguen siendo ampliamente privados. No existe a la vista ninguna política que promueva el uso del wimax sobre el wifi; esto es, el suministro de wifi libre, abierto y gratuito para la ciudadanía, financiado por los gobiernos, local, regional o nacional.
Lo que se ha avanzado en este plano es muy poco, asimismo, en dos planos importantes: de un lado, la promoción en gran escala de datos abiertos (open data) y de Open Access a material educativo, científico y académico para la ciudadanía. Sin ambages, el respeto a los derechos humanos pasa en el marco de la sociedad de la información por una política de Open Access y de open data. La pandemia no les ha permitido a los Estados y gobiernos aprender nada al respecto. Todo continúa en este plano igual que antes de la pandemia.
En contraste, la verdad es que numerosos gobiernos aprovecharon la inmovilidad social para corruptelas, crímenes de Estado, y desfalco a los dineros públicos. En Europa y en Estados Unidos, en América Latina y en África, por ejemplo.
La pandemia fue eso: un asunto de salud pública
Alrededor del mundo se planteó un falso problema: economía o salud. Y la respuesta fue evidente por parte de los gobiernos: la economía prima sobre la salud. Más allá de si se trata de países liberales, conservadores, son sistemas unicamerales, monarquistas, bicamerales, dictadoras o democracias y demás. Un hecho de suma gravedad.
Vale insistir en esto (1). Las crisis, se afirma en general, constituyen oportunidades; específicamente, oportunidades de aprendizaje. Justamente en este marco se habló –y aún se discute al respecto, aunque cada vez más– acerca de la “nueva normalidad”, que es el título genérico para designar justamente los aprendizajes posibles ganados durante y gracias a la pandemia.
Pues bien, antes, durante y después de la pandemia –hoy ya se empieza a hablar de la postpandemia, sin que absolutamente ningún país haya logrado superarla por completo– la economía fue lo más importante, y la vida y la salud fueron dejadas de lado.
Algo que no sorprende. Ni el capitalismo, ni el sistema de libre mercado, ni Occidente han sabido verdaderamente nunca acerca de vida y de salud; solo de ganancia y enfermedad, que es un gran negocio; la salud no lo es (2). En eso exactamente consisten las políticas públicas de salud, a saber: en políticas acerca de la enfermedad. El colofón y la expresión mejor acabada de este estado de cosas son los estudios acerca de la carga mundial de enfermedad (3).
Como expresión de ello, definieron e impusieron la falsa creencia, que la solución a la pandemia era el aislamiento, el encierro y la vacuna. Un sofisma total, pues ninguna de estas medidas atacó el problema verdadero que es el sistema de atención en salud: la seguridad social.
En el caso particular de América Latina, ampliamente, la atención en salud está privatizada. Es el abandono de la salud y la vida por parte de Estado y la privatización de la salud –para no mencionar la seguridad, la educación y en el contexto de la pandemia, de los servicios funerarios–, los que constituyen el verdadero problema. Ni el Estado, ni los gobiernos aprendieron, por las razones que sea, este asunto. Lo peor que le puede suceder a un sistema vivo es que no aprenda: entonces opera la selección natural, pues termina por extinguirse.
Pretender que la solución a la pandemia son las vacunas es lo mismo que atender, literalmente, a un paciente en urgencias con una aspirina, una curita (bandita) o un placebo. La crisis del covid-19 no la generó el virus, sino el hecho de que histórica y sistemáticamente los gobiernos desplazaron las políticas sociales a lugares secundarios en nombre, fundamentalmente, del gasto en seguridad y defensa; el negocio de la muerte, el negocio de la guerra.
Como se aprecia sin dificultad, el negocio de la enfermedad está perfectamente vinculado al negocio de la muerte y de la guerra. Eso exactamente es el capitalismo.
Un sistema que no aprende
Occidente ha conocido en tiempos recientes varias epidemias y pandemias. Sin ir muy lejos, la gripe española, la pandemia del ébola, la pandemia de la malaria (o paludismo), la pandemia misma del VIH, para mencionar los ejemplos más conspicuos. Sólo que la pandemia del covid-19 ha resultado importante por su carácter global.
