Escrito por Álvaro Sanabria Duque

En el año 2012, el astrofísico británico Martín Ress, presidente entre 2005-2010 de la Sociedad de Londres para el Avance de la Ciencia Natural y actual Astrónomo Real, fundó –junto con Jaan Tallinn, co-fundador de Skype, y Huw Price, profesor de filosofía de la física–, el Centro para el Estudio del Riesgo Existencial (Cser, por sus siglas en inglés), dedicado a analizar eventos que en el corto y mediano plazo puedan poner en peligro la continuidad de la especie humana o la pérdida radical de su actual forma de vida, y que consideran muy probables. El Centro tiene cuatro grandes campos de estudio (el Cser habla en realidad de cinco pues separa la inteligencia artificial de los riesgos tecnológicos): riesgos biológicos, entre los que las pandemias tienen un sitio importante; ambientales, de los que el calentamiento global parece el más urgente; tecnológicos, derivados en lo esencial de la robótica y la inteligencia artificial, y las injusticias sociales donde la pobreza extrema y la creciente desigualdad juegan papel destacado.

Lewis, ilustración del libro Aún creemos en los sueños, (Cortesía Ediciones Desde Abajo)

En entrevista que el editor de Vision, David Hulme, le hizo a Rees en junio de 2017, el entrevistado señalaba como en el caso de que tuviera lugar una pandemia, aún si la mortalidad no fuera estadísticamente significativa en relación con la población, el mayor problema derivaría del posible colapso hospitalario que podría traducirse en desórdenes sociales.

La anticipación De Rees, como la de Bill Gates en la charla de 2015 en las conferencias TED, y desde el arte y el entretenimiento, los anticipos de la película Contagio de Steven Soderbergh, o el capítulo 21 de la cuarta temporada de la serie de dibujos animados Los Simpson, han dado lugar a la admiración o a teorías de la conspiración por ilustrar aspectos que la crisis sanitaria, iniciada a fines del 2019, ha terminado materializando en la realidad. Pero, ¿lo realmente admirable no es que siendo las pandemias una constante a lo largo de la vida de la especie, el mundo institucional estuviese tan mal preparado? La noticia no debió haber sido, entonces, el inicio de la extensión de la infección sino la imprevisión y la soberbia de una tecnocracia alimentada en el cientificismo que no pudo entender qué de la última gran pandemia, la llamada “gripe española”, apenas nos separan tres generaciones y que el conocimiento de los virus y su manejo es apenas incipiente.

La creciente urbanización del mundo, el aumento de la densidad poblacional, las mayores velocidades en la comunicación física y la multiplicación geométrica de personas y carga transportada son elementos que debieron hacer de las medidas de prevención y preparación para un evento infectocontagioso como el que padece el mundo, un hecho ineludible. Desde mediados del siglo XVIII, con el inicio del capitalismo industrial y a la par del crecimiento de grandes núcleos de población hacinada, los temores de los efectos de las aglomeraciones fueron una constante que, paradójicamente, empezaron a relajarse desde la década de los ochenta del siglo pasado con el advenimiento de las políticas ultraliberales.

Las preocupaciones del siglo XVIII pueden apreciarse en el trabajo publicado por Johann Heinrich Gottlob Justi, Ciencia del Estado, en el que fueron consignados los principios de la profilaxis social que sirvieron de base para los controles y reglamentos policivos pioneros en los que ya es claro que como política pública “Se debe impedir la corrupción y los excesos que causan las enfermedades y la muerte, por reglamentos y medios indirectos para que no piensen los súbditos que se ataca su libertad” (1). Von Justi expone que es necesario regular las reuniones en las calles, el comercio de mercancías, la embriaguez, el contenido de las obras de teatro, entre otros muchos aspectos de la vida social y manifiesta, incluso, la necesidad de atemperar las formas de expresión que puedan considerarse rudas o sicalípticas.

El dilema “salud pública”-libertad, como puede verse en las preocupaciones de Von Justi, está presente desde el comienzo mismo de la llamada salud pública pues ésta es totalizante, y dado que es parte de la seguridad pues está directamente relacionada con la conservación de la vida, hace también parte del dilema seguridad-libertad.

