En la aventura del pensar hemos apostado por estas conversaciones lumpen como una forma de generar espacios de reflexión sobre diferentes temas. Es posible que no decidamos sobre el futuro del mundo pero el pensar lo desplegamos y lo ponemos en común.
¿Para qué pensar sobre el pensamiento? Revisar el pensamiento moderno, origen de muchas de las dichas y de las desventuras actuales, continúa siendo de importancia capital. En el lejano siglo XVIII surgen concepciones de educación, pedagogía, derecho, Estado, que continúan como referentes importantes en nuestra vida, pero con estas concepciones surge el endiosamiento de la razón que excluye otras formas de organizar el mundo y arrasa con la naturaleza.
De Kant a Sade
Estos dos autores nos interesan como pensadores del periodo denominado Ilustración (siglo XVIII) y revisamos en particular su posición ética. Ubicar a Kant como parte de ese periodo y como un referente obligado de cualquier reflexión ética no implica ninguna novedad o ajuste alguno para la historia de la filosofía; no obstante no ocurre lo mismo con el marqués de Sade, nombre que quedó asociado al sadismo y a la vida desordenada del autor. Valga aclarar que esa vida disipada palidece frente a las prácticas habituales de sus compañeros de clase social: la liberal aristocracia francesa. En este punto se comete un grave error en la lectura de Sade, pues termina por asumirse que las innumerables prácticas sexuales sádicas que describe en sus novelas forman parte de su vida. Así, tenemos que insistir en la separación de la obra y la vida de los autores.
Vamos de la mano de estos dos autores a revisar su forma de hacer preguntas en asuntos éticos y cómo plantean el fundamento para hacer sus propuestas en esta materia. Nos arriesgamos a plantear que la preocupación que los acompaña es cómo explicar la acción humana y proponer caminos argumentados para la misma que hagan del mundo un lugar mejor. Anticipemos las repuestas: el rigor moral y el libertinaje.
Hacer esta comparación entre Kant y Sade tiene riesgos a pesar de estar originada en autores y autoras de prestigio: De Beauvoir, Lacan y Žižek. En primer lugar, los kantianos (estudiosos y seguidores de Kant) jamás aceptarían que su autor esté en el mismo nivel que el literato francés. Luego, a los sadianos les puede resultar forzado pretender ubicar a su escritor en el canon filosófico. También es riesgosa la comparación porque estamos frente a dos tipos de escritura: tratados filosóficos con una apuesta rigurosa argumentalmente y novelas con largas disertaciones de argumentos más o menos flexibles.
Las preocupaciones y las preguntas éticas
Los asuntos morales son una constante para los autores:
Kant, al enunciar su programa filosófico en su obra cumbre (Crítica de la razón pura) establece la pregunta ética: ¿Qué debo hacer? Como podemos ver la pregunta está regida por el deber y este será el hilo conductor de su propuesta ética. La pregunta se amplía en ese mismo texto sumándole la esperanza en términos históricos pero también religiosos: ¿Qué puedo esperar si hago lo que debo?
Inmediatamente después de la obra magna aparece la Fundamentación de la metafísica de las costumbres ocupada de buscar el fundamento último sobre el cual asentar de manera segura la acción. Esta obra conducirá a la construcción de una ética sostenida en un principio racional que establece que la acción tiene que sostenerse en el deber y solo en el deber, determinada por una voluntad que pueda dictarse leyes a sí misma. Lo anterior conduce a un muy conocido enunciado, a saber, el imperativo categórico. Citamos una de sus versiones para ilustrar el ejercicio que lleva a cabo Kant en esta obra: “Obra de tal manera que puedas querer que tu máxima se convierta en ley universal.” Esta frase centra el problema ético en la responsabilidad individual de la decisión para la acción pero filtrada por la universalidad, es decir, no decidimos como seres aislados sino como parte de la humanidad.
No podemos dejar de mencionar la Crítica de la razón práctica, cuyo centro ético radica en la revisión de la Facultad (capacidad) de los seres humanos de tomar decisiones, de actuar y preveer las consecuencias que ese actuar conlleva para sí y para los demás.
Respecto a nuestro autor francés, Sade, encontramos matices en el planteamiento ético entre el Sade de la novelas libertinas (Diálogo entre un moribundo y un sacerdote, Las 120 jornadas de Sodoma, Filosofía en el tocador, Justine, Juliette) que desafía absolutamente todos los valores que el mundo occidental considera inamovibles; o el Sade de la novela filosófica, como él mismo subtitula a Aline y Valcour, en la que la tensión entre la ética libertina y la ética de lo correcto o del bien, luchan incesantemente en un frágil equilibrio; o el de las novelas históricas (La verdadera historia de Isabel de Baviera, Adelaïda de Brunswick, princesa de Sajonia), en las que asume la posición de las novelas ejemplares (La Marquesa de Ganges, Eugene de Franval) en las cuales, al estilo de la novela filosófica, la maldad humana se va filtrando lentamente por los resquicios del bien; o el Sade de la utopía, sea clásica (Historia de Sainville y Leonor, que forma parte de la novela filosófica o el inserto Franceses un esfuerzo más si queréis ser republicanos –inserto de la Filosofía en el tocador–) o distópica (Historia de Sainville y Leonor, Las 120 jornadas de Sodoma) en donde por una parte encontramos una propuesta política soportada sobre la ética libertina acompañada de una radical crítica del poder sostenida por un profundo pesimismo sobre el futuro y las posibilidades del género humano. Finalmente, no podemos dejar de mencionar al Sade dramaturgo, la gran pasión del autor, su propósito más vital y más querido. Ernestine, Oxtirn, El prevaricador, Fanni, entre otras, ponen en escena todos los ‘vicios’ que engalanan el alma humana. Por lo tanto, podemos englobar la obra de Sade como una gran representación de las pasiones, los deseos y los temores que nos hemos empeñado en controlar.
