El cambio y la brújula
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“Nosotros desentornillamos todos nuestro optimismo
Nos llenamos la cartera de estrellas
Y hasta hay alguno que firma un cheque de cielo”

Carlos Oquendo de Amat, 5 metros de poemas.

Cambio es una expresión fácil, aceptada y aceptable en nuestro mundo, por su hermanamiento con la noción modernista de progreso, principio dominante en el imaginario fáustico del capital.

De tal noción los griegos hicieron un concepto primordial en la discusión filosófica, que trascendió en el tiempo y entró a hacer parte del acervo cultural de Occidente desde el siglo V antes de nuestra era, con la famosa frase de Heráclito “Ningún ser puede sumergirse dos veces en el mismo río” que su discípulo Cratilo radicalizó aún más, al sostener que si el cambio es permanente nadie puede bañarse siquiera una sola vez en el mismo río. Cambiar fue convertido, posteriormente, en un imperativo social, pero, por esa misma razón, obliga a reflexionar sobre posibilidades, grados y sentido de cualquier transformación buscada de forma voluntaria.

Colombia, contrariamente, luce como un charco en el que todos hemos tenido que sumergirnos permanentemente, desde los inicios de su vida republicana, en la misma agua estancada y descompuesta. Quizá por eso, cuando aflora algún suceso desviado en algún grado de lo convencional, los amigos del statu quo sienten como si les hubieran abierto un abismo bajo sus pies, y los que desean algo distinto estiman haber entrado, sin preámbulos, en un mundo nuevo. No puede desatenderse lo uno ni lo otro. La reacción de los primeros indica inseguridad en la comodidad de sus privilegios y explica la violencia de su ejercicio del poder, y la de los segundos esperanza y necesidad de lo distinto, pero también, porque no decirlo, desmesura.

Lo anotado permite afirmar que socialmente algo “cambia” cuando lo nuevo alcanza un estado consolidado de permanencia y su reversibilidad o su paso a un estado distinto requiere de la convergencia de fuerzas superiores a las normales, y ese no es el caso actual entre nosotros. Reparar no es cambiar, y si el asunto es que no es tiempo para cambios, en el sentido de alcanzar una estructura distinta de cosas, en las reflexiones que pretendan ir más allá de lo propagandístico, esa distinción debe ser el punto de partida de los análisis y las propuestas sobre el porvenir.

Cambio e ideología

Además de la aceleración de la concentración mundial del ingreso, la llamada etapa neoliberal logró inocular la sensación de que no hay alternativa a un mundo obscenamente desigual y que proponer cambios de norte no sólo es incorrecto desde un punto de vista práctico, sino un imposible político, además de cuestionable socialmente. Lo que no deja de ser una paradoja si observamos las cifras consignadas en La ley del más rico, el estudio de Oxfam de enero de este año, donde muestran que la riqueza de 81 milmillonarios supera la del 50 por ciento de la población, en una espiral concentradora que no sólo no está deteniéndose sino que cada vez es más acelerada, pues “Desde 2020, por cada dólar de nueva riqueza que pudiera obtener cualquier persona perteneciente al 90 por ciento más pobre, un milmillonario se embolsa 1,7 millones de dólares”.

La crisis de la socialdemocracia en Europa desde mediados de los setenta del siglo pasado, primero, y luego la caída del llamado socialismo real a comienzos de los noventa, cuestionó no sólo el papel del Estado como regulador social sino también como agente activo en los mecanismos de acumulación de capital, lo que trajo como resultado, en el mundo de las ideas, la reemergencia del individualismo extremo como marco justificador de las medidas económicas y de la acción política, dando fin al llamado “Estado de bienestar”, que durante tres décadas fue el modelo social del industrialismo.

Son llevadas, entonces, al primer plano, figuras como Ayn Rand, escritora ruso-norteamericana que consideraba el altruismo como una aberración y que encontró en el mito americano del humano que lo construye todo sólo (self–made man), el sustrato para construir sus argumentos de negación de la existencia de lo comunitario, y sobre esa base considerar la sociedad como una simple yuxtaposición de voluntades individuales.

