Por: Carlos Fajardo Fajardo*
Pluralismo artístico y puente entre géneros
En sus reflexiones sobre el futuro de la novela y de las obras literarias, Ítalo Calvino escribió en el otoño de 1956 y 1957 un ensayo titulado “La suerte de la Novela”. Allí expone lo que a finales del siglo XX, y en casi todo lo recorrido en este siglo XXI, se fue y ha ido manifestando en el proceso de creación de la novela, del ensayo, como también en la poesía: una cierta fusión de géneros, estilos, formas, técnicas, tendencias narrativas que construyen un caleidoscopio estético, vasos comunicantes y puentes entre unos y otros que elevan todo un edificio multiforme, polifónico, plural, lo que enriquece la mirada del lector, amplía los horizontes, expande las fronteras, desmonta la unicidad y ubicuidad totalitaria de los géneros como entidades monolíticas.
“Auguro un tiempo de buenos libros llenos de una inteligencia nueva, como las nuevas energías y máquinas de producción, que influirán en la renovación que debe vivir el mundo. Pero no creo que sean novelas; creo que algunos géneros muy ágiles de la literatura del siglo XVIII- el ensayo, el libro de viajes, la reflexión utópica, el cuento filosófico o satírico, el diálogo, la –operetta morale- deben recuperar el papel de protagonistas en la literatura, en la inteligencia histórica y en la batalla social”. Esto lo escribía Calvino, insisto, a mediados de los cincuenta del siglo pasado, conocedor de aquella propuesta de las estéticas del romanticismo alemán de finales del XVIII y de las vanguardias del XX, hijas de aquel romanticismo que proponía la unidad de las artes y la obra de arte total, donde se integran todos los géneros, unificados gracias a la poesía que es un continuum común y un fundamento. El resultado sería el pluralismo artístico que fusiona la liberalidad absoluta con el rigor absoluto, como lo afirmaba Friedrich Schlegel.
“¿Está en crisis o no? (la novela) Sin duda está en crisis, pero en una crisis positiva”, afirma Calvino. “Se podría concluir que seguir hablando de la novela o insistir en ese concepto es una pérdida de tiempo. Lo importante es que se escriban buenos libros y, en ese caso concreto, buenas historias: si son novelas o no, ¿qué importa? Como la novela ya se había apropiado de las funciones de muchos géneros literarios, ahora reparte esas funciones entre la narración lírica, la narración filosófica, el pastiche fantástico, la crónica autobiográfica o de viajes o la relación de uno mismo con paisajes y sociedades, etc. ¿Ya no existe la posibilidad de una obra que sea todas estas cosas a la vez?” (En “Respuestas a nueve preguntas sobre la novela”,1959).
De modo que la pluralidad de relatos, géneros, estilos y de múltiples planos, tonos, atmósferas, técnicas narrativas en una sola obra múltiple y de cruces de caminos, también produce una lectura y un lector plural, diverso y múltiple, con, al decir de Calvino, “aproximaciones pluridimensionales”.
“Los poetas mayores roban”
Decía T.S. Eliot que los poetas menores prestan, mientras que los poetas mayores roban. Dichas afirmaciones también hacen parte de las ideas de Ítalo Calvino respecto al “arte de robar” en literatura. En un ensayo titulado “Robos con Arte (Conversación con Tullio Pericoli)” publicado en 1980, Calvino reivindica y exalta aquella acción de “robar” ciertos modelos de escritura, pero no yuxtaponiéndolos, sino, a partir de un proceso de asimilación estética, creando nuevas presencias poéticas, diferentes maneras de asombro: “Puede decirse que el arte nace de otro arte, como la poesía nace de otra poesía, y esto siempre es cierto. (…) En efecto, al mirar a Cézanne también vemos cómo el cubismo interpretó a Cézanne. Picasso es ese ladrón extraordinario (…) es un personaje que siempre supo robar”.
Saber robar, he ahí la genialidad del gran artista y la complejidad de su trabajo, pues no basta con “copiar”; eso sería banalidad y ligereza. Se trata de conocer y apropiarse de las estructuras secretas de aquel edifico estético, explorar como arqueólogo hasta dar con la llave secreta para abrir la puerta de todos los misterios de la armazón de la obra, y allí sí comenzar el proceso de aprendizaje, de asimilación, masticación, digestión y “robo” de aquellos tesoros con los cuales se elevará y fundará una nueva obra, unas nuevas sensaciones, emociones, ideas, angustias, satisfacciones e interrogantes para un nuevo lector.