Buscando puntos en común y matices, encontramos la concepción de razón y de pensamiento crítico. Hijos asumidos de la Ilustración, nuestros autores, hacen de la razón un eje indiscutible de su obra, de su método, de su propuesta ética. Al contrastarlos se destaca que ya en el seno de ese siglo XVIII estaban planteados diversos caminos que ofrecía la racionalidad, que aquí sintetizamos en el camino sadiano y en el kantiano. En este escenario ilustrado podremos combinar dos tipos de entramado analítico y al mismo tiempo transitar por dos estilos de escritura filosófica.
Para Kant el sentido de la razón para la filosofía moral radica en su dimensión abstracta, que nos conducirá a las fuentes a priori (antes de la experiencia) de esta disciplina, pero también en su papel en el alejamiento de toda clase de perversiones a las que se ven expuestas las costumbres. Así en la Fundamentación lo moralmente bueno es aquello que ocurre no solamente conforme a la ley, sino que ha de suceder solamente por esta. Este principio revela la profunda confianza que Kant deposita en la formalidad de su propuesta, en la acción humana conciente y en el deber.
Por su parte, Sade, partiendo de una razón sistematizadora, organizadora, taxonómica, similar a la kantiana, es decir, una razón práctica que produce leyes con el fin de guiar a la voluntad, nos propone el encausamiento del vicio, en su punto más sofisticado, por medio de leyes y reglamentos. Bástenos recordar dos ejemplos notorios de la obra sadiana. En primer lugar, los reglamentos que los cuatro libertinos de Las ciento veinte jornadas de Sodoma imponen a sus víctimas y cómplices a efectos de controlar la cadencia del desenfreno. En segundo lugar, en Juliette los Estatutos de la sociedad de amigos del crimen, cuyo enunciado destila ironía sadiana al ponernos frente al hecho de que el crimen tenga o necesite amigos y estatutos, nos introduce en un enmarañado sistema de reglamentación que podría aplicarse a cualquier institución democrática.
Es muy importante considerar a los autores en relación al pensamiento crítico. Kant en su obra Fundamentación de la metafísica de las costumbres crea un nuevo lugar para la ética o lo que es lo mismo para el ser humano prescindiendo tanto de la experiencia como de la tradición religiosa. Con lo cual asistimos a la construcción de una ética que no permite que lo establecido le prescriba un camino sin revisión alguna y le impongan principios que no hayan sido encontrados por la razón a través de la crítica. Y esta exigencia es fundamental para esta propuesta ética, ya que asume al ser humano en su condición de ser racional, con voluntad, que puede orientar su conducta por la ley moral.
Si en Kant la crítica consiste en poner límites, en Sade consiste en romperlos todos. Según el autor de Juliette, la filosofía ha de decirlo todo y destruir todas las quimeras que nos ha impuesto la moral. La noble Justine, en busca de cobijo y de consejo, pasa por todas las figuras personales e institucionales que dicha moral ha construido como sus soportes, y todas la someten a crueles vejámenes y a la furia del discurso sofístico de aquellos que quieren no solamente someterla físicamente (asunto que ella termina aceptando) sino también convencerla de abandonar la virtud (asunto que jamás acepta). De manera complementaria, en Juliette se rebaten argumentalmente, una y otra vez, los cimientos que aún hoy siguen sosteniendo a un mundo occidentalizado: la justicia, la solidaridad, el respeto, el incesto, la vida, entre otros.
Los dos pensadores transitan por una alameda metódica implacable. Incluso desde el punto de vista personal los persigue la sombra de la insatisfacción de no poder alcanzar el cumplimiento más riguroso de la ley moral o el máximo placer permanente. Si en Kant el imperativo categórico cumple la función de ‘redimirnos’ de las inclinaciones y hacer posible la libertad, en Sade el ‘imperativo’ del placer apunta a realizar la cumbre más alta de la libertad rompiendo cualquier límite: ambas perspectivas son insostenibles teóricamente e irrealizables prácticamente.
Tomadas en serio, tanto la ética sadiana como la kantiana están destinadas a no realizarse, no es viable ni el imperativo kantiano de la absoluta rectitud (lo cual es claro para su autor) ni el imperativo sadiano de la absoluta realización del placer (lo que también es claro para quien lo postula). No podemos vivir sin inclinaciones, ni tampoco sin un acuerdo mínimo.
Las utopías éticas nos ayudan a revisar el ‘no futuro’ en el que permanece el mundo global de ‘el fin de la historia’. Si bien la utopía es utopía y no se realiza, ofrece la posibilidad de pensar mundos posibles. Los autores aportan un pensar crítico y sistemático con un horizonte de humanidad.
* Doctor en Filosofía de la Universidad de Barcelona. Investigador asociado de CISSC.