Las ideas de Rand han sido uno de los pilares del modelo conservador del último medio siglo, y la inspiración de sujetos como Alan Greenspan (presidente de la Reserva Federal entre 1987 y 2006) y de algunos magnates que conforman el grupo de oligarcas del sector tecnológico, tal el caso de Jimmy Wales (creador de Wikipedia); Elon Musk (dueño de Tesla y Space X, entre otras empresas); Jack Dorsey (cofundador de Twitter); el difunto Steve Jobs (cofundador de Apple), y en América Latina de milmillonarios como Ricardo Salinas Pliego (dueño, entre otras empresas, del Banco Azteca, tiendas Electra y Tv Azteca) que buscan vender, además de sus mercancías, la idea que la riqueza social es creación exclusiva de los “emprendedores” y que la monstruosa concentración del ingreso es un premio a su excepcionalidad, siendo la fuerza de trabajo y el conocimiento social simples instrumentos secundarios.

Rand, pese a que apenas vivió un año del mandato de Ronald Reagan, mostró su desacuerdo con sus propuestas por no ser lo suficientemente radicales en la disminución del Estado y en la desregulación de los comportamientos sociales derogando normas. Los anarco-capitalistas, cuya figura más icónica es Murray Rothbard, compañero de camino de Ayn Rand por poco tiempo, pues la consideraba demasiado moderada, también profesa su desacuerdo con los llamados gobernantes neoliberales por no ser suficientemente privatizadores. Rothbard considera que toda relación social debe estar enmarcada en el concepto de propiedad y que los derechos no pueden tener origen distinto a la apropiación privada de algo. En una sociedad “libre”, argumentan los anarco-capitalistas, dado que ninguna persona debe ser obligada legalmente a hacer algo por otro, no puede haber leyes que, por ejemplo, obliguen a alimentar, vestir o educar a los hijos, ya que eso significaría para los padres coacción y, por tanto, violación de su libertad. Rothbard, basado en sus lógicas defendió como lícitos el trabajo infantil, y el chantaje.

Pues bien, ese es el ideario que bajo el mote de “libertarios” y escudados en la llamada “Escuela Austriaca” de economía –la matriz originaria de esta distopía–, defienden los políticos de la llamada derecha radical que hoy aparece, escandalosamente en primera línea, como alternativa a lo existente y a los ojos de una parte nada despreciable de la población del mundo, como la propuesta con más opción de ser asumida como el cambio.

Es una realidad que permite recalcar que “cambiar” tiene coordenadas y qué por no precisarlas, en un mundo cada vez más despolitizado, vemos la exaltación al poder de personajes inesperados como Donald Trump, Jair Bolsonaro, o Giorgia Meloni, para citar tan sólo algunos, que gústenos o no, representan lo distinto para un porcentaje nada despreciable de sus poblaciones. Luego del descontento generado en Francia por la reforma regresiva al sistema pensional, el presidente Emmanuel Macron manifestaba su temor de que sus políticas estuvieran llevando en el futuro inmediato al Elíseo no a Jean-Luc Mélenchon, el representante del progresismo francés, sino a Marine Le Pen, la lider de la ultraderecha y varias veces candidata presidencial.

El movimiento pendular ¿una forma de parálisis?

El ejemplo reciente de Chile, quizá ilustre una tendencia que parece establecerse en América Latina. El actual gobierno de Gabriel Boric, fue en no poca medida resultado del estallido social que tuvo lugar entre octubre de 2019 y marzo de 2020. El novel mandatario inicia su período presidencial el 11 de marzo de 2022 con 36 años, convirtiéndose en el Presidente más joven en ejercicio, y en representación de la coalición Apruebo Dignidad que agrupó lo que algunos denominaron el conjunto de los partidos de “izquierda”. Su juventud y su papel de líder estudiantil lo mostraron como un auténtico representante del “cambio”. Sin embargo, con tan sólo dos meses en el poder, contrariando sus promesas de campaña, militarizó la Araucanía para reprimir las protestas de los mapuches, pueblo ancestral del sur del continente que ha mantenido una disputa con el Estado chileno por el reconocimiento de su territorio, ocupado por los conglomerados económicos Matte y Angelini, duopolio forestal que posee más de tres millones de hectáreas en las tierras de ese grupo originario. Boric continuaba así dando la misma respuesta que los gobiernos anteriores a un problema que no debe ser de orden público.