De allí que Calvino insista: “yo siempre he sido consciente de tomar algo en préstamo, de estar rindiendo homenajes y en este caso rendir homenaje a un autor significa apropiarse de algo que es suyo (…) En la obra de otros puedes encontrar la inspiración necesaria para no repetirte a ti mismo”.
Así que, desde la condición del “escritor-ladrón”, “pintor-ladrón”, “artista-ladrón” se han creado obras maravillosas, genuinas, subversivas y transformadoras. El artista-ladrón se reinventa desde un “otro”; re-escribe, re-elabora desde una otredad que le es modelo y, a la vez, una cantera para renovar-renovándose. De otras obras parte, pero desde ellas se trasfigura, se reinterpreta, se descifra-cifrándose. Se trata, entonces, de comprender las obras del otro creador, estudiar los esquemas, mecanismos y formas de construcción de las mismas; entender, aprender cómo las realizaron. Teniendo esto aclarado, alistar su mochila de ladrón, cargándose dichas conquistas, para después, en la soledad de su taller interior, trabajarlas a su gusto, acorde a su sensibilidad, concentrado en aquel secreto y misterioso acto creativo.
Sobre el mundo escrito y el no escrito
“Dentro de los libros, la experiencia siempre es posible, pero su alcance no va más allá del margen blanco de la página. Por el contrario, lo que sucede en el mundo que me rodea no deja de sorprenderme, de asustarme y desorientarme”. Palabras de Calvino en su inquietante ensayo “Mundo escrito y mundo no escrito”, conferencia pronunciada en la New York University, el 30 de marzo de 1983. El mundo de afuera, tan problemático y conflictivo para el escritor, tan lleno de obstáculos, abismos que salvar, vacíos que sufrir, realidades inabarcables, deseos irrealizables, frente a ese otro mundo interior, donde las palabras son tablas de salvación para justificar la estadía sobre este mundo, vigías para aclarar u oscurecer, para interrogar día a día, hora a hora, minuto a minuto sobre las esencias y fenómenos que construyen los múltiples enigmas de lo real, he ahí el dilema. Interior-exterior; mundo narrado, poetizado, subjetivo, mundo del lector-creador, de intimidad solitaria; mundo derivado en palabra, frente al mundo de lo fáctico objetual, de lo perecedero, de lo uniformado, de lo fugaz, lo efímero, del botadero, de lo que se pierde en el magma del tiempo.
Tal es la gran aventura dramática del escritor que se debate entre una vida letrada en la intemperie (donde sólo lo abriga la capa íntima y nada segura de su obra), y el “mundanal ruido” donde, a su pesar, debe soportar y hacer posible su existencia. Entre una y otra se encuentra el manantial, la veta, los materiales esenciales con los cuales levanta su edificio estético, hace posible su propuesta, la transparencia de un milagro poético. Así que, “llegados a este punto, escribe Calvino, me preguntaréis: si dices que tu verdadero mundo es la página escrita, si sólo en ella te sientes a gusto, ¿por qué quieres apartarte de él, por qué quieres aventurarte en este vasto mundo que no eres capaz de dominar? La respuesta es sencilla: para escribir. Porque soy un escritor (…) Para después volver a inclinarme sobre mi escritorio y reanudar mi trabajo. Para hacer funcionar mi fábrica de palabras, es por lo que debo extraer nuevos combustibles del pozo de lo no escrito”.
Así que tocar la llaga de lo que se fuga y transita, de lo que perece, llora, ríe, duele, de lo tragicómico, es inevitable. De manera que convivir con ese “mundo no escrito”, ante el cual, con gran escepticismo y temor se guarda una insignificante esperanza, es la condición perpetua del escritor. Cifrar, descifrar, leer el texto de los paisajes, de las intrincadas ciudades, la constante variación de los temperamentos, los cataclismos y las borrascas amorosas; los estremecimientos terribles de la historia, la incisiva violencia y los aplausos, el paso del temporal sobre nuestros cuerpos, los permanentes signos de la muerte, las soledades, el rayo de sol que nos atraviesa y que enseguida, como dice el poeta Salvatore Quasimodo, anochece.
Leer sí, saber interpretar el mundanal ruido para transformarlo en silencio sonoro, soledad solidaria, palabra, imagen, poesía. Así, con Calvino podemos afirmar: “escribimos para ser posible que el mundo no escrito se exprese a través de nosotros (…) Al otro lado de las palabras, hay algo que intenta salir del silencio y significar algo mediante el lenguaje, como si asestara golpes al muro de una prisión”.
* Poeta y ensayista colombiano.