Por Adam Przeworski*
El ascenso de líderes de diversa orientación ideológica, pero con la misma vocación por subvertir desde adentro el funcionamiento de las instituciones, enciende las alarmas. La experiencia reciente demuestra que la democracia puede agrietarse sin violar la constitucionalidad cuando la sociedad tolera –o aplaude– a los gobiernos autoritarios.
Las instituciones representativas tradicionales están pasando por una crisis en muchos países del mundo. En algunos de ellos, ocupan el poder líderes antiestatistas, prejuiciosos, xenófobos, nacionalistas y autoritarios; en muchos otros, los partidos de esa calaña siguen logrando avances electorales en un momento en que gran cantidad de ciudadanos situados en el centro político ha perdido confianza en los políticos, los partidos y las instituciones. Las denuncias dirigidas a las instituciones representativas suelen desestimarse por considerárselas una manifestación de “populismo”. No obstante, la validez de las críticas a las instituciones tradicionales es evidente.
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