La promesa de enterrar la constitución pinochetista fue otro estruendoso fracaso del joven gobernante que empezaba a diferenciarse bien poco de sus antecesores. En la primera votación para la redacción de una nueva carta magna, el 71 por ciento de los electores aprobó dar ese paso, y la mayoría de los constituyentes elegidos fueron figuras independientes y de los movimientos de izquierda.

Pero luego de redactada la nueva Carta, en el plebiscito para su aprobación, los resultados fueron contrarios y el “rechazo” ganó con un 61 por ciento, frente al 38 de los que votaron por el “apruebo”. Entre las razones del voto negativo, los analistas coinciden en señalar que la caracterización del Estado como plurinacional y la introducción del aborto como derecho constitucional fueron los factores más decisivos en el rechazo, lo que muestra el arraigado conservadurismo sobre todo en las llamadas clase media.

En este giro de la sociedad chilena la cereza del pastel la constituyó la segunda convocatoria para el nuevo intento de redacción de una constitución sustituta de la heredada de la dictadura, y que fue ganada por el partido de José Antonio Kast, el ultraderechista que había perdido la elección presidencial con Boric en la segunda vuelta: El 36 por ciento de los votos lo favorecieron, lo cual le dio derecho a 23 de los 51 consejeros que redactarán la nueva constitución. Si a estos son sumados los 11 consejeros de la derecha convencional que obtuvo el 21,5 por ciento de los votos, los representantes de la reacción tienen total carta blanca para imponer sus puntos de vista, pues los 17 consejeros de la coalición del gobierno no pueden vetar ninguna propuesta, dado que el veto exige 21 votos.

Kast es hijo de un militar nazi migrado a Chile que profesa la fe económica de la “escuela austriaca”, cuyos principios fueron parte del programa que propuso cuando enfrento a Boric y que seguramente inspirarán algunos aspectos de la nueva constitución. Entre sus propuestas con más eco en la campaña presidencial, eliminar los beneficios a las víctimas de la dictadura y la creación de una “Coordinación Internacional Anti-Radicales de Izquierda” no están entre las menores. La promesa de Boric de derogar la constitución de Pinochet, entonces, va a cumplirse, pero el cambio resultante será el de un viraje aún mayor hacia la derecha.

Y la muestra no está en un sólo botón. El caso de Brasil, si bien es distinto en varios aspectos, también refleja ese movimiento pendular que por oscilar siempre entre dos puntos es un movimiento sin avance. De los gobiernos iniciales de Lula y la defenestración de Dilma Rousseff, Brasil dio paso a los gobiernos de Michel Temer y Jair Bolsonaro, en los que fue desandado lo relativamente avanzado por Lula y Rousseff. Luego del ataque jurídico a Lula que lo llevó a la cárcel, su regreso al poder, con muchos menos grados de libertad para su accionar, encuentra en el Congreso un obstáculo adicional a las limitaciones que da el actuar dentro de una estructura construida para favorecer los movimientos del capital y que están frenando, incluso, recuperar lo conquistado en el pasado.

Algo similar vive Argentina con la alternancia en el poder de los peronistas kichneristas y los macristas, que hoy ven un tercer actor que les disputa el gobierno, venido precisamente desde esa derecha radical heredera de Rand y Rothbard. Javier Milei, un arquero de fútbol devenido a político, admirador de la dictadura y seguidor de las medidas neoliberales de Carlos Menem, que propone, entre otras cosas, eliminar la educación pública, crear un mercado de órganos humanos, eliminarle aún más impuestos a los ricos, devolver el manejo de las pensiones a los fondos privados y desregular, totalmente, las relaciones entre el capital y el trabajo hasta el punto que los espacios  laborales sean sitios donde reine tan sólo la absoluta discrecionalidad del capitalista.

La eliminación del Banco Central y la dolarización son otras de las propuestas del exótico personaje que llama robo a los impuestos, y como la gran mayoría de los seguidores de la ultraderecha niega el cambio climático y es enemigo de lo que denominan la “ideología de género”. En eso acompaña a la iglesia católica y a su connacional el Papa, al que de otro lado descalifica por comunista. Lo curioso del asunto es qué con esas propuestas, algunas encuestas lo proyectan con una buena perspectiva de ir al balotaje en las elecciones presidenciales de octubre de este año. La población que predominantemente lo sigue son jóvenes que ven en él lo nuevo, el cambio, pese a la rusticidad y simpleza de sus tesis y a un comportamiento que en no pocas ocasiones limita con lo grotesco. 

