La generación dígito pulgar

La generación dígito pulgar

 

“Corren buenos tiempos para la bandada de los que se amoldan a todo, con tal que no les falte nada”, dice Joan Manuel Serrat en una de sus canciones, y continúa: “Tiempos como nunca para la chapuza, el crimen impune y la caza de brujas […] y silenciosa la mayoría aguantando el chapuzón”. 

 

 

Con audaz ironía y lanzándonos un fuego de poesía al oído, estos versos del cantautor catalán nos ubican en un mundo donde varias circunstancias de índole global y político son el alimento diario de estos “buenos tiempos”, en el actual tablado mundial, cuna del neofascismo mediático donde ha tomado forma la generación digito-pulgar, hija de esta era de la información ciber. 

 

Generación “pulgarcita” la llama Michel Serres, por su manera de manejar tan hábilmente los dedos pulgares ante aparatos electrónicos (1). Generación cuya sensibilidad despolitizada responde a los valores irradiados por el neoliberalismo a lo largo de las tres décadas que dura hasta ahora su hegemonía, así como a la idiocia y trivialidad gerenciada por los dos grandes macro-proyectos del capitalismo global: el mercado y los medios de comunicación que penetran en todas las esferas de la vida.

 

Hegemonía plasmada, de igual manera, en su proyecto educativo a través del cual ha labrado nuevos conceptos sobre lo humano, la política, la historia, la memoria, la ética, el arte, la educación y del mundo, impregnando con todos ellos a la generación nacida bajo su dominio.

 

Multiculturales, deslocalizados, heterogéneos, impactados por los medios de comunicación y la publicidad; adaptados para reducir su capacidad de atención a pocos segundos; obligados a ver los espectáculos de lo atroz y de la violencia mediática; reducidos a ser consumidores compulsivos de redes sociales, esta generación del pulgar digital vive en otro tiempo-espacio donde la conciencia sobre las realidades sociales queda reducida a lo transmitido y sugerido por los grandes oligopolios mediáticos que, como se sabe, alteran, cambian, organizan, crean, acomodan, los hechos de la realidad acorde a sus intereses

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Generación portadora de un nuevo tipo de sensibilidad trans-política que ha mutado su forma de hablar, de comunicarse y entablar relaciones. Son los llamados “nativos digitales”; miles, millones de jóvenes que en un escaso porcentaje lee otro tipo de información que no sea la transmitida por las transnacionales mediáticas. Paradójica situación: teniendo posibilidades de informarse por múltiples canales, de pluralizar su formación, sin embargo, la estandarización y homogenización se configuran cada vez de manera más dramática e imperativa. A la generación “pulgarcita” la alimentan con pobres imaginarios estandarizados, de aparente  versatilidad.

 

Rápidos, más rápidos, la generación pulgar proyecta un estado de aceleración del “para ya”, de lo urgente, de lo de “ahora”. Bajo tales condiciones, ¿cómo trasmitirle la importancia de la memoria, del pasado?, ¿cómo edificar espacios de conciencia sobre nuestro tiempo histórico, político, cultural, social? Cambio de roles y de emociones. De la memoria grávida a la memoria Ram

 

¿Coexistencia pacífica con los patrones del gusto?

 

Al mismo tiempo, la globalización día a día nos bombardea con una estetización de la cultura que impone el sensacionalismo, el placer por el placer, lo efímero, el divertimento banal como sus máximas expresiones. El llamado capitalismo artístico permea en todas las sensibilidades, proyectando imaginarios dominados y organizados por la rentabilidad mercantil. De este modo, la estetización parece estar en todas partes, con sus estrategias de seducción que estilizan la vida cotidiana, manifestándose en la pulsión masiva del diseño tanto en la industria como en el comercio, en el hiperturismo, la música, los cosméticos, la decoración del hogar, en los reality show, las pasarelas, los museos, en el fetichismo de suvenires, baratijas y objetos kitsch; en la imagen de famosos y de los llamados “genios creativos”, pese a lo cual una buena parte de sus usuarios y consumidores  viven en una grata coexistencia pacífica con los dueños del globo. 

 

Por fortuna existe otro porcentaje que vibra no al unísono con los patrones del gusto y edifican ágoras virtuales críticas, vídeos y ciber políticas como activistas digitales que, desde las redes, desentonan en el coro global masivo, actuando como caballos de Troya digitales. Son indignados en un mundo creado solo para la dignidad de los mercaderes globales. Proponen novedosas maneras de protesta, de lucha y organización política, son los nuevos líderes de las ciber-polis del futuro.

