Escrito por Carlos Gutiérrez M.

¡No puede ser! ¿Ya pasó un año? ¡Pero si fue ayer que lo cargué y era tan pequeño que parecía un juguete! Estas son parte de las expresiones que escuchamos cuando se da el reencuentro con los progenitores de una criatura que les presentaron unos meses atrás.

Fernando Maldonado, Paradojas, óleo sobre lienzo, 100 x 120 cm (Cortesía del autor)

Así pasa el tiempo y con él toman cuerpo los bebés, quienes en sus primeros días parecen –y lo son– indefensos. El bebé covid-19 parecía que no tendría capacidad de trascender mucho más allá de algunos meses pero, contrario a lo pensado, creció y ganó capacidad para autodefenderse, tanta que se camufla y sobrevive a través de diversas cepas.

Como todo bebé, este también es travieso y hace sentir su presencia por doquier, desordenando con cada uno de sus movimientos toda la casa Tierra. Con potencia inusual, aprendió a caminar antes de gatear, batiendo a su paso la economía, la salud y la tranquilidad del vecindario local y global, entre otras evidencias que yacen por el piso.

Desde sus primeros días de nacido, el solo anuncio del parto, acompañado luego por sus primeros y ensordecedores llantos, generaron en todo el vecindario una reacción de repudio y temor que motivaron el cierre no solo de unas cuantas viviendas sino la clausura de la acelerada cotidianidad que caracteriza la vida en todas las ciudades del mundo. Una reacción desproporcionada, toda vez que a la mayoría de las urbes clausuradas en todo tipo de labores no llegaban ni los ecos de su llanto ni los olores de sus pañales.

Una clausura de toda actividad en estas urbes, propiciada, es claro, por una reacción en cadena de gobernantes y burgomaestres que de esa manera se lavaban las manos: si el recién nacido llega a causar destrozos, muertes entre estos, no será por no haber obligado al encierro de la ciudadanía, calcularon unos y otros. Es decir, si hay muertes “no es por mi culpa”, le decían los administradores a la sociedad con cada una de sus medidas. Pero en realidad no sabían lo que hacían; aparecían ante las cámaras de televisión como autoridades en la materia, pero eran simples gestos, protocolos de comunicación bien dirigidos, porque en realidad todo era improvisación.

Una decisión posiblemente motivada también por la existencia de sistemas de salud en franca precarización, con centros de atención mal dotados, sin planta de personal suficiente para atender una emergencia como podía ser el fruto extendido por una epidemia, y sin capacidad para atender en los territorios de manera preventiva. Sistema de salud y sociedad en general –ahora no puede quedar duda de ello– totalmente divorciados.

Era un proceder “políticamente correcto”, pues iba en la línea del ejemplo tomado de China, que así contuvo al malcriado, como de las recomendaciones de la Organización Mundial de la Salud (OMS). Pero un proceder totalmente ilógico, ya que en la clausura de la rutina citadina la medida no incluyó sino, hasta pasados varios meses, la clausura de la operación de los aeropuertos, punto de ingreso del extraño recién llegado al mundo.

De esta manera, el veto no llegó a los oídos del infante y, transcurridas algunas semanas, encubierto en la humanidad de una pasajera, su cuerpo se dejó sentir en Bogotá el 6 de marzo. Esa presencia tampoco ameritaba una reacción en cadena, ni dentro de la capital, lugar donde fue detectada la infección y mucho menos en el país todo, pues su corporalidad era fácil de localizar y de ese modo se procedía a su aislamiento con el encierro de unas pocas personas, no de millones.

Un cierre que estuvo antecedido además de una inmensa campaña de pánico con la cual garantizaron que fuera acatado el llamado al encierro, sin reserva, por la totalidad que habita en estos territorios. El pánico motivó, en el temor ante la posible muerte, que los presos, hacinados y con una cotidianidad sobrellevada en condiciones de insalubridad evidentes, exigieran el traslado a casa por prisión de miles para así poder garantizar mejores condiciones de vida para quienes permanecieran tras los barrotes.

