Bolivia, vientos de cola

El pasado 17 de agosto, tal como lo anticiparon todos los analistas y las encuestas, el MAS perdió las elecciones para presidente y para el cuerpo legislativo, resultado que lo dejó al borde de la desaparición del escenario público e institucional de Bolivia (1). El suceso era predecible, tanto por su desgaste intestino en la disputa por el control del aparato electoral que resume esa sigla, como por lo social, con la crisis económica que agobia al país.


También, como lo anunciaron las encuestas, las fuerzas de la tradición obtienen las mayores votaciones, y pasan a segunda vuelta Rodrigo Paz Pereira (32,14%, Partido Democracia Cristiana) y Jorge “Turo” Quiroga (26,81%, alianza Libertad y Democracia), en los comicios por celebrarse el próximo 19 de octubre, una disputa que desde ahora anuncia que queda fragmentado y en disputa el control del aparato de Estado, que por años ostentó el MAS, lo mismo que el amplio liderazgo social que cosechó y que le permitió vencer en cuatro elecciones por mayoría absoluta. La forma como se maneje el conjunto de reformas económicas y sociales, a que obliga la crisis de hidrocarburos y divisas, así como la pendiente inflacionaria que afronta el país sudamericano, determinará el ritmo político. El apoyo inmediato brindado por Samuel Doria Medina, tercera votación (19,86%, alianza Unidad) a Paz Pereira, parece sellar desde este momento el resultado final de la consulta electoral.

También, como lo anunciaron las encuestas, las fuerzas de la tradición obtienen las mayores votaciones, y pasan a segunda vuelta Rodrigo Paz Pereira (32,14%, Partido Democracia Cristiana) y Jorge “Turo” Quiroga (26,81%, alianza Libertad y Democracia), en los comicios por celebrarse el próximo 19 de octubre, una disputa que desde ahora anuncia que queda fragmentado y en disputa el control del aparato de Estado, que por años ostentó el MAS, lo mismo que el amplio liderazgo social que cosechó y que le permitió vencer en cuatro elecciones por mayoría absoluta. La forma como se maneje el conjunto de reformas económicas y sociales, a que obliga la crisis de hidrocarburos y divisas, así como la pendiente inflacionaria que afronta el país sudamericano, determinará el ritmo político. El apoyo inmediato brindado por Samuel Doria Medina, tercera votación (19,86%, alianza Unidad) a Paz Pereira, parece sellar desde este momento el resultado final de la consulta electoral.


La crisis
Una vez conocidos estos resultados, los titulares de diversidad de medios de comunicación resaltan el final de un ciclo político en el país, así como el repliegue en que entra el progresismo, antecedido de los fracasos en Ecuador y Argentina. Tales factores resaltan los fervores que en su momento despertó el proceso boliviano, encabezado por un líder social de raíz indígena, aupado por un amplio apoyo social que incluía movimientos sociales como los cocaleros y los obreros, además de diversidad de expresiones sociales de carácter urbano.


No es extraño el agotamiento de los procesos sociales y políticos, mucho más si van perdiendo el espíritu y la raíz que les dieron origen. Es lo ocurrido en la experiencia boliviana. Como ahora se recuerda, en los años 90 y los comienzos del 2000, este país se vio sacudido por una serie de protestas y alzamientos sociales que sintetizaron de manera clara el descontento social que despertó el neoliberalismo, con sus políticas privatizadoras. El intento, por ejemplo, de privatizar el servicio del agua en el municipio de Cochabamba, con incrementos en sus tarifas de hasta el 300 por ciento, desató una amplia protesta social, conocida como “guerra del agua”, resistencia ciudadana que abrió el debate sobre el modelo económico que requería –y requiere– el país y la manera de llevarlo a cabo.


Tres años después, antecedido por las expectativas que despertó el descubrimiento de grandes reservas de gas y su explotación con beneficio concreto para toda la población –antes que para el capital internacional–, toma forma lo que también fue conocido como ‘guerra’ pero esta vez del gas. La exigencia popular es la nacionalización inmediata de un recurso vital en los hogares, así como en el transporte. La movilización social que ello propicia, así como su represión, se traduce entonces en el asesinato de por lo menos 59 manifestantes, masacre que obliga a la renuncia del presidente Gonzalo Sánchez de Lozada (2002-2003). Más allá de la inconformidad social, Bolivia entra en un proceso de inestabilidad política con amplia efervescencia popular. La silla presidencial es asumida por Carlos Mesa, vicepresidente, quien solo aguanta dos años (2003-2005). La crisis se ahonda, lo cual exige soluciones inmediatas, situación que surge desde abajo.