 

La generación ciber-pulgar tiene este y otros rostros, disímiles, etéreos, ambiguos. Son rostros híbridos, producto de varias fusiones y mezclas político-culturales, un arabesco plural mundial, disperso, indefinido, indeciso, de múltiples voces, en diversas realidades. Hay una permanente interconexión ciber a cada segundo, a toda hora; hay pluralidad de voces, de energías, de opiniones múltiples, gracias a las redes del Gran Hermano por el mundo. Esto les agrada, pero a la vez los confunde, los difumina de lo real-real, los deja en la ingravidez de los acontecimientos. 

 

Mientras veloces pulgares tocan, o solo rozan sus dispositivos electrónicos; mientras, bajo cualquier circunstancia, momento o situación, rápidos pulgares envían mensajes, eligen buscadores, se conectan y registran una condición efímera de lo comunitario, infinidad de datos de las ideologías mercantiles son asimilados como demiurgos absolutos. Y es desde aquí desde donde levantamos una tesis transformada en herida, cuestión dramática por su preocupación histórica: ¿No será esta la generación que en su mayoría ha sido seducida por las derechas mundiales, y en nuestro caso, latinoamericanas? ¿No es esta generación la que, despolitizada y absorbida por la idiocia cultural, está apoyando a candidatos neoconservadores mundiales? (2). Apariencia de democracia digital, desvelamiento de la enajenación mediática. Planteadas sólo como tesis para reflexionar y generar el debate, es preocupante dicha situación para las democracias plenas que soñamos lograr, es decir: participativas, incluyentes, deliberativas, dialogantes, constituyentes, consultivas, en fin, donde el poder último descanse de verdad en las mayorías, condición fundamental para que además de política la democracia sea económica, social, cultural, ética, cotidiana.

 

Insistimos: estamos ante otra idea de espacio, de tiempo, otro saber, otra historia, otra sensibilidad, otra memoria, suministradas por un despotismo dichoso, sobre todo, bajo otra forma de asumir y de pensar el mundo. Nos interrogamos si esta situación está impactando en una des-educación política, cultural, social, minimizando al pensamiento contra sistema. Aparente libertad de navegación, pero nuevas formas de neo-esclavitud digital.

 

El síndrome del fotoadicto

 

Como tal, la generación “pulgarcita” vive de instantes plenos de fugacidad  inmediatista, de masivos espectáculos, del culto a la intimidad expuesta en público, con lo que los problemas personales asumen puesto de honor en la escena social. Más aún, ahora se une la foto-adicción o el llamado por nosotros, síndrome fotoadicto cotidiano, adquirido y propagado como una patología tecno-cultural de última generación. 

A toda hora, a cada instante, este síndrome se vuelve un dispositivo no solo del divertimento, sino vigilante y de control. Nos convertimos en vigilantes-vigilados, pero también en posibles creadores-creados. Una gama de posibilidades se abre entonces. Gestación de fotos hasta el infinito, tantas que ya no hay nada para ver. La fotografía, asumida así, muere por hiper-iconoadicción. Prolifera la hiper-imagen, se anula la micro-mirada. La condición del arte en la era de la reproductividad digital anuncia un ritmo distinto aurático secular. La fotografía digital registra no solo la acumulación sino el desecho y el reemplazo. Minutos después de fotografiar cualquier acontecimiento se le deshecha por uno tan o más trivial como el anterior. La cámara se convierte en un acumulador de artefactos simbólicos fugaces, que se guardan en un transitorio archivo, rumbo al olvido, al vertedero digital.

He aquí lo interesante: la era del botadero adquiere estatus soberano. En la multiplicación de las fotos, transformadas ahora en íconos efímeros, lo único que cuenta es el acontecimiento, la experiencia de lo inmediato, no sus productos como memoria grávida, no el resultado vital ni artístico, sino el sensacionalismo expuesto en el instante del click. Es como si el síndrome del acumulador nos poseyera; la pulsión del que acumula por acumular es el síntoma fotográfico de nuestro tiempo: enfoque, haga click, guarde, enfoque de nuevo por tres veces, guarde por tres veces, por infinitud de veces, la misma pose y reemplace de inmediato.

Síndrome del fotoadicto: súbalas a Facebook, a Instagram, a las redes sociales, donde llegan a poseer una rentabilidad simbólica, pura y llana publicidad de lo íntimo y colectivo, con las etiquetas de las vidrieras globales. 

 

¿Prosumidores autómatas?