La demanda, ante los oídos sordos del gobierno nacional, llevó a la protesta, en este caso en la Cárcel Nacional Modelo de Bogotá, la que fue ahogada con la masacre de 23 convictos y más de 80 heridos. Así, con el sello histórico de violencia que adorna uno de los brazos del Estado en Colombia, se dio la bienvenida al recién nacido en este país.

Entre tanto, y transcurridas unas pocas semanas de encierro generalizado, sus consecuencias saltaban a los ojos hasta del más desprevenido: la parálisis de la producción, el cierre del comercio y de todo tipo de mercados, la ausencia de peatones en las calles, dejaban a millones que trabajan por cuenta propia sin ingreso alguno, viviendo tal momento con la ilusión de una transferencia monetaria ofrecida por el gobierno nacional y los municipales, en particular los de las principales urbes, transferencia en todo caso insuficiente para garantizar tranquilidad y vida digna. Tampoco eran suficientes los mercados que decidieron entregar para mitigar el hambre, ración familiar compuesta por unos pocos e insuficientes productos.

Tras otras pocas semanas, el efecto económico de la improvisada clausura de la vida cotidiana era más evidente y se percibía en cientos de negocios que habían retirado sus anuncios y otros muchos que avisaban el arriendo de sus locales. Nueve meses después, como si de un parto normal se tratara, 509.370 micronegocios habían informado de su quiebra. Sin duda, sus propietarios no habían sentido en sus bolsillos los beneficios de los anunciados programas económicos oficiales –del orden nacional y municipal– en beneficio de empresarios. Como en otras ocasiones, los dineros fueron insuficientes o estaban dirigidos a las cuentas bancarias de los más pudientes, el gran empresariado industrial, agrario y financiero (1).

Con el estupor despertado por las improvisadas medidas paralizantes, también fue iluminada la realidad de un sistema económico y político que no está organizado para garantizar la felicidad de las mayorías, como debe ser, sino simplemente para beneficiar a un porcentaje menor del cuerpo social. Así, la desigualdad reinante entre millones desde tiempo atrás, y que para los programas de subsidios oficiales hasta antes de la pandemia cobijaba a tres millones de hogares, tras pocos meses de encierro generalizado y, según los estudiosos, había crecido hasta sumar nueve millones de hogares. Las más afectadas por esa situación eran, por lado la clase media, ahora en pobreza, y por otro lado los pobres ahora en miseria (2).

Valga recrear que el encierro de millones fue logrado a partir y con la prolongación de un mensaje reiterado que infundía miedo, terror, ante la posible muerte fruto de una infección que en las primeras semanas de la avisada presencia, aún no física de la nueva criatura, estaba reducida a una posibilidad de 0,000000001.

Un proceder también copiado de China y de su sistema de control social ampliado, y el que por su resultado les quedó sonando a todos los gobiernos del mundo, a los que ya lo aplicaban y estaban deseosos de profundizarlo, como a quienes lo experimentaban por primera vez de manera tan abierta, amparados en la “defensa de su sociedad”.

En países como Colombia, un procedimiento así nunca está ajeno al uso de la violencia directa, en una sociedad en la cual la ‘indisciplina’ se paga con la vida. Es así como en el mes de septiembre es brutalmente asesinado Javier Ordoñez, profesional que en la noche del 9 de septiembre, tras unos tragos, optó por salir en dirección a su casa. La protesta ciudadana en rechazo de la brutalidad policial terminó saldada con otras trece víctimas, todas bajo balas oficiales.

El actuar ‘legítimo’ va dejando la brillante huella de un creciente autoritarismo al cual ninguno de los gobiernos del mundo renunciará una vez controlado el impaciente y juguetón infante. La reducción de la protesta social, el sometimiento voluntario de miles de personas, sobre todo intelectuales, encerradas en sus hogares como medida de protección y ahora solo comunicadas vía electrónica, sacando artículos con llamado a la protesta pero sin ellas tocar la calle, la decisión de los partidos de oposición de acatar a carta cabal los protocolos y el reiterado y condicionado discurso oficial sobre la crisis en curso y acudir a la protesta solo unos pocos, pero también el temor entre vecinos de comunicarse espontánea y solidariamente, los mismos que todavía, y luego de un año de presencia del mocoso, miran con temor y guardan distancia ante los ‘extraños’, atomización social con beneficio para quienes (mal)gobiernan. A semejante resultado no renunciarán los poderosos.