Ahora bien, ¿riesgos biológicos, tecnológicos, ambientales y desórdenes sociales, como componentes de los riesgos existenciales son independientes entre sí, o, por lo contrario, están altamente relacionados? El Cser considera la coyuntura actual, anudada en todos sus elementos críticos, como única en el sentido que concluye que el riesgo existencial es resultado del accionar humano mismo y no de fuerzas naturales independientes como pudo ser en el pasado. En ese sentido, coincide con el concepto de Antropoceno acuñado en el año 2000 por el holandés Paul Crutzen, premio Nobel de química, que enfatiza que los cambios determinantes que han tenido lugar en la faz del planeta en el último período –particularmente en su biosfera– son efecto, precisamente, de la acción humana.

Y, más allá de la discusión sobre el término mismo y su punto de inicio, lo cierto es que hoy los cálculos de los expertos muestran que la biomasa procedente de la especie humana y sus animales domésticos supone el 90 por ciento de la biomasa de todos los mamíferos vivos, y que las 1,1 teratoneladas de los artefactos elaborados y acumulados por los seres humanos superan ya el peso total de la biomasa, según estudio realizado por el Instituto Weizman –publicado por la revista Nature el 9 de diciembre de 2020–, y que no debe leerse como cosa distinta a una señal indiscutible que las consecuencias de la acción antrópica han entrado en terrenos cuyos efectos la colocan en la puerta del agujero negro de lo totalmente imprevisible.

Esta artificialización de nuestro entorno material ha estado acompañado de extinciones masivas de especies y por tanto de perdida de diversidad, que ha conducido a una uniformidad creciente en el paisaje natural y en el antrópico así como en las manifestaciones culturales, dando lugar al homogenoceno (2), concepto al que le ha sido dado un sentido positivo por historiadores como Charles Mann, ignorando que uniformidad y entropía son casi gemelos.

Pues bien, la homogeneidad biológica promovida por una tecnología unidimensional, impulsada por la dinámica del crecimiento por el crecimiento mismo, une en los riesgos existenciales al antropoceno con el homogenoceno como realidades que tienen un nudo común, que es esquivado en las reflexiones y soluciones planteados por instituciones como el Cser: capitalismo. Riesgos existenciales y capitalismo son, entonces, las dos caras de una misma moneda y los primeros no podrán ser superados sin trascender este último.

Violencia, contacto y contagio

La masificación extrema a la que el capital ha llevado a la humanidad ha hecho de la densidad poblacional, y por tanto del hacinamiento, una de sus características relevantes. La “higiene pública” como disciplina cognitiva y objeto de política estatal emerge con fuerza en la segunda mitad del siglo XVIII, como fue dicho, y sus principales pioneros fueron alemanes en su gran mayoría. Asunto que no es una simple casualidad pues, como es sabido, el prusianismo que daría lugar inicialmente al corporativismo y posteriormente al “capitalismo renano”, según expresión de Michel Albert, da a la organización burocrática y la regulación estatal un papel preponderante en la estructuración de la producción. Es pues, en Alemania, donde aparecen las características de la regulación social que Michel Foucault etiquetará como biopolítica –y que en realidad parece más noso-política–, en la que la medicalización de los cuerpos es el elemento central.

Con la innovación de las vacunas avanzada por Edward Jenner finalizando el siglo XVIII y de Louis Pasteur en la última década del XIX, el criterio de la inmunización fue ocupando un mayor espacio y su contraparte, la noción de infección, empezó a extenderse también al campo de las nociones sociológicas. Los hechos culturales y su transmisibilidad encontraron en los reguladores del comportamiento social y de la visión del Estado como “cuerpo político” no una simple analogía del fenómeno biológico sino un campo de práctica que llevaría a operaciones como las de “limpieza social” con los horrores por todos conocidos. En nombre de una “normalidad” que en sus diferentes etapas el capital erige sobre los comportamientos de todo tipo, mentes y cuerpos deben ser periódicamente ajustados a las exigencias del momento, siendo la práctica “inmunizante” una de las herramientas más importantes.

