Inteligencia con el enemigo

Inteligencia con el enemigo

Singular paradoja: la herencia de Margaret Thatcher es repudiada en su país en el momento en que sus pociones económicas más amargas hacen escuela en Francia. El 5 de octubre pasado, la primera ministra británica Theresa May les daba a los militantes de su partido un discurso que debe haber sorprendido a unos cuantos. Denuncia de una sociedad gangrenada por los privilegios de los ricos, alegato a favor de las familias obreras, defensa del rol del Estado, “que está ahí para proveer lo que los individuos, las comunidades y los mercados no pueden aportar”, mención insistente de los “derechos de los trabajadores”, elogio al impuesto –”el precio que pagamos para vivir en una sociedad civilizada”–, panegírico de los servicios públicos, sobre todo de la educación y la salud, cuyo personal fue ovacionado, anuncio de un relanzamiento de los gastos públicos en los sectores de vivienda y transporte: semejante volantazo programático les provocó náuseas a los amantes inconsolables de la Dama de Hierro. Uno de ellos incluso denunció una “contrarrevolución antiliberal” (1).

Que se quede tranquilo: su heroína obtuvo póstumamente el asilo político del otro lado de La Mancha, donde un popurrí de medidas neoliberales hace las veces de programa común de la derecha francesa. Signo de la voluntad casi unánime de deshacerse de François Hollande el año próximo, pero también del estado de descomposición en el que deja a su partido, ya anuncia la victoria de los candidatos conservadores que les prometen a los electores aplazar de dos a tres años la edad para la jubilación, cuatro horas extras de trabajo semanal sin aumento salarial, la supresión del impuesto a las ganancias –cuando el impuesto al valor agregado (IVA), que golpea los ingresos modestos, sería, por su parte, aumentado–, la regresión de los subsidios al desempleo, la supresión de 300.000 a 600.000 puestos de empleados del Estado… En un país en el que la invocación de los sondeos ocupa, sin embargo, el lugar central del debate político, el hecho de que las tres primeras medidas susciten un rechazo profundo pasó casi desapercibido (2).

 

El “voto útil”

 

Pero lo más sorprendente está por venir. En lugar de movilizarse contra una purga thatcheriana a la cual renuncian incluso los conservadores británicos, algunos electores de izquierda, generosamente difundidos por los medios, creen necesario participar en estos meses en las primarias de la derecha. A riesgo de conferirle al candidato que salga vencedor una legitimidad suplementaria cuando aplique su programa. En 2012, el “voto útil” hizo que algunos adversarios del neoliberalismo eligieran a Hollande ya desde la primera vuelta para garantizar el fracaso de Nicolas Sarkozy. Conocemos el resultado: las grandes orientaciones del presidente vencido fueron confirmadas por aquel que le ganó las elecciones y el Frente Nacional se transformó en el primer partido de Francia. Esta vez, siempre para ganarle a Sarkozy, habría que apoyar a uno de sus ex ministros, Alain Juppé, quien, incidentalmente, fue hace treinta años el artesano del viraje liberal de la derecha francesa (3)… ¿Se volvió verdaderamente demasiado complicado reservar las propias energías para defender las ideas propias?

 

1 Nicolas Baverez, “Le virage antilibéral de Theresa May”, Le Figaro, París, 17-10-2016.
2 6% de hostilidad a la supresión de las treinta y cinco horas, 64% al aplazamiento de la edad de jubilación, 67% a la supresión del impuesto a la riqueza (sondeo IFOP-Atlantico, 23-5-16).
3 Véase François Denord, “Et la droite française devient libérale”, Le Monde diplomatique, París, marzo de 2008.

*Director de Le Monde diplomatique.

Traducción: Aldo Giacometti

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