Escrito por Carlos Eduardo Maldonado

Las calificadoras de riesgo bajan la nota: Colombia se raja en medio de un mundo de mediciones, clasificaciones y escalafones.

Augusto Pacheco, https://www.a-pache.co/ (Cortesía del autor)

La noticia: punto de partida

Una noticia pasa de agache en la gran prensa; y claro, por parte del gobierno de Iván Duque. El pasado mes de junio las calificadoras internacionales disminuyeron la calificación de Colombia, una clara señal de que el gobierno de Duque está haciendo mal las cosas: incluso cuando se las ve desde afuera. La calificación es a la deuda de Colombia, y afecta inmediatamente el riesgo de inversión y la imagen del país ente al gran capital internacional. Es preciso, siempre, en estos casos, separar al gobierno y al país político del país nacional. Un viejo tema que incomoda a muchos.

Las tres principales calificadoras de riesgo son Fitch Ratings, S&P Global (Standard and Poors), y Moody’s. Se trata de sociedades anónimas dedicadas a las calificaciones de valores y riesgos de las actividades financieras, aseguradoras, bursátiles y cualquier otra que guardan relación con el manejo de los dineros públicos. Estas sociedades tienen acceso directo a las más importantes corporaciones, a los gobiernos que rigen la economía –por ejemplo, el G-7, o la Ocde–, a la banca multilateral –Banco Mundial, Fondo Monetario Internacional y otros–, e inciden de manera directa e inmediata en las decisiones y acciones en materia de inversión.

En desarrollo de sus funciones, en el curso de las priemras semanas del mes de junio las tres calificadoras decidieron revisar la situación del gobierno colombiano y el manejo de los asuntos públicos en toda la extensión de la palabra. El resultado fue que Fitch Ratings rebajó la calificación a BBB-, S&P Global la disminuyó a BB- –la más baja de todas–, mientras que Moody’s le dio la calificación de Baa2. La verdad: notas mediocres, en toda la línea de la palabra, e incluso con resultados de “insuficiente”; esto es, rajado.

Para una visión acerca del histórico de las calificaciones de Colombia, cfr: https://datosmacro.expansion.com/ratings/colombia. Las calificaciones se resumen en tres niveles: positivo, estable y negativo. Pues bien, el resultado integral de Colombia en el manejo de la confianza inversionista es: negativo; lo que indica que perdió el año. Si fuera un estudiante de colegio le dirían que no hay refuerzo ni recuperación ni habilitación; sencillamente debe repetir el año. El año, en blanco y negro.

La noticia ha pasado desapercibida en la gran prensa y por parte de analistas. En otras palabras, la noticia fue editada, y entonces, claro, manipulada la información hacia el país; en este caso, por silencio u omisión. Apenas el día que salieron las nuevas calificaciones hubo alguna información y alguna entrevista a alguien. Punto.

Un mundo de calificaciones y escalafones

Hoy en día todo está calificado y permanece en revisión constante. Se establecen escalafones de compañías de aviación; de clínicas y hospitales; de universidades, y también de profesores, individualmente; se califica con regularidad –y muchas veces con criterios rigurosos– sistemas de calidad, atención al cliente, satisfacción de los trabajadores, los índices de confianza, e incluso los niveles de felicidad de una población. Asimismo, se han establecido escalafones en numerosas áreas, los cuales son revisados de tanto en tanto. La cuantificación, de un lado, y mecanismos de medición permean y marcan, de un extremo a otro la geografía, la política, la economía, y la vida cotidiana.

Existen, y cada vez se consolidan y amplían escalafones, mediciones y clasificaciones de tanques de pensamiento, de sistemas de salud, de departamentos, carreras y facultades en las universidades, de índices de satisfacción de esto y aquello, aquí y allá,

En este contexto, emerge de inmediato, en todos los ámbitos, una discusión. Se trata de saber a ciencia cierta si esos sistemas de medición, calificaciones y escalafones expresan verdades, o bien, si son sencillamente indicadores. Una discusión academicista. Una expresión de los rezagos de las discusiones bizantinas. El hecho es: todo el mundo sabe de estos sistemas, y todos, empresas, gobiernos, colegios, universidades, profesores, aerolíneas, municipalidades, clínicas y hospitales, y demás, los saben, les importa y le juegan a estos sistemas. Cuestión de imagen corporativa; cuestión de good will, aumento de las ventas, mayor captación de clientes, y así sucesivamente. Todos juegan a una doble moral; mientras expresan reservas y observaciones críticas y de matices, todos juegan el juego de puertas para adentro, sin la menor duda.