El filósofo italiano Roberto Espósito, es quizá el académico que ha dado al sentido de inmunidad el papel más amplio en la explicación de la conformación de las comunidades. Papel que caracteriza por su constitución contradictoria: “Sólo cuando los hombres se inmunizan del contagio de una relación sin límites, pueden dar vida a una sociedad política definida por la separación entre los bienes de cada uno de ellos. Pero el establecimiento de lo propio marca el fin de lo común. A partir de entonces, la historia del hombre se desenvuelve en la dialéctica irresuelta entre los dos polos contrapuestos de caos y orden, identidad y diferencia, comunidad e inmunidad: […]” (3). Y, apoyándose en los razonamientos de René Girard, según los cuales la violencia tiene siempre la tendencia a multiplicarse por un efecto de cascada que puede ser considerado como un contagio (4), cuya detención es buscada ya sea por el sacrificio ritual, la ceremonia judicial o la materialización del castigo con la muerte del culpable o su encierro como antídotos, concluye que la comunidad tiene en la violencia su razón de conformación y, simultáneamente, el hilo de su continuidad, “Aun cuando asume la forma de la no-violencia, cuando aparece anhelar la paz, la comunidad es el fruto oculto –una concesión y un producto– de la violencia: […]” (5). Pero, que los individuos de la comunidad sean inmunes, en derecho, a la violencia de los otros no garantiza que lo sean totalmente de hecho, por lo que sus contactos con esos otros deben tener limitaciones, es decir, ser más o menos distantes, que no otra cosa significa actuar con-tacto. Las normas de “urbanidad” serían, entonces, las materializaciones del “distanciamiento social” en tiempos de normalidad, y la cortesía la forma disimulada de decir “mi acercamiento no es agresivo”.

Inmunizar no sólo tiene el sentido de proteger de lo extraño, es decir, de hacer impermeable, sino también el de neutralizar un posible vector de contagio, lo que significa esterilizar, dualidad que parece llamar poco la atención a Esposito. Buscar la impermeabilización es consecuencia de identificar la amenaza afuera; esterilizar, en cambio, sitúa el peligro en el inmunizado mismo y, en este último sentido, inmunizar es sinónimo de reprimir. La sociabilidad depende del contacto con los congéneres, y por tanto del contagio, y la multiplicación de lo propio en lo “otro” es el núcleo mismo de la información, por lo que la esterilización en su sentido más amplio es eliminación del potencial de transmisión, es decir, incomunicación. La biologización de lo humano y la medicalización del cuerpo exigen su esterilización, razón de más para que la visión de Rudolf Virchow (6), uno de los padres de la teoría celular, de que la enfermedad tiene su inicio en la alteración de una unidad celular y por tanto es efecto del cuerpo mismo –que sería relativizada ampliamente en los biológico–, no sólo fuera extendida a las visiones sobre el “cuerpo social” sino que en este campo permanece como su núcleo.

Por su parte, la visión atomística del cuerpo social éste es convertido en un mosaico resultante de la yuxtaposición de una serie de individuos constituidos independientemente, que además deben ser moldeados uniformemente en sus deseos y comportamientos. En la búsqueda de ese resultado, la esterilización, en el sentido más amplio de la palabra, es decir en la incapacitación de transmitir información, de contagiar, es usada como parte sustancial de la biopolítica: “[…]: para devenir objeto de “cuidado” político, la vida debe ser separada y encerrada en espacios de progresiva desocialización que la inmunicen de toda deriva comunitaria” (7) .

Inmunidad, impunidad y privilegio

La comunidad como un colectivo de inmunizados frente a amenazas como la violencia de los más fuertes, por ejemplo, requiere, a su vez, de la inmunidad particular y especifica de algunos de sus miembros para que puedan ejercer sus funciones. El fuero de los parlamentarios, para señalar tan sólo un caso, es establecido con el propósito de que la labor legislativa pueda realizarse sin el temor de represalias por parte de quienes puedan salir afectados por el ejercicio de su función. Los aforados por esta clase de razones han sido una constante en las sociedades complejas, sin embargo, en los sistemas socioeconómicos antagónicos las asimetrías de poder de las diferentes clases sociales crean inmunidades diferenciales que están en la base misma de la jerarquización. Las sociedades burguesas, por ejemplo, preconizaron la igualdad ante la ley en la conformación misma de lo que Foucault llamó el Estado de Derecho, por lo que esas asimetrías más que en inmunidades establecidas al interior del sistema formal han sido desarrolladas como parte de un sistema informal que crece a la par que las asimetrías, y que hace parte de un limbo en el que las discriminaciones como parte del ejercicio del poder basculan entre lo no prohibido por la ley y lo ilegítimo frente a los demás por su significado inequívoco de privilegio no funcional.