Estas pandemias ponen de manifiesto que Occidente, el liberalismo, el capitalismo, el sistema de libre mercado o como se lo quiera denominar, tiene una capacidad muy baja o nula de aprendizaje, específicamente cuando se trata de atender a temas como salud, vivienda, educación, naturaleza (medio ambiente) y vida. Su prioridad es el crecimiento económico, las ganancias, la ampliación del mercado, la productividad, la competitividad, el consumo nunca la salud y la vida. Precisamente por ello, alrededor del mundo existe un profundo malestar –en Francia y en Estado Unidos, en Japón y en la India, en España y en Italia, en México y en Colombia, por ejemplo–; en cada país, los grandes medios de comunicación se encargan de ocultar esta situación de orden mundial, y a lo sumo presentan, editadas, las noticias acerca de la situación nacional.
En otras palabras, mientras que los gobiernos y los Estados no han aprendido nada durante la pandemia, las comunidades y las sociedades, las culturas y los pueblos no han desaprovechado la exigencia, transformada en oportunidad. Asistimos a un magnífico cambio civilizatorio que pretende ser ocultado por la gran prensa, pero que ciertamente apenas comienza a unificarse y a desplegarse de manera orgánica. Los ritmos de la historia no siempre son necesariamente vertiginosos. Tanto menos en el contexto de un sistema panóptico, manipulador y controlador a escala sistémica y sistemática.
Ser modernos, en general, significa ser miopes, con una mirada de corto alcance. Occidente, tradicionalmente sólo estuvo mirando su propia imagen o su propio ombligo.
La naturaleza nos habla en múltiples lenguajes. Hoy, literalmente, nos está hablando en la forma de volcanes (La Palma en España y Etna en Italia); en la forma de tifones y huracanes (Mar Caribe, Océano Índico); en la forma de temblores y terremotos (China, México, Haití o Japón); en la forma de incendios incontrolables (California, España, Brasil, Venezuela); en la forma de sequías terribles (Armenia, Timor Oriental, Madagascar); en fin, en la forma de virus (covid-19), por ejemplo. Occidente, una civilización distintivamente antropocéntrica, no puede leer ni entender los lenguajes con los que está hablando la naturaleza. Lo mejor que acaso alcanza a decir es que las crisis ambientales son de origen antropogénico, en general. Occidente no aprende, el capitalismo no aprende. Pero los movimientos sociales, políticos y ecologistas alternativos –entre muchos otros–, sí aprenden que Occidente no aprende. Un aprendizaje singular.
La biología en general, la teoría de la evolución en particular y la ecología sin la menor duda, han puesto ya suficientemente de manifiesto que lo peor que le puede suceder a cualquier sistema vivo es que no aprenda. Porque entonces el camino a la extinción es irreversible.
La verdad es que la crisis profunda ocasionada por el covid-19 permitió la constitución, emergencia y consolidación de numerosos movimientos autogestionarios (4) alrededor del mundo. Una breve lista de estos incluye la alimentación y nutrición, el trueque, los cuidados de salud, acciones de solidaridad sin límites, sistemas de educación, en fin, la ayuda mutua y la cooperación (5). Una nueva civilización está emergiendo. Este es un aprendizaje sin igual en la historia de la humanidad.
Los temas de salud mental: una enseñanza importante
El principal problema de salud pública en el mundo, hoy, es la salud mental. En promedio cada treinta segundos se suicida una persona en el mundo, por diferentes causas (6). La crisis del covid-19 vino a acentuar la tasa de problemas de salud mental y el aumento de suicidios. Con una advertencia puntual: los suicidios son contagiosos, ni más ni menos que cualquier otro contagio.
La muy alta tasa de suicidios alrededor del mundo significa, simple y sencillamente, que hay un modelo civilizatorio en crisis que no ha sido suficiente para generar esperanzas, producir alegría, optimismo, y razones para vivir. En las políticas públicas de salud usualmente se habla mucho de la salud mental en general, pero se omiten estas particularidades. Se termina por culpar a la sociedad, sin que los gobiernos y los Estados asuman su responsabilidad. También hemos aprendido esto.