Consecuencias y alcances de la rebaja de calificación

Jorge Eliécer Gaitán distinguía muy bien el país político y el país nacional. Esa distinción, hoy, en medio de la crisis que es el gobierno de Duque, resultado de cerca de veinte años de uribismo, y por derivación de más de cuarenta años de paramilitarismo –en los campos, en el Congreso nacional, en las calles, las veredas y los barrios– es más válida que nunca.

Hay, manifiestamente, dos Colombias. La calificación por parte de las calificadoras de riesgo afecta prima facie no a Colombia como nación, sino al país político. Ese de la corrupción, de la violencia contra los ciudadanos, ese que usa el Esmad a su antojo, en fin, ese que manipula a voluntad a la gran prensa, para señalar algunas de sus características. El país nacional no queda afectado por las calificaciones mencionadas. Al fin y al cabo, una calificación de riesgo de “positiva”, “estable” o “negativa” no se traduce ni inmediata ni necesariamente en la generación de empleo, en la creación de oportunidades para los jóvenes, en la guerra contra la pobreza y la inequidad, contra la privatización de la seguridad social y la distribución de la riqueza y la creciente acumulación del capital por parte de los mismos. Los problemas para el país nacional son, por el contrario, estructurales. Y eso requiere una mirada de largo alcance y de profundidad, cosa que las calificaciones no afectan.

Para el país político –esto es: político, económico, financiero y militar–, la rebaja de la calificación sí es preocupante; por más silencio que quieran guardar. El mensaje que transporta es que el gobierno está haciendo mal las cosas en todos los sentidos y ello no ofrece confianza ni seguridad en la inversión, a corto, a mediano y a largo plazo que el capital extranjero quiera hacer en el país. Para una economía dependiente como la colombiana, con muy escaso desarrollo industrial propio, se trata, evidentemente de una noticia preocupante. En otras palabras, el mensaje se traduce en lo siguiente: “si quieren invertir su dinero, vayan a otros países; Colombia no ofrece ninguna garantía”.

El gobierno de extrema derecha de Uribe centró en la confianza inversionista uno de los tres ejes de sus políticas. Este llamado al mundo entero acerca de la confianza inversionista se prolongó, con otras voces, en los gobiernos de Santos y de Duque. Ambos, elegidos por las fuerzas políticas propias del uribismo. Como se aprecia: se trata, mucho más que de asuntos de gobiernos, de una política nacional. Por tanto, la crisis de gobernabilidad de Duque es el resultado estructural de la propia crisis del uribismo. Y con ella, de la crisis de un sistema entero de gobierno.

Todo lo anterior resalta un hecho: la existencia, importancia y recurrencia de las calificaciones, los escalafones y las clasificaciones no es otra cosa que la importancia de los datos, y sus consecuencias. Veamos.

El mundo de los datos: marcos y consecuencias

El mundo actual consiste en datos, y se maneja con datos. Su manejo –en realidad de grande s bases de datos es la analítica de datos, cuyo primer escalón es la minería de datos.

En el contexto de la sociedad de la información y de la sociedad del conocimiento, en principio, los datos son públicos y están al alcance de todo el mundo. Más exactamente, los anuncios de las calificadoras de riesgo son públicos, para que los lea y los entienda la sociedad y la comunidad internacional, de tal manera que, por más que lo quisiera, ningún gobierno puede ocultar el fenómeno. En la sociedad de la información son infructuosos los intentos de manipular la información u ocultarla. Existe, dicho además de pasada, la prensa independiente.