La brecha abierta por aquello que no está prohibido pero es ilegítimo, deja borrosa la línea que separa inmunidad de impunidad. En la crisis financiera del 2008, por ejemplo, el rescate de aquellas entidades bancarias que provocaron la quiebra del sistema con el manejo especulativo de las llamadas “hipotecas basura”, dio lugar a que fuera acuñado el concepto de “tan grande para no caer” que garantiza a algunas instituciones que puedan gestionar sus recursos de cualquier forma y obtener cualquier resultado, ya que tienen la garantía de que sea cual sea el fruto de sus actividades especulativas, serán siempre rescatadas por el Estado si las operaciones les son contrarias a sus balances. Esta clase de inmunización abre una brecha en la “igualdad ante la ley” en la que es el poder, en este caso derivado del tamaño de la entidad, el que la blinda de la posibilidad de quiebra a la que sí están sometidas el resto de empresas privadas.

Todo ello, pese a que el discurso oficial sostiene que las normas del acuerdo de Basilea III garantiza la “corrección” de la actuación de esas instituciones, reconoce la existencia de treinta entidades financieras “sistémicas” (léase mundializadas) a las que de hecho les admite un estatus especial. La empresa multinacional británica de banca y servicios financieros Hsbc (una de las treinta “sistémicas”), luego que le probaran que posibilitó el lavado de 670 mil millones de dólares de los carteles mexicanos de la droga, fue multada con dos mil millones de dólares (poco menos del 0,3%), en una “sanción” que muestra que es inmune o impune en cuanto a la violación de las normas establecidas, que para otros hubiera representado cárcel a sus gestores o cierre definitivo. Esto no es más que el efecto de una brecha, cada vez mayor, que separa sin puentes de ninguna especie los grandes poderes del resto de los miembros de la sociedad. El abismo existente entre el mundo de los dueños del capital y los demás ha crecido de forma inaudita, mientras a mediados de la década de los ochenta del siglo pasado el valor de una acción del SP 500 equivalía al ingreso de 20 horas laboradas de un trabajador promedio, en la actualidad son requeridas 141 horas, es decir, un 700 por ciento más.

Desgarros y demoliciones controladas

El año 2020 ha quedado marcado como el de la primera pandemia del siglo XXI. Sin embargo, descontada la tragedia que significan los millones de muertos y lisiados por la infección, el aspecto que más llama la atención es que la crisis sanitaria lejos de afectar los grandes capitales no sólo los ha reforzado, sino que los ha llevado a niveles no vistos. Elon Musk, el principal productor de autos eléctricos e impulsor de la industria espacial privada, vio crecer su capital en 453 por ciento; Jef Bezos, el dueño de Amazon, en 63 por ciento; Mark Zuckerberg, dueño de Facebook 29,3 por ciento y Bill Gates, dueño de Microsoft, 12 por ciento, mientras que en EU cerraron 275.000 restaurantes y bares pequeños, desnudando la escisión de la sociedad en la que lo pequeño no sólo no es hermoso sino que parece sobrante. Cuando la primera ola de muertes e infecciones alcanzaba su pico, tuvo lugar el asesinato de George Floyd que desató una ola de manifestaciones en las calles de EU que fueron reprimidas con violencia, y pese a la conjunción de estos sucesos negativos, los indicadores de Wall Street subieron hasta alcanzar records históricos del momento, en una clara señal que la seguridad y el funcionamiento del capital parece depender muy poco, en la actualidad, del comportamiento y el estado anímico de las sociedades donde funcionan (en el 2020, el índice tecnológico Nasdaq aumento 42% y el índice S&P 500 15%).

¿Recesión? ¿Crisis del capitalismo? ¿No parece más bien una demolición controlada de la pequeña y mediana empresa? En todas la crisis del capitalismo la destrucción de capital sobrante ha sido el único mecanismo estructural de solución, incluidas las devastaciones generalizadas conocidas como “guerras mundiales”, pero, en la situación actual vemos unos grupos absolutamente inmunes que no sólo son ganadores sino que parecen definir el futuro de la sociedad: trabajo y servicios –incluidos los de recreación y entretenimiento– a distancia, robotización y automatización de decisiones con inteligencia artificial y control panóptico a través de las nuevas tecnologías de la información y la comunicación. No son Estados ganadores de guerras sino corporaciones enseñoreadas las que abiertamente desvelan quienes empiezan a hacerse titulares del poder.