No es casual que sea así. Mientras la movilización social gana espacio, la organización territorial de base, con amplia reflexión política, también toma forma. Se movilizan todas las capas sociales, interviene la intelectualidad (un sector en el cual jugaría importante papel Álvaro García Linera, quien por años sería vicepresidente), hay confluencia de proyectos de base (el dinamismo de las confederaciones campesinas, entre ellas) y se dibujan proyectos nacionales que se expresan en la exigencia de “refundar el país” (imponer una agenda antineoliberal, darle más papel al Estado, atacar la pobreza extrema, estatizar los bienes estratégicos, son algunas de las ideas básicas que circulan y hacen parte de ello) y los indígenas ganan reconocimiento y protagonismo, rompiendo siglos de exclusión social y política. Su propósito de buen vivir es acogido nacional e internacionalmente como un pretendido estratégico de plena validez.


En medio de todo este acontecer, llegan las elecciones (diciembre 2005), en las que el MAS, en cabeza de Evo Morales, que ya había sido batido en las de 2002 por Gonzalo Sánchez de Lozada, sale elegido con el 54 por ciento de los sufragios.


Los vientos a favor no podían ser desperdiciados y este triunfo es reforzado en el 2006 con el obtenido en la elección convocada para llevar a cabo una Asamblea Constituyente. El MAS aparece, no hay duda, como la fuerza política dominante en el ámbito nacional. Tales expresiones de fortaleza son refrendadas en el 2008 con la citación a un referéndum de voto de confianza a la dirección política que tenía el país, con votaciones favorables hasta del 80 por ciento en algunos departamentos. Vendrían luego las elecciones regionales de 2010, en las cuales se profundiza su dominio territorial.


Consecuente con los movimientos sociales que lo han llevado a la dirección del país, el MAS, en cabeza de Evo Morales, materializa de inmediato las principales exigencias de los actores sociales: nacionalización de recursos estratégicos, tales como gas y agua. A la vez, la inversión social se multiplica, y la democracia gana nuevos ribetes al abrirse espacio para el protagonismo indígena, campesino y popular. La pobreza, recibida en un 62 por ciento, comienza a caer, todo esto permitido por los buenos precios de las materias primas en el plano internacional. Tal proceso bien pudo haber llegado a mayores, de haberse aprobado una reforma tributaria que recayera sobre los más ricos, en un país donde el 85 por ciento de la economía es informal.


Es aquel un avance que va acumulando sus contras, entre ellas el liderazgo de un dirigente embriagado en el personalismo y el caudillismo, realidad no cuestionada hasta 2016, cuando, por querer atornillarse al poder, impulsa una consulta popular para validar un tercer gobierno en línea, contrario a lo establecido en la Carta Política que él mismo ayudó a redactar y tramitar en la Asamblea Constituyente. El favor popular le es contrario, pero Morales no toma nota de ello: año tras año, insistirá en su sueño de hacerse perpetuo. Esa decisión y ese proceder marcarán el punto de arranque de su distanciamiento con amplios sectores sociales, además de agudas contradicciones con muchos dirigentes sociales y políticos que lo habían acompañado desde el propio momento en que el MAS fue abriéndose espacio en el escenario nacional.


Se trata del desgaste mismo del poder, con evidentes resultados en las elecciones de agosto 17. Ese desgaste deja en evidencia que la propuesta del MAS –de llevar a cabo una revolución cultural– es una de sus principales deudas con la sociedad boliviana, inconsecuencia evidente, no solo por el culto al personalismo, al Estado, al caudillismo, al mandar sin obedecer, sino también por prácticas patriarcales, machistas y gamonalistas, como las indilgadas a Evo Morales por mantener relaciones sexuales con menores de edad (2). El poder embriaga, recuerdan numerosos sucesos a lo largo de la historia mundial.


Esa mengua de prestigio y liderazgo se constata con mayor evidencia a partir del 2019. Entonces acontecen dos sucesos de especial significación: un levantamiento militar y social, bajo la denuncia de fraude electoral en las elecciones que lo habían llevado de nuevo a la Presidencia, y que en ese mismo año pone fin al gobierno de Evo Morales, tras lo cual sale al exilio en México. La interrupción del gobierno constitucional se supera un año después con las elecciones citadas por el gobierno interino a cargo de Jeanine Áñez Chávez (3), en las que Luis Arce es elegido por una mayoría absoluta del 54 por ciento (4).