No es raro, por tanto, que insistan con los estribillos: “Mantenga la distancia social”, “No asista a reuniones”, “quédate en casa…”, y cosas similares, todas ellas reforzadas por historias de quienes fueron infectados y vivieron al borde de la muerte, o simplemente potenciadas por la cuantía cotidiana de decesos.

El llamado “Mantenga la distancia” ha sido totalmente inconsecuente, ya que no hay nada más hacinado que el transporte público, donde unos y otros juntan sus cuerpos, y para el cual tampoco aplicaron el “pico y cédula”, transporte que están obligados a abordar todas aquellas personas a quienes la propaganda oficial elogiaba por haber expuesto sus vidas para sostener en tan crítica coyuntura al cuerpo social: auxiliares de salud, enfermeras, aseadores/as, transportistas y, para no alargar la lista, la plebe, el proletariado, el histórico y el hoy conocido como ilustrado. Simples declaraciones de reconocimiento y valoración que no se traducen en acciones de transformación política, económica, administrativa, del modelo social que gestó la cría.

Palabras, simples palabras, ya que no hay acciones para transformar la estructura social y en verdad valorar a quienes crean la riqueza social (3). Eufemismos con los cuales a lo más que llega el gobierno es al anuncio de vivir “una nueva normalidad”, que no es más que la normalidad ya conocida y, por tanto, en beneficio de los ricos del país, la ínfima minoría, como de los administradores de lo público que no necesariamente son de la entraña de esa minoría.

Así, con una tasa de mortalidad por esta causa que en Colombia bordea al cierre de febrero los 60 mil decesos, y con más de 2.200.000 mil infectados (4), pero con el tiempo ganado para ajustar en diversas áreas el sistema de salud, el infante malcriado podría ser controlado sin necesidad de seguir multiplicando el temor. Pero al beneficio de ese juego, como ya fue anotado, no renunciarán quienes gobiernan; aunque digan lo contrario, la preocupación ahora no es la protección sino el control social (5).

En este asunto la vacuna juega su papel, pues resume la derrota de la humanidad, postrada ante la razón y con ella la milenaria creencia de que la especie humana puede someter a la naturaleza a sus designios. Así, sin renunciar a tan desastrosa convicción, base y soporte del sistema económico, político, militar y cultural vigente, sin realizar ningún cambio consecuente con las enseñanzas arrojadas por el devenir desordenado del infante malcriado, la continuidad del mismo sistema se descarga en la capacidad de la ciencia para acelerar la creación de la vacuna. Y en una amplia y reiterada campaña publicitara para convencer hasta al más escéptico de que la vacuna resuelve todo. Con lo cual concluyen, en su lógica antropocéntrica, si podemos controlar a la naturaleza y todas las variedades de vida que la integran, ¿para qué realizar cambios estructurales en el sistema socio-económico que engendró la crisis?

Y para que así sea, los ahorros públicos de las sociedades con mayor potencial industrial y económico se entregan por millones a las multinacionales de la farmacia (6), una privatización de lo que es de todos y que, para sorpresa, no se traduce en la socialización del producto que debe arrojar la investigación financiada. Un negocio redondo (Ver pág. 4). Como en las crisis financieras, “socialización de pérdidas y privatización de ganancias”, una lógica ya conocida e impuesta por los poderosos del mundo y que tras un masivo manejo mediático impide ver la urgencia de declarar bienes de la humanidad a todas esas empresas.

De esta manera, una vez que vacunen a sus súbditos, todo seguirá igual, como lo promete la “nueva normalidad”. Clara derrota de la humanidad, que seguirá sometida a un modelo de expoliación de la naturaleza, de producción desenfrenada, de contaminación, potenciando el cambio climático con la misma y contaminante matriz energética, con igual modelo urbano y territorial en general, esto y mucho más.

Una continuidad, para sorpresa, no cuestionada abierta ni ilustrativamente por las voces críticas y más representativas de cada país, con llamado a la movilización social para cambiar el modelo culpable de las circunstancias vividas a lo largo de este primer año de vida del prematuro, que continúa recorriendo el mundo.