La automatización de la producción no ha afectado, hasta el momento, las tasas globales de desempleo, pero, es innegable que la producción de bienes tiene un componente cada vez más reducido de fuerza de trabajo ¿Tendrá alguna importancia que en la reproducción material de la sociedad empiecen a ser casi fantasmas los trabajadores, y que sea el sector servicios, donde el cuerpo humano mismo es materia prima a valorizar, el que ocupa mayoritariamente a las personas? ¿El aumento de la composición técnica, en el lenguaje de la economía política, y del costo marginal cero en el de la economía convencional, con el consecuente abatimiento de los costos de producción, son simples recursos verbales sofísticos? ¿El crecimiento del patrimonio de los principales capitalistas en tiempos de anormalidad social no es, en buena medida, consecuencia del desplazamiento de los trabajadores del espacio de la reproducción material de la sociedad? Los interrogantes son muchos, pero eso no debe impedir observar qué si bien las tasas de crecimiento de las economías han venido ralentizándose en el último medio siglo, eso no impide que la concentración de la riqueza en pocas manos haya crecido en forma obscena, y esté conformando una clase social que parece cada vez más independiente del resto de la sociedad, en un proceso de segregación que los hace cada vez más inmunes a cualquier obligación social, del que la tributación es apenas una muestra.

Cuando los movimientos progresistas usan el termino post-capitalismo, normalmente lo adoban con connotaciones positivas, sin embargo, cabe pensar qué si la automatización reduce porcentualmente de forma significativa el plusvalor, y el sistema económico margina el crecimiento como una de sus premisas centrales, no por eso un cambio de naturaleza en la relación social debe volverla, necesariamente, más simétrica. Sistemas socioeconómicos como el esclavismo y el feudalismo no tuvieron en la acumulación su razón de ser y eso no les impidió su existencia y a sus grupos dominantes ejercer con fuerza autoritaria su poder. El post-capitalismo podría ser para los grupos marginales una total distopía si es que estos no entienden bien hacía dónde sopla el viento de las nuevas relaciones sociales que apenas están pre-dibujándose.

No es bueno olvidar que el riesgo existencial puede frenarse al interior de una sociedad que ya no persiga crecer –en cumplimiento de la profecía anticipada de “estado estacionario” de David Ricardo– pero sí mantener una minoría en la opulencia, mientras el resto apenas malviven. ¿Será esa una de las soluciones que instituciones como el Cser terminen avalando? Quienes hablan del advenimiento de un neo-feudalismo parecen intuir un sistema de reproducción material sin crecimiento, cómo algunos de los que nos han precedido, y donde el objetivo es mantener el nivel de los privilegios de unos pocos. Las regresiones son posibles y muchos de los movimientos políticos de la derecha ya no son conservadores, son retrógrados en el sentido que quieren mover las agujas del reloj girando hacia el pasado. El discurso de la democracia parece cada vez más obsolescente.

1. Johann Heinrich Gottlob Justi, Ciencia del Estado, Instituto de Administración Pública del Estado de México, p. 53.
2. Charles Mann marca el inicio del homogenoceno con los viajes De Colón: “El término hace referencia a la homogeneización: mezclar sustancias diferentes para crear un licuado homogéneo. Con el intercambio colombino, lugares que otrora eran ecológicamente distintos se han vuelto parecidos. En ese sentido el mundo se ha vuelto uno, exactamente como el viejo almirante esperaba” Charles Mann, 1493: una nueva historia del mundo después de Colón, P. Katz editores, p. 45.
3. Roberto Espósito, Immunitas: producción y negación de la vida, Amorrurtu editores, p. 65.
4. “Si la catharsis sacrificial consigue impedir la propagación desordenada de la violencia, es realmente una especie de contagio lo que llega a atajar. (…). Si echamos una mirada hacia atrás, descubriremos que, desde el principio, la violencia se nos ha revelado como algo eminentemente comunicable. Su tendencia a precipitarse sobre un objeto de recambio, a falta del objeto originariamente apuntado, puede describirse coma una especie de contaminación” (René Girard, La violencia y lo sagrado, Anagrama, p. 37)
5. Esposito, op.cit., p. 59
6. Virchow opone su visión tanto a la de quienes atribuyen al mal funcionamiento de la sangre o de los nervios las enfermedades: “La tesis de Virchow opone a ambas escuelas es que las células no son un mero sustrato de la actividad de la sangre y los nervios, sino sus elementos constitutivos, dotados de una identidad específica”. (ibid., p. 187)
7. Ibid., p. 199.

* Integrante del Consejo de redacción de Le Monde diplomatique, edición Colombia.

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