A su regreso del exilio, la disputa por la dirigencia del MAS, entre su líder histórico y el Presidente, gana ribetes de novela de terror. Se presenta una disputa de canibalismo político puro, evidencia de que en el hacer político del progresismo conservan vida algunos factores negativos de lo conocido como socialismo real, entre ellos el líder eterno o insustituible, el culto al Estado y la instrumentalización de los movimientos sociales. La disputa conduce a la atomización del MAS en variadas tendencias (las encabezadas por estos dos dirigentes las más resaltadas), con un manoseo y manipulación de las comunidades y de la opinión pública en general que llevó al resultado indiscutible de las elecciones de ahora, con la virtual desaparición del MAS y lo acumulado en prestigio y liderazgo por los pueblos indígenas y otros sectores de base de la sociedad boliviana.


Las elecciones
Aprovechando ese desgaste, los sectores tradicionales del establecimiento, arrinconados y a la sombra por dos décadas, retoman el control del aparato gubernamental. Es este un renacer favorecido por el desgaste del modelo extractivista sobre el cual cabalgó el MAS en sus primeros años, por efecto de la abundancia de gas y sus buenos precios en el mercado internacional, lo cual permitió el alabado “milagro boliviano”, exhausto una vez que se agotó ese recurso natural. Sin este y sin dólares, la importación de hidrocarburos se transformó en un dolor de cabeza, como también el surtido de gasolina, gas y otros derivados del petróleo. Con colas hasta de varios días para llenar los tanques de los carros, y con los precios al alza de los productos de la canasta familiar, el descontento social también fue en creciente. Se trata de una inconformidad también presente y estimulada por el “semicorralito” que sufren los ahorros bancarios en dólares desde los inicios de 2023, y por el cual los dueños de las cuentas solo podían sacar 200 dólares por día; ahora la cifra se ha reducido a 100. También existen topes para los retiros mensuales, lo mismo que para el uso de tarjetas de crédito y débito en el extranjero (5).


Con todo esto en curso, lo que pasa al paredón es un modelo social, político y económico que no cuestionó al capitalismo, modelo que confunde nacionalización de recursos naturales y materias primas con socialismo, modelo que, si bien incrementa la inversión social, no cuestiona ni quiebra las líneas estructurales de lo heredado. De ahí que por momentos –cuando la economía va bien– logra mejorar los indicadores de desigualdad social, pero, cuando esta desmejora, la curva de empobrecidos alcanza sus sitiales de ‘honor’, como queda registrado en recientes estadísticas, que indican cómo la pobreza en Bolivia hoy es similar o igual a la de 20 años atrás (6). Esta es la prueba de fuego de que la política de subsidios, ‘recomendada’ por la banca multilateral (Banco Mundial, Fondo Monetario Internacional) solo sirve para disfrazar por algún tiempo las reales condiciones de vida de las mayorías, así como para dilatar las contradicciones de clase que les dan sustento.


Bajo tal estado de cosas, los candidatos triunfadores, y en fila para la segunda vuelta, no tienen que romper con lo que van a heredar; solo les corresponde reencauzarlo: en primera instancia, reducir el gasto público, con un tema espinoso en ello y que no quiso tocar Luis Arce por el alto costo social que implica eliminar el subsidio a los hidrocarburos, una verdadera vena rota de las finanzas públicas que le suma tres mil millones de dólares al déficit de las finanzas públicas cada año; recortar la planta pública de funcionarios, mejorar la producción nacional de alimentos de primera necesidad, así como su mercadeo; renegociar precios de productos fundamentales que son importados para mantener la producción nacional en pie, así como para garantizar el surtido de la mesa boliviana.


El método para llevar esto a cabo determinará los niveles de contradicción social que se aticen en 2026 y los años posteriores, mucho más en una sociedad que ahora no cuenta con un liderazgo con reconocimiento mayoritario en lo nacional. Conciliar, negociar, acordar, serán verbos que ganen protagonismo. Con ello entrará en juego un “capitalismo popular”, como anuncian Rodrigo Paz Pereira y su aliado Samuel Doria Medina.


Lo que apunta sobre la política boliviana es un posible mandato político y económico con soporte en los apoyos sociales que logró quien alcanzara el mayor porcentaje de votos en la primera vuelta, como lo explican los analistas de las recién realizadas elecciones. Según estos, al preguntarse acerca del rumbo tomado por quienes siempre habían votado por el MAS, llegan a la conclusión de que un importante porcentaje de estos prefirió a Paz Pereira, por ver en su propuesta la continuidad del modelo económico imperante, un modelo del cual salió favorecido un porcentaje de aimaras hoy empoderados como nuevos segmentos burgueses, a quienes les interesa la conciliación, no la ruptura; la negociación, no la imposición. En esto último no encontraban posibilidad alguna con Jorge “Turo” Quiroga, por su nefasta trayectoria política pero también por ser vocero y presentante de un modelo político, económico y social cercano o igual a Javier Milei en la vecina Argentina, además de racista, antiindígena.