Pues bien, al respecto, es importante rescatar, una vez más, la Declaración de Lyon, del año 2011. Dicho negativamente, la globalización enloquece a la gente (7), literalmente. Y dicho en forma positiva, una señal de salud mental consiste en la capacidad para decir no.
No a un sistema violador de derechos humanos, un sistema que es incapaz de aprender, generador de inequidades, injusticia e impunidad galopantes. La pandemia del covid-19 le ha permitido a los pueblos y sociedades reconocer que la capacidad de decir no a las autoridades y los poderes no es simplemente un rasgo de resistencia, de oposición, de alternatividad y demás. Se trata, simple y llanamente de una señal de salud mental.
Dicho en una palabra, la capacidad de decirle no al poder es la más evidente señal de salud mental. Y entonces, claro de vitalidad y resistencia.
Desde luego que la capacidad de decir no al maltratador, al explotador, al asesino, al torturador, al violento, al corrupto, al falaz y al hipócrita, por ejemplo, debe ir acompañado de acciones y formas de organización. El tema entonces es el de la acción colectiva. Decir no debe dar paso a acciones, movimientos, decisiones y formas de organización. A escala individual y colectiva. Esto es salud. Y de salud y de vida el capitalismo nada sabe. Por ello mismo sus planes y programas de control y manipulación.
De esta suerte, la ecuación economía o vida se revela, manifiestamente, como falsa. La pandemia permitió a todos reconocer que sin salud no existe nada más, y que perder la vida es el mayor dolor. No simplemente un dato estadístico, un costo colateral, una baja casual.
Los aprendizajes de la pandemia están en proceso de consolidación alrededor del mundo, y un tejido sólido lo están elaborando las comunidades y organizaciones sociales alternativas. Existen serios motivos para un optimismo fundamentado; esto es, con información. Pues bien, estos aprendizajes están siendo consolidados y compartidos.
Hemos aprendido también que la gran prensa no dirá jamás ni una palabra al respecto. No importa: otros medios de comunicación y de experiencia emergen, saben unos de otros, y se consolidan orgánicamente.
1. Véase (2021) “Fenomenología de la pandemia”, en: Le Monde diplomatique, Nº207, febrero, pp. 8-9; (2020) “Los engaños de la estadística. A propósito de la crisis del coviv-19”, en: Le Monde diplomatique, Nº 199, pp. 4-6; (2020) “¿Qué significa la crisis del coronavirus?”, en: Le Monde diplomatique, Nº 198, pp. 4-6; (2021) “Covid-19 y necropolítica: cuando los países ricos dejan morir a los pobres”, periódico desdeabajo, julio-agosto, Nº 210, pp. 10-11; (2021) “La pandemia reveló lo mejor y lo peor de cada quien”, periódico desdeabajo, Nº 276, pp. 24-25.
2. Cfr. Ruelas Barajas, E., Mansilla, R., Rosado J. (Coords.), (2006). Las ciencias de la complejidad y la innovación médica. Ensayos y modelos. México, D.F.: Unam
3. Cfr. http://www.healthdata.org/
4. En un próximo artículo nos ocuparemos de un panorama tan sugestivo, con casos y experiencias puntuales alrededor del mundo
5. Entre otras informaciones, véase: https://www.restosducoeur.org/;https://www.awesomefoundation.org/en/projects/66523-barter-market;https://asia.nikkei.com/Economy/The-truth-behind-India-s-new-barter-economy;https://en.wikipedia.org/wiki/List_of_alternative_universities;https://zad.nadir.org/?lang=es
5. Cfr. https://ourworldindata.org/suicide
6. file:///C:/Users/cemca/Downloads/chantal,+Journal+manager,+documento_interes-vol2_num2.pdf
* Filósofo, integrante del Consejo de redacción de Le Monde diplomatique, edición Colombia.