Pues bien, los datos se convierten en información en el momento en el que son procesados. La anatomía del proceso se articula a través de un continuum que implica: producción de los datos, captura de los mismos, transmisión, validación y almacenamiento, análisis de datos y, finalmente su explotación.

Hasta la fecha, el manejo de datos –sin olvidar, muy importante, el tema de los microdatos, esto es, la impronta de las grandes bases de datos en la vida cotidiana, en el día a día–, ha sido un tema reciente y técnico. Este manejo técnico tiene, sin embargo, un polo a tierra que es fundamental desde el punto de vista político. Se trata del reconocimiento expreso de que los datos son de las gentes, provienen de ellas, les pertenecen y finalmente les deben ser devueltos a las personas, a todos los ciudadanos. En otras palabras: este es el tema de una política de datos abiertos. Algo que a la fecha no existe en Colombia; ni en el plano público, y mucho menos en el plano privado.

Lo anterior significa, simple y llanamente, que las calificaciones de riesgo país, las clasificaciones y los escalafones de Colombia en los diferentes sistemas –financiero, de respeto o violación a los derechos humanos, de transparencia, de corrupción, y muchos más–: a) deben ser todos integrados y deben ser leídos de manera cruzada o transversal; b) deben ser entendidas como resultado de tendencias, matrices y problemas complejos, antes que como simples asuntos de política pública; por definición, eminentemente lineales.

Estudio de los datos, las calificaciones, los escalafones y las clasificaciones

Un mundo basado en escalafones y demás significa un mundo inmediatamente basado en información pública, de acceso común. Es cierto que las calificadoras de riesgo constituyen, por así decirlo, redes neurales del sistema capitalista. En una palabra, se trata de una cultura de medición del riesgo; por consiguiente, no se trata de otra cosa que de alertas tempranas para futuras acciones, tomas de decisión e inversiones de cualquier tipo.

Sin embargo, la verdad es la calificación de riesgo comporta elementos de tipo al mismo tiempo cuantitativo –estadístico, por ejemplo–, y cualitativos. El origen de las calificadoras de riesgo tiene lugar a finales del siglo XIX en Estados Unidos, pero fue a partir de los años 1950 cuando, en el contexto de la Guerra Fría, en un mundo polarizado y ante el creciente predominio de E.U., las calificadoras de riesgo se transformaron de estudios de riesgo empresariales y crediticios a una escala mundial o internacional. La globalización se apoya y exalta al mismo tiempo, fuertemente, mecanismos y organismos como los que representan S&P, Moody’s y Fitch Ratings. Esta son las caras vivibles de las grandes corporaciones y poderes mundiales.

Pues bien, existen elementos muy sensibles en el manejo del país. Específicamente, se trata de reformas, tales como la tributaria, a la justicia, al sistema de salud y al sistema de pensiones. Todas ellas, temas o problemas en los que se cruzan numerosos intereses: políticos, financieros, fiscales, jurídicos, sociales e incluso de manejo ambiental. Así las cosas: Colombia –específicamente el país político–, está en riesgo: pero ello es el riesgo resultado de políticas perfectamente violatorias de la calidad de vida, de la dignidad de la vida, y violatorias de los derechos humanos –en toda la línea de la palabra. El país político maneja las cosas –y lo ha estado haciendo por décadas, si no, desde los orígenes mismos de la República–, de espaldas al país nacional. La consecuencia es el estado de cosas que vemos alrededor, todos los días: órganos de control político totalmente cooptados, organismos de justicia como la Fiscalía, entregados a operaciones más que sospechosas, y la consiguiente alarma de la comunidad internacional que sí escucha y sabe, además, acerca del país nacional.

Hoy el tema es un asunto de debate que no está enteramente dirimido. Estamos en un año pre-electoral: y estos son temas que la sociedad debe poder conocer, profundizar y apropiárselos. La puerta de entrada, aquí, es la forma como el gobierno de Duque se raja, incluso a los ojos del gran capital internacional. No digamos, a los ojos de los partidarios de la paz, de la vida, y de los derechos humanos.

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