Porque si la humanidad no quiere que lo vivido se repita, en el corto, mediano o largo plazo, en ese caso por el nacimiento de nuevos e indeseables crías, así como las parejas planifican para evitar embarazos indeseados, asimismo la sociedad global debe –más allá de vacunarse– arrojar al cesto de la historia un modelo productivo antinatural y antihumano.

No hay mejor opción por encarar. La medida no será de buen recibo por quienes se benefician abrumadoramente del funcionamiento del sistema y que, por tanto, demanda el reclamo masivo, como un solo cuerpo, de los millones de seres que sufren sus consecuencias a lo largo y ancho del planeta. Y a la par de ello, entablar un relacionamiento masivo de base con nuevas y solidarias dinámicas económicas, sociales y políticas que abran campo para el nuevo modelo social que deberá superar al hasta hoy dominante.

Esa es la más resplandeciente de las lecciones que arroja el intento de controlar al malcriado, el mismo que puede perder vivacidad como producto de la vacunación masiva pero que aún dará mucho que hacer por efecto de sus mutaciones y de la obligada réplica de vacunación aquí y allá, hasta tal vez incubarse como un mal crónico.

Luego de doce largos meses de vida (para el caso de Colombia) que parecen años, el llanto del mocoso aún se siente, así como se perciben sus destrozos. La humanidad sigue perpleja y los meses que faltan para que esto pase, para no pocos, se suman en años.

Por ello, ¿mantendrá doblegado el cuerpo la humanidad ante la indeseable presencia del precoz infante, y ante el temor infundado por el poder a través de multitud de canales? ¿Perdurarán, incluso más allá del ensordecedor llanto del infante, el creciente autoritarismo y los mecanismos ampliados de control social que ahora tomaron cuerpo? ¿Conservará su estructura, fortalecida, un sistema supuestamente debilitado por una crisis sistémica que lo hace inviable? ¿Dejará pasar esta oportunidad la humanidad, única en varios siglos, para reencauzar su destino?

1. Una sola entidad estatal, Bancoldex, desembolsó en los primeros cuatro meses de pandemia, entre líneas de crédito tradicionales y otras creadas para la ocasión, 4,3 billones de pesos. Se supone que gran parte de ese dinero estaba dirigida a mipynes. https://www.bancoldex.com/noticias/bancoldex-con-desembolsos-por-mas-de-43-billones-en-lo-corrido-del-ano-3693.
2. Garay, Luis Jorge, y Espitia, Jorge Enrique, Medidas sociales y económicas de emergencia ante la pandemia del covid-19 en Colombia, Ediciones Desde Abajo, Colombia 2020, pp. 103-118.
3. El encierro generalizado sirvió para desmontar varios mitos económicos, entre ellos que el capital crea trabajo y riqueza, y evidenciar que quien sí crea ambas realidades es la mano de obra.
4. El mal manejo de esta crisis de salud pública ubica a Colombia en el puesto 12 por número de muertos en todo el mundo y en el 11 por el de infectados. En América Latina, Colombia sigue a Brasil en el total de contagiados y es tercero por cantidad de pérdidas de vida, solo superado por Brasil y México.
5. Valga recordar que, tras un año de pandemia, el número total de muertos en todo el mundo llega a 2’513.313. En igual cantidad de tiempo, el número de víctimas por contaminación atmosférica suma más de 8 millones de personas. Ambos casos responden a un modelo de desarrollo en crisis sistémica, pero la segunda se sabe cómo resolverla pronta y notablemente; con la primera pueden persistir algunas dudas, pero la solución también es meridiana.
6. Dinero que no son pocos: hasta el 15 de diciembre habían recibido 8.600 millones de dólares de parte de los gobiernos para la búsqueda y el desarrollo de vacunas y otros 1.900 millones de parte de organizaciones sin ánimo de lucro. La inversión propia de las empresas de había limitado a 3.400 millones. Gatti, Daniel, “La ideología el miedo”, Brecha, febrero 26 de 2020, https://brecha.com.uy/la-ideologia-del-miedo/

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