En este escenario, ¿se podrá recuperar algo de lo acumulado por el MAS en la historia reciente de su país? Todo indica que sí, pero ello depende de la forma que tomen varios pendientes, entre ellos la posición que adopte Evo Morales, quien, con el porcentaje de electores que respondieron a su llamado al voto nulo, demostró que aún conserva cerca de un 20 por ciento de fieles, un sector radical que puede inmovilizar el país, y ahondar su crisis económica o contribuir a salir de ella. La negociación con quien salga elegido para el período 2026-2030 será dura y determinante. En todo caso, “quemar las naves” no parece ser la opción. Por el lado de Arce, queda poco, y su escaso liderazgo político y su aceptación social no le darán peso suficiente en el escenario en que entra el país, ni posibilidades de dirigir proyecto alguno para potenciar la marca MAS, ahora en sus manos. Del lado de Andrónico Rodríguez, supuesto alfil de Evo Morales, pero desconocido por este en el tramo final del proceso electoral, con los 8,5 por ciento de votos obtenidos entrará en prueba de fuego para demostrar que tiene temple de acero, así como capacidad para recoger, con una propuesta incluyente, el disperso activismo masista, al tiempo que encabezar un proceso de reconstrucción social de índole plural que le abra el escenario electoral de 2030, desplegando un liderazgo que rompa con lo más errático de su promotor inicial, oxigenando de esa manera el actuar indígena y popular.


También están sobre el tapete todas aquellas expresiones sociales y políticas que aspiran a un real cambio poscapitalista, en la patria que le hace honor al nombre del Libertador, soportados en las evidencias arrojadas por el modelo progresista que no alcanzó a realizar ni la mitad de lo que ejecutó la socialdemocracia europea en sus mejores años.

  1. En la Cámara Alta, el candidato Rodrigo Paz y su partido Demócrata Cristiano obtuvieron la mayoría: quince integrantes, de los cuales doce fueron para Libre de Quiroga y ocho para Alianza Unidad de Samuel Doria Medina. Las tres expresiones de la derecha, más una cuarta –Manfred Reyes Villa (APB-Súmate) que sumó un escaño– completan un Senado sin presencia del MAS ni de sus fracciones. Nadie tendrá la mayoría y las cuatro fuerzas deberán negociar. En Diputados, el PDC de Paz obtuvo 45 integrantes de la Cámara, seguido por los legisladores que responden a Quiroga, que son 37. Doria Medina sacó al menos 28 diputados. La izquierda solo quedará representada por los cinco miembros del cuerpo que ingresó Alianza Popular de Andrónico Rodríguez, y el MAS oficialista apenas tendrá un diputado.
  2. Zibechi, Raúl, “Bolivia, o las miserias del poder”, La Jornada, noviembre 29 de 2024, https://www.jornada.com.mx/noticia/2024/11/29/opinion/bolivia-o-las-miserias-del-poder-5076.
  3. No puede dejarse al margen las masacres a cargo del gobierno de Jeanine Áñez Chávez, dos en particular y con víctimas todas indígenas: la acaecida el 15 de noviembre de 2019 en la ciudad de Sacaba, cuatro días después de haber asumido el gobierno, y que arrojó 12 asesinados y 120 heridos. Y la ejecutada en los exteriores de la planta de gas de Senkata, en El Alto, con un salto total de 11 asesinados y no menos de 50 heridos. Masacres que dan cuenta del carácter del gobierno que recién asumía las riendas del país, así como la profunda confrontación política y social que estaba en curso.
  4. El candidato elegido por las bases para encabezar la campaña presidencial fue David Choquehuanca, pero Evo Morales maniobró e impuso a quien hoy es su acérrimo contradictor. El elegido por las bases pasó a ser vicepresidente.
  5. Molina, Fernando. “Bolivia: un golpe en medio de la tormenta”, Revista Nueva Sociedad 312, Julio-Agosto 2024. https://nuso.org/articulo/312-bolivia-un-golpe-en-medio-de-la-tormenta/.
  6. “Cedla: La pobreza subió hasta el 61% en Bolivia, El Alto y Santa Cruz tienen más de dos tercios de personas en esta situación”, https://eju.tv/2025/04/cedla-la-pobreza-subio-hasta-el-61-en-bolivia-el-alto-y-santa-cruz-tienen-mas-de-dos-tercios-de-personas-en-esta-situacion/.

Información adicional

Autor/a: Carlos Gutiérrez
País: Bolivia
Región: Suramérica
Fuente: Periódico Le Monde diplomatique, edición Colombia Nº258, septiembre 2025
Exit mobile version