¿Sin brújula?

Pero, más allá de que también en Latinoamérica tengamos la amenaza de que accedan a los gobiernos defensores de esas políticas, vale la pena preguntarnos si luego de la primera ola progresista y el posterior reflujo conservador, existe la posibilidad de iniciar un camino que conduzca a un avance permanente de las condiciones de los grupos subordinados. Porque si de algo debe haber conciencia es de que aún quedan derechos por conculcar a la clase trabajadora, y qué mejor que calificar de comunistas a quienes no saludan las ideas de Rand y Rothbard.

El expresidente norteamericano Donald Trump, en senda similar, en el primer discurso que dio en Georgia, luego que fuera imputado por un fiscal federal por sustracción de documentos confidenciales y secretos del Estado dijo que “Ahora, la izquierda marxista está usando una vez más el mismo Departamento de Justicia corrupto y el mismo FBI corrupto, y el fiscal general y los fiscales de distrito locales para interferir… están haciendo trampa. Están torcidos. Son corruptos”. Y antes de comparecer en la Corte manifestó que “Todos debemos ser fuertes y derrotar a los comunistas, marxistas y lunáticos de la izquierda radical que están destruyendo sistemáticamente nuestro país”.

La obsesión con el “comunismo”, cuando este quizá esta en su nivel más bajo de percepción desde que empezó a ser esbozado como doctrina por los llamados socialistas utópicos, no es inocente y apunta a uniformar aún más el pensamiento político que cada vez estrecha más su franja discursiva y de propuestas, anulando las posiciones contestarías partidistas. Calificar a Biden y el partido Demócrata de marxista, igual que lo hacen desde la derecha de Vox y el Partido Popular en España con Pedro Sánchez y el Psoe, es una manera más de deformación de lo político en la que han caído, también, las llamadas izquierdas que cada vez más asumen una posición defensiva y adoptan como posible tan sólo lo convencional.

La ultraderecha discursiva llegó al poder en Italia con Meloni y su administración ha sido totalmente convencional, en una situación análoga a la de Boric en Chile, pero con signo contrario, en una muestra que lo menos malo para los de un signo como para los del otro es terminar haciendo más de lo mismo. Eso, claro está, hasta el momento, porque bien vale la pena preguntarse si las fuerzas activas del capital tienen entre sus planes dar una vuelta de tuerca más y promover, por ejemplo, la desregulación absoluta de las relaciones capital-trabajo, quizá el mayor sueño de ideólogos como Rand y Rothbard.

Sin quedar por fuera de este devenir, Colombia inauguró hace poco menos de un año un gobierno progresista, similar al caso de Chile como resultado –entre otros factores– de un estallido social reprimido de forma cruenta por el Estado. La oposición de los poderes tradicionales ha usado en su contra como arma preferida los golpes mediáticos, favorecidos por dos escándalos en los que han sido protagonistas un hijo del Presidente y su jefa de gabinete. En el parlamento, los miembros de los partidos tradicionales han jugado a dar un paso adelante y otro atrás en la discusión de las reformas, que no sólo ha permitido alargar sus trámites sino desdibujar sus contenidos. Del lado del gobierno, los apoyos, como contrapeso, asumen el principio de la solidaridad de cuerpo que los limita al inmediato presente, dejando de lado la proyección de lo que debe alcanzarse en el futuro. Si es aceptado que el proceso actual es un comienzo de algo ¿está siendo pensada la estrategia de su continuidad? ¿La volatilidad de los resultados electorales es garantía de sostenibilidad de un cambio apenas balbuceado? ¿Basta la calle, incluso para el logro de algunas reparaciones de derechos contempladas en las reformas propuestas?

Las preguntas son muchas y sus respuestas seguramente variadas, pero, lo que sí debe ser claro es que ningún proceder en política puede estar separado del “deber ser” buscado. No hay logros sólidos sin metas claras y diferenciadas para el corto, mediano y largo plazo, y estas no son alcanzables sin norte definido, y la ruta que hacía allá nos dirija no puede ser trazada sin una brújula precisa.

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Información adicional

Autor/a: Álvaro Sanabria Duque
País: Colombia
Región: Suramérica
Fuente: Periódico desdeabajo N°303, 18 de jun-18 de julio de 2023
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