 

¿No habrá sido bastante fuerte la influencia de todos estos procesos globales en las nuevas mentalidades y en los imaginarios de una generación hecha a la medida de las necesidades del cliente? ¿Son ciudadanos usuarios y consumidores, o prosumidores autómatas, que producen guiados por el reino del mercado? Es innegable que aquí también existen resistencias y re-existencias de ciudadanos prosumidores autónomos, autoconscientes de los procesos artísticos, sociales y políticos. Al decir de García Canclini, en esta sociedad de la hiper-información “tener más noticias, que se reemplazan con vértigo cada hora, contribuye poco a la democracia y a la participación, o a la desmitificación de lo encubierto: ‘puede llevar incluso a  un ambiente de antipolítica –escribe Natalie Fenton–, puede detener la participación política en la esfera pública y disminuir la democracia. Las noticias también pueden ser desdemocratizantes’ […]” (3). 

 

Bajo estas circunstancias, la generación “Pulgarcita” pone al descubierto la crisis del sentido de lo público y de lo político, como también la virtualización que vuelve ineficaz a los movimientos sociales, pues junto a la fuerza de convocatoria de las redes para las protestas, es evidente su inutilidad para transformar las realidades concretas, debido a la sordera cínica de gobiernos y poderosos, que invisibilizan y desaparecen a la sociedad civil.

 

De nuevo, insistimos: a pesar de la existencia de redes digitales de resistencia (caso Wikileaks de Julián Assange o Edward Joseph Snowden, por ejemplo), la guerra por enrutar el espíritu y las conciencias juveniles, emprendida por los oligopolios mediáticos, es impresionante y exagerada. “¿Es posible ser ciudadanos responsables, eficaces, en este tiempo en que nuestros escritos y actos más íntimos son vigilados por alianzas de empresas transnacionales y gobiernos?”, se pregunta García Canclini, en torno al tema de la despolitización de los jóvenes. ¿Indiferencia e ignorancia, o rebeldía ante las propuestas políticas fracasadas de sus padres?

 

Hoy es también el tiempo para preguntarnos con Walter Benjamin “¿Qué valor tiene toda la cultura cuando la experiencia no nos conecta con ella? […] Admitámoslo; esta pobreza de experiencia es pobreza, pero lo es no sólo de experiencias privadas, sino de experiencias de la humanidad. Es, por tanto, una especie de nueva barbarie” (4).

 

Quizás sea esta la nueva barbarie mediática en la que nos han introducido los dueños de los macroproyectos mediáticos y mercantiles, los cuales nos desconectan de una cultura viva, propositiva, activa, creadora, dialogante, analítica e inventora de otros mundos posibles, conduciéndonos no a la imaginación poético-creativa, sino a la barbarie frenética destructiva. Por ello, con verdadera preocupación ante los actuales acontecimientos neofascistas mediáticos; con prudencia, pero a la vez con tensión crítica por las condiciones de la generación digito-pulgar, podemos decir con Benjamin estas líneas escritas en 1933, en pleno auge y poderío del nacismo alemán: “Nos hemos vuelto pobres. Hemos ido perdiendo uno tras otro pedazos de la herencia de la humanidad; a menudo hemos tenido que empeñarlos en la casa de préstamos por la céntima parte de su valor, a cambio de la calderilla de lo ‘actual’” (5). ν

 

1 Véase Serres, Michel. (2013) Pulgarcita. Buenos Aires: Fondo de Cultura Económica. 

2 Las recientes elecciones en Argentina y Venezuela han propiciado la reflexión de más de un analista y politólogo sobre las condiciones que llevaron a la pérdida de la izquierda en estos dos países. Más allá de las dramáticas circunstancias  internas y de los errores administrativos, económicos y políticos que tanto chavistas como kirchneristas hayan cometido, lo que motivó  a los electores a dar un voto de castigo,  más allá de las campañas mediáticas de desprestigio que las derechas mundiales llevaron a cabo en contra de los dos gobiernos, y de la guerra impulsada por los emporios financieros y trasnacionales para desestabilizar la economía de estos países, sería bueno analizar los impactos de los dispositivos electrónicos globalizados en las decisiones políticas de la población juvenil votante.

3 García, Canclini, Néstor. (2015) El mundo como lugar extraño. Barcelona: Gedisa. P. 123.

4 Benjamin, Walter (2012). Escritos políticos. Edición de Ana Useros y César Rendueles. Madrid: Abada Editores. P. 83.

5 Ibid., 2012.

 

*Poeta, ensayista y docente Universidad Distrital Francisco José de Caldas, Bogotá.

 

 

 

 

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