Alejandro de Macedonia fundó Al-Iskandariyah en el invierno del 332 antes de Cristo. Ordenó el trazado a Dinocrates, que había adquirido reputación por la restauración del templo de Diana, en Éfeso. Fue levantada con calles paralelas, una de las cuales tenía setenta metros de ancho e iba desde la puerta Canópica hasta la necrópolis y estaba decorada con espléndidas casas, templos y edificios públicos. Tenía tres barrios: el Regio Judeorum, el Rakotes o barrio egipcio, donde estaba el templo de Serapión, y el Brukeum o real barrio griego donde estaban los palacios de los Ptolomeos, la biblioteca, el museo, la universidad, las salas de conferencias, el templo de los Césares y la corte de justicia. Al lado este de la isla Pharos estaba la torre de mármol blanco, de ciento veinte metros, que hizo levantar Ptolomeo Sotir para descubrir naves a cien millas de altamar. Amru pudo decir a Omar, en el 642, que la ciudad tenía cuatro mil palacios, cuatro mil baños, doce mil comerciantes en aceite, doce mil jardineros, cuatro mil judíos que pagaban impuestos y cuatrocientos teatros o sitios de diversión.
Al califa y su lugarteniente debemos la desaparición de la biblioteca. Según Abulfaragius [Glanville: The Legacy of Egipt, Londres, 1942, 67], Juan el Gramático quería que Amru le regalara la biblioteca. Este respondió que él no podía decidir y tenía que escribir al califa. Omar respondió diciendo que si esos libros contenían las mismas doctrinas del Quran, no debían usarse porque El Libro las contiene todas, pero si contenían doctrinas distintas, debían ser destruidos. Sin pensarlo dos veces, Amru ordenó quemar los libros, que ardieron por seis meses alimentando el fuego que calentaba las aguas de los cuatro mil baños.
El renacimiento moderno tuvo lugar bajo el virreinato de Muhemad Alí Pasha [ محمد علي باشا]. La apertura del canal del Suez atrajo numerosos comerciantes y especuladores, entre ellos el padre del poeta, que estaban encantados con los privilegios de explotación del comercio con la India y la exportación de algodón a Europa. De doce mil habitantes que tenía en mil ochocientos treinta y dos, pasó a doscientos treinta y tres mil en mil ochocientos ochenta y dos, cuando fue bombardeada y atacada por los ingleses que se quedaron hasta mil novecientos treinta y dos, un año antes de la muerte de Kavafis. Alejandría se había convertido en lo que es hoy: la ciudad de veraneo de los cairotas. Al morir Kavafis, tenía cerca del medio millón de habitantes.
A esta ciudad, a su historia, sus glorias y en especial a la vida que le había procurado en su comercio con las gentes de los barrios populares, las concurridas fiestas callejeras, cafés y hoteles de una noche, dedicó Kavafis su obra, a pesar de que muchos de sus textos toquen asuntos del mundo helénico, bizantino o persa. No hay duda que sus mejores momentos los alcanza cuando el paisaje del poema es Alejandría. Kavafis creó la ciudad en la poesía contemporánea. “Yo soy –dijo refiriéndose al barrio de mala muerte donde vivía–, el espíritu. Fuera está el cuerpo”.
Algunos de sus poemas más populares, que tienen a Alejandría como metáfora del destino, fueron escritos cuando no llegaba a los treinta y cinco años. Como muchos de sus poemas juveniles –la juventud poética de Kavafis oscila entre sus treinta y cuarenta y cinco años–, usan una imaginada historia para compartir el dolor, la desazón de vivir en un mundo ineludible.
Kavafis fue el último de nueve hijos de una pareja de prósperos comerciantes fanariotas de Constantinopla. Su padre se había casado a mediados de siglo con una muchacha de catorce años, hija de un rico mercader en diamantes que decía descender de un obispo de Cesárea y de un príncipe de Samos. Después de su matrimonio se establecieron en Liverpool, donde tenían una casa de exportación de telas e importación de algodón, y en 1854 se mudaron a Alejandría para establecer una sucursal de su negocio. Pedro Kavafis murió en 1870, cuando Konstandinos tenía siete, dejando una escasa fortuna, luego de haber sido uno de los más ricos comerciantes de la ciudad. Tres años después, Khariklia decidió regresar a Liverpool en un intento por rehacer la fortuna de su marido, pero la inexperiencia de sus hijos los llevó a la ruina definitiva, teniendo que volver a Alejandría en mil ochocientos setenta y nueve.
Los siete años que pasó en Inglaterra fueron definitivos para su formación. Aprendió inglés, conoció las costumbres victorianas, escribió sus primeros poemas y se familiarizó con los escritos de Shakespeare, Browning y Wilde, de quienes hay resonancias en sus versos.
Al regreso de Alejandría desde Constantinopla, en 1895, donde habían ido con Khariklia antes del bombardeo y ocupación inglesa de la ciudad, tenía veintidós años y allí viviría el resto de su vida. Su origen, educación y luego su pobreza no impidieron a Kavafis hacer vida social entre la comunidad griega de la ciudad, sin que por ello dejase de sentirse extrañado. Trabajó para un diario local; fue corredor de bolsa y escribió algunos artículos en inglés contra el imperialismo británico, como el que reclama la devolución de los mármoles Elgin. Según Timos Málanos [El poeta Kavafis, Atenas, 1957, 90], en ésta época Kavafis vivió largos y angustiosos períodos de identidad sexual que sólo calmaba con alguna visita a los burdeles para bisexuales y sus escasos affaires d’amour en el barrio Attarine, donde iba con un sirviente que vigilaba las posibles apariciones de su madre, con quien vivió hasta 1899, año de su fallecimiento. Sus primeros sueldos regulares comenzó a ganarlos pasados los treinta, en el Ministerio de Riegos, donde copiaba informes, llevaba cuentas bancarias, manejaba la correspondencia extranjera y traducía documentos. Trabajo que conservó por treinta años, hasta mil novecientos veintidós, cuando se retiró, y que por lo tedioso, le permitió tener las tardes y las noches libres.
Más allá de lo que suele pensarse la vida alejandrina de Kavafis fue poco dramática, incluso su aislamiento literario, que consideró no del todo desventajoso para el crecimiento de su obra. Quizá por esta, y otras razones de índole social, murió sin ofrecer un volumen al público. Tuvo el valor de elegir sus lectores, entregando mínimos ejemplos de su obra a quienes le visitaban o aquellos que consideraba podían comprender lo que hacía.
Lo que podemos llamar estética kavafiana viene, sin duda, del uso de la lengua popular, en la que se puede menos pensar que cantar, pero con la cual medita un destino o retrata un recuerdo, sin que la verdad de los hechos o los sentimientos determinen el efecto último del poema. El poder de sugestión importa más que la realidad. Esa es la razón para que muchos de sus poemas eróticos puedan ser calificados también de filosóficos; es el pensamiento, y no la carne misma, la que evoca la pasión que da una respuesta a una moral cazurra o farisea. Kavafis cuenta y recuerda los fracasos de cualquier relación erótica, las grandes esperas y las míseras recompensas del comercio carnal.
La habitación era barata y sórdida, /oculta sobre la dudosa taberna. /Desde la ventana podías ver la sucia/y estrecha callejuela. Desde abajo/venían las voces de algunos obreros, /que jugaban a las cartas y se divertían. /Y allí, en esa pobre y usada cama/tuve el cuerpo del amor, tuve los labios/voluptuosos y rosados de la embriaguez, /rosados de tanta embriaguez/que ahora, cuando escribo, después de tantos años, /en esta casa solitaria vuelvo a estar borracho. (Mia nyxta)
Kavafis creó una estética donde lo pobre, lo sucio, el desempleo y la miseria podían ser objeto de belleza. Indiferente, como debió ser en ideas políticas, su progresividad surge de los sujetos a quien se dedicó a celebrar y que para los hombres y mujeres de su tiempo no merecían el canto.
Quizás el más famoso de sus poemas sea Ítaca, donde la vida debe ser como el viaje de regreso de Odiseo a su isla, deteniéndose para disfrutar de las pequeñas cosas que depara la sensualidad, ganando batallas al destino hasta alcanzar la vejez que es sabiduría.
Cuando partas hacia Ítaca/pide que tu camino sea largo/y rico en aventuras y conocimientos./A lestrigones, cíclopes y furioso Poseidón no temas,/en tu camino no los encontrarás/mientras en alto mantengas tu pensamiento,/mientras una extraña sensación/invada tu espíritu y tu cuerpo./A lestrigones, cíclopes y fiero Poseidón no encontrarás/si no los llevas en tu alma,/si no es tu alma que ante ti los pone./Pide que tu camino sea largo./Que muchas mañanas de verano hayan en tu ruta/cuando con placer, con alegría/arribes a puertos nunca vistos./Detente en los mercados fenicios/para comprar finos objetos/madreperla y coral, ámbar y ébano./Sensuales perfumes –tantos como puedas– /y visita numerosas ciudades egipcias/para aprender de sus sabios./Lleva a Ítaca siempre en tu pensamiento,/llegar a ella es tu destino./No apresures el viaje,/mejor que dure muchos años/y viejo sea cuando a ella llegues,/rico con lo que has ganado en el camino/sin esperar que Ítaca te recompense./A Ítaca debes el maravilloso viaje./Sin ella no habrías emprendido el camino/y ahora nada tiene para ofrecerte./Si pobre la encuentras, Ítaca no te engañó./Hoy que eres sabio, y en experiencias, rico,/comprendes qué significan las Ítacas